Fragmento de una entrevista con Luis Adolfo Domínguez, Revista de Bellas Artes, abril de 1969

Mi literatura… de combate, o como se le quiera llamar, no está hecha para las manos y los ojos de alguien que vaya a resolver la situación. Yo simplemente quiero que se haga conciencia… por lo menos hacerme yo conciencia, respecto de un tipo de fenómenos.

Fragmento de una entrevista con Emmanuel Carballo, Diecinueve protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX, Empresas Editoriales, 1965

Este influjo [de la poesía en la prosa] se nota fácilmente en Balún-Canán, sobre todo en la primera parte. En forma estricta, esta obra no puede considerarse prosa: está llena de imágenes: en momentos las frases se ajustan a cierta musicalidad. La acción avanza muy lentamente. Se le podría juzgar como una serie de estampas aisladas en apariencia pero que funcionan en conjunto. Si se hubiesen publicado aisladamente no se podrían considerar relatos […]

De una manera casual [se dio el paso de la poesía a la prosa], como se llega a todo cuando se delibera mucho. Intenté la prosa desde el principio. La consideraba como un complemento de la poesía. Desde mis primeros textos quise vivir profesionalmente como escritora. La poesía es algo en lo que no se puede fiar. Es imposible sostener, por ejemplo, afirmaciones como ésta: “Mañana voy a escribir un poema”. No soporto estar a merced de la inspiración: un año, un poema; el siguiente, quizá un libro. Necesitaba llenar el resto del tiempo con una disciplina constante y que dependiera de mi voluntad. Esta disciplina sólo podría lograrla al través de la prosa. Primero escribí crítica literaria y ensayo: entre otros textos, la tesis para recibirme de maestra en filosofía. Después usé este instrumento, que ya dominaba, en breves obras narrativas. Escribí dos cuentos: uno de ellos, “Primera revelación”, es el germen de Balún-Canán. Deseaba contar sucesos que no fueran esenciales como los de la poesía: sucesos adjetivos. Supuse que la prosa podría encaminarme al teatro: mis piezas pararon en el fracaso. A la novela llegué recordando sucesos de mi infancia. Así, casi sin darme cuenta, di principio a Balún-Canán: sin una idea general del conjunto, dejándome llevar por el fluir de los recuerdos. Después, los sucesos se ordenaron alrededor de un mismo tema […]

Está dividida en tres partes. La primera y la tercera, escritas en primera persona, están contadas desde el punto de vista de una niña de siete años. Este hecho trajo consigo dificultades casi insuperables. Una niña de esos años es incapaz de observar muchas cosas y, sobre todo, es incapaz de expresarlas. Sin embargo, el mundo en que se mueve es lo suficientemente fantástico como para que en él funcionen las imágenes poéticas. Este mundo infantil es muy semejante al mundo de los indígenas, en el cual se sitúa la acción de la novela. (Las mentalidades de la niña y de los indígenas poseen en común varios rasgos que las aproximan.) Así, en estas dos partes la niña y los indios se ceden la palabra y las diferencias de tono no son mayúsculas. El núcleo de la acción, que por objetivo corresponde al punto de vista de los adultos, está contado por el autor en tercera persona. La estructura desconcierta a los lectores. Hay una ruptura en el estilo, en la manera de ver y de pensar. Ésa es, supongo, la falla principal del libro. Lo confieso: no pude estructurar la novela de otra manera.