Aquello era una pesadilla.
Esa no era la vida que había planeado. Ni aquel momento debiera ser así. Su primer hijo debía ser una bendición y ella debiera estar alegre. Darle la noticia a su esposo debiera ser un momento de infinita felicidad.
«Infinita felicidad» no eran las palabras que emplearía para describir la expresión del rostro de Tyler. Se le había desencajado la mandíbula y sus ojos azules expresaban pánico. Ni siquiera su caro traje evitó que su mejor amigo, siempre tan seguro de sí mismo y con tanto éxito en los negocios, se transformara en el adolescente inseguro y asustado que iba por vez primera a una nueva escuela.
Amelia aún recordaba el día en que su padre, el director del instituto El Dorado, había entrado en la clase de Inglés seguido de un nuevo alumno. Ella le había indicado un asiento vacío a su lado y había saludado al chico. Fue la mejor decisión de su vida. Tyler era el mejor amigo que una chica podía tener.
En aquel momento, al contemplar la misma expresión de hallarse perdido en su rostro, Amelia no supo qué hacer. Abrazarlo le parecía fuera de lugar, considerando la relación física que había habido y las ramificaciones legales de su matrimonio. No tenía palabras de consuelo ni consejo alguno que ofrecerle. Si las hallaba, se las diría a sí misma. Todavía estaba mareada por la cantidad de noticias inesperadas de aquella mañana.
Estaba embrazada de Tyler. No se imaginaba cómo había sido posible. Desde el momento en que había visto las dos líneas rosas en la prueba de embarazo, aquella mañana, hasta que se lo había comunicado a él, la situación le había parecido surrealista. Quería a Tyler más que a nada. Lo conocía desde los catorce años. Pero tener un hijo suyo no formaba parte de sus planes. Y ella tenía grandes planes.
Aparentemente, tampoco formaba parte de los planes de él. Antes de que le diera la noticia, le había examinado el cuerpo de arriba abajo, y ella se había sonrojado. No había que ser muy listo para darse cuenta de que estaba reviviendo la noche que habían pasado juntos. Ella lo entendía. Al verlo allí, con su traje hecho a medida y su encantadora sonrisa, le había resultado difícil recordar que estaba enfadada con él.
Ahora, lo único que le miraba era el vientre, buscando desesperadamente una prueba de que Amelia estaba equivocada. Ella deseó estarlo, pero no le había hecho falta la prueba para saber la verdad. Solo le había confirmado lo que el malestar de los días anteriores le había dejado claro.
–Di algo –le pidió ella.
–Lo siento –dijo–. No me esperaba… –no pudo continuar.
–Creo que ninguno nos esperábamos nada de esto. Sobre todo, que me hubiera quedado embarazada –ni que hubiera vomitado en una papelera–. Pero a lo hecho, pecho. A pesar de lo mucho que me gustaría retroceder en el tiempo y cambiar las cosas, no podemos. Ahora debemos decidir qué vamos a hacer.
Necesitaba desesperadamente que él se lo dijera, ya que ella no sabía qué hacer. En cualquier otra situación, ella hubiera acudido a Tyler en busca de apoyo y consejo. Si se hubiera quedado embarazada de otro hombre, él hubiera sido la primera persona a la que, presa del pánico, habría llamado. Y él la hubiera consolado y le habría dicho que todo saldría bien.
–¿Sigues teniendo que ir a la reunión? –preguntó él.
La reunión había dejado de parecerle tan importante a Amelia.
La reunión no era prioritaria. Se pospondría al día después. Lo más importante era hablar con Tyler sobre lo que iban a hacer. Necesitaba un plan antes de volver a ver a sus amigas y tener que contarles con cierto detalle lo que sucedía. Serían como un pelotón de fusilamiento disparando preguntas sin cesar para las que ella aún carecía de respuesta.
–No, vamos…
Amelia dirigió la vista hacia la oficina y, de allí, a las puertas abiertas de la capilla para bodas que había al lado.
