Amor fraternal

 

Sin condicionantes, no habría ningún obstáculo. Especialmente el enorme y pesado obstáculo que se interpone en mi camino actualmente y que está a punto de aniquilar todos los ‘posiblemente’, ‘tal vez’ y ‘puede ser’.

Tal vez sea algo bueno. Por supuesto que lo es. En el sentido más estricto. Porque me doy cuenta de que está mal. De lo imprudente que soy por siquiera pensarlo. Y de allí pasar al área sentimental. Ya sabes, el trasladar tus ideas a un lugar de sensaciones físicas –incluso de deseo– es, sin lugar a dudas, simplemente indignante. Estoy consciente de ello, lo estoy. No soy estúpida. Pero, aun así, aun así. Ay, ¿por qué tiene que ser tan difícil? ¿Por qué se tiene que sentir así? ¿Y por qué, por qué, por qué tuve que enamorarme precisamente de él?

Me llamo Jenni. No soy tan joven ni tan vieja como para culpar mi edad. Tengo edad suficiente para distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. Se supone que debo conocer mis limitaciones, mis derechos y contexto. Generalmente soy una persona totalmente normal. Mis estudios consumen la mayor parte de mi tiempo. Me preparo para los exámenes y me esfuerzo mucho para obtener buenas calificaciones, todo por alcanzar mi meta de ser periodista. Alquilo mi propio departamento y he aprendido a mantenerme por mis propios medios. Eso me gusta bastante. Y siento que mi vida va por el buen camino, aquel que me llevará directamente hacia mi meta.

Todo podría salir bien.

Todo debería salir bien.

Podría lograr lo que todos desean, ya sabes, una vida sin complicaciones. Así como cuando las cosas fluyen a un ritmo cómodo y ningún desafío parece imposible de superar. Tal vez sea mucho pedir para esta cosa que llamamos vida cotidiana. ¿Quizás sea codicioso de mi parte pedir una vida libre de complicaciones? Es la pregunta que me hago cuando siento que los desafíos son demasiado difíciles de superar, y en los momentos más duros. Admito que es difícil. O, por lo menos, no es sencillo.

Christoffer se quedará conmigo este verano. Está en período de transición y en proceso de trámite para un nuevo departamento al que no podrá mudarse hasta unos días antes de empezar el nuevo semestre. Pasaré los próximos meses trabajando, pero también tendré algo de tiempo libre. Por supuesto que Christoffer se puede quedar conmigo. No lo dudé ni por un segundo cuando me lo pidió.

Pero así es como empieza.

Esa cosa que no debe pasar.

Que crece dentro de mí como una semilla. Al principio, no estaba allí. Nunca antes lo estuvo. Por tal motivo, es algo nuevo y ajeno en lo que no había pensado antes. ¿O tal vez lo hice a un nivel subconsciente?

La semilla es muy pequeña, en un principio. Posteriormente se mueve de lugar, se hace más grande y fuerte, ocupa más espacio, como suele suceder con este tipo de cosas. Y este caso no es una excepción, esta semilla inicialmente pequeña e insignificante. Pero he aprendido a no engañarme, porque incluso las cosas más pequeñas, inocentes y en apariencia insignificantes, pueden darle un giro notable a tu vida.

La cosa es que estoy empezando a notar a mi hermanastro.

Ya sabes, a verlo de un modo diferente a como lo veía antes.

En un comienzo, simplemente ignoro esos pensamientos. Pero mi conciencia me atrapa con las manos en la masa. Me dirige una mirada sombría, me hace sentir culpable y me paralizo de inmediato. Sigo así por un buen tiempo, desechando la idea con tal fuerza e insistencia que me convenzo de que volará muy lejos de mí, para nunca volver.

Lo devoro con la mirada mientras hablamos. Mis ojos están como pegados a él, incluso cuando estamos en silencio. Es como si intentara capturar su esencia, todo sobre él. Como si quisiera descubrir y distinguir aspectos y rasgos nuevos. Por ejemplo, las marcas de nacimiento en su cuello. Sus líneas de expresión. Los hoyuelos en sus mejillas. El pliegue que aparece alrededor de su boca cada vez que sonríe. La forma en que cada parte de su rostro se mueve de diferentes maneras dependiendo de cada emoción y situación.

Se me sigue olvidando que es él. Y, en consecuencia, lo miro como miro a las demás personas de nuestra edad. A mis a amigos y conocidos, incluso a los hombres con los que salgo.

