Todos somos capaces de distinguir qué es jazz de lo que no es jazz. Pero definir el jazz es algo sumamente complicado. Jazz es improvisación, es swing, es la expresión genuina de una comunidad concreta —la población afroamericana— que se ha expandido por todo el mundo y que se desarrollado con el paso del tiempo... Sí, es todo esto y más, muchísimo más. Jazz es improvisación, swing, un ritmo fascinante, una interpretación irrepetible, la expresión de lamento o de alegría más genuina y personal que pueda imaginarse, una síntesis musical de tradiciones de distintas partes del mundo, la música americana que se origina en África y en Europa y que llega a todos los rincones del planeta adoptando siempre nuevas expresiones, una música que no cesa de enriquecer y de enriquecernos...
Palabra problemática... Muchos orígenes se atribuyen al jazz y su etimología es tan variada y ofrece tantas posibilidades que se presta a multitud de interpretaciones e hipótesis. Hay quien dice que deriva de un juego de palabras de carácter onomatopéyico, gism-jasm, que tiene que ver con la fuerza pero también con el esperma. Para otros procede de chasse beau, o buena caza en francés, voz asociada al baile del cake-walk que se desarrolló durante las últimas décadas del siglo XIX en Nueva Orleans y que terminaba con el premio de un pastel. Chasse beau terminó por deformarse en jasbo, palabra que llegó a ser una especie de apodo de los músicos. Asimismo se ha señalado la posible relación con otra voz del argot criollo de Nuena Orleans de origen francés, el verbo jasser, que significa acostarse. Asimismo recibían el nombre de jazz-belles las prostitutas de Nueva Orleans, un nombre que sin duda procede de la deformación del nombre bíblico Jezabel. Otra posibilidad la apuntó hace años el músico de jazz Dizzy Gillespie, para quien jazz procede de la voz jasi, de origen africano y que significa vivir intensamente, aceleradamente.
Otro apunte acerca de la palabra jazz, éste de parte de uno de los grandes, Duke Ellington: «La palabra jazz es parte del problema. El término nunca perdió su asociación con los burdeles de Nueva Orleans. En la década de 1920 traté de convencer a Flechter Henderson que la deberíamos llamar música de negros, pero ahora ya es tarde».
Recordaremos que en las décadas de 1930 y 1940, cuando el jazz ya había adquirido un estatus respetable, hubo intentos de cambiar su nombre a fin de alejarlo de sus orígenes un tanto oscuros. Entre las propuestas estaban ragtonía, syncopep, crewcut, amerimusic, jarb y otras. Pero el jazz siguió, sigue y seguirá llamándose jazz.
Duke Ellington: «[…] la deberíamos llamar música de negros, pero ahora ya es tarde».
En 1913 apareció por primera vez la palabra jazz en un texto escrito. Fue en el San Francisco Bulletin, en un artículo de Ernest J. Hopkins titulado In Praise of Jazz, a Futurist Word Wich Has Just Joined the Language. En ese artículo, su autor desgrana sinónimos de la palabra jazz a fin de explicar su significado y escribe «vida, fuerza, energía, efervescencia de espíritu, alegría, vivacidad, magnetismo, inspiración, virilidad, exuberancia, valor, felicidad», como expresando de este modo lo imposible que resulta decir con claridad qué es el jazz. Asimismo defiende el uso de esta palabra para designar una música que todos los lectores ya sabían a cuál se refería. Y esa palabra era empleada porque «es agradable, fácil de pronunciar y amable a los oídos», y añade que se trata de un «sonido delicioso como un chispazo eléctrico» (!?). También dice que «pertenece a la categoría de las onomatopeyas». Para Hopkins el vacío existente para designar a esta música debía llenarse «con una palabra de sonido adecuado» y defiende el uso de la voz jazz por ser «universal y porque puede funcionar en cualquier sociedad». Por cierto, en algún pasaje del artículo de Hopkins podemos leer también jaz, con una sola «z». De hecho, la grafía de esta palabra no estaba del todo unificada y para muestra el primer disco con música de jazz, de 1917, protagonizado por la Original Dixieland Jass (sic) Band.
A raíz de la aparición en el mercado de ese primer disco de jazz, el sello Víctor publicó un catálogo con sus nuevas grabaciones entre las que se encontraba este mítico registro. El comentario acerca del disco de The Original Dixieland Jass Band, en el que, por cierto, se apuesta claramente por la grafía jass, tiene su miga:
Llámenlo jass, jas, jaz o jazz: la música sigue siendo la misma. Hay quien dice que el jass proviene de Chicago. En Chicago sostienen que es originario de San Francisco, en el otro extremo del continente. En todo caso, está claro que las bandas de jass son lo último en los cabarets, donde son muy apreciadas por el público.