La capilla, blanca y gris, era muy elegante y estaba llena de hermosos detalles, pero lo bastante discretos para no eclipsar la decoración elegida por la novia. Desde el día que se había acabado de construir, Amelia se había imaginado que se casaría en ella con un elegante vestido de color marfil. Veía ramos de rosas blancas y rosas que llenaban la sala de delicada fragancia, y a sus amigos y familiares en los bancos llorando lágrimas de felicidad.
Así tenía que haber sido el gran día, no a la una de la madrugada en la capilla del Amor, con los bancos tapizados de rosa y adornos florales de seda polvorienta. Llevaba un vestido negro.
Por Dios, ¡se había casado de negro! Era una blasfemia y un signo de mala suerte. Resumiendo, lo que deseaba era y llorar como lo haría una niña de cinco años a la que han arruinado sus sueños.
Su despacho era un buen sitio para hablar, pero la abrumó la repentina necesidad de alejarse lo más posible de la capilla.
–Sácame de aquí.
–De acuerdo –contestó él.
Ella agarró a toda prisa el abrigo que tenía colgado allí mismo. Debiera decir a las otras que se iba, pero no se atrevía a asomar la cabeza en la sala de reuniones. Mandaría un mensaje a Gretchen cuando estuvieran en la calle para decirle que volvería más tarde.
Salieron juntos y Tyler, como era habitual, le sostuvo la puerta para que pasara. En el aparcamiento, él la condujo hasta un BMW negro.
–Menudo coche has alquilado –apuntó ella.
Cuando Amelia viajaba en avión a algún lugar, al llegar alquilaba un coche pequeño, no uno de lujo. Eso era algo que la diferenciaba de Tyler, con su estilo de vida de alta sociedad y sus ricos socios.
–No está mal –dijo él al tiempo que le abría la puerta del copiloto–. Quería un Audi, pero no les quedaban.
–Pobrecito –masculló ella mientras se montaba.
Debía de ser agradable tener dinero. Ella nunca había tenido mucho. Su padre era un profesor de matemáticas al que habían nombrado director de la escuela, y el único que llevaba un sueldo a casa. El sueldo era bueno, pero siempre había considerado que su familia era de clase media. Cuando alcanzó la edad adulta, cada penique que tenía lo invirtió en el éxito de su empresa de organización de bodas. Tyler tenía aún menos dinero que ella cuando eran niños. Eran seis hermanos, y sus padres apenas podía alimentar a dos, a pesar de lo que se esforzaban.
Conducir un BMW había sido uno de sus sueños de niños. A Tyler le había ido muy bien. Nadie estaba más orgulloso que ella de lo que había conseguido. Si pudiera apartar la vista del teléfono móvil y quedarse en el país más de un día, sería un esposo estupendo para una mujer. Pero Amelia no se imaginaba que fuera ella.
–¿Adónde vamos? –preguntó él.
–Hay un café unas calles más arriba. ¿Te parece bien?
–Desde luego.
Tyler arrancó, salió del aparcamiento y se dirigió hacia donde ella le indicaba. Era una zona comercial con cafés y restaurantes, donde podrían sentarse y hablar. Teniendo en cuenta el estado de su estómago, Amelia no comería, pero se tomaría un té. Y si le sentaba bien, tal vez un bollo.
No hablaron en el trayecto hasta allí, lo que era raro en ellos. Siempre tenían un millón de cosas que contarse. Hablaban durante horas sobre cualquier cosa. Pero, como ella se temía, se había creado tensión entre ellos. Él acababa de enterarse de que iba a ser padre, y se necesitaba tiempo para asimilar algo así.
Tyler nunca había mencionado que tuviera ganas de formar una familia, al menos no desde que había roto con Christine. A partir de entonces, se había centrado en sus negocios al cien por cien. Aquello tenía que ser un golpe inesperado para él. Lo había sido para ella, a pesar de que sí quería tener hijos.
