Fragmento de una entrevista con Margarita García Flores, Cartas marcadas, UNAM, 1979.

Yo escribí una novela que no se publicó que se llama Rito de iniciación. En esa novela yo trataba de abandonar el tema indigenista que tenía casi todo lo que había escrito, para enfocar un nuevo aspecto de la realidad que está mucho más próximo a mí actualmente, aunque no tan próximo para que hubiera cuajado en un texto ya definitivo […] El asunto que pretendía abordar en Rito de iniciación era el descubrimiento de una vocación intelectual, más concretamente, de una vocación literaria. Este problema me ha obsesionado durante muchos años y lo he tratado, he insistido mucho sobre él a través de cuentos, de obras de teatro, de diálogos, en fin, de una serie de textos que no han podido ser definitivos, pero que vuelvo otra vez a incidir en ellos […] Álbum de familia se compone de varios relatos, uno de ellos es la elección de una manera de vivir para realizar una vocación literaria. Se supone que los problemas y protagonistas que aparecen allí no podrían ser provincianos; aunque la ciudad no se menciona, es una condición para que aparezca esta nueva serie de personajes que antes no había tocado. No podrían darse en ningún medio rural porque son bastante sofisticados intelectualmente, ni tampoco en una provincia porque emigrarían inmediatamente hacia la capital. Pero no se menciona la ciudad ni como paisaje ni como figura ni como algo que tenga una influencia directa. Simplemente se presupone […] Es una facilidad oral [el diálogo]. En el teatro me sucede que no sé escoger la situación. En las obras que escribí, incluso escribí teatro en verso, buscaba un momento en el que no iba a suceder nada, naturalmente era un momento muy plano, carecía absolutamente de intensidad dramática y no podía prestarle esa intensidad por medio del lenguaje. Además otra cosa que es un defecto que advierto en Álbum de familia: cuando hago hablar a mis personajes y no se trata de un diálogo costumbrista como el que usé en Balún-Canán o en Oficio de tinieblas o en los libros de cuentos, los hago hablar a todos exactamente de la misma manera que hablo yo. Y esto es un defecto, es un defecto de la caracterización, y en el teatro, no hay otro modo de caracterización más que la palabra hablada. Éste es el problema que tengo.