Hay quien afirma que el primer instrumento de jass fue una lata de manteca vacía en la que se soplaban unos sonidos que recordaban al saxofón. Desde entonces, las bandas de jass han crecido en tamaño y ferocidad.
Por cierto, el primer disco de jazz —o jass— fue realizado por un grupo de músicos blancos como ya hemos señalado, pero el primer disco de jazz debido a músicos negros llegó seis años después. Su artífice fue King Oliver, al frente de su King’s Oliver Creole Jazz Band. Oliver tocaba la corneta, como otro —entonces— muy joven músico llamado Louis Armstrong.
El jazz es algo más que un tipo de música, especialmente en sus orígenes, tal como explicó Jeremy Siepmann en su libro El piano (Ediciones Robinbook, Barcelona 2003) en un pasaje de gran interés:
One leg Willy Joseph (Willy Joseph de una pierna), Three fingered Mamie Desdoumes (Mamie Desdoumes tres dedos), Cripple Clarence Lofton (Clarence Lofton el lisiado), James «Stump» Johnson (James «Cojo» Johnson), One arm Slim (Slim el Manco), One leg Shadow (Shadow Una Pierna), No legs Cahey (Cagey Sin Piernas). ¿Qué tienen estas personas en común aparte de sus limitaciones físicas? Todos hacían jazz, un asunto peligroso en los bares y burdeles de Estados Unidos a principios del siglo XX. Es dudoso que alguno de ellos pudiera suponer que estaban iniciando una tradición que invadiría el mundo de la música popular al menos durante un siglo. Como para muchos de los negros de Estados Unidos en aquella época, la música era el único medio que tenían para conseguir un techo, poder alimentarse y sortear un mundo hostil. Eran parte de una clase inferior dentro del mundo de los blancos. Su música acentuaba el abismo entre ellos y sus antiguos dueños y señores. La música era un medio para afirmar su conciencia de comunidad, una comunidad de sufrimientos con una indomable resistencia frente a las disparidades insuperables y la experiencia humana universal de amor y de pérdida. El jazz ha sido la última experiencia musical nacida de un mundo que se industrializaba con enorme rapidez».
El jazz de los primeros tiempos que tocaban intérpretes blancos recibe el nombre de dixieland. Esta afirmación es una tanto contradictoria si recabamos información acerca del significado de dixieland o dixie aplicado a ese jazz que surgió en Nueva Orleans entre los músicos negros que los blancos, con mayor o menor fortuna según los casos, adoptaron como propio. A menudo se ignora que todo un King Oliver, una especie de padre fundador del jazz, tenía una banda que en 1925 adoptó el nombre de The Dixie Syncopations. Más aún: cuando Coleman Hawkins —¡palabras mayores!— se refería a la música de otro de los padres fundadores del jazz, el mítico Jelly Roll Morton, como dixieland. Otro gran e indiscutible jazzista, Jay Jay Johnson, se refería a la música de Kid Ory como dixieland e incluso determinados músicos y analistas hablaban de dixie o dixieland para designar al jazz de los primeros años, en ocasiones denominándolo así o ragtime indistintamente.
The Original Dixieland Jass Band.
Según parece, el término dixie tiene su origen en los billetes de diez —dix en francés— dólares que emitía un banco de Nueva Orleans, que estampaba los datos del referido billete en francés, de modo que dixieland era la tierra de los dixie, es decir, Nueva Orleans, y por extensión, la tierra del jazz. Cuando la Original Dixieland Jass Band empezó su andadura, se asoció la voz dixie o dixieland para designar a la música que hacían, que era considerada una música negra interpretada por blancos.
Un intérprete de dixieland absolutamente desconocido es recordado por ser el padre de un célebre músico. Este intérprete de dixieland era inglés y quedó viudo cuando su hijo Paul todavía era un niño. La muerte prematura de su esposa llevó a este pianista y trompetista de dixieland, líder del grupo Jim Mac’s Jazz band —tan olvidado en la actualidad como él a no ser por la relevancia de ser el padre de alguien muy célebre— a regalar a su hijo una guitarra. Nuestro músico de dixieland inició a su hijo Paul en la música probablemente sin sospechar que aquel Paul McCartney que tenía delante era el Paul McCartney que todos conocemos, el de The Beatles, el compositor de canciones inolvidables. Así pues, en los primerísimos inicios de McCartney hubo alguna influencia del dixieland.
