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Un nuevo pacto ecológico

Los científicos climáticos del mundo nos han dicho lo que debemos hacer para mantener bajo control el calentamiento de nuestro planeta. Tendremos que cambiar casi por completo las maneras de obtener energía, de usar los recursos y de vivir. ¿Parece imposible un cambio de tal magnitud?

No lo es. Lo hemos hecho más de una vez. Lo hemos hecho en momentos en que el país y el mundo estaban en crisis, y hoy en día el mundo está en una crisis climática y económica.

EL NEW DEAL ORIGINAL

En los años treinta, hubo un cambio de gran envergadura en Estados Unidos. Bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt, el país puso en marcha decenas de programas que cambiaron el Gobierno y la economía. A esos programas juntos se los llamó New Deal.

El telón de fondo del New Deal fue una catástrofe económica llamada la Gran Depresión. Empezó en octubre de 1929. Había tal flujo de dinero de los inversores en la bolsa de valores que los precios de muchas acciones alcanzaron valores muy altos. Tales inversiones pueden crear inestabilidad económica porque siempre están sujetas a ciclos de subidas y bajadas. Esta vez, la gente entró en pánico cuando se dijo en los informes que las acciones estaban demasiado caras y que se preveía que perderían valor. En solo una semana, los inversores, nerviosos, vendieron una gran cantidad de participaciones. El valor de estas cayó de repente y de forma drástica, cosa que conmocionó toda la economía.

Los bancos quebraron. Los negocios cerraron. Millones de personas perdieron el empleo. La mayoría de los que aún trabajaban sufrieron grandes recortes salariales. El Gobierno también empezó a estar apurado, porque los ingresos provenientes de los impuestos se redujeron enseguida. A medida que el comercio internacional se debilitaba y se desplomaba, la crisis económica se extendió a otros países.

Estados Unidos jamás había experimentado una pobreza, un sufrimiento y un hambre tan generalizados. Surgieron barrios de chabolas. Las personas que ya no podían pagar el alquiler o encontrar trabajo construían refugios como podían con trozos de madera, ropa vieja y cartón. Deambulaban por los pueblos, las ciudades y las zonas rurales del país en busca de trabajo o pidiendo comida. Los negros fueron los más afectados. Fueron los primeros en perder el trabajo, y su tasa de desempleo era mayor que la de los blancos.

Al principio, el Gobierno no hizo casi nada. No existían programas federales que proporcionaran a la sociedad una red de seguridad para ayudar a los desempleados, a los ancianos y a los discapacitados.

Pero después de que Roosevelt se convirtiera en presidente en 1933, prometió que ofrecería un «nuevo pacto» a los estadounidenses. Para combatir la miseria y el colapso de la Gran Depresión, su Administración puso en marcha una oleada de nuevas políticas, programas e inversiones públicas. Se introdujeron leyes de salario mínimo para proteger a los trabajadores de unos sueldos extremadamente bajos. Se creó la Seguridad Social para dar a los ancianos una fuente de ingresos y para ayudar a los discapacitados que no podían trabajar.

Debido a que la causa principal de la Gran Depresión fue el comportamiento imprudente de los bancos, que habían usado el dinero de sus clientes para hacer inversiones arriesgadas en la bolsa o para dejar dinero a empresas en las que los trabajadores del banco tenían acciones, una parte importante del New Deal fueron las nuevas regulaciones para evitar que los bancos volvieran a caer en los mismos errores. Una Ley de Emergencia Bancaria permitió que los bancos reabrieran, pero bajo supervisión federal. Se entendía que esas estrictas regulaciones eran necesarias para la salud general de la economía, así como ahora los científicos reclaman que haya una regulación estricta de las emisiones de gases de efecto invernadero para la salud general del planeta.

Otros programas del New Deal llevaron electricidad por primera vez a gran parte de las zonas rurales de Estados Unidos y generaron una oleada de viviendas de bajo coste en las ciudades. En el centro del país, donde la sequía había cubierto vastas extensiones de tierras de cultivo con grandes nubes de polvo, el apoyo agrícola se centró en proteger el suelo. Dichos programas crearon puestos de trabajo y aseguraron el sustento de la gente, por lo que ayudaron a que el país se recuperara.

