Epílogo
Aprender de la pandemia del coronavirus

Justo cuando estaba acabando este libro en la primavera de 2020, apareció un virus nuevo y contagioso que infectó a la gente con una enfermedad conocida como covid-19. Se propagó con rapidez, y pronto una pandemia de coronavirus se apoderó del mundo.

Millones de personas enfermaron. Demasiadas vidas se perdieron de forma trágica, y muchas familias quedaron destrozadas. La pandemia también se llevó por delante puestos de trabajo y negocios, provocó que se agotasen recursos como la comida y los suministros médicos e hizo que las economías de países enteros casi dejaran de funcionar. Al igual que los huracanes, las inundaciones y los tornados que devastaron las comunidades sobre las que has leído a lo largo de este libro, el coronavirus fue un desastre, uno que se desarrolló a nivel mundial.

La pandemia perturbó muchos de nuestros sistemas, modelos y costumbres. Es natural que la gente que sufre un desastre anhele volver a la normalidad, pero en realidad, después de una perturbación tan grande, el mundo no será el mismo. Va a cambiar, pero ¿será para mejor o para peor?

La autora Arundhati Roy, que escribió desde la India en los primeros meses de la crisis del coronavirus, compartió su visión de la pandemia como un portal —o una entrada— al futuro. Escribió lo siguiente: «Históricamente, las pandemias han obligado a los humanos a romper con el pasado y a reimaginar su mundo. Esta no es diferente. Es un portal, una entrada que lleva de un mundo al siguiente.

»Podemos decidir cruzarlo arrastrando los restos de prejuicio y odio, de avaricia, de bancos de datos e ideas muertas, los ríos muertos y los cielos llenos de humo. O podemos cruzarlo con paso ligero, con poco equipaje, dispuestos a imaginar otro mundo; y dispuestos a luchar por él».

En otras palabras, después de esta trágica crisis, podemos apresurarnos a volver adonde estábamos, a sabiendas de que mucha gente se quedará atrás. O podemos aprovechar esta oportunidad para construir nuestro futuro por vías diferentes, ahora incluyendo a todo el mundo. Cuando pensemos en cómo moldear dicho futuro, debemos recordar lo que hemos aprendido durante la pandemia, de la misma manera que tenemos que poner en práctica lo que hemos aprendido sobre la crisis climática.

La pandemia reveló que los líderes y las administraciones de muchas sociedades, justo los que se supone que tendrían que guiar y ayudar en una crisis, no estaban bien preparados ni formados y eran incapaces de desarrollar y de comunicar un plan claro para lidiar con el virus. Durante años, la esfera pública se había visto privada de fondos en nombre del «gobierno empequeñecido». La gente con conocimientos útiles y experiencia había dejado los puestos oficiales o había sido despedida. El resultado fue que, en el momento en el que millones de personas necesitaron que un «gran gobierno» las ayudara, se las abandonó a su suerte o se las obligó a confiar en administraciones locales que estaban en apuros.

En Estados Unidos, con su alto número de casos, el coronavirus resaltó lo que significa tener un sistema médico con fines lucrativos, en vez de tratar la atención sanitaria como un derecho. La gente que no tenía seguro médico no se atrevía a pedir tratamiento, mientras que muchos que lo solicitaron se encontraron con que el sistema no estaba preparado para atenderlos de forma adecuada. Durante mucho tiempo, los ejecutivos y los jefes de la industria médica habían intentado gastar lo mínimo y ganar todo el dinero posible para ellos y para sus inversores. Insistían en que hubiera pocas camas vacías y en arreglárselas con el personal justo. Nunca habían almacenado los bienes básicos necesarios para una emergencia.

Sin embargo, el virus no es solo una cuestión de salud pública. También resalta muchas de las verdades medioambientales exploradas en este libro. En abril de 2020, un grupo científico de vida silvestre y ecosistemas, junto con la Plataforma Intergubernamental Científiconormativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas, escribió sobre la conexión entre las pandemias y nuestro uso irreflexivo de la naturaleza. «Las pandemias recientes —dijeron— son una consecuencia directa de la actividad humana, sobre todo de nuestros sistemas financieros y económicos mundiales, que priorizan el crecimiento económico a cualquier precio.»

