CLEM había quedado con Harriet en una pequeña cafetería cercana a la tienda en la que esta trabajaba. Se sentaron a una mesa con vistas al mar y a los lujosos hoteles que la recorrían.
–Qué vistas –comentó Clem–. Mires adonde mires es espectacular. Supongo que las personas que viven aquí deben de ser muy ricas.
–Es increíble –admitió Harriet–. Hace un par de meses vi una película que había sido rodada aquí y por eso decidí venir. Siento haber convencido a Jamie para que me trajese, pero necesitaba huir, ¿sabes?
Clem le tocó el brazo.
–Lo sé. Supongo que Jamie te ha hablado de nuestra historia. En cualquier caso, no está bien tomar cosas que no te pertenecen, independientemente de las circunstancias.
–Soy consciente. Fui muy tonta, pero estaba enfadada con Alistair –dijo Harriet, clavando la mirada en la bebida que le había llevado el camarero–. A veces quiere controlarlo todo y ni siquiera somos familia. Me quiere mandar a un internado y ni siquiera me ha preguntado si es lo que yo quiero. Me recuerda a mi padre.
–¿Dónde está tu padre?
La mirada de Harriet se volvió triste.
–Falleció cuando yo tenía diez años, en un accidente de tráfico. Mis padres ya estaban separados, así que solo lo veía los fines de semana, pero cuando murió fue horrible. Aunque no tuviésemos una relación muy cercana. Mi padre era un adicto al trabajo y siempre quería controlarlo todo, supongo que por eso lo dejó mi madre. Lo cambió por alguien más emocionante. Para mí, sin embargo, su casa era un lugar al que podía ir para escapar de las tontas fiestas de mi madre.
Clem comprendía muy bien a Harriet.
–Todo eso es muy triste, lo siento mucho, pero ahora tienes que pensar en tu futuro. Si no consigues alcanzar todo tu potencial no estarás castigando a tu madre, te estarás castigando a ti.
Harriet la miró como si no la comprendiese.
–¿Piensas que estoy intentando castigar a mi madre?
–¿No es así?
Harriet suspiró.
–Tal vez. Al fin y al cabo, me ha dejado con su ex. ¿Qué clase de madre hace eso? Lionel Hawthorne es un baboso lascivo.
–Por suerte para ti, Alistair no se parece en nada a su padre –comentó Clem–. Es muy generoso por su parte que se ofrezca a pagar tu educación.
–¿Piensas que debería aceptar? –preguntó Harriet, mordiéndose el labio inferior.
–No te voy a decir lo que tienes que hacer –le respondió Clem–, pero puedo decir que, a tu edad, me hubiese gustado tener la oportunidad de estudiar, tener una cama en la que dormir y comida todos los días sin tener que procurármela yo. Ojalá hubiese podido salir con amigas en vez de cuidar de mi hermano. Me habría contentado con un colegio normal, pero si me hubiesen ofrecido un exclusivo internado no lo habría dudado.
Harriet volvió a suspirar.
–Tienes razón, tengo que pensar en mi futuro. Alistair es muy generoso. Al principio pensé que solo quería deshacerse de mí, pero ahora veo lo que siente por ti y entiendo que quiera estar a solas contigo, sin una niña de dieciséis años rondando a su alrededor.
Clem se sintió mal por fingir que mantenía una relación normal con Alistair, pero se dijo que aquello era lo único que no era verdad. Sus sentimientos por él sí eran reales.
–Es un hombre muy especial –comentó–. Uno de los mejores. El mejor.
Harriet sonrió.
–Será genial tenerte casi como cuñada si os casáis algún día. Jamie y yo no queremos pensar todavía en el futuro. Somos jóvenes y tenemos que formarnos antes, pero podremos vernos en vacaciones.
De todos modos, Alistair jamás le pediría que se casase con él, pero Clem prefirió pensar que le alegraba que su hermano estuviese pensando en formarse. Así le sería mucho más fácil volver a Londres sin él.
–Jamie todavía tiene que crecer, pero en el fondo es una buena persona. El hecho de que te haya ayudado, aunque los medios no hayan sido los correctos, significa que tiene el corazón donde tiene que estar.
A Harriet le brillaron los ojos.
–¿Crees que te casarás con Alistair algún día?
Clem tomó su taza de café.
–Umm... todavía es pronto para saberlo.