Una de las formas en las que el New Deal combatió el desempleo fue con el programa llamado Cuerpo Civil de Conservación (CCC). Esta organización se creó para proporcionar trabajo a jóvenes y adolescentes. Los voluntarios tenían que inscribirse durante al menos seis meses. Les proporcionaban comida, alojamiento en los dormitorios del campo de trabajo y se les pagaba un pequeño salario mensual, que en gran parte debían mandar a casa para ayudar a la familia. Durante su estancia en el CCC, miles de ellos aprendieron a leer y a escribir, o adquirieron nuevas aptitudes laborales.

Los voluntarios, a cambio de esos beneficios, trabajaban en proyectos públicos, sobre todo al aire libre y en el oeste. Los beneficios para el medio ambiente fueron muchos. Se plantaron más de 2.300 millones de árboles durante la existencia del CCC. Construyeron o mejoraron carreteras, puentes, diques y presas para controlar inundaciones, así como otras estructuras. Muchos proyectos estaban localizados en los parques nacionales y estatales, incluyendo los 800 nuevos parques que el CCC ayudó a crear. Hoy en día aún se puede ver una gran cantidad de esas estructuras.

El CCC, en su momento álgido, en 1935, tenía medio millón de voluntarios y 2.900 campos. Hasta tres millones de estadounidenses pasaron por el CCC durante los nueve años que duró el programa. Los negros podían participar, pero los campos estaban segregados por raza. Las mujeres no podían inscribirse, excepto en un campo donde aprendían a hacer conservas y otras tareas domésticas.

Algunos programas del New Deal dejaron un legado duradero en Estados Unidos. La Administración del Progreso de Obras contrató a gente para construir escuelas, carreteras, aeropuertos y más.

En total, se crearon más de treinta agencias nuevas entre 1933 y 1940, y el Gobierno contrató directamente a más de diez millones de personas.

El mayor defecto del New Deal fue que favorecía de forma escandalosa a los hombres blancos. Las mujeres, las personas negras, los latinos y los indígenas no salieron tan bien parados. Aun así, se demostró que una sociedad puede conseguir grandes cambios en solo diez años. El New Deal expresaba un cambio de valores. El foco de atención dejó de estar en la riqueza y en los beneficios a toda costa y se puso en el hecho de ayudar a los demás y de reconstruir una economía y una sociedad más seguras.

Junto con el cambio de valores se produjeron unas modificaciones rápidas en las responsabilidades gubernamentales y en los gastos federales. El Gobierno, para hacer frente a una crisis urgente, actuó deprisa y llevó a cabo una gran transformación. Cuando hoy en día la gente dice que no hay suficiente dinero para pagar los cambios necesarios para luchar contra el cambio climático, o que un gobierno o una economía no pueden moverse con tanta rapidez, el New Deal nos recuerda que sí se puede hacer.

No obstante, no todo lo pagó el Gobierno federal con los dólares de los contribuyentes. La Administración de Roosevelt creó programas de seguros y de préstamos que animaban a los bancos y a la gente a invertir en la economía. El New Deal se pagó con una mezcla de dinero público y privado, y sacó a millones de familias de la pobreza. En la actualidad puede pasar lo mismo —sin las exclusiones raciales y de género— si decidimos cambiarlo todo.

«Vivo aterrada al pensar que puede que estemos perdiendo a esta generación —dijo Eleanor Roosevelt en 1934—. Debemos hacer que los jóvenes participen de forma activa en la vida comunitaria y que sientan que son necesarios.»

La mujer del presidente Franklin D. Roosevelt sentía que el New Deal no hacía lo bastante por la gente joven. Muchos no lograban encontrar trabajo. Otros no podían permitirse seguir estudiando. Eleanor Roosevelt se unió a los educadores e impulsó un programa dirigido especialmente a ellos.

El resultado fue la Administración Nacional por la Juventud (NYA), creada en 1935. Esta concedía dinero a estudiantes de secundaria y universitarios a cambio de que trabajaran a tiempo parcial. Eso les permitía seguir estudiando sin tomar préstamos. Por ejemplo, un joven de Idaho daba clases en el local de la YMCA a cambio de recibir la beca de la NYA que le permitía seguir estudiando en una universidad pública.

Para la gente joven que no estudiaba pero que tampoco encontraba trabajo, la NYA ofrecía formación en programas de trabajo federales. Más adelante pasó a centrarse en enseñar aptitudes laborales a los jóvenes, como costura o reparación de coches.