Es innegable que el blues fue un elemento esencial en la configuración del jazz. El blues tenía ya entonces, en los primeros tiempos del jazz, un carácter propio e identificable, que permitía distinguir esta música, ya genuinamente americana, de cualquier otra. Williams Ferris en su libro Blues from the Delta escribe al respecto incidiendo en cuándo se originó este peculiar folclore afroamericano:
«La música de blues probablemente se desarrolló tras el fin de la Guerra de Secesión, cuando los músicos negros recién liberados tuvieron ocasión de recorrer las tierras del Sur y ampliar sus repertorios. W.C. Handy y Big Bill Broonzy coinciden en que el blues se cantaba ya antes de 1900, y dado que la movilidad física, tan importante para los músicos de blues de nuestro siglo, era una aspiración imposible antes de la Guerra de Secesión, cabe suponer que la música se desarrolló como género autónomo cuando la economía sureña dejó de sustentarse en la plantación esclavista para transformarse en una agricultura laborada por aparceros. Desde luego, el instrumento comúnmente asociado al blues —la guitarra— no aparece en una sola ilustración anterior a la Guerra de Secesión; a la vez, y a diferencia de la mayoría de las primitivas canciones de esclavos, el blues es música ejecutada por solistas».
Rodney Dale, en su libro Jazz se refiere al origen de algunas palabra relacionadas con esta música, por ejemplo boogie woogie, haciendo gala de una gran erudición bajo el aspecto de un volumen divulgativo: «No se sabe a ciencia cierta de dónde proviene el boogie y su denominación. Wilbur Sweatmann y su banda grabaron un tema titulado Boogie Rag en 1917. El pianista Charles Cow Cow Davenport (1894-1955) asoció el término a la música de ocho compases. Se cree que el boogie woogie fue un tipo de baile. Sin embargo, no se duda del hecho de que se dio a conocer entre el público en general mediante el tema titulado Pinetop’s Boogie Woogie grabado por Pinetop Smith el año antes de su inesperada muerte.
«Una acepción del término en el Oxford English Dictionary lo define como término despectivo para definir a una persona negra, pero también puede estar relacionado con la expresión bogeyman (hombre del saco). Actualmente la palabra se utiliza principalmente en contextos relacionados con la música discotequera.»
En los periódicos del grupo Hearst apareció el 21 de enero de 1917 un escrito titulado: «Un grupo de jaz [sic] a la última» que se hacía eco del anuncio de una sesión de jazz en el que podía leerse: «Para pasmo de los neoyorquinos, un café de Broadway anuncia que ha importado del oeste un grupo de jaz [sic], ritmo sincopado que parece causar furor». Unos meses después, en el New York Sun aparece un artículo con algún pasaje sorprendente como éste, en que se especula acerca del origen del jazz y se aventuran unos orígenes un tanto arriesgados: «El nombre no termina de estar claro: jas, jass, jaz o jascz. El término es de origen africano, común en la Costa del Oro africana y en las tierras del interior. El jazz tiene su base en el maravilloso sentido del swing y la aceleración musical que tienen los músicos salvajes de aquella región».
En el periódico New York American del 22 de junio de 1922 apareció un artículo titulado «El jazz, motivo de perdición». He aquí un pasaje significativo:
El desastre moral se cierne sobre centenares de muchachas americanas sometidas al efecto desquiciante, patológico y lascivo de la música de jazz, afirmó ayer un portavoz de la Asociación de Vigilancia de Illinois. Dicha asociación considera que sólo en Chicago más de un millar de mujeres han sido víctimas del jazz en los dos últimos años.
Esta música neurótica e insidiosa que acompaña al baile moderno se cobra sus víctimas tanto en las pequeñas ciudades rurales como en la metrópolis, en los hogares pobres tanto como en las mansiones acomodadas. Esta música degradante ya no es reducto de tugurios de mala reputación, sino que se ha extendido a las fiestas escolares, a los hoteles de lujo y a los círculos de la alta sociedad.
Entre los poco conocedores del jazz existe la creencia que en este tipo de música todo es espontaneidad y no hay lugar para la disciplina, que es algo que surge como por encantamiento, como fruto de la improvisación sin más. Por supuesto no es así y el jazz, como cualquier otro tipo de música pide sacrificio. Y al igual que sucede con los instrumentistas clásicos que, si quieren dominar su instrumento, deberán practicar horas y horas y estudiar y tener disciplina, en el jazz lo mismo. Para muestra, uno de los grandes, Charlie Parker. El mítico Bird era un perfeccionista y siempre pensaba que debía practicar más y más para mejorar. Era habitual que practicara (¡atención!) unas quince horas diarias. Increíble pero cierto.
