En la Nochebuena de 2019, la Antártida recibió un regalo no deseado: un nuevo récord. El continente helado registró la mayor cantidad de hielo derretido en un solo día. El hielo se había convertido en agua en un 15 por ciento de la superficie antártica. Pero no se trataba solo de un día caluroso.
En la Antártida es verano en diciembre, la época del deshielo, porque las estaciones en la mitad sur del planeta son opuestas a las de la mitad norte. Pero, incluso en verano, el hielo nunca se había derretido tanto y tan deprisa. En Navidad, el nivel del agua del deshielo estival había sido un 230 por ciento más alto que el promedio mensual. ¿Por qué? Un científico dijo que el continente había sufrido temperaturas «considerablemente más altas que la media» durante toda la estación.
Al mismo tiempo, muy al norte, donde diciembre cae en invierno, la ciudad rusa de Moscú tenía un problema diferente, aunque relacionado: no nevaba.
Durante siglos, Moscú ha sido conocida por sus inviernos. Suelen ser gélidos, y la nieve acostumbra a caer antes de finales de año. Pero en diciembre de 2019, las temperaturas eran más altas de lo normal. Los jardines florecieron temprano. Los niños usaban las pistas de hielo para jugar al fútbol porque no se podía jugar al hockey. Los funcionarios del ayuntamiento tuvieron que transportar toneladas de nieve para el evento de snowboard de Nochevieja.
Mientras esa nieve falsa se amontonaba en Moscú, un calor inusual provocaba una tragedia climática a medio mundo de distancia. El último día de 2019, miles de personas en el sureste de Australia huyeron a las playas para escapar de las llamas que estaban asolando sus casas y sus vecindarios.
Aunque el verano meridional acabara de empezar, Australia ya estaba en medio de otra terrible ola de calor. Después de tres años con mucha menos lluvia de la habitual, había extensas zonas sumidas en una gran sequía. Los árboles y las plantas estaban completamente secos, a punto de prenderse. Y lo hicieron. Los pequeños incendios —que empezaban cuando un rayo golpeaba un árbol seco o cuando se encendían hogueras, se quemaba basura o se tiraban colillas— enseguida se convertían en incendios colosales que avanzaban a gran velocidad por las zonas de vegetación seca. Sin embargo, las plantas no eran lo único que ardía. Al igual que pasa con muchos incendios alrededor del mundo, también las casas, las empresas y otras estructuras construidas por los humanos acabaron destruidas o dañadas.
Tal vez esos enormes fuegos no deberían sorprendernos. Hacía poco menos de un año que Australia había empezado 2019 con su peor ola de calor de la historia. En algunos lugares, las temperaturas se habían disparado por encima de los cuarenta grados Celsius durante más de cuarenta días seguidos. Entonces el fuego también había causado estragos. Había destruido vastas extensiones de bosque antiguo en el estado australiano de Tasmania, que había tenido el enero más seco jamás registrado.
Cuando terminó 2019, al menos nueve personas habían muerto por los incendios. Más de novecientos hogares habían acabado destruidos, y se habían quemado más de 4,45 millones de hectáreas. El humo y las cenizas llenaban el aire, oscurecían el cielo incluso a mediodía. Por desgracia, cerca de quinientos millones de animales murieron a causa de los incendios, incluidos miles de los famosos koalas australianos. Puede que también algunas especies raras se hayan visto abocadas a la extinción. La cosa empeoraría durante la siguiente temporada de incendios. A finales de marzo de 2020, habían muerto 34 personas, más de 3.500 casas habían acabado destruidas, se habían quemado más de 18,62 millones de hectáreas y tres mil millones de animales habían muerto, estaban heridos o se habían desplazado.
En todo el mundo, 2019 fue un año de muchos desastres y récords relacionados con el clima.
En Asia, el mayor número de ciclones de la historia —violentas tormentas tropicales— arrasó países del océano Índico. En Estados Unidos, las riadas inundaron grandes extensiones en el centro del país, destruyeron cultivos y echaron a la gente de sus casas.
En toda Europa y en Alaska se establecieron récords de calor. Julio de 2019 fue el mes más caluroso de la Tierra desde que se empezaron a registrar las temperaturas. En septiembre, el hielo que había cubierto el océano Ártico durante miles de años (como mínimo) se redujo a la segunda área más pequeña medida hasta el momento.