Después de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, los jóvenes adquirieron habilidades relacionadas con la defensa nacional. La NYA enseñó a las chicas a usar máquinas de rayos X en los hospitales, a trabajar con herramientas como taladros en una planta de fabricación de aeronaves y a montar radios.

Los artífices del New Deal crearon la NYA porque vieron que no podían ignorar a los jóvenes. Estos, al igual que los de hoy en día, se negaron a que no los tuvieran en cuenta. Tu generación formará parte de los cambios que llevemos a cabo para abordar los problemas del cambio climático y de la injusticia. Así como la gente joven de entonces encontró la manera de usar sus habilidades o de aprender unas nuevas, en el próximo capítulo verás que las aptitudes que ya tienes, o las que adquirirás, pueden resultar valiosas para tu activismo.

UN PLAN MARSHALL PARA LA TIERRA

El New Deal no fue el único momento de la historia moderna en que la gente experimentó cambios drásticos mediante una acción rápida y a gran escala. Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los países aliados cambiaron sus industrias de la noche a la mañana para luchar contra la Alemania de Hitler. Las fábricas que se dedicaban a manufacturar productos para el consumidor, como lavadoras y coches, pasaron a fabricar barcos, aviones y armas a una velocidad sorprendente.

La gente también cambió su modo de vida. Para que hubiera combustible disponible para el ejército, dejaron de conducir o lo hicieron menos. En el Reino Unido, prácticamente no se usaban los coches a no ser que fuera necesario. Los norteamericanos también conducían mucho menos. Entre 1938 y 1944, el uso del transporte público, como los autobuses y los trenes, aumentó un 95 por ciento en Canadá y un 87 por ciento en Estados Unidos.

La gente cultivaba su propia comida en los patios y en los terrenos comunitarios para que las cosechas agrícolas estuvieran disponibles para el ejército. En 1943, veinte millones de hogares estadounidenses tenían huertos. Eso quiere decir que tres quintas partes de la población del país cultivaban vegetales frescos.

Entonces, cuando terminó la guerra, el oeste y el sur de Europa quedaron en un estado deplorable. Las economías estaban arruinadas, al igual que muchas ciudades y paisajes.

El Secretario de Estado de Estados Unidos, George C. Marshall, convenció al Congreso para reconstruir los países europeos, incluida Alemania, su principal enemigo durante la guerra. Argumentó que habría beneficios a largo plazo para Estados Unidos y para el capitalismo. Una Europa en recuperación proporcionaría un mercado creciente para los productos estadounidenses.

En abril de 1948, el Congreso acordó llevar a cabo lo que se llamó el Plan Marshall. Se acabaron destinando un total de 12.000 millones de dólares a lo que fue el mayor programa de ayuda en la historia del país. Empezó con el envío de comida, de combustible y de suministros médicos. El siguiente paso fue invertir en la reconstrucción de centrales eléctricas, fábricas, escuelas y ferrocarriles.

El Plan Marshall contribuyó mucho a poner de nuevo en pie las fábricas, las empresas, las escuelas y los programas sociales europeos. Tal como había predicho Marshall, Estados Unidos también se ayudaron a sí mismos, pues forjaron unos lazos comerciales y políticos más fuertes con sus vecinos del otro lado del Atlántico. Dichos países estuvieron listos para participar en el comercio internacional mucho antes de lo que lo habrían estado sin el Plan Marshall.

Hoy en día, con la crisis climática que tenemos encima, algunas personas han pedido un Plan Marshall global o ecológico. Una de las primeras en mencionarlo fue Angélica Navarro Llanos.

Conocí a Llanos en 2009. En aquel momento, ella representaba a Bolivia en los encuentros internacionales. Acababa de dar un discurso en una conferencia climática de las Naciones Unidas en el que había dicho:

Millones de habitantes de islas pequeñas, de países menos desarrollados y de países interiores, así como algunas comunidades vulnerables de Brasil, la India, China y de todo el mundo, sufren los efectos de un problema del que no son responsables... Necesitamos un Plan Marshall para la Tierra... para asegurarnos de que reducimos las emisiones a la vez que aumentamos la calidad de vida de la gente.