Al final llegaron al café. Él le abrió la puerta, la ayudó a bajar del coche y la siguió al interior del local. Fue a comprar las bebidas y un enorme bollo de canela para él mientras Amelia buscaba un rincón alejado del resto de los clientes.
Tyler volvió al cabo de unos minutos con una bandeja. Dejó las bebidas en la mesa y se sentó al lado de ella. Le rozó levemente la rodilla al hacerlo, pero fue suficiente para que ella se pusiera tensa. Era la primera vez que se tocaban desde aquella noche.
La confundía su proximidad. Su cuerpo recordaba sus caricias y ansiaba inclinarse hacia él para volver a sentir sus manos. El cerebro le indicaba que no era buena idea. Había sido un roce inocente, a pesar de que hubiera servido para inflamarla de deseo.
Se enfrascó en la preparación del té para no sentir la proximidad de Tyler. Le echó un sobre de azúcar de caña y lo removió mientras esperaba a que él dijera algo. Ella ya había hablado bastante. Ahora le tocaba a él.
–Entonces –dijo Tyler después de dar unos bocados al bollo y unos sorbos al café– ¿quieres decírselo primero a tus padres o a los míos?
Ella estuvo a punto de atragantarse con el té. No esperaba que le saliera con aquello.
–¿Decirles qué?
–Que nos hemos casado y que esperamos un hijo.
Ella negó furiosamente con la cabeza.
–No voy a contárselo ni a tus padres ni a los míos.
Tyler frunció el ceño.
–Tendremos que decírselo. No podemos presentarnos un día en su casa con un bebé y anunciarles: «Es vuestro nieto».
–Ya lo sé. Al final tendremos que contarles lo del bebé. Me refería a lo de la boda. No veo por qué vamos a contárselo a nadie, cuando vamos a divorciarnos. Para serte sincera, preferiría que mi padre no se enterara de lo que hemos hecho. Ya sabes cómo es. El motivo por el que me dejó ir a estudiar a la universidad en Tennessee fue porque mis abuelos viven allí. Esperaba que me metiera en algún lío, así que me dirá que tenía razón.
Tyler asintió.
–Entiendo lo que te preocupa. Yo tampoco pensaba decirle a mi familia lo de la boda. He venido a Nashville para comenzar los trámites del divorcio, pero ahora todo ha cambiado.
Ella se estremeció.
–¿Qué es lo que ha cambiado?
–Vamos a tener un hijo –afirmó él como si fuera lo más evidente del mundo–. Sé que tenemos que organizar la logística, porque formar una familia es complicado.
–¿Una fa–familia? –tartamudeó ella al tiempo que se le hacía un nudo en el estómago.
–Sí. Me refiero a que, como vamos a tener un hijo, el divorcio está descartado.
El rostro de Amelia se puso tan rojo como su cabello, y Tyler se dio cuenta inmediatamente de que no había dicho lo correcto. O lo había dicho de manera incorrecta. Sabía que tenía razón con respecto a lo que debían hacer. Para convencer a Amelia iba a necesitar algo más de delicadeza de la que había mostrado al espetárselo. A ella no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer.
–«El divorcio está descartado» –ella lo imitó en tono amargo–. Te comportas como si fueras el único que tiene algo que decir sobre el asunto. Sé que estás acostumbrado a que tu palabra sea la ley, pero no eres mi jefe. No puedes obligarme a que siga casada contigo.
Él intentó apaciguarla.
–Por supuesto que no soy el único con algo que decir. Y no trato de obligarte a nada. Como si fuera posible. Eres la mujer más testaruda que conozco. Pero ahora tenemos que pensar en el bebé. ¿Qué pasa con el bebé?
«El bebé». A Tyler le parecía imposible que hubiera dicho esas palabras. Después de que su compromiso con Christine hubiera terminado, se dijo que no volvería a pasar por aquello. La alegría del amor no compensaba el golpe y la destrucción finales. Había descartado la idea de tener algo más complicado que simplemente sexo, y se había centrado en el trabajo. Los negocios se le daban mejor que las historias de amor.