–Jamie me contó que odiabas a Alistair, así que le extrañaba que hubieses podido enamorarte de él, pero yo le dije que son cosas que pasan con frecuencia. Tan pronto odias a alguien como no puedes imaginarte vivir sin él.
«No me lo cuentes», pensó Clem, tomando la carta.
–Será mejor que pidamos la comida para que puedas volver al trabajo.
Harriet sonrió.
–Gracias por ser tan buena conmigo. Alistair tiene suerte de tenerte. Eres perfecta para él. Os complementáis mucho, ¿verdad?
–Me alegra que lo pienses –dijo Clem.
«Ojalá Alistair se diese cuenta también».
Mientras Clem comía con Harriet él tenía que haber aprovechado para trabajar, pero en su lugar se fue de compras. Quería comprar alguna joya a Clem para darle las gracias por haberlo acompañado a Mónaco: una pulsera, un collar o unos pendientes, un regalo sencillo, pero al llegar a la joyería no pudo apartar la vista de los anillos.
«¿Qué te pasa? Es perfecta para ti. Sabes quién es. Es divertida, guapa, dulce y te hace más feliz que nadie».
No debía pensar en que quería que su relación fuese permanente, pero cada vez que se imaginaba a Clem saliendo de su vida se le encogía el pecho. Solo llevaban juntos unos días, no podía estar enamorado. Nunca se había enamorado antes. ¿Era posible que ocurriese en tan poco tiempo?
En cualquier caso, Clem era especial.
Y era una mujer para tener una relación estable.
Alistair volvió a mirar los anillos, pero se preguntó cómo iba a comprar uno cuando solo llevaba saliendo con Clem un par de días. Era demasiado pronto.
¿O no?
¿Y si le pedía a Clem que se casase con él, que fuese la madre de sus hijos y que construyesen una vida juntos? Era un paso importante, pero por primera vez en la vida se sentía preparado para darlo. Más que preparado. Sonrió al imaginarse el futuro con ella. Sería un futuro divertido con una mujer que siempre le sería leal. De eso estaba seguro, la conocía bien. Clem era dulce, atrevida y fuerte y, al mismo tiempo, frágil, tierna y dura cuando era necesario. Era todo lo que podía desear en una compañera.
Querer a alguien implicaba arriesgarse, pero la vida era un riesgo en sí y él ya no se imaginaba su vida sin Clem.
Ella era su vida.
Clem iba de vuelta al hotel cuando la llamó su madre. Estuvo a punto de contestar, pero decidió hacerlo y ser firme con ella.
–Mamá, ¿cómo estás? ¿Qué tal...? ¿Cómo se llamaba? ¿Ken? ¿O era Kirby?
–Kon, de Konrad.
–Ah, de acuerdo. Espero que lo estéis pasando bien. Ahora tengo un poco de prisa y...
–Solo necesito que me prestes unas doscientas libras –le dijo Brandi.
–¿Para qué? Mamá, esto no puede seguir así. Tienes que parar. No voy a poder ayudarte más, tendrás que aprender a administrarte sola.
–¿Qué clase de hija deja a su madre tirada mientras se marcha a la Riviera francesa con el hijo de Lionel Hawthorne?
–¿Cómo...? ¿Qué estás diciendo?
Su madre se echó a reír.
–No intentes negarlo. Me lo ha contado Jamie, aunque supongo que tenía que haberte guardado el secreto. Veo que cada vez te pareces más a tu madre.
Clem pensó que iba a matar a su hermano.
–Mamá, por favor, no me estropees esto.
–¿Cómo te lo iba a estropear? Préstame algo de dinero. Supongo que, saliendo con Alistair, tendrás mucho. ¿Qué tal es en la cama? Su padre era regular, demasiado egoísta, pero el dinero lo compensa todo. A lo mejor lo llamo, a ver qué tal le va.
«Tierra trágame». Clem suspiró, derrotada.
–Te haré una transferencia. Doscientas libras, ¿verdad?
–Mejor quinientas –replicó Brandi triunfante–. Tendré que comprarme algo bonito para tu boda, ¿no?
No iba a haber boda, así que por lo menos Clem no iba a tener que pasar por semejante vergüenza.
–Mama, no vamos a casarnos.
–¿Qué más da? Al menos, podrás aprovecharte de su dinero mientras le gustes. ¿Cuándo puedo ir a cenar? Podríamos salir los cuatro, con Lionel. ¿Qué te parece?