Un Plan Marshall para la Tierra sería una manera de que las naciones más ricas e industrializadas pagaran su deuda climática al resto del mundo, como hablamos en el capítulo 3. Aparte de transformar sus propias economías al pasar de los combustibles fósiles a la energía renovable, podrían proveer de recursos al resto del mundo para que hiciera lo mismo. Así también se podría sacar de la pobreza a grandes sectores de la humanidad y proporcionar servicios que ahora mismo hay gente que no tiene, como electricidad y agua limpia.

Si vamos a preparar el mundo para enfrentarnos al cambio climático y luchar contra él, debemos empezar por pedir que no se creen nuevas minas de carbón, plataformas marítimas para la extracción de petróleo y proyectos de fracturación hidráulica. Pero, además, debemos recortar, y con el tiempo detener, el uso de las minas, de las plataformas de perforación y de los terrenos de fracturación hidráulica ya existentes. Al mismo tiempo, a medida que reducimos el uso de combustibles fósiles —y las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de otras actividades como la agricultura industrial—, también debemos incrementar rápidamente la utilización de energías renovables y de métodos de cultivo ecológicos, de modo que a mediados de este siglo logremos rebajar a cero nuestras emisiones mundiales de carbono.

La buena noticia es que podemos hacer todo eso con las herramientas y la tecnología que ya tenemos. Y no solo eso, podemos crear cientos de millones de buenos empleos por todo el mundo a medida que pasamos de una economía basada en los combustibles fósiles a una economía sin emisiones de carbono. Se crearían puestos en muchos tipos de trabajo:

¿Resultarían caros tales programas? Sí, pero el New Deal y el Plan Marshall demostraron que los gobiernos encuentran recursos cuando es necesario. Más recientemente, el Gobierno de Estados Unidos destinó enormes sumas de dinero para rescatar instituciones financieras en quiebra y para sacar a flote la economía después de la crisis financiera y la recesión de 2008-2009 y, de nuevo, en medio de la desaceleración económica de la covid-19. El dinero está ahí, siempre que la necesidad sea evidente y que la gente lo pida.

Y la necesidad de actuar a favor del clima es más que evidente. La gente y los movimientos, en Estados Unidos y por todo el mundo, exigen a sus gobiernos que aborden la crisis climática con extensos programas de cambios.

Lo que nos falla es nuestra dependencia de los combustibles fósiles, el poder de las multinacionales energéticas y de agroindustria y el completo dominio que tienen los negocios. No solo destruyen el planeta, sino que también destruyen la calidad de vida de la gente.

La brecha creciente entre los ultrarricos y todo el resto, la forma en que se pisotean los derechos de los pobres y de los indígenas y el derrumbamiento de puentes, presas y demás construcciones públicas afectan a las personas tanto como los efectos del cambio climático. ¿Se puede confiar en nuestro sistema económico actual para cambiar eso? Es poco probable. El auge de las ideas del mercado libre ha debilitado la noción de que los gobiernos son los responsables de regular lo que pueden hacer las empresas. Sin regulaciones, estas no tienen motivo para actuar contra sus propios intereses.

Para llevar a cabo la profunda transformación que se necesita y asegurarnos de tener el mejor futuro posible, precisamos de un plan que aborde el cambio climático y que, además, reforme el modelo económico que lo está causando. Podríamos construir sociedades y economías que protegiesen y renovasen los sistemas que sustentan la vida en nuestro planeta, a la vez que se respetara y se apoyara a todos los que dependemos de dichos sistemas.

Llevar a cabo un cambio tan grande y tan amplio es una tarea enorme. Al igual que con el New Deal, la Segunda Guerra Mundial y el Plan Marshall, se necesitarán nuevas leyes y regulaciones para provocar una transformación masiva. Para pagarla, los gobiernos tendrán que cambiar sus hábitos de gasto. Se han desarrollado numerosas visiones de cómo será dicha transformación. Para subrayar el hecho de que ya tenemos un precedente en nuestra historia, a la mayoría se las llama Green New Deal.

EL GREEN NEW DEAL... Y MÁS

A finales de 2018, los jóvenes activistas climáticos de un grupo llamado Sunrise Movement fueron noticia cuando organizaron una sentada en la oficina de la que pronto sería la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. El movimiento juvenil consideraba que sus líderes no hacían lo suficiente contra la crisis climática, así que llevaron la crisis al Gobierno.