Casi un año después, Siberia —una región tradicionalmente fría del noreste de Rusia— se achicharraba. En junio de 2020, las temperaturas llegaron a los 38 ºC en la remota ciudad de Verjoyansk. Fue la temperatura más alta jamás registrada en el Ártico. En algunas partes de Siberia hacía más calor que en Florida; eso alarmó a científicos de todo el mundo, y también alimentó centenares de intensos incendios.
¿Qué tienen en común esos acontecimientos? El calor.
Inundaciones y sequías, olas de calor y tormentas de inverno gélidas... ¿Cómo puede ser que el calor provoque tantos fenómenos meteorológicos? Las olas de calor son fáciles de entender. A medida que las temperaturas suben, es más probable que los días y las noches se vuelvan más calurosos, sobre todo durante el verano o en lugares que ya son cálidos de por sí. Las noches son especialmente importantes. Cuando las temperaturas no consiguen bajar de forma significativa al ponerse el sol, las olas de calor crecen y crecen sin parar.
Pero el calor también afecta al clima al cambiar la relación entre la superficie de la Tierra y la atmósfera, que retiene más vapor de agua a medida que la temperatura aumenta. En tierra, el aire cálido extrae más agua del suelo mediante un proceso llamado evaporación, por el que el líquido se convierte en vapor, o sea, en gas. El agua abandona las plantas a través de la transpiración, un proceso similar. Durante una sequía, el aumento de la evaporación y de la transpiración seca el suelo y la vegetación, de manera que la sequía es aún peor. La vegetación más seca de lo habitual, a su vez, corre un riesgo mayor de arder en un incendio.
El hecho de añadir vapor de agua a la atmósfera también intensifica otro tipo de clima. Cuando hay humedad adicional, seguramente llueva o nieve con más intensidad de lo habitual, y eso provocará inundaciones o fuertes nevadas.
El aire caliente absorbe la humedad tanto del agua como de la tierra. La atmósfera, a medida que se calienta sobre los océanos, también se vuelve más húmeda. Uno de los resultados de que el aire sea más caliente y húmedo sobre los océanos, junto con que el agua esté más caliente, es que se producen tormentas marinas —como huracanes, ciclones y tifones— más potentes y destructivas.
El aumento del calor también cambia el comportamiento de las corrientes en chorro. Estos cuatro flujos de aire que se mueven con rapidez —uno en cada región polar y uno a cada lado del ecuador— ocurren cuando el frío aire polar se encuentra con el cálido aire tropical. Suelen llevar sistemas meteorológicos de este a oeste del planeta, pero también pueden girar o desviarse al sur o al norte de sus trayectos habituales. La fría región Ártica se está calentando mucho más deprisa que otras partes del mundo, y es probable que eso debilite la corriente en chorro del Polo Norte y la ondule. Cuando esa corriente en chorro polar gira hacia el sur, transporta un aire glacial y un crudo clima de invierno. Eso ayuda a explicar por qué un planeta que, en general, se está calentando sigue teniendo, en ciertos lugares, fenómenos meteorológicos de frío extremo.
Es evidente que nuestro planeta se está calentando. A veces se lo llama calentamiento global, pero el término de cambio climático resulta más útil. Eso se debe a que no todas las partes del mundo se calientan a la vez. El aumento de la temperatura de nuestro planeta es un promedio general.
Siempre ha habido olas de calor y tormentas, así como ciclones, inundaciones e incendios. Ahora, sin embargo, sabemos que el calentamiento del clima está alimentando unas condiciones extremas (como las sequías) y un clima extremo (como las megatormentas). El cambio climático aumenta la probabilidad de que haya fenómenos naturales más mortíferos y destructivos.
Pero el cambio climático no es solo cuestión de nuevos récords en las temperaturas o de números en un termómetro. También supone muchos cambios solo perceptibles para las plantas, los animales, los mares y demás. En este capítulo, verás lo que han descubierto los científicos sobre el aumento de las temperaturas y sus efectos. Aún investigan para entender del todo los cambios grandes y pequeños, pero estos nos afectarán a nosotros y a toda forma de vida con la que compartimos el planeta.
