Que te roben a besos es probablemente un sueño. Días pasados un ciudadano confiado en exceso murió en el transcurso de un supuesto robo, tras una fiesta prolongada. Salió con unas chicas complacientes y otro amigo. Estuvieron de copas en distintos bares y recalaron en la casa del compañero. Allí siguió la diversión hasta que el cuerpo se quebró de cansancio. Al despertar, solo uno de ellos estaba vivo. El otro yacía en el suelo, retorcido, tieso y yerto. Dicen que quizá murió envenenado por un beso.
La historia del robo a besos viene de hace décadas, cuando algunas mujeres de la vida llevaban drogas del sueño que introducían en las bebidas a la menor ocasión. Ibas al cuarto de baño, y, al regresar, habían cargado tu cubata con doble de fármaco que borraba la conciencia. Las envenenadoras echaban en seguida mano a la cartera y dejaban al acompañante en un pesado sopor, aunque aligerados de todo el money. Al recobrar el sentido, el seducido y abandonado solía quejarse del trato y algunos adornaban el episodio: «Seguramente ella llevaba algo en la boca que me dejó fuera de combate». Muchas veces no hay base real para negarlo. Los tipos robados se metieron en una juerga sin fronteras y cayeron al suelo rotos por el cansancio y el alcohol. Una vez en ese estado las chicas de alquiler se lo llevan todo y dejan a su víctima como un despojo. Todavía hay ocasiones más vergonzantes: son aquellas en las que, de pronto, y cuando el primo está en ropa interior, aparece la pareja de la chica, porque se ha cometido el error de acompañarlas a su territorio, exigiendo dinero y rápida reparación de su honor.
Un tipo robado, en calzoncillos, desposeído de todo lo que tiene, incluido el sentido del ridículo, lo mejor que puede hacer es improvisar una buena historia: por ejemplo, «me dejó K.O. con un beso». Es bueno para despistar y muy romántico. Difunde que el primo no se quedó limpio por estulticia o descuido, sino por amor, en el transcurso de un intercambio, mientras la bella probaba su vigor.
Los policías experimentados cuentan que a veces es tan cierto como el que denuncia un atraco cuando en realidad ha sufrido un timo. La vergüenza le impide confesar la verdad y cuando hay mujeres de por medio, lo primero es quedar como el que los tiene bien puestos.
En alguna ocasión, en efecto, la trabajadora del amor ha suministrado un filtro quitapenas que deja al saurio bebido y entregado, en brazos de Morfeo. Eso pudo pasar en el barrio de Chamartín, Madrid, cuando solo despertó uno de los dos amigos que invitaron a jóvenes sudamericanas a la última copa. La casa estaba en desorden, el suelo lleno de crema hidratante para las manos que pudo ser empleada en algún juego sexual o simplemente como elemento limpiador de huellas, y el colega, reventado de una parada cardiaca, inerte. El susto del hombre bruscamente despierto es perfectamente descriptible. Pasó de la fiesta al duelo en los escasos segundos en los que la muerte, tan próxima con su guadaña, le bajó del paraíso. Llamó a la policía y a los médicos de urgencia que no pudieron hacer otra cosa que certificar el fallecimiento. En el relato de sus recuerdos apareció el intercambio de fluidos, los besos húmedos, en los que algunos se pasan el chicle y las matronas resabiadas empujan un narcótico con la punta de la lengua, en una pirueta aparentemente llena de pasión y violencia destinada a enmascarar el robo.
Quizá sea el efecto pionero de una leyenda que funciona al otro lado del charco, en algunos países hispanoamericanos, donde cuentan que las chicas que venden su cuerpo se protegen los labios y el interior de la boca para besar a los hombres con yerbas o fármacos que les quitan el sentío. Es posible, aunque la autopsia revela que el hombre muerto se quedó así por una parada cardiaca, lo que a veces sobreviene por exceso de alcohol y esfuerzo. O porque simplemente rompe la enfermedad no diagnosticada. Para dejarlo claro es como esos que creen que correr es bueno, no lo han hecho nunca, y un buen día, cargados de años y de kilos mueren haciendo footing. Un largo periodo de abstinencia precisa de cautela si se quiere estar en plena forma.
Salir de copas a determinada edad no está exento de riesgos. Uno de los más graves es acabar en la faltriquera de algún indeseable. Hablamos de dos hombres solos que terminaron víctimas de besos robados, pero cualquiera puede ganarse la confianza de otro en un sitio aparentemente de buen tono y conseguir que le den posada. Un matrimonio, un suponer, que conoce a otra pareja muy simpática, compuesta por un varón apuesto y una mujer atractiva, puede ser fácil presa de un desvalijamiento si caen en la trampa de invitarlos a casa, «puesto que no están los chicos ni la criada». En el domicilio es donde se atesoran todos los objetos de valor: joyas, dinero y tarjetas de crédito. El matrimonio «gancho» puede descolgarse con un narcótico o una amenaza para limpiar los cajones. Luego será difícil explicar cómo se pudo ser tan ingenuo y confiado de llevar a unos perfectos desconocidos, precisamente, al almacén de todos los valores.
Lo mejor es fingir que te drogaron. No solo los hombres sedientos de sexo son presa fácil, también aquellos que creen que el mundo es un lugar noble.
El daño está agazapado, de noche y de día, dispuesto a saltar y enroscarse en el cuello o en la cartera. Sobre todo desde que el delito se diversifica y agrava dado que los naturales del país manejan pasta, supuestamente la guardan en el calcetín y se han vuelto débiles y confiados. Hay una legión de truhanes, hetairas y celestinas preparados para hacer agujeros del tamaño del canal de La Mancha. Lo de menos es si están dispuestos a robar a besos.