Incluso los miembros de Sunrise Movement que eran demasiado jóvenes para votar mostraban un vivo interés en la política. Instaban a los candidatos a rechazar donaciones de la industria de los combustibles fósiles y apoyaban a los que favorecían la energía renovable.

Sobre todo, los miembros de Sunrise Movement exigían a los políticos que planearan un Green New Deal. Un plan así acabaría con la dependencia del país en los combustibles fósiles y, a la vez, generaría empleos seguros para el medio ambiente y garantizaría la justicia social y climática.

La idea de crear una versión ecológica del New Deal existe desde mediados de la década de los años 2000. Varios economistas, ecologistas y algunos políticos plantearon la idea en Estados Unidos, en Gran Bretaña y en las Naciones Unidas. Sin embargo, en otoño de 2018, se convirtió en un tema político de actualidad cuando el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU presentó un informe en el que se detallaban las acciones necesarias para alcanzar el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5 ºC en el año 2100, tal como hablamos en el capítulo 2.

A principios de 2019, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez y el senador Ed Markey presentaron en el Congreso de Estados Unidos un posible plan que proponía un Green New Deal.

Con la propuesta se pedía al Congreso que se comprometiera a reducir las emisiones de carbono hasta anularlas, así como a conseguir con gran rapidez que toda la energía proviniera de fuentes limpias y renovables. Las formas de hacerlo incluyen:

Los objetivos de la versión del Green New Deal que ofrecieron Ocasio-Cortez y Markey iban más allá de reducir el carbono, pues también pretendían mejorar la sociedad a través de cambios de gran envergadura. Se quería garantizar que todos los estadounidenses tuvieran un trabajo en el que ganaran lo suficiente para mantener a su familia, que pudiesen acceder a la educación —la universitaria incluida—, atención sanitaria de calidad, una vivienda segura y barata y «agua limpia, aire limpio, comida saludable y asequible y contacto con la naturaleza». Se remarcaba que todas esas cosas eran derechos, no privilegios, y que nunca se debería privar a la gente de ellos por el simple hecho de no tener dinero.

El Green New Deal pretendía poner en práctica los ideales de justicia y ecuanimidad, así como luchar contra el cambio climático. Los beneficios irían mucho más allá del hecho de limitar el aumento de las temperaturas. Los empleos y la protección medioambiental recibirían un enorme impulso que salvaría vidas. Las estructuras que mantienen desigualdades e injusticias —entre negros y blancos, entre ciudadanos e inmigrantes, entre mujeres y hombres, entre indígenas y no indígenas— empezarían a cerrarse.

La resolución que presentaron el senador Markey y la congresista Ocasio-Cortez no se aprobó. Pero varios miembros del Gobierno apoyan algún tipo de Green New Deal, aunque algunos solo quieren centrarse en las soluciones medioambientales y climáticas. La presión del público no va a desaparecer. El Green New Deal, revisado, se volverá a presentar en el Congreso.

También existe presión para aprobar planes similares en otros países. En Canadá, en Australia, en la Unión Europea, en el Reino Unido y en otros países, los votantes y los líderes tendrán que escoger: comprometerse con un Green New Deal o dejar que los negocios sigan añadiendo carbono a la atmósfera.

Si decidimos adoptar un Green New Deal, debemos aprender de nuestros errores. Debemos asegurarnos de que no se excluye ni se deja atrás a nadie por carecer de poder político. Debemos reconocer que los intereses comerciales no concuerdan con los de las personas ni con los del planeta. No debemos permitir que las grandes empresas lo decidan todo, aunque también tenemos que mantener la economía a flote, incluso los negocios que no quieren formar parte de la solución. Debemos buscar un cambio profundo que se base en una toma de decisiones compartida y democrática, donde se escuchen todas nuestras voces.

Necesitamos mucho más que un New Deal pintado de verde y que un Plan Marshall con paneles solares.

El New Deal original centralizó muchas presas y centrales eléctricas que funcionaban con combustibles fósiles. En cambio, necesitamos fuentes de energía eólica y solar y, siempre que sea posible, que sean propiedad de las comunidades donde se instalen.