A eso se lo llama perturbación climática, es decir, es un cambio climático que perturba, o hace añicos, el modo en que el mundo entero funcionaba. Conlleva unas nuevas condiciones que pueden ser altamente destructivas. La buena noticia es que sabemos cuáles son las causas del cambio climático. Entonces, debido a que tenemos dichos conocimientos, también sabemos lo que podemos hacer para ralentizarlo o detenerlo.
Vivas en el lugar del mundo en el que vivas, tú y otros jóvenes tenéis algo en común. Estáis viendo cómo la perturbación climática se desarrolla y empeora a medida que crecéis.
Durante el siglo XX, la temperatura de las superficies terrestres y marinas de todo el mundo era de una media de 13,9 grados Celsius. A principios de 2020, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) notificó que en 2019 la temperatura mundial había sido una media de 0,95 ºC más alta. De hecho, 2019 fue el segundo año más caluroso jamás registrado, justo por detrás de 2016. El siglo XXI está batiendo un montón de récords de calor. De entre los años más calurosos que se han registrado, nueve de cada diez han sido a partir de 2005, y cinco de ellos, a partir de 2015.
Si la temperatura de una tarde de verano sube menos de un grado Celsius, puede que ni siquiera lo notes. Por tanto, si la Tierra se calentó tan poco en 2019, no tiene importancia, ¿verdad?
Sí que la tiene.
Para que el promedio de la temperatura anual de la superficie de la Tierra suba aunque sea un poco, se requiere una gran cantidad de calor, ya que el océano almacena mucha energía térmica antes de que esta afecte a la temperatura de la superficie. Por eso, que el promedio de la temperatura de la superficie suba un poco representa que ha habido un gran aumento del calor almacenado. «Ese calor extra —dice la NOAA— comporta unas temperaturas regionales y estacionales extremas, reduce las capas de nieve y el hielo marítimo, intensifica las fuertes lluvias y cambia los hábitats de las plantas y de los animales, expandiendo unos y reduciendo otros.»
Groenlandia, por ejemplo, es una enorme isla entre los océanos Atlántico y Ártico. Está cubierta en su mayor parte por una gruesa capa de hielo. En verano de 2019, en un período de cinco días, la capa de hielo de Groenlandia perdió 55.000 millones de toneladas de agua. El hielo se derritió y desembocó en el océano. ¡Esa cantidad de agua bastaría para cubrir el estado de Florida con una profundidad de casi trece centímetros! Los científicos no esperaban que el hielo de Groenlandia se derritiera a tal velocidad hasta 2070. Un simple cambio en las temperaturas puede tener graves consecuencias.
Así es como actúan el cambio climático y la disrupción climática. Pero lo más importante es que eso nos llama a actuar en serio.
El cambio climático es nuestro mayor reto, pero no es algo nuevo. El clima de la Tierra ha cambiado muchas veces. Hace unos veinte mil años, por ejemplo, gran parte del hemisferio norte estaba cubierto de casquetes de hielo. Lo llamamos la Edad de Hielo, pero solo es la glaciación más reciente del período geológico más reciente.
Durante los dos últimos millones de años, se han formado glaciares en los límites más septentrionales del planeta y luego se han fundido, sin dejar de avanzar y de retirarse una y otra vez. Debido a que esos vastos glaciares contenían gran parte del agua de la Tierra en forma de hielo, el nivel del mar bajaba hasta los 125 metros cuando el hielo estaba en su punto más alto y volvía a subir cuando el hielo se derretía.
Anteriormente, durante la era de los dinosaurios, la Tierra era mucho más calurosa que en la actualidad. Hace de 145,5 a 65,5 millones de años, había poco hielo. Los fósiles nos muestran qué plantas y animales de clima cálido habitaban las regiones polares. Muchos científicos creen que incluso antes, hace unos 635 millones de años, nuestro planeta pasó por varios períodos en los que la Tierra era como una bola de nieve, o al menos, como una bola de aguanieve. Estaba cubierta de hielo y nieve, aunque seguramente quedaran aguas abiertas cerca del ecuador.