Sus maneras me producen admiración: su confianza en sí mismo que no raya en la arrogancia, su gentileza impregnada de torpeza, la forma en que aparta mechones de cabello de su rostro, acomodándolos detrás de una oreja para que no obstaculicen su mirada. Pero unos segundos más tarde, los mechones vuelven a caer. Habla en un tono suave y dulce. Como nunca antes lo había visto de ese modo, siento que estoy conociendo a una persona nueva. Ha sido parte de mi vida desde que nuestros padres se conocieron. Y nos conocemos desde entonces. Somos muy cercanos, pero siempre lo había visto como a un hermano. ¿Es eso remotamente posible?

Inicialmente, todo es inofensivo. Solo noto las cosas, sin darles mucha importancia. Movimientos. Gestos. Pero cuando los sentimientos empiezan a surgir, los escondo. Rápidamente. Pero siguen manifestándose, una y otra vez. Y mientras más me esfuerzo por no asimilar estos sentimientos o darles espacio dentro de mi mente, más ocasiones tengo de verlo bajo una nueva luz. Siento que se acerca a mí. Y se vuelve más real. Se mete bajo mi piel. A través de mis ojos y no de las palabras. Cuando está tan cerca que empiezo a soñar con él y a ver detalles que nadie más nota; ahí es cuando me doy cuenta.

Lo deseo.

Estoy aterrada. Muerta de pánico. Me despierto en medio de la noche y me siento en una montaña rusa. Me pregunto si estoy enloqueciendo. ¿O tal vez ya estoy loca? ¿En qué estaba pensando? Me pregunto si soy estúpida o poco realista. Ignoro estas nuevas ideas. Trato de escapar. De esconderme. De renunciar. Trato de expulsar la parte de mí que acepta ese tipo de pensamientos y sentimientos. Ya es suficiente, llegó el momento. Porque, obviamente, esto es imposible. No puedo desear su cuerpo. Está muy lejos de ser aceptable. Está mal en muchos niveles. No hay parentesco consanguíneo ni ascendencia común, pero existe un vínculo. Somos hermanos. Aunque no tenemos los mismos padres, fuimos criados como iguales. Nuestros padres establecieron las reglas. No hay muchas reglas en este mundo, pero una de las más evidentes se relaciona con ser parte de una familia. Tener padres y hermanos. Los límites son precisos y tácitos. No hay lugar para cuestionamientos. Los hermanos, medios hermanos o hermanastros. Simplemente están fuera de tu alcance. Porque no puedes.

Echo mano de un poco de violencia mental para suprimir mis nuevos descubrimientos. Ocupo mi mente en otros asuntos.

Me acerco a otras personas en mi entorno. Amigos y conocidos. Incluso viejos amores. Comienzo a plantearme la posibilidad de sustituir esta cosa por otra. (Sí, así soy de ilusa). Cito a estos hombres y hago todo lo posible por sentir algo que simplemente no existe. Me reúno con Patrick, mi primer novio, y trato de revivir los sentimientos que alguna vez compartimos. Y trato de verlo como lo hacía en ese entonces. Recuerdo la época de la inexperiencia y cómo solíamos andar a tientas en el terreno sexual. Y nuestros cuerpos pasaron de moverse con cautela a rebosar de confianza. De la incomodidad a la comodidad y el placer. Visualizo su pene apretándose contra mi cuerpo. Y yo lo envuelvo con mis piernas. Él extiende mi cuerpo y yo me estremezco. Sus manos me acarician de pies a cabeza. Pero por mucho que lo intento, no pasa nada. Aunque me muero de ganas por sentir algo que me haga vibrar y arder interiormente —que me colme de deseo y atracción— no siento más que un vacío.

La nada.

 

—¿Por qué estás tan rara?

 

Ese es Christoffer. Sonrío y trato de no darle importancia a su comentario con una sonrisa alentadora. Como diciendo «No, para nada». Todo está normal, como se supone que debe ser. Nada ha cambiado. Pero él insiste.

—Algo te pasa. ¿Crees que no lo noto?

—No es nada.

—¿Lo prometes?

 

Inclina la cabeza hacia un lado como lo hace cada vez que desea salirse con la suya. También abre bien los ojos, cosa que ha hecho toda la vida.

 

—Lo prometo.