En vez de crear extensos barrios residenciales para los blancos y de proyectar viviendas en zonas marginales para los negros, necesitamos viviendas urbanas sostenibles, con un buen diseño, en las que haya integración racial y cero emisiones de carbono. No deberían planearlas solo los promotores inmobiliarios y los inversores que lo único que buscan es sacar beneficio, sino que deberían construirse con el aporte de las comunidades en conjunto.

En vez de ceder la conservación de nuestros recursos naturales y de las tierras públicas a agencias militares y federales, necesitamos empoderar a los indígenas, a los pequeños agricultores y granjeros y a la gente que practica la pesca sostenible. Ellos pueden liderar la reforestación, reparar los pantanos y renovar el suelo y los arrecifes.

En otras palabras, necesitamos cosas que nunca hemos probado a gran escala. Necesitamos construir una sociedad que gire alrededor de la noción de que el bienestar de todo el mundo importa más que el crecimiento económico. Solo entonces podremos alejarnos de verdad de la contaminación y de la injusticia climática.

Otra cosa que aún no hemos probado es pagar la deuda climática sobre la que leíste en el capítulo 3. Eso beneficiaría al mundo entero, ya que se ayudaría a los países más pobres a reducir sus emisiones de carbono y a avanzar hacia el uso de energía limpia.

También podríamos intentar rechazar un modo de vida que se centra en comprar. El mundo no tiene suficientes recursos ni energía para que todos nos dejemos llevar por el lujo del consumo. Sin embargo, podríamos mejorar la calidad de vida de todo el mundo de maneras diferentes.

Estados Unidos y muchas otras sociedades se han quedado atrapadas en la creencia de que calidad de vida quiere decir trabajar más duro, consumir sin parar y hacerse rico. Pero, si eso nos hiciera felices de verdad, ¿veríamos unos niveles tan altos de estrés, depresión y adicciones? ¿Y si la economía estuviera montada para que la gente trabajara menos y tuviera más tiempo para dedicarlo a sus amigos, a sus aficiones, a la naturaleza y a crear y disfrutar del arte? Las investigaciones demuestran que tales cosas —que requieren mucha menos energía y menos recursos que el flujo constante de objetos de consumo— sí que incrementan la felicidad.

Ante todo, la salud del planeta determinará la calidad de nuestra vida. Los cientos de miembros del Sunrise Movement que llenaron los pasillos del Congreso llevaban camisetas en las que ponía: «Tenemos derecho a un futuro habitable y a buenos trabajos». Llevaban pancartas en las que se leía: «Tenemos doce años. ¿Cuál es vuestro plan?». No solo criticaban los problemas, sino que ofrecían mucho más. Ofrecían una historia sobre cómo podía llegar a ser el mundo después de un cambio profundo y tenían un plan para conseguirlo.

Al movimiento climático se le da bien decir que no: no a la contaminación y no a seguir perforando y extrayendo combustibles. El Green New Deal es diferente. Es un gran sí, un sí valiente, que acompaña a esos noes. No nos dice solo lo que no podemos hacer, sino que nos muestra que el cambio está al alcance de nuestras manos.

Tu generación está difundiendo el Green New Deal. La gente joven nos dice que los políticos no pueden seguir eludiéndolo, y no les falta razón.

Si rechazamos la idea de que la naturaleza es algo que los humanos deben conquistar y agotar, ¿qué ideas surgen? ¿Existen formas diferentes de ver el mundo y nuestro papel en él?

Sin duda. Un ejemplo de ello es la expresión «buen vivir». Los movimientos sociales de Ecuador y de Bolivia la utilizan para referirse al hecho de vivir bien juntos. Se trata de una visión de la vida arraigada en las creencias de los pueblos indígenas de esos países. Promueve las relaciones armoniosas, no solo entre las personas, sino también con el mundo natural. El buen vivir respeta las culturas, los valores comunitarios compartidos y a los otros seres vivos. Considera que los humanos viven en colaboración con la Tierra y sus recursos, no como sus amos o propietarios.

El buen vivir se trata del derecho a una buena vida, en la que todo el mundo tiene lo suficiente, en lugar del consumismo constante en que siempre se quieren más y más cosas. Por toda Sudamérica hay movimientos que toman el buen vivir como punto de partida para hablar sobre cuestiones sociales, económicas y medioambientales.

Una victoria en Nueva Zelanda refleja los valores del buen vivir, que desde Sudamérica llegó al otro lado del océano Pacífico.