En la Alemania controlada y asfixiada por el poder nazi el jazz era una música considerada degenerada, un ejemplo de música «judeonegroide», del todo ajena al pueblo alemán auténtico. En ese contexto horrible e inhumano el jazz no tenía un lugar, y los músicos de jazz tampoco.
En la URSS no era mucho mejor vista esta música a pesar de haberse instaurado allí un régimen de signo opuesto y el escritor El mítico checo Josef Skvorecky, en su libro El saxofón bajo, se hace eco de opiniones tan delirantes como una que ve el jazz como una música «pervertida, decadente, degenerada, inventada por capitalistas para ensordecer los oídos del mundo marshallaziado con composiciones estridentes y epilépticas».
Charlie Parker llegaba a practicar más de quince horas diarias.
En la Guerra Civil española tampoco parecía haber espacio para el jazz. A este respecto, Alfredo Papo, estudioso del jazz, escribió en cierta ocasión: «Durante la Guerra Civil, en el bando republicano, los anarquistas consideraban el jazz como una música capitalista, mientras que en bando franquista el jazz era rechazado porque era considerado como una música negroide y extranjerizante».
Según el músico de jazz Clifford Thornton, «la música fue durante mucho tiempo nuestro único lenguaje, ya que nos privaron de cualquier posibilidad de hablar nuestra lengua cuando nos trajeron aquí. Puesto que todavía no podíamos hablar la otra lengua, la música fue la única manera de permanecer en contacto los unos con los otros. E hicimos nuestra historia con esta lengua: la música».
El jazz es una música del momento; una interpretación nunca es igual a otra, es irrepetible. Ya decía el gran músico de jazz Ornette Coleman que «el jazz es la única música en la que una misma nota puede tocarse noche tras noche pero siempre de un modo distinto».
Para el gran director de orquesta Leopold Stokowski, «el jazz pervivirá, es una expresión de nuestra época, de los tiempos emocionantes, enérgicos e hiperactivos en que vivimos, y es inútil luchar contra él». Para él, los músicos de jazz tienen «mentalidad abierta y sin prejuicios. No los frenan tradiciones ni convenciones y, con sus nuevas ideas, sus constantes experimentos, hacen que una sangre nueva corra por las venas de la música. Me parece que en América se halla la mayor esperanza de todo el mundo musical».
El jazz no deja indiferente y a lo largo de su ya larga existencia ha ido generando opiniones que merecen atención. Veamos algunas:
Para Stravinsky se trataba «de una moda y, como tal, está destinado a desaparecer algún día». El gran compositor ruso opinaba que «el jazz opone a la concepción clásica de la música un caos de sonidos subversivos y extraños». Curiosamente, Stravinsky mostró la influencia del jazz en algunas de sus obras e incluso destinó una de ellas a la orquesta de Woody Hermann, el famoso Ebony Concerto.
Para Igor Strabinsky, el jazz no era más que una moda, y, por tanto, su desparición sólo una cuestión de tiempo.
Una opinión muy parecida a la de Stravinsky es la del director de orquesta Thomas Beechamn: «No es más que la adulteración de los nobles instrumentos de metal mediante el uso de sordinas, sombreros, gorras, en todos los recovecos, agujeros y esquinas».
El compositor británico Arthur Bliss escribió que «una banda de jazz puede emplearse como un estimulante artificial y para propósitos afrodisíacos, pero nunca para predicar verdades eternas».
Para el músico de jazz Quincy Jones, el jazz «siempre ha sido un hombre que cuenta la verdad sobre sí mismo». La autenticidad de Jones, en cuya opinión percibimos también la expresión de libertad, es muy similar a la de otro gran músico de jazz, el pianista y compositor Dave Brubeck: «El jazz es posiblemente la única forma musical que existe hoy en día en la que el individuo goza de libertad sin que ello implique la pérdida de contacto con el grupo». Brubeck, además, dijo algo que resume perfectamente la naturaleza del jazz desde sus mismo orígenes, la esencia misma del jazz: «En Nueva Orleans estaba la influencia africana. De la Europa occidental llegó el sentido armónico, la estructura tonal y los instrumentos usados».