Eso implicaba que no se había planteado la idea de casarse ni de tener una familia, y le parecía bien que fuera así. ¿Cómo iba a casarse y a tener hijos cuando se dedicaba a viajar de un sitio a otro y a trabajar muchas horas? Tenía cinco hermanos para perpetuar el apellido y dar a sus padres los nietos que deseaban. Nadie echaría de menos su contribución genética al mundo.
Sin embargo, ante la posibilidad de tener descendencia, descubrió que la idea no lo disgustaba. Se imaginó a un niño de rizos pelirrojos corriendo por el café. Era tan real que estuvo a punto de levantarlo en brazos. De pronto, deseó aquello con todas sus fuerzas.
Le habían concedido la oportunidad de tener una familia que no sabía que deseaba y tal vez consiguiera que no le volvieran a partir el corazón. Iba a tener un hijo con su mejor amiga. Ese hijo necesitaba un hogar estable, que Amelia y él podían ofrecerle. ¿Por qué iban, entonces, a divorciarse?
Amelia lo miró a los ojos.
–¿Qué pasa con el bebé? Sabes que no soy de esas mujeres que insisten en casarse con alguien a quien no aman porque se han quedado embarazadas. ¿Por qué iba a querer seguir casada con alguien a quien no amo porque me he quedado embarazada?
Tyler intento no sentirse ofendido. Sabía que no se trataba de él. Y sabía que ella lo quería, pero que no estaba enamorada. Él tampoco lo estaba de ella. Pero podían conseguir que aquello funcionara. Sentían un afecto y un respeto mutuos y tenían una historia en común. Otros matrimonios de penalti comenzaban no teniendo ni eso.
–Sé que nuestro matrimonio y nuestro hijo no es lo que tenías planeado. Pero ¿no crees que al menos debemos dar a nuestra relación una oportunidad, por el bien del bebé?
–¿Por qué no podemos ser dos amigos que tienen un hijo? Lo podemos criar juntos. Si estás en Nashville, será más fácil, pero podemos hacerlo de todos modos. No hace falta que finjamos que nuestra noche de bodas significa más de lo que significó, simplemente porque me he quedado embarazada.
Parecía como si hubieran tenido una relación al azar. Aunque no fuera amor lo que sentían, desde luego que había sido mucho más que conocer a una chica en un bar y llevársela a casa. Había sido una noche fantástica en la que no había dejado de pensar las semanas anteriores, mientras viajaba por el mundo.
A pesar de que quisieran olvidarlo, habían hecho el amor. Y había significado algo. No sabía qué con exactitud, pero sí que no quería que fueran unos amigos que tenían un hijo.
–Muy bien. Dejemos el tema del bebé de momento. Quiero que hablemos seriamente de todo ello. Es demasiado importante para tomar una decisión apresurada.
–¿Cómo casarse en Las Vegas a medianoche? –le espetó ella.
–Otra decisión apresurada –rectificó él–. No agravemos el asunto. Tenemos tiempo para solucionarlo, así que hagámoslo bien. ¿Tan horrible te resulta la idea de seguir juntos?
–Sé que la idea del fracaso no te gusta, pero me parece que no entiendes lo que me pides. Lo que nos pides. Se trata de mucho más que de formar un hogar feliz para nuestro hijo. Me pides que te elija como el hombre con el que quiero pasar el resto de la vida y que ponga en peligro la posibilidad de hallar a mi verdadera media naranja. Te quiero, Tyler, pero no estamos enamorados. Hay una diferencia.
Tyler se estremeció ante sus palabras. Él le pedía que se conformara con él. No se le había ocurrido enfocarlo de esa manera, pero, al haberlo dicho ella, era obvio que él no estaba a la altura de sus expectativas. Sin embargo, no le importaba. Estaba acostumbrado a ser el que tenía menos posibilidades en cualquier pelea. De hecho, lo prefería.