La paleoclimatología —la ciencia que se ocupa de los climas antiguos— estudia la historia de los cambios climáticos terrestres en el pasado. Los paleoclimatólogos afirman que la mayoría de dichos cambios eran consecuencia de pequeñas desviaciones en la órbita de la Tierra. Esos cambios alteraban la forma en la que la energía del sol se distribuía por la superficie terrestre. Sin embargo, es posible que algunos cambios climáticos del pasado estuvieran causados por grandes fenómenos naturales en la Tierra, como las eras de erupciones volcánicas generalizadas, que duraron miles o incluso millones de años. Aparte de formar algunas rocas y capas de lava del mundo actual, esas erupciones llenaban la atmósfera de gases y partículas, cosa que también reducía la cantidad de energía térmica de la superficie del planeta.
Si el cambio climático forma parte de la historia de nuestro planeta, ¿qué hace que el aumento actual de las temperaturas sea una emergencia?
Que esta vez es culpa nuestra.
La civilización humana floreció después de que acabara la última Edad de Hielo. Todo en nuestra vida está arraigado en las condiciones que nuestra especie conoce desde hace cerca de doce mil años. Esas condiciones cambian con rapidez. Seguirles el ritmo debe de ser el mayor reto al que se ha enfrentado nuestra civilización.
Pero la diferencia clave entre la crisis climática actual y los antiguos cambios climáticos es que somos nosotros los que la estamos causando. Los investigadores de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio de Estados Unidos (NASA) informan que gran parte de la tendencia actual de calentamiento, tal vez toda, tiene causas humanas: «Es altamente probable (más de un 95 por ciento) que casi todo sea resultado de la actividad humana desde mediados del siglo XX».
Nuestras acciones —quemar combustibles fósiles, pero también talar bosques y criar mucho ganado para comer— están cambiando la atmósfera de un modo y a una velocidad que se sale de su curso natural. Estas actividades nuestras añaden gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Un invernadero es un edificio que atrapa y retiene el calor, por lo que la gente puede cultivar flores o fruta en su interior incluso cuando hace mucho frío fuera. Los gases de efecto invernadero funcionan igual, pero a escala mundial.
Mucha de la energía térmica del sol que llega a la Tierra se refleja en el planeta y regresa al espacio. Sin embargo, algunos de los gases de la atmósfera atrapan parte de ese calor cerca de la superficie. Cuando dichos gases aumentan, se retiene más calor, y las temperaturas suben. A su vez, el aumento de las temperaturas conduce a las sequías, las tormentas, los incendios, los deshielos y a otras características de nuestra crisis climática actual.
La forma en que vivimos hoy en día emite constantemente esos gases de efecto invernadero que retienen el calor. Eso significa que estamos calentando el planeta sin parar, de un modo que la Tierra nunca había visto.
En el capítulo 4, descubrirás más cosas sobre la relación entre la actividad humana, el uso de energía, los gases de efecto invernadero y el clima. Pero primero mereces saber quién corre un riesgo mayor si seguimos por este camino. Entonces verás por qué un momento así de peligroso también es un momento de grandes oportunidades.
La mala noticia es que somos los responsables del cambio climático. La buena noticia es que podemos hacer algo al respecto. Ya tenemos los conocimientos, las herramientas y las tecnologías que necesitamos para hacer cosas asombrosas.
Los científicos saben que habrá alguna perturbación climática hagamos lo que hagamos, porque el calentamiento que ya ha empezado no se detendrá de la noche a la mañana. Pero también sabemos que, si no actuamos, el cambio climático será mucho peor. Así que los científicos trabajan constantemente en formas de medir nuestro efecto en el clima y de predecir, o pronosticar, cómo será el clima en el futuro para ayudarnos a determinar de qué manera podemos mantener ese calentamiento al mínimo.
Estos profesionales cuentan con dos cosas: los datos y las herramientas. Los datos son montones de información. A lo largo de los años, se han hecho mediciones de las temperaturas, de las velocidades y direcciones del viento, de la cantidad de precipitaciones, de los niveles de sal en los océanos, del tamaño de los glaciares y de muchas cosas más. Las herramientas son los programas informáticos llamados «modelos», diseñados para imitar el complejo sistema climático de nuestro planeta. Los investigadores prueban un modelo haciendo que reproduzca los cambios pasados y comparando los resultados con el registro histórico. A continuación, formulan hipótesis sobre el futuro para mostrarnos qué cambios podemos esperar en el sistema climático.