–No pienso que sea buena idea –respondió Clem–. Alistair casi no se habla con su padre. Y lo nuestro no es nada serio.
–Escúchame, hija, cuando sales con un hombre con dinero siempre es serio. Hazlo serio. Quédate embarazada.
–¡Jamás haría eso a propósito! –exclamó ella.
–Pues estás desaprovechando una buena oportunidad.
–Mamá, tengo que dejarte... Ya te llamaré cuando vuelva a Londres. Adiós.
Alistair ya estaba en el hotel cuando Clem volvió de la comida y de aquella llamada. Esta se preguntó si debía contárselo. No. Le daba demasiado vergüenza. Vio una botella de champán puesta a enfriar y comentó:
–Vaya, veo que tenías muy claro que iba a ganarme a Harriet.
–¿Qué tal ha ido?
–Sorprendentemente bien –respondió Clem–. Ha accedido a ir al internado y te agradece que se lo vayas a pagar. Supongo que ya te lo imaginabas y por eso has preparado el champán.
Él tomó sus manos y se las llevó al pecho.
–El champán no es por Harriet, sino por nosotros.
–¿Nosotros? –balbució Clem.
La mirada de Alistair era dulce.
–He estado pensando mientras tú comías. De hecho, he estado pensando desde que llegamos aquí. Pensando en nosotros, en lo bien que estamos juntos, en lo que tenemos. Es especial, ma petite. Muy especial.
–¿Especial... en que aspecto?
–Eres tan modesta que no entiendes lo que te estoy diciendo, ¿verdad?
Clem tragó saliva.
–¿Qué me estás diciendo?
–Te estoy diciendo que te quiero.
Ella abrió mucho los ojos.
–¿Me quieres?
Alistair levantó su mano y se la llevó a los labios mientras la miraba fijamente a los ojos.
–Te quiero y quiero casarme contigo.
A Clem se le aceleró el corazón.
–Pero si dijiste que no estabas preparado para...
–Eso fue antes de que entrase en razón y me diese cuenta de que eres lo mejor que me ha pasado. Estos últimos días han sido los más felices de mi vida. Al principio pensé que era porque estábamos de vacaciones, pero después me he dado cuenta de que eres tú. Eres la persona que me hace feliz.
Clem todavía estaba intentando procesar lo que le estaba ocurriendo. Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Su sueño se estaba cumpliendo.
–Por supuesto que quiero casarme contigo.
Él sonrió de oreja a oreja y se sacó una caja de terciopelo del bolsillo.
–Para ti, mi amor –le dijo.
Clem la abrió y encontró un precioso anillo de compromiso dentro, un anillo de estilo antiguo y extravagante, el anillo más bonito que había visto jamás. La clase de anillo con la que siempre había soñado.
–Oh... ¿Es para mí? ¡Pero si debe de haberte costado una fortuna!
Él se lo puso y le dio un beso en la mano.
–Voy a pasar el resto de mi vida mimándote. Para mí, tú vales más que nada. Ojalá mi madre hubiese podido conocerte. Te habría adorado.
Clem lo abrazó por el cuello.
–Y yo estoy segura de que la habría adorado a ella. Eres el hombre más increíble que he conocido. Bueno, paciente, generoso y honrado.
–Sé que es un poco pronto, pero recuerdo haber oído decir que cuando uno conoce a la persona adecuada se da cuenta al momento. Yo he intentado luchar contra ello, pero no he podido.
–Yo también he intentado evitarlo debido a que venimos de mundos muy diferentes.
–Prefiero que no hablemos de eso. Yo tampoco tengo un padre del que estar orgulloso.
–Deberíamos casarnos en secreto para no tener que invitar ni a tu padre ni a mi madre a la boda.
Él la miró a los ojos.
–No permitiré que ninguno de los dos nos estropee el día.
Clem deseó estar tan segura como él.
Se dieron un beso y después Alistair la tomó en brazos.
–¿Te apetece acostarte?
Clem sonrió.
–¿No es un poco pronto para meterse en la cama?
–Para mí, no –respondió él, sonriendo con malicia.
Clem despertó a la mañana siguiente preguntándose si habría soñado lo ocurrido la noche anterior, pero se miró la mano y al ver el anillo en ella se dio cuenta de que era verdad. Se giró y vio que Alistair ya no estaba en la cama, así que se levantó, se puso el albornoz y salió al salón. Alistair estaba sentado en el sofá, mirando el periódico del día con el ceño muy fruncido y los labios apretados.