Sus padres habían luchado toda la vida, pero siempre habían dado prioridad a las necesidades de sus hijos. El hecho de no estar enamorado de Amelia no le parecía motivo suficiente para no hacer el sacrificio de dar un hogar estable a su hijo.
–La gente lleva cientos de años casándose por todo menos por amor, y le ha ido bien.
–Pues no quiero ser una más. Quiero amor y romanticismo. Quiero que mi esposo vuelva a casa todas las noches y me abrace, no que me mande mensajes de texto cada dos o tres días desde la habitación del hotel.
Tyler suspiró y tomó un sorbo de café. Aquello le traía recuerdos desagradables de su última pelea con Christine. A ella, nada de lo que hacía le parecía bien. Quería que él triunfara y que ganara mucho dinero, pero también que le dedicara mucho tiempo. Las dos cosas eran incompatibles. Tal vez fuera diferente con Amelia. Si ambos se esforzaban, estaba seguro de que podrían hallar algo que funcionara para los dos. Si eso implicaba que ella tuviera que enamorarse, ya se encargaría él de conseguirlo.
Miró la pulida madera de la mesa.
–¿Crees que amarme es totalmente imposible?
Ella lanzó un bufido.
–Esa pregunta es ridícula, Tyler.
Él alzó bruscamente la cabeza para mirarla.
–No lo es. ¿Te resulto físicamente repulsivo?
–Claro que no. Si no fueras tan guapo, no iríamos a tener un hijo.
–Vale. ¿Soy detestable, pretencioso o un imbécil?
Amelia se recostó en los cojines, suspirando.
–No, no eres nada de eso. Eres maravilloso.
A veces, Tyler no entendía a las mujeres, especialmente a Amelia. Pero había decidido que siguieran juntos por el bebé. Y si algo se le daba muy bien, era vender. Y se iba a vender como una de sus más delicadas gemas hasta que ella no tuviera más remedio que aceptarlo.
–Así que soy guapo, tengo una empresa y gano mucho dinero. Soy divertido y alguien a quien has confiado todos tus secretos. Te gusta estar conmigo y el sexo entre nosotros es fabuloso, si me permites que te lo diga. Entonces, debo de haberme perdido algo, Amelia. ¿Por qué te niegas a considerarme algo más que un amigo? Si hubiera otro hombre en el mundo con mis características, sería tu novio.
Amelia frunció el ceño.
–Estás diciendo tonterías.
–No. Dime las cinco cualidades principales que le exiges a un hombre para amarlo.
Tyler sabía que la lista sería más bien de cien cualidades. Después de cada nueva relación fallida, Amelia añadía un par a la lista.
Ella reflexionó unos segundos y levantó una mano para hacer la cuenta con los dedos.
–Inteligencia, sentido del humor, compasión hacia los demás, ambición y sinceridad.
Él torció la boca, enfadado. Si le hubiera pedido que le dijera las cinco cosas que le gustaban más de él, hubiera dicho las mismas.
–¿Y cuál de ellas no poseo? Las tengo todas y algunas más.
–Puede, pero nunca estás. No voy a quedarme sentada en casa con el niño mientras te dedicas a recorrer el mundo.
–¿Y si intento mejorar en ese aspecto? Tal vez, el hecho de tener esposa y familia sea algo por lo que volver a casa.
–Seguimos sin estar enamorados –contraatacó ella.
–El amor está sobrevalorado. Mira lo que provocó en mi relación con Christine: que acabáramos con el corazón partido. No digo que lo nuestro vaya a funcionar. Puede que seamos totalmente incompatibles y, si es así, lo dejaremos y tú podrás seguir buscando a tu príncipe azul. Pero, ¿por qué, al menos, no lo intentamos? Se ha abierto la caja de Pandora. No podemos volver a lo de antes.
