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ANTONIO ANGLÉS
SIGUE DESAPARECIDO

Miriam, Toñi y Desiré desaparecieron camino de una discoteca el 13 de noviembre de 1992. Habían salido de su pueblo, Alcácer, Valencia, para divertirse un fin de semana y su volatilización provocó una verdadera histeria colectiva. De hecho, en su busca hubo víctimas mortales. Los cuerpos, no obstante, serían hallados por unos pacíficos apicultores en un paisaje inesperado: los altos de La Romana, cerca de la presa de Tous.

Una mano salía retorcida de la tierra con un llamativo reloj, probablemente descubierta por las abundantes lluvias. Era el 27 de enero de 1993. Y de nuevo la histeria colectiva invadió las calles del pueblo; esta vez provocada por los forasteros. Un programa de televisión montó un polémico docudrama en directo. Toda España estaba trastornada. Ha habido un antes y un después del «caso Alcácer». Transcurridos quince años, persiste el festival de luces y sombras.

Las tres niñas estaban muertas, habían sido golpeadas y probablemente torturadas. Finalmente las remataron de un disparo en la cabeza.

Desde entonces se trabajó con varias hipótesis. La de mayor relieve sugiere que unos señoritos estresados, que combatían el estrés con un baño sexual, ordenaron secuestrar jóvenes para su disfrute a cargo de celestinos que vivían del menudeo de la droga y los atracos. Nunca se encontró a los señoritos viciosos, pero sí se dio con los pringaos que pueden ser los autores materiales del drama. Dos fueron los nombres que quedaron al fondo del sumario: Miguel Ricart, condenado a la intemerata de años, y Antonio Anglés, el fantasma diabólico, al que se le echan injustamente todas las culpas, desaparecido a la vez que las niñas, y jamás hallado, aunque todo el mundo dice haberlo visto: en la casa de Catarroja, cuando la Guardia Civil detuvo a Ricart o en la peluquería del centro de Valencia, donde supuestamente se tiñe el pelo mientras los guardias le soplan en el cogote, en la furgoneta robada a punta de pistola…

El rastro de Anglés es tan claro y diáfano que por fuerza tiene que ser falso. Destaca, como un diamante sobre una trufa, en los miles de folios del sumario, tanto que puede seguirse la trayectoria, cruzando España por la cintura, desde el momento mismo en el que huye como un consumado acróbata, con un salto de espanto, que ni Pinito del Oro, y aterriza de perfil a muchos metros de altura, hasta Lisboa, donde le reconoce un drogata que no le conocía de nada, y luego, es presuntamente descubierto de polizón en un barco camino de Irlanda, del que se habría tirado por la borda. Antonio Anglés comete sus fechorías para escapar con la actitud reveladora de «arriba las manos, que soy Anglés», mientras se cubre con un mono de mecánico y lleva una gorra calada hasta las orejas, sin olvidarse de revelar que se trata del enemigo público número uno. En este rastro tan marcado puede verse que quizá sea cierta la hipótesis de una poderosa organización detrás del asesinato de las tres niñas, unos tipos sin escrúpulos, minuciosos y profesionales, capaces de inventar un itinerario con un Anglés de guardarropía.

Mientras sigue en la web de la Guardia Civil como uno de los más buscados, es posible que Anglés esté muerto y que fuera asesinado con la última bala de la pistola que mató a Toñi, Miriam y Desiré. De esta manera no habría salido nunca de Valencia. Son conclusiones a las que se llegan tras la investigación y por determinados testimonios. Desde el atracado que revela que es posible que alguien que se hacía pasar por Anglés le quitó la furgoneta para abandonarla después, hasta la declaración de Miguel Ricart, el único de los violadores asesinos, condenado y confeso, al que se le atribuye el desgarro de la carne de una de las niñas con unos alicates. Para Ricart, Anglés está muerto, y de su entorno, salió en su momento la idea de descubrir, a cambio de una importante cantidad de dinero, el lugar donde podría estar el cadáver, o lo que queda de él. Todo fue desapareciendo y primó la idea de que podría ser una estafa a una cadena de televisión. Cualquiera que busque más información puede consultar mi libro Alcácer, punto final, publicado por Martínez Roca. En un anexo se incluyen, en exclusiva, cartas muy reveladoras del asesino. Está escrito apilando datos, sin jugar a profeta.

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Diario de Valencia del 7 de septiembre de 2001.

Las niñas fueron víctimas de «ojeadores» de niños desprevenidos, detectados con cierta frecuencia en el levante español, que se dedican a captar adolescentes con los que se organizan fiestas interminables que, como la de Alcácer, pueden salir mal. Hay otros casos de desaparecidos y organizaciones que afortunadamente fueron descubiertas. Lo de las tres niñas pudo ser un encargo de forasteros poderosos, pero también, y por una vez, la noche loca de delincuentes habituales, fugados de la justicia, que decidieron montar para ellos mismos lo que acostumbraban a hacer por encargo. Ricart lo sabe todo, pero calla. Es un delincuente endurecido por muchos años de prisión.

Por su parte, Antonio Anglés podría ser el eslabón perdido que recibía los encargos y cobraba los servicios. El único de la banda que tenía las claves y contactos para revelar el misterio, cosa que probablemente le costó la vida al poco de cerrar la fosa de La Romana con las pequeñas dentro.

A partir del caso Alcácer, los pedófilos, violadores y señoritos troneras, que encargan fiestas sin fronteras en el levante español, no pueden estar tranquilos. La investigación del triple asesinato de Miriam, Toñi y Desiré mostró al país, por primera vez, una indagación en directo, por televisión. Con su polémica al fondo, un sumario fue desmenuzado ante las cámaras con sus aciertos y errores. La investigación que estaba paralizada se activó de nuevo; y rozó el milagro de una resolución total. Mientras, los enemigos de la verdad ponían el grito en el cielo, y algunos manipulaban las acusaciones de «juicio paralelo», para tratar de acallar el escándalo de lo mal hecho, expuesto gracias al papel justiciero de la prensa. Probablemente el proceso infundió temor en los cri minales y el aluvión de luz y taquígrafos, pese a los agoreros, no influyó en el desarrollo del juicio cuyo fallo fue confirmado por el Supremo.