Al variar los datos introducidos en el modelo, se pueden responder preguntas del tipo «¿y si?». ¿Y si los humanos empezaran a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero? ¿Y si empezaran a emitir más? ¿Qué papel desempeñan las nubes en una predicción determinada? ¿Qué pasaría si la cantidad de humo procedente de incendios se incrementara cada año?
Usar modelos es todo un reto porque el sistema climático es muy complejo. Existen muchos programas para hacerlo, y cada uno funciona de forma diferente. Además, no todos los investigadores usan los mismos conjuntos de datos en los programas. Por eso los pronósticos del clima futuro difieren. También cambian cuando se recogen nuevos datos o se crean nuevos modelos más precisos. Cuando las investigaciones mostraron que los océanos se están calentando más deprisa de lo que creíamos, por ejemplo, o que el hielo de Groenlandia se está derritiendo con mayor rapidez, esa información cambió muchos pronósticos.
Los puntos de inflexión y los bucles de retroalimentación son otras dos variables que pueden influir en los pronósticos climáticos:
El clima no cambia de forma lineal y regular. Algo que ha estado cambiando poco a poco de repente puede comenzar a hacerlo con rapidez. Eso puede deberse a que las condiciones han llegado a lo que se llama un «punto de inflexión». Imagina que caes lentamente y de forma regular hacia un lado. Habrá un momento en que te desplomarás sin más. Has llegado al punto de inflexión. El resto de tu movimiento lateral será rápido y tal vez catastrófico. Una vez que has llegado a ese punto, no puedes recuperar tu posición vertical.
Lo mismo puede ocurrir con el cambio climático. Por ejemplo, en 2014, los científicos de la NASA y de la Universidad de California en Irvine dieron una noticia alarmante. Llevaban tiempo estudiando el casquete polar de la Antártida occidental, que forma parte de la enorme capa de hielo que cubre el continente del Polo Sur. Dijeron que, en un área del tamaño de Francia, el derretimiento de los glaciares «parece imparable». Lo que una vez fue un lento fluir de hielo derretido hacia el mar, se estaba acelerando de forma significativa porque el agua donde desembocan los glaciares se está calentando cada vez más y los deshace desde abajo.
Según los investigadores, puede que se haya llegado a un punto de inflexión que seguramente señale el fin del casquete polar de la Antártida occidental. Si este sigue derritiéndose, tal como predicen, acabará elevando los niveles del mar entre unos tres y cinco metros. «Un suceso así desplazará a millones de personas en todo el mundo», advirtió uno de los científicos.
Llegar a un punto de inflexión así es algo serio, pero el casquete polar aún puede tardar siglos en derrumbarse del todo. Aunque ya no podamos prevenir completamente el desastre, estamos a tiempo de atrasarlo. El único modo de hacerlo es bajar el ritmo al que el hielo se está deshaciendo y moviendo, y eso quiere decir frenar el calentamiento del planeta. La única manera de hacerlo es reducir la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero que están elevando las temperaturas y alimentando el calentamiento global.
Otra de las complicaciones de los pronósticos del cambio climático son los bucles de retroalimentación; es decir, que un proceso acelera o frena otro proceso, entonces el segundo proceso acelera o frena el primero, y así una y otra vez.
El hielo marítimo nos muestra un bucle de retroalimentación en acción. Este flota en el agua del océano Ártico y en los bordes de la Antártida. Las cálidas temperaturas hacen que parte de este se funda en verano. Entonces, una superficie que antes estaba cubierta de hielo blanco ahora está cubierta de agua oscura. El hielo blanco refleja el calor del sol y lo expulsa de la superficie de la Tierra, pero el agua oscura absorbe el calor. Así que, cuando la tendencia al calentamiento derrite algo de hielo, hay menos hielo para reflejar el calor y más agua abierta para absorberlo. Eso incrementa la tendencia al calentamiento, que hace que se derrita el hielo con más rapidez. Si no pasa nada que rompa el círculo, seguirá así hasta que en verano no haya nada de hielo.
La retroalimentación también ocurre con el permafrost, la tierra que se mantiene helada durante todo el año bajo la superficie en los lugares fríos, como las montañas altas y las regiones polares. El permafrost contiene materiales que una vez estuvieron vivos, como plantas y bacterias. Cuando las temperaturas se elevan lo suficiente, el permafrost empieza a descongelarse y la materia orgánica se descompone. Este proceso libera metano y dióxido de carbono, dos gases de efecto invernadero. El hecho de añadir más gases a la atmósfera acelera el calentamiento que, a su vez, acelera la descongelación..., y ya tenemos otro bucle de retroalimentación. Dichos bucles complican los modelos porque no siempre se pueden predecir.