–¿Ha ocurrido algo? –le preguntó ella, acercándose.
–Nada –respondió él, tirando el periódico a la basura.
–Pues te veo muy enfadado.
–No es nada. ¿Qué tal has dormido? ¿Quieres desayunar aquí o prefieres...?
–No estás siendo sincero conmigo, Alistair. Ahora que nos hemos comprometido, deberíamos compartirlo todo. Si hay algo que te preocupa, deberías contármelo.
Él suspiró largamente.
–Tu madre ha dado una entrevista a un periódico de Londres.
A Clem se le hizo un nudo en el estómago.
–Oh, no...
Sacó el periódico de la basura y comprobó que su madre había contado la aventura que había tenido con el padre de Alistair, y había dado fotografías. También se mencionaba la relación de Clem y Alistair y su madre comentaba que la había entrenado bien para que cazase a un hombre con dinero.
A Clem le ardió el estómago. Con manos temblorosas, se quitó el anillo.
–Toma, Alistair, no puedo casarme contigo.
–¿Qué estás diciendo? Esto no significa...
–¿Cómo vamos a tener una relación feliz con una madre que va a traernos problemas en cualquier momento? ¿Y si pierdes clientes por ello? ¿Y si le cuenta a todo el mundo quién es mi padre?
–Yo te quiero y eso para mí es lo único que importa.
Clem cerró los ojos. Intentó contener las lágrimas.
–Mi padre es Brian Geary. Es probable que hayas oído hablar de él, lo juzgaron por fraude hace unos años, arruinó muchas vidas, dos personas se suicidaron por su culpa, muchas otras perdieron los ahorros de toda una vida, el dinero que tenían invertido.
–No te pareces a tu padre como yo tampoco me parezco al mío –insistió Alistair–. No nos hagas esto. Acabamos de encontrarnos, no permitas que la primera dificultad nos separe.
Clem casi no podía respirar. Pensó que necesitaba estar sola. No podía someter a Alistair a aquella presión. Empezó a sudar, tenía las palmas de las manos mojadas, le temblaban las rodillas.
–He tomado una decisión. No me puedes obligar a casarme contigo.
Él la agarró de los brazos, le rogó con la mirada.
–No puedes hacer eso, ma petite. Tú sabes que podemos estar juntos.
–En realidad ni siquiera te he dicho que te quiero, Alistair. Piénsalo bien.
La expresión de este se endureció.
–Está bien. Termina con lo nuestro. Márchate. Huye de todos los obstáculos que te ponga la vida. Ve a ordenar todos tus frascos si eso te hace sentir bien, pero cuando seas vieja y estés sola, recuerda la oportunidad que desperdiciaste.
Alistair se marchó y Clem pensó que tenía que hacer la maleta. Tenía que salir de allí, comprar un billete de avión, decirle adiós a Jamie. Tenía mucho que hacer y el corazón desbocado. Casi no podía respirar. Sintió que se le entumecían los dedos, que las piernas le temblaban tanto que casi no las podía mover. No iba a llorar. No. No. No podía llorar. Tenía que ser fuerte. Tenía... Tenía.... Intentó respirar hondo, pero no pudo. No podía respirar.
Más tarde no recordaría cómo había conseguido subirse a un avión y volver a Londres. Solo recordaba vagamente haber mentido a Jamie y haberle dicho que tenía que volver al trabajo. Por si no se sentía lo suficientemente mal, al llegar la recibió el cielo lleno de nubes oscuras y la llovizna, no hacía sol. Evitó a los paparazzi, pero no podría evitar a su vecina Mavis.
Acababa de salir del taxi cuando esta la abordó y le contó que había leído en el periódico que salía con un joven muy apuesto. Le preguntó si se iba a casar.
–No me voy a casar.
–¿Por qué no? –insistió Mavis.
–No deberías creer todo lo que publican los periódicos –le dijo ella.
Mavis frunció el ceño.
–¿Pero no estás enamorada de él? Yo lo estaría si fuese más joven. Me recuerda a mi primer marido. ¿Te he hablado de él? Era...
–Tal vez en otra ocasión –la interrumpió Clem–. Tengo que deshacer la maleta.