 

Sé que pregunta porque se preocupa, pero eso es todo. No puedo contarle sobre esto, sin importar lo mucho que confío en él y lo comprensivo que pueda llegar a ser al respecto. Sigo con la intención de hacer que estos sentimientos desaparezcan. De superarlos uno de estos días.

Pero el tiempo pasa y no logro nada. Lo único que logro es soñar con él. Me despierto en medio de la noche sintiéndome embriagada, ya no pretendo escapar de mí misma ni de mis sentimientos. Ahora me despierto bañada en sudor y en lujuria. Y lo primero en lo que pienso es en él. Así que he decidido cambiar de táctica, dejar que estos sentimientos sigan su curso natural. Mientras los mantenga a raya, nadie lo sabrá y todo estará bien. Pero no debo decir una sola palabra a nadie sobre esto, para no delatar mis sentimientos más íntimos hacia él. ¿Lograré mantenerme más cuerda de esta manera? ¿Seguiré embotellando mis sentimientos y manteniéndolos cerca de mi deseo, sin permitir que me descubran? Le doy vueltas al asunto por varios días, analizando mis opciones, las contras y las pros. Estoy perfectamente consciente de que la mejor opción es ignorar todo lo relacionado con él, sentimientos e ideas. Pero como eso no me funcionó, a pesar de intentarlo con todas mis fuerzas, no me queda más opción que adoptar una nueva estrategia.

Así que le doy rienda suelta a mis fantasías.

 

*

 

En mi imaginación, nos acercamos lentamente el uno al otro. Él luce tan inseguro como yo. Nuestros cuerpos se buscan, con cautela. ¿Dónde está el límite entre lo correcto y lo incorrecto? No queremos dejar pasar el momento y nos aseguramos de asimilar cada sensación. Tenemos todo el tiempo del mundo y nada puede detenernos.

Estamos sentados el uno frente al otro, sobre una alfombra suave, con las piernas cruzadas. Nuestras miradas se encuentran como parte de una ceremonia. ¿Podré besarlo? Quiero hacerlo. Inclino la cabeza y el torso hacia adelante. Mis labios se acercan a él en cámara lenta. ¿Cómo reaccionará? Tiene una expresión indecisa. No se aparta, pero tampoco se inclina hacia mí. Sin embargo, acepta mis labios. Abre la boca y le da la bienvenida a un beso cálido y húmedo, con un dejo de timidez. Una descarga eléctrica recorre mi cuerpo, como una planta de energía en funcionamiento. Sus labios son suaves y carnosos. Quiero saborearlos otra vez. El beso se prolonga cada vez más y siento que su confianza crece, lo cual me hacen sentir muy bien.

Por iniciativa mutua, nos acercamos más. Me roza el antebrazo, mi piel se eriza bajo su tacto y por la creciente anticipación. Su piel está caliente y me imagino la sangre fluyendo por sus venas. Sostiene mi muñeca con una mano cuya palma acaricio suavemente. Me mira con suma concentración, no quiere perderse ningún movimiento. Ahora nos besamos con lengua, aumenta la intensidad y la velocidad. Captura mis labios con su boca y yo capturo los suyos, nuestra voracidad no tiene límites.

La lujuria dentro de mi cuerpo incrementa y sopla como un fuerte viento en nuevas tierras. A medida que aumenta la intensidad de nuestras caricias y besos, aumenta mi deseo. Cuando la lujuria despierta, es imposible reprimirla. Mi único deseo es tocarlo un poco más. Mi cuerpo es incapaz de hacer cualquier otra cosa. No tengo control sobre mi paciencia. Y lo único que se puede hacer con una atracción tan fuerte es dejarse llevar por ella.

Un beso no es más que un beso. Los besos son solo besos. Labios tocándose. Nada más y nada menos. Pero el resto de las cosas –las que sucederán cuando tomemos el siguiente paso– son decisivas. ¿Acaso quiere lo mismo que yo? ¿O se conformará con un mero intercambio de saliva? Me pongo de pie y me dirijo a mi habitación. Si comparte mis deseos, me seguirá.

Y así lo hace.

Ambos entramos en la habitación. El colchón es suave y nos sumergimos en él como si fuera un lecho de plumas. Inhalamos todo el aire y cerramos la distancia entre nosotros. Piel contra piel, frente contra frente y dos pares de labios explorando. Es increíble el poder que un par de labios pueden despertar en tu interior. Y pueden lograr que tu cuerpo reaccione de varias maneras. Siento que el calor se propaga por mis partes bajas. Siento un hormigueo en mi vagina. Y mi respiración se agita, aunque mi cuerpo esté relajado. Estamos como en trance y solo hay espacio para la lujuria entre nosotros y la forma en que nuestros labios se mueven.