Eso quiere decir que el cambio climático es un campo de estudio que se mueve muy deprisa, y los científicos deben desarrollar nuevas herramientas más precisas para recopilar información y proyectar modelos sin descanso. Los investigadores proporcionan información vital sobre lo que le sucederá a nuestro clima si no hacemos nada, y también sobre los cambios que podemos llevar a cabo para conseguir mejores resultados.
Puede que los modelos climáticos de los científicos produzcan gran variedad de escenarios futuros, pero muchos de ellos empiezan en el mismo momento del pasado.
Ese punto de inicio es la temperatura media mundial de finales del siglo XIX, alrededor de 1880. A partir de dicho punto, los científicos miden la temperatura actual y, a continuación, pronostican aumentos de 1,5 ºC, de 2 ºC y más.
¿Por qué esos números? Porque, en 2016, cerca de doscientos países firmaron el Acuerdo de París, que formaba parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. El Acuerdo de París fijó el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar que la temperatura mundial aumentara más de 2 ºC por encima de los niveles preindustriales, pero esforzándose para mantener dicho aumento por debajo del objetivo de 1,5 ºC. Se creyó que eran los objetivos más bajos a los que se podía aspirar.
La diferencia entre 1,5 ºC y 2 ºC puede parecer pequeña, pero es muy significativa. En septiembre de 2018, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) —un gran equipo internacional que las Naciones Unidas creó en 1988 para proporcionarle al mundo información científica sobre el cambio climático de causas humanas— publicó un informe que comparaba los efectos de 1,5 ºC de calentamiento global con los de 2 ºC. Las diferencias son enormes.
Con un calentamiento de 2 ºC, comparado con uno de 1,5 ºC, 1.700 millones de personas más correrían el riesgo de sufrir olas de calor severas cada cinco años. Los niveles del mar aumentarían unos diez centímetros adicionales. Debido a esas y más razones, 1,5 ºC de calentamiento es un objetivo mucho mejor que 2 ºC.
¿Es plausible alcanzar ese objetivo?
Cuando se escribió este libro, el mundo ya se había calentado 1 ºC desde el siglo XIX. La Organización Meteorológica Mundial, que monitoriza la temperatura, pronostica que aún vamos camino de calentar el mundo entre 3 ºC y 5 ºC para finales de este siglo. Como ya hemos visto, 2019 fue el segundo año más caluroso jamás registrado. Mientras este libro se estaba terminando, 2020 se encaminaba a estar en el top cinco. Sin embargo, la temperatura no es la única medida relevante. En noviembre de 2019, un informe de la NOAA reveló que el nivel del mar había subido entre veintiún y veinticuatro centímetros desde 1880. Durante la mayor parte del siglo XX, se elevó 1,4 milímetros al año. No obstante, de 2006 a 2015, el mar subió una media de 3,6 milímetros al año. Eso quiere decir que el crecimiento de los océanos se está acelerando, al igual que el aumento de las temperaturas.
El punto de referencia para medir
el cambio
Muchos países del mundo firmaron el Acuerdo de París, en el que se dice que tratarán de limitar el calentamiento del planeta a 2 ºC por encima de los niveles preindustriales o, aún mejor, a 1,5 ºC si es posible. Pero ¿qué son los niveles preindustriales?
El Acuerdo de París no define este término con exactitud, pero sabemos que se refiere a la temperatura mundial antes del auge de las industrias modernas alimentadas con combustibles fósiles. Como verás en el capítulo 4, esta industrialización empezó alrededor de 1770, así que el punto de referencia ideal para medir el cambio climático sería la temperatura mundial de aquella época.