Ella suspiró al tiempo que negaba con la cabeza.
–No sé, Tyler. No puedo… perderte. Eres la única persona en la que siempre he confiado.
–Pase lo que pase, no vas a perderme –esbozó una sonrisa traviesa–. Nos hemos acostado y no ha sido el fin del mundo. Sigo aquí. Y puesto que te he visto desnuda, aún tengo más incentivos para seguir contigo. He acariciado y probado cada centímetro de tu cuerpo, y no pienso ir a ningún sitio si existe la posibilidad de volver a hacerlo.
Amelia lo miró con los ojos como platos y las mejillas sonrojadas.
–Tyler… –le reprochó. Pero él no la escuchaba.
–Sé que te atraigo, pero tienes que reconocerlo.
–¿Qué? ¿Qué te hace pensar eso?
–Vamos, Amelia. No puedes echarle toda la culpa al tequila de lo que pasó esa noche. Te mostraste muy apasionada. No te saciabas de mí cuando por fin abriste las compuertas y te permitiste hacer algo prohibido. Fue lo más sexy que he visto en mi vida.
Y era cierto. No había deseado a su amiga antes, pero desde esa noche no conseguía quitársela de la cabeza.
Se puso la mano en la rodilla y se inclinó hacia ella.
–Si esa noche es indicativa de algo, tal vez tengamos una oportunidad. ¿Por qué no vemos lo que sucede si aceptas esa posibilidad? Olvídate del Tyler amigo y piensa en mí como el tío bueno con el que estás saliendo.
Eso hizo sonreír a Amelia, lo que llenó de alivio a Tyler.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
–Muy bien, de acuerdo. Vamos a probar. Voy a salir contigo, Tyler, pero tendrás que seguir una serie de normas. La primera es que nadie debe saber que estamos casados ni que estoy embarazada, sobre todo tu familia.
Su familia quería a Amelia, pero no crearles falsas expectativas.
–Mis socias se han enterado esta mañana, pero son las únicas que lo saben y quiero que siga siendo así. La segunda es que voy a establecer un límite temporal a nuestra relación. Tienes treinta días para convencerme. Lo digo en serio, Tyler. Quiero que me cortejes, que seas romántico y apasionado. No vas a salirte con la tuya fácilmente porque seamos amigos. Voy a ser muy dura contigo porque deberías saber lo que quiero y necesito.
Tyler sonrió de oreja a oreja. Nunca se echaba atrás ante un reto. Podía ganársela en un mes sin problemas. La conocía mejor que a sí mismo.
–Me parece bien.
Amelia miró a su alrededor. Lanzó un profundo suspiro y negó con la cabeza. Parecía decepcionada por todo lo sucedido. A él no le gustó verla así. Una de las cosas que le encantaba de ella era su optimismo en lo referente al amor. Ella creía de verdad en el poder del amor. Pero no creía en ellos dos. Él la haría cambiar de opinión. La animaría, la haría sonreír y conseguiría que creyera que había tomado la decisión correcta con respecto a ellos, aunque ni siquiera él mismo estuviera seguro.
–Lo único que siempre he deseado –afirmó ella en voz baja– es un matrimonio como el de mis abuelos. Llevan felizmente casados cincuenta y siete años, y siguen tan enamorados como el primer día. Eso es lo que quiero. Y no voy a poner en peligro mi sueño por nada ni por nadie.
Tyler respiró hondo y se preguntó si ella estaba a punto de cambiar de opinión. Él ya sabía lo de sus abuelos. Era poner el listón muy alto, pero estaba dispuesto a intentarlo. Si ella no se enamoraba de él, no sería por falta de esfuerzo por su parte.
No, no podía consentirse pensamientos negativos. Amelia se enamoraría. No podía dudar de su éxito.