Yo desabrocho el primer botón de su camisa. Lo miro a los ojos, compruebo si me he pasado de la raya. Entrelaza las manos y descansa la cabeza sobre ellas. La chispa en su mirada me indica que le gusta lo que hago, así que desabrocho el segundo botón. Y el tercero. Y el cuarto. Pronto, su pecho queda expuesto y su camisa cuelga cual cortina enmarcando una ventana, alrededor de su hermoso torso. Su cuerpo es atlético y hermoso. Los músculos en su pecho están perfectamente definidos. Se distinguen sus formas, su principio y su final. Parecen grietas, vertientes y montañas. Acaricio su pecho y siento el latido de su corazón en su interior. Cómo se acelera su pulso. Cómo se excita bajo mi tacto.

Todo esto hace que me excite. Tenerlo a mi lado, en mi poder. Desciendo por su pecho y tomo su pezón izquierdo con mis labios. Lo beso con mimo y dibujo círculos con mi lengua. Él se sobresalta. Se contorsiona y me pide que continúe. Cierra los ojos y disfruta el momento. Yo lo complazco. Mi ranura arde en llamas. Al principio es una oleada de calor que se extiende y escala hasta que el fuego consume mi cuerpo. Mi mano derecha se desplaza hacia mi clítoris y empieza a estimularlo.

Estoy acostada de lado, beso y lamo su pecho, alternativamente. Me bajo los pantalones para quedar en ropa interior. Él se incorpora para echar un mejor vistazo a la tierra prometida. Ahora la mano izquierda se desliza bajo mis bragas. Me las dejo puestas para hacerle esperar un poco más. La sola idea me llena de excitación y me dejo guiar por esa sensación. Me acaricio con suavidad y cuando mis dedos rozan mi clítoris, se siente maravilloso. Estoy tan mojada que mis dedos se deslizan con facilidad mientras me doy placer, generando una energía que se expande y se arremolina en mi vagina. Todos mis anhelos se concentran en esa energía, concentrada en mi monte de Venus. Mi excitación genera gemidos. Mis dedos ahora se abren paso entre mis labios vaginales.

Y pareciera que él pudiera leer mi mente porque se me adelanta justo cuando estoy a punto de bajarle los pantalones, y lo hace él mismo. Lleva calzoncillos negros que se ajustan divinamente a su cuerpo. Están ceñidos alrededor de su cuerpo y su bulto se distingue perfectamente. Esa magnífica erección. Señal inequívoca de que le gusta lo que está sucediendo.

Me siento a horcajadas sobre él. Siento su rigidez contra mi trasero, solo una fina capa de tela separa nuestra piel desnuda. Su erección se presiona contra mí y empezamos a provocarnos con ganas. Me encanta ser la mujer que le hace sentir así. Excitado por mis labios voraces.

Me muevo sobre su entrepierna en círculos. Aprieto su pene y lo libero, para ello me apoyo en una pierna y luego en la otra cada vez que me alejo. Repito esto varias veces. Solo busco estimularlo. Estimular su miembro con mis roces para que se endurezca incluso más.

Me sonríe. Yo le sonrío. Ambos sabemos lo que me propongo. Y porqué Christoffer lo está disfrutando, se deja llevar. Su cabeza descansa nuevamente sobre sus manos.

Súbitamente, me sujeta con fuerza y me gira para cambiar de posición. Ahora estoy boca arriba y envuelvo sus muslos con mis piernas. Me siento segura en esta posición, él tiene poder sobre mí y los papeles se han invertido. El peso de su cuerpo descansa sobre el mío, que es mucho más pequeño. Es tan grande y fornido. En esta posición mi lujuria se intensifica, pero también me hace sentir a salvo. Vuelvo a llevar una mano a mi vagina empapada. Es tan fuerte que me siento diminuta bajo él y eso hace que un gemido brote desde mis profundidades. Me siento invencible. Besa mi cuello. Me levanta la camisa para tener acceso a mis senos y comienza a besarlos con avidez.

 

—Me vuelves loco.

 

Sus palabras están impregnadas de deseo. Un deseo que necesita fluir, crecer y ser libre para siempre.

 

—Tómame.