Por desgracia, existen pocos registros fiables de las temperaturas anteriores a 1850. Los científicos pueden estimar rangos a partir de evidencias físicas, como los anillos de crecimiento de los árboles y los testigos de hielo, largos tubos de hielo antiguo que se extraen con cuidado de lugares como Groenlandia y la Antártida. También se usan modelos informáticos que se basan en datos como la posición de la Tierra en relación con el Sol y la cantidad de ceniza y de otras partículas en la atmósfera debido a erupciones volcánicas. Pero, por razones prácticas, muchos modelos climáticos utilizan los años 1850-1900 o 1880-1900 como punto de referencia, porque fue entonces cuando se empezó a registrar de manera fiable la temperatura mundial.
Cierta cantidad del calentamiento futuro ya está fijado, así que el nivel del mar no dejará de elevarse. En el peor de los casos, si las emisiones de gases de efecto invernadero permanecen en sus valores actuales, en 2100 el nivel del mar podría llegar a ser 2,5 metros más alto que en el año 2000. Eso inundaría inmensas áreas de las costas bajas del mundo y devastaría decenas de grandes ciudades. Convertiría a millones de personas, tal vez a miles de millones, en refugiados climáticos que se verían obligados a huir incluso a otros países.
A no ser que hagamos algo al respecto. La NOAA pronostica que, si los humanos reducen sus emisiones de gases de efecto invernadero lo máximo posible para frenar el calentamiento del planeta y la fusión del hielo, en 2100 el nivel del mar seguramente será 0,3 metros más alto que en el año 2000. La diferencia con los 2,5 metros antes mencionados es inmensa, y por eso la gente joven como Greta Thunberg está tan frustrada con la inacción de los políticos, que no dan los pasos necesarios para reducir drásticamente el cambio climático.
Sin embargo, mantener el calentamiento por debajo de 1,5 ºC será como hacer virar un barco enorme. Los autores del estudio del IPCC vieron que eso significaría reducir las emisiones mundiales de dióxido de carbono casi a la mitad en 2030, y anular las emisiones mundiales en 2050. No solo en un país, sino en todas las grandes economías del planeta.
¿Qué deberíamos hacer para conseguir que eso ocurra? El dióxido de carbono (CO2) es el gas de efecto invernadero que más contribuye al calentamiento global. Se emite cuando quemamos madera, carbón, petróleo y gas. Deforestar, conducir, volar y muchas actividades industriales, como las centrales eléctricas que queman combustibles fósiles, liberan dióxido de carbono.
La cantidad de CO2 en la atmósfera ya ha sobrepasado los niveles seguros, así que alcanzar el límite de 1,5 ºC significaría eliminar gran parte de dicho gas. Eso se podría hacer mediante tecnología diseñada para capturar y almacenar dióxido de carbono, pero es una solución limitada, tal como verás en el capítulo 7. También podríamos hacerlo a la vieja usanza, plantando miles de millones de árboles y otras plantas, que extraen el CO2 de la atmósfera y lo sustituyen por oxígeno. Aun así, ninguna solución es lo bastante buena por sí sola. El informe del IPCC dice que, para conseguir nuestros objetivos, necesitamos hacer enseguida «cambios en todos los aspectos de la sociedad».
Debemos decidir cambiar de inmediato cómo producimos energía, cómo generamos comida, cómo nos movemos por el mundo y cómo están construidos los edificios. Entre otras posibilidades, podemos reemplazar los combustibles fósiles por fuentes de energía limpia y renovable como la solar y la eólica, construir redes de trenes eléctricos rápidos para reducir la conducción y el vuelo, y diseñar casas y edificios de oficinas que requieran menos energía para calentarse y refrescarse.
Pero, además, debemos pensar en cambios más profundos. Lo que también podríamos hacer es usar menos energía en lugar de simplemente cambiar de dónde la conseguimos. Podríamos reducir la cantidad de personas que conducen si mejoráramos el transporte público, incluso si lo hiciéramos gratuito. Como cada producto que compramos implica usar energía en cada etapa de su proceso de fabricación y de transporte (¡incluso en los productos considerados ecológicos!), podríamos decidir entre todos comprar y consumir menos.
Es el mayor reto al que nos hemos enfrentado los humanos. ¿Estamos preparados?
Aún tenemos tiempo de alcanzar ese objetivo de 1,5 ºC, pero solo si actuamos ahora.
El calentamiento no es el único factor que pone en peligro nuestro planeta. Muchas otras actividades humanas están cambiando el mundo natural y rápidamente hacen que este difiera mucho de los lugares bonitos y abundantes que todos habéis visto en los documentales de naturaleza sobre selvas y océanos.