–Dentro de un mes –prosiguió ella– hablaremos de lo que sentimos el uno por el otro. Si nos amamos, me volverás a pedir que nos casemos, esta vez de manera apropiada, y anunciaremos nuestro compromiso. Quiero que volvamos a casarnos en una gran ceremonia, con nuestras familias y amigos. Si uno de los dos no quiere continuar, nos separaremos.
–¿Y después? ¿Vamos a volver a lo de antes y a fingir que no ha sucedido nada?
–Si nos divorciamos, trataremos de hacerlo del mejor modo posible. Espero que no haya animadversión entre nosotros. Seguiremos siendo amigos, ¿de acuerdo?
–De acuerdo.
Tyler no estaba dispuesto a fracasar, pero le consoló saber que su amistad se mantendría por encima de todo. Ella era muy exigente con respecto a los hombres, pero él se negaba a ser uno más de los rechazados.
–¿Algo más?
–Creo que eso es todo –afirmó ella con una sonrisa que desvelaba que sabía que ya era demasiado lo que le había pedido.
–Muy bien. Yo también quiero poner una condición.
–Quiero que vivamos juntos –añadió.
Observó que Amelia fruncía el ceño y se miraba el regazo, consternada.
–Mi piso no es lo bastante grande para dos personas. Solo tiene un dormitorio y en el armario ya no cabe nada más.
Tyler no tenía intención de vivir en su diminuto piso. Una cosa era que estuvieran próximos entre sí, y otra que estuvieran encerrados juntos en una jaula durante un mes.
–Buscaré otro sitio.
–Está alquilado obligatoriamente por un año.
–Pagaré la multa por liberarte de ese contrato.
Ella suspiró, claramente irritada por la capacidad de Tyler de resolver sus preocupaciones.
–¿Y si al final del mes no estamos enamorados? Estaré embarazada y sin hogar.
Él suspiró.
–En absoluto. Si lo nuestro no funciona, te buscaré un piso que sea suficientemente grande para el bebé y para ti. Te compraré el que quieras.
–No tienes que comprarme una casa, Tyler. Conservaré el piso, viviré contigo durante un mes y veremos qué hacer con él cuando hayamos tomado una decisión con respecto a nosotros.
Él rio. No tenía mucho sentido seguir discutiendo, cuando ya sabía cómo iba a terminar aquel asunto.
–Muy bien, pero debes hacerte a la idea de que habrá alguien que te ayude. Vas a tener un hijo mío, y te voy a ayudar. Ese punto no es negociable. ¿Trato hecho?
–Trato hecho. Enhorabuena, Tyler –dijo ella tendiéndole la mano para sellarlo–. Ya puedes salir con tu esposa.
«Comienza el juego», pensó él.
Le tomó la mano, se la estrechó durante unos segundos y se la llevó a los labios para besarla. Su piel era cálida y suave, y le recordó que se había pasado una noche entera besándole todo el cuerpo. Lo invadió el repentino deseo de volver a poseerla, y fue como una descarga de adrenalina.
Amelia reaccionó con la misma intensidad. Entreabrió los labios y aspiró. Cerró los ojos durante unos segundos cuando Tyler presionó los labios contra su piel, y se inclinó hacia él.
Tyler iba a disfrutar con aquel reto. Se llevó la mano de ella al pecho y se inclinó hacia delante. El aire entre ambos era cálido y cargado de tensión. Ella abrió mucho los ojos y a él se le dilataron las pupilas mientras se acercaban el uno al otro. Ella respiraba con rapidez y se pasó la lengua por los labios. Deseaba que la besara.
Tyler pensó que convencerla iba a resultarle más fácil de lo que pensaba si reaccionaba ante él con tanta facilidad.
La besó en la oreja y le susurró en tono seductor:
–¿Qué te parece si sellamos el trato con un beso?
Cuando se echó hacia atrás, se fijó en que Amelia le sonreía con los labios y los ojos. Ella se le aproximó un poco más y le puso la mano en la mejilla.
–Lo siento –dijo mientras negaba con la cabeza–. Nunca beso en la primera cita.