Más de dos terceras partes de las enfermedades humanas emergentes han venido de los animales. Se cree que el coronavirus, por ejemplo, existía de forma inofensiva en los murciélagos. Pero las actividades como la tala masiva y la construcción de minas, carreteras y granjas en zonas que antes eran salvajes están poniendo a la gente cada vez más en contacto y en conflicto con otras especies. Lo mismo pasa al explotar la vida silvestre para obtener comida y animales de compañía. Cuando una enfermedad pasa de un animal a un humano, las ciudades abarrotadas y los viajes aéreos internacionales ayudan a que se propague deprisa y con facilidad entre las diferentes poblaciones. Los científicos han dicho que los planes para reconstruir las economías tras la pandemia del coronavirus deben incluir que se proteja con más firmeza el medio ambiente.

Cuando los gobiernos actuaron para frenar la propagación del virus y ordenaron que las empresas cerraran y que la gente trabajara desde casa siempre que fuera posible, la circulación de vehículos cayó hasta una pequeña fracción de lo que era su nivel habitual. Lo mismo pasó con los viajes aéreos. Parecía que esos cambios traían buenas noticias para el clima: un aire más limpio y una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero, por muy positivos que fueran, eran cambios a corto plazo. Fueron una imposición, y muchas personas ansiaban volver a la «vida normal». No fueron los cambios profundos y a largo plazo que es necesario hacer en nuestros sistemas de energía y de transporte para conseguir que el aire sea más limpio y que las emisiones se reduzcan de forma permanente.

Para acabar, la pandemia arrojó una luz cruel sobre la injusticia ambiental. Las tasas de enfermedades graves y de muerte eran más altas entre las personas que vivían en zonas con una alta contaminación atmosférica. La mala calidad del entorno las había hecho más vulnerables al virus; y aquellos que vivían en los barrios con la peor contaminación atmosférica a menudo eran pobres y gente de color. De esa manera, la injusticia ambiental llevó a una injusticia médica.

Después de la Gran Depresión, Estados Unidos encontró tanto la voluntad como el dinero para transformar la sociedad y ayudar a levantarse a muchos compatriotas que sufrían. En tiempos de crisis, las ideas que parecían inviables de repente se vuelven viables, pero ¿qué ideas? ¿Aquellas sensatas y justas que están diseñadas para mantener a salvo a tanta gente como sea posible, o las ideas depredadoras que están diseñadas para hacer que los inconcebiblemente ricos lo sean aún más? ¿Gastará el Gobierno miles de millones de dólares para seguir rescatando industrias que ya son prósperas, como los combustibles fósiles, los cruceros y las aerolíneas? ¿O, en cambio, se destinará ese dinero a la atención sanitaria universal y al Green New Deal, que creará empleos y, además, luchará contra el cambio climático?

La mayor lección que veo que podemos aprender de la pandemia del coronavirus es que todas las personas, desde los individuos y las familias hasta los líderes gubernamentales, hicimos cambios difíciles pero necesarios, cambios que ninguno de nosotros se habría imaginado antes. Mucha gente se enfrentó al desafío de manera creativa y generosa: fabricando mascarillas y equipos para el personal sanitario, comprobando que los vecinos mayores estaban bien, haciendo lo posible para ayudar. Los gobiernos encontraron fondos para impulsar la economía de su país.

La pandemia nos puso a prueba en todos los sentidos. También nos demostró una vez más que los cambios grandes y rápidos con perspectiva social son posibles. De hecho, es posible cambiarlo todo. Ahora, el reto consiste en usar esa creatividad y esa energía, así como esos recursos, para luchar no solo contra la covid-19, sino también contra el cambio climático y la injusticia, y para remar a favor de un futuro más justo.