 

Mis palabras exudan seguridad y no hay ni una pizca de duda en ellas. Esto es lo único que deseo. Sentir su pene dentro de mí.

Pero también sé que, una vez me penetre, no hay vuelta atrás. Los besos y las caricias son una cosa. Son, en cierto modo, inocentes. Pero ser penetrada por él. Por su pene. Eso es algo completamente diferente.

Desviste nuestros torsos en dos movimientos rápidos y ágiles y posteriormente libera su miembro de su prisión. Su falo brilla de deseo y puedo verlo latir al ritmo de su pulso. Está hinchado y palpita. Le muestro mi vagina y me acerco más a él. Mi clítoris clama por su atención. Mis entrañas están más que listas para recibirlo.

No hay otra opción. Lo necesito. Ahora. Y él no se niega, por lo que se trata de un acto consensuado. Una sola persona puede ser imprudente, estar equivocada y fuera de control. Pero dos personas, no. Esta es la realidad. Los límites se han desvanecido. Los suyos y los míos. Nos fusionamos.

Pierdo la cabeza en el momento en que me penetra. Exhalo a fondo mientras le doy la bienvenida y me llena de tal intensidad que la fuerza misma del universo se concentra en nuestro punto de unión: su pene y mi vagina. Me someto a esta sensación, esta sensación grande, poderosa y maravillosa. No solo me llena físicamente, sino espiritualmente. Mi cuerpo, mi mente, mis sensaciones y todo mi ser se concentra en este momento, en cada una de sus arremetidas al penetrarme. Mi cuerpo se tensa y mi vagina se contrae. Pero cada vez que entra en mí, lo recibo mejor y con más suavidad. El placer que siento es indescriptible. La sensación es tan fuerte y el deseo tan intenso que mi piel no puede contenerlos por más tiempo y son liberados en forma de jadeos, gemidos y gritos. Grito su nombre y suplico por más. Él se entrega con absoluta confianza. Recupera el aliento y me embiste, las ondas de placer se propagan hasta mis paredes internas. Mi vagina se contrae alrededor de su falo rígido y me folla a un ritmo delicioso. Puedo sentir como la lujuria atrapada en su interior lucha por escapar a través de su erección. La siento consumirse, retorcerse y exigir más espacio. Quiero más. Acelera el ritmo de las penetraciones.

Alcanza mis profundidades. Lo envuelvo con mi vagina salvaje y hermosa.

Mi cabeza descansa sobre la suave superficie y siento que he sido transportada a un lugar fuera de este mundo. Cierro los ojos y percibo únicamente la perfección hecha placer gracias a nuestros cuerpos. La forma en que sus movimientos me nutren y la forma en que lo monto. No necesito nada más que este placer puro; basta con que cierre los ojos y abra mi cuerpo para darle la bienvenida. Y se siente tan bien.

Su piel toca mi piel, una y otra vez. La fricción genera escalofríos en mi interior. Nuestros cuerpos arden de deseo. Nuestras respiraciones inundan la habitación y empañan los cristales de las ventanas. Me aferro a su cuerpo y me acerco tanto como puedo. Quiero poseerlo por completo. Y si puede entrar un milímetro más en mí, acercarse a mi rincón más profundo, entonces quiero que lo haga. Quiero llevar mis sentidos al límite, quiero que él sienta lo mismo. Quiero que me sienta a mí, mi vulva y mi cuerpo entero.

Y así lo hace. Alcanza mi punto más íntimo. Me mira con intensidad. Su mirada está llena de relámpagos y su cuerpo está bañado en seducción. Se entrega a las infinitas posibilidades del sexo. Hacemos el amor con una pasión y una intensidad desmedidas.

De pronto, se detiene. Por alguna razón mantengo los ojos cerrados, en expectativa.

Y entonces sucede. La sensación más maravillosa y satisfactoria que he experimentado. Un hormigueo que parece una suave caricia. La textura de la carne que me roza es áspera, aterciopelada y húmeda, salvaje.

Me lame con el filo de su lengua. Y lo hace con total devoción. Inserta su lengua en mi hendidura, besa y acaricia mis labios vaginales, alternativamente. Mi clítoris está hinchado. Empiezo a sentir espasmos que me cuestan mucho trabajo controlar. Presiona las palmas de sus manos abiertas contra mis muslos. Agarra impulso para empujar su lengua tan profundamente como puede. Se mueve en círculos dentro de mí. Besa mi abertura. Y se siente exquisitamente bien. Cambia sus movimientos y me hace gemir mientras me lleva al límite del placer. No puedo contenerme más. Pronto explotaré y, cuando lo haga, será el mayor clímax que jamás haya alcanzado. Puedo sentirlo.