La dura verdad es que muchas de las formas de vida con las que compartimos planeta se encuentran en un estado crítico. Algunas de ellas están perdiendo sus hogares porque la actividad humana está llenando los humedales, arando las praderas, contaminando el agua con productos químicos y plástico, y aplastando los arrecifes en los que viven. Algunas criaturas son incapaces de adaptarse a las temperaturas cambiantes. Por ejemplo, varias especies de aves no logran encontrar sus alimentos de temporada porque ahora las plantas florecen antes de que las aves regresen de la migración. A otros animales se los caza hasta la extinción. Además, debido a que los humanos acaban de empezar a explorar las profundidades marinas, desaparecerán especies antes incluso de que sepamos que existen.
También estamos talando árboles a un ritmo alarmante. Hay empresas que cosechan árboles para producir combustible, para fabricar papel y otros productos, y para despejar zonas para criar ganado o establecer plantaciones de productos como maíz, soja y azúcar.
Por ejemplo, grandes extensiones de bosque en la isla de Borneo, en el Sudeste Asiático, se han destruido debido a la demanda de aceite de palma, que se usa en muchos alimentos, vitaminas, productos de belleza y otros bienes de consumo. El hábitat natural de incontables especies de animales y de plantas se ha remplazado por hileras de palmas que se cosechan para obtener dicho producto. En otros lugares, como en vastas zonas de la selva amazónica, los árboles se talan o se queman de forma deliberada para abrir espacio para pastos de ganado.
El cambio climático empeora los efectos de tan malas decisiones. Por ejemplo, los bosques que ya están amenazados por la deforestación humana también están muriendo más deprisa a medida que los insectos que destruyen árboles se desplazan a nuevos territorios que se han vuelto más cálidos a causa del cambio climático. Evidentemente, eso crea un bucle de retroalimentación, porque cuando un árbol muere, deja de extraer CO2 de la atmósfera. Los árboles muertos también están más secos que los vivos; es más probable que se incendien.
Sin embargo, nuestras acciones no solo dañan el planeta, el medio ambiente y otras formas de vida. También nos perjudican a nosotros, y no siempre de maneras que resulten fáciles de ver. Un ejemplo es el efecto del dióxido de carbono en nuestra comida.
Los científicos han descubierto que, cuando sube la cantidad de CO2 en la atmósfera, la calidad nutricional de las cosechas baja. Se han realizado experimentos en los que se rodearon parcelas descubiertas de arroz y de trigo con máquinas que añadían CO2 al aire. Los niveles de proteína, hierro, zinc y algunas vitaminas del grupo B de los granos de esas plantas fueron más bajos de lo normal.
Si los gases de efecto invernadero siguen aumentando, nuestras cosechas pueden volverse menos nutricionales en general, lo que incrementaría los problemas de hambre y de enfermedades. Lo que es aún más grave es que seguramente, si el cambio climático sigue su curso actual, el calor y la sequía harán que grandes superficies de tierra queden inservibles para producir comida.
Todos podemos hacer cambios en nuestra vida cotidiana para frenar el calentamiento global y asegurarnos de que eso no ocurra. Podemos seguir el ejemplo de Greta Thunberg y convencer a nuestras familias de que dejen de comer carne y de viajar en avión. Seguir una dieta vegetariana dos días a la semana o tomar un vuelo menos al año ya es un comienzo. Pero, aunque nuestras decisiones individuales marcan la diferencia, cada persona por sí sola no puede conseguir los cambios radicales que necesitamos. Si vamos a cambiar las cosas, son los gobiernos, las empresas y las industrias —incluidas las mayores fuentes de gases de efecto invernadero— quienes deben tomar decisiones muy diferentes.
Los jóvenes activistas climáticos están al corriente de ello, y por eso tomaron las calles. Por eso es tan importante que todos nos unamos y hagamos oír nuestra voz, que digamos a nuestros líderes que el futuro nos preocupa muchísimo y que ayudemos a trazar una mejor forma de avanzar. Ahora que has descubierto lo que saben los activistas climáticos, este libro te enseñará cómo te puedes involucrar.
Porque, al unirnos para poner freno al aumento de las temperaturas, también damos vía libre a un mundo más justo e igualitario.