Los maorís son el pueblo indígena de lo que ahora se llama Nueva Zelanda. En 2017, después de más de un siglo de peticiones y de acciones legales, los habitantes de las riberas del río Whanganui consiguieron que este se considerara un sujeto de derecho. El Gobierno neozelandés reconoció de manera oficial que el río alimenta a los maorís, tanto psicológica como espiritualmente. Con eso se garantizaba que tuviera los mismos derechos legales que una persona o una empresa. Esto abrió nuevas posibilidades para expresar nuestros valores, proteger el mundo natural y cambiar la forma en que interactuamos con él.

MOVIMIENTOS PODEROSOS

¿Qué tenían en común el New Deal y el Plan Marshall? Que sociedades enteras —consumidores, trabajadores, productores y todos los niveles de gobierno— fueron parte de la respuesta. Muchos sectores de la sociedad se unieron para conseguir un cambio profundo. Compartían unos objetivos bien claros: rescatar la economía mediante la creación de empleos para la gente que se había quedado en paro durante la Depresión y levantar un continente que la Segunda Guerra Mundial había machacado.

Otra lección es que no solo buscaron una respuesta única a los problemas. Tampoco se limitaron a hacer remiendos superficiales. Tanto en el New Deal como en el Plan Marshall, la solución fue un amplio abanico de acciones. Se crearon empleos públicos. El Gobierno y la industria trabajaron juntos. Se animó a los bancos a que hicieran ciertos tipos de inversiones. Los consumidores cambiaron de hábitos.

Es fácil desanimarse debido a la cantidad de cambios que son necesarios para luchar contra la crisis climática, sobre todo cuando nos enfrentamos a tantas crisis urgentes diferentes, incluidas las emergencias de racismo y de salud pública, como la covid-19. Pero esos ejemplos históricos nos muestran que, cuando se unen objetivos ambiciosos con políticas fuertes, casi todos los aspectos de la sociedad pueden adaptarse para alcanzar un objetivo común en un plazo ajustado.

Los ejemplos del New Deal y del Plan Marshall nos muestran algo más. Ambos implicaron salidas en falso, experimentos y cambios de rumbo sobre la marcha. Eso nos enseña que no hace falta tener todos los detalles calculados antes de empezar.

Pero si no empezamos, no podemos hacer nada.

La historia nos enseña otra lección. Puede que sea la más importante de todas. La mayoría de los cambios que hicieron que la sociedad fuera más justa ocurrieron solo gracias a una cosa: que grandes grupos organizados ejercieron una presión incansable. En otras palabras, fue gracias a la gente que el movimiento por los derechos civiles de los años sesenta acabó con la segregación racial que estaba legalizada en las escuelas y en la vida pública en Estados Unidos.

Los movimientos serán la clave del Green New Deal. Cualquier presidente o gobierno que trate de llevarlo a cabo necesitará un respaldo social poderoso que exija un cambio y que se oponga a los intentos de mantener las viejas costumbres perjudiciales. Las organizaciones no solo tendrán que apoyar a los líderes que dirijan sus países hacia un cambio, sino que también tendrán que empujarlos a hacer más cosas. Tal como dijo Navarro Llanos al exigir un Plan Marshall para la Tierra, los humanos necesitamos hacer algo a gran escala, ahora más que nunca.

Necesitamos ejercer nuestro poder político para hacer campaña y votar a partidos que luchen por una acción climática de verdad. Pero los problemas no solo se resolverán con las elecciones. En los próximos años, la presión de los movimientos sociales decidirá si un Green New Deal nos aparta del precipicio.

Los movimientos son grupos de personas que se unen alrededor de dos cosas. Una es un objetivo o propósito común, y la otra es la determinación de hacer oír sus ideas, aunque las estructuras de poder existentes traten de silenciarlas o de ignorarlas. Un movimiento puede ser pequeño, tal vez tres estudiantes que quieren convencer a su escuela para que cree un jardín polinizador que alimente a abejas y pájaros. También puede ser enorme, como las oleadas de marchas de protestas que llenan las calles.

Un movimiento puede empezar siendo tan diminuto como una estudiante de Suecia sentada en un peldaño, con una pancarta para alertar del cambio climático, y acabar creciendo hasta cubrir el mundo.