Paso las manos por su cuello. Sujeto su cabeza. Deslizo los dedos entre su cabello mientras me lame con intensidad. Luego, cuando ya no puedo mantenerme alejada de su boca y su lengua, lo atraigo hacia mí. Él se detiene, sabe dónde lo quiero.

Sus labios saben a mi vagina. Se mezcla lo dulce, lo salado, el sudor y nuestras esencias con nuestras respiraciones.

 

—Quiero gritar cada vez que acabe con tu pene entre mis piernas.

 

Me sorprenden mis palabras, no suelo hablar así. Pero en este momento, todo queda en el pasado. Todo lo que me molesta ha quedado atrás, todo excepto esto. La lujuria ilimitada que me gobierna. Es una sensación, una urgencia, un impulso que no escucha razones. Grita de deseo y obtiene lo que quiere, una y otra vez.

Se acuesta boca arriba, apoya su cabeza en el brazo derecho y con la otra mano sujeta con fuerza su firme erección.

 

—Móntame. Cabalga mi pene.

 

Yo me siento a horcajadas sobre él. Su cuerpo está bañado en sudor y también el mío. Perlas de sudor se empiezan a formar en su frente y en su pecho. Mis piernas y mis muslos descansan sobre su cuerpo firme. Tomo su pene y lo guío hacia mi interior. Se abre paso con facilidad y se desliza sin fricción. Lo monto hasta llevarlo al orgasmo más triunfante que la humanidad haya visto jamás.

El grito que escapa de mis labios cuando acabo posee una fuerza que no sabía que tenía en mi interior. Grito por la intensidad de esta sensación extremadamente poderosa. Mi cuerpo se aprieta alrededor del núcleo dentro de mi vagina. Ese centro gira, palpita y apunta en todas direcciones con una increíble potencia y velocidad; como la luz, el sonido y la velocidad misma. Es como una planta eléctrica, como una fuerza que ha sido alimentada por tantos años que ya no se puede consumir. Una fuerza que aguardó pacientemente —en un principio— y que luego se armó de determinación y valor.

Hasta ahora, el momento de su liberación.

Experimento un sentimiento incomparable de euforia. Experimento una especie de éxtasis que me transporta a otro lugar, a otro tiempo y a otra dimensión.

Jadeo, suspiro y gimo. He perdido la capacidad del habla, solo puedo emitir ruidos incoherentes.

Nunca antes había vivido algo tan grande y hermoso.

 

*

 

De vuelta a la realidad. Después de ese fantástico orgasmo, regreso al universo y al hogar que me son tan familiares. Me levanto del sofá. Alcancé el clímax con solo pensar en él. Pensé en la única persona prohibida al acabar. Pero me hizo sentir tan bien, mi orgasmo fue avasallante.

Al día siguiente, desayunamos juntos. Todo transcurre normalmente. Come sus tostadas con paté de hígado y pepino encurtido. Yo bebo mi té. Hablamos del clima, de la brisa, de todo y de nada. Durante todo el rato, no hago más que pensar en lo prohibido.

Sé que no debería. Sé que no puedo. Pero también sé que es muy importante escuchar nuestros propios sentimientos, no solo nuestra consciencia. Pero cada voz desea algo diferente, ¿cuál debo escuchar? Sí, somos hermanos, pero somos hermanastros. Y si la partícula condicionante ‘sí’ tiene algo de poder, también debe tenerlo el sufijo ‘astro’.

Sé que no puedo ignorar estos sentimientos y deseos para siempre. Sería ingenuo pensar que lo lograré. Aun debería. Pero en realidad, ¿quiero hacerlo? ¿Realmente quiero que estos deseos y sentimientos desaparezcan si me hacen sentir tan bien? ¿Si logran que el límite entre el bien y el mal se desdibuje en mi mente y se vuelva insignificante?

Tengo opciones. Puedo contarle sobre estos deseos y sentimientos. Puedo exponerle todas mis intimidades, sin saber cómo reaccionará, porque en verdad no sé cómo reaccionará. También puedo hacer algo sensato —lo único sensato— y no decírselo con la esperanza de que todo pase. Como suele suceder con las infatuaciones fugaces.

Pero también podría…