Para Duke Ellington, uno de los más importantes e influyentes músicos de jazz, «no debería llamarse jazz a ninguna música». Opinaba que «que suene bien es lo único que importa». Y es que para Ellington, que llevaba el jazz dentro, esta era su música, así, de un modo natural. Quizá por ello vertiera tal opinión o también quizá por ello respondiera a Stokowski de un modo sorprendente. Stokowski le propuso hacer juntos un viaje a África para escuchar música y la respuesta de Ellington fue: «Una fiebre es lo único que podría encontrar en África que no tenga ya».
El periódico New Orleans Times Picayune no podía pasar por alto la existencia del jazz, la música que, no lo olvidemos, surgió y conoció un importantísimo primer desarrollo en ella. Así, podemos leer un comentario publicado en 1918 en el que se dice que la ciudad…
«no está particularmente interesada [en el jazz] puesto que se ha sugerido que esta singular forma de vicio musical nació en esta ciudad. Aunque la verdad es que procede los alrededores más dudosos de nuestros barrios bajos. No reconocemos el honor de su paternidad». Asimismo, y quizá no necesariamente como algo positivo para el jazz, se reconoce que esta música «proporciona un goce sensual más intenso que el vals vienés o que el sentimiento refinado y la emoción respetuosa del minué del siglo XVIII.
Quien escucha jazz por primera vez se sorprende de que se aplauda en determinados momentos mientras la música sigue sonando. A poco que uno se familiarice con el jazz se da cuenta de que es algo habitual cuando cada uno de los músicos que está tocando realiza una improvisación destacada sobre el resto, que o bien quedan en silencio o bien adoptan un papel acompañante. Además, al final de cada interpretación también hay aplausos.
Por cierto, la costumbre de aplaudir viene de lejos; al menos hace tres mil años que se aplaude. Según parece, en un principio era algo religioso, ritual, ya que se creía que así se atraía a los dioses. Del rito religioso pasó a los rituales paganos, incluidas las representaciones teatrales en Grecia, en las cuales los actores animaban al público a aplaudir como invocación a los espíritus protectores de los artistas. El emperador romano Nerón, que cantaba en público y debía pedir el aplauso para gozar de esa protección como los actores griegos, mandaba ejecutar a los espectadores que él consideraba que no habían aplaudido tanto como debieran.
El clarinetista y líder de una de las mejores big bands de la historia, Artie Shaw, dijo en cierta ocasión, casi al modo de una historia del jazz en pocas palabras, que «el jazz nació en un tonel de whisky, creció en la hierba y está a punto de morir por la heroína». Realmente no faltan ejemplos de músicos de jazz que han tenido problemas con las drogas pero quizá exageró un poco.
La influencia del blues en el jazz desde sus mismos orígenes es algo evidente. Pero andando el tiempo y siguiendo la evolución del jazz, llegó un momento en que el jazz ya desarrollado influyó asimismo en el blues que se mantenía más o menos fiel a las raíces. No es extraño por ello que un músico de blues tan importante como B.B. King, reconociera que, según sus propias palabras, «el jazz es el hermano mayor del blues. El blues es la secundaria, el jazz es la facultad».
Otro hermano musical del jazz es el rock, que también presenta desde sus inicios, una relación clara con el blues, y la influencia del jazz también se ha ido dejando sentir en esta música lo mismo que ha sucedido a la inversa, muestra de lo cual es el llamado jazz fussion. Músicos de jazz fussion como Chick Corea o Keith Jarret tuvieron una etapa en sus carreras en que jazz y rock se fundieron y confundieron aunque nunca dejaron de estar adscritos al jazz. Los músicos de rock siempre han mostrado un gran respeto por el jazz y, al igual que B.B. King reconoció la grandeza del jazz, Carlos Santana, gran figura del rock, declaró en cierta ocasión: «El rock es una piscina, el jazz es todo un océano».
El jazz es algo heterogéneo y diverso, y posiblemente no encontraríamos unanimidades en lo que se refiere a la función del jazz, a aquello que lo distingue de otros tipos de música, a si el jazz debe de ser música para escuchar, para bailar, para ambas cosas según el caso, e incluso qué es el jazz puede ser una pregunta de múltiples e incluso contradictorias respuestas. Para unos el jazz se distingue por el swing, para otros por la improvisación como elemento esencial —incluso hay quien opina que el jazz actual deje de llamarse así para ser considerado, simplemente, música improvisada— aunque hay quien se muestra preocupado por la capacidad que tiene el jazz de integrar músicas de lo más diverso ya que puede perder así sus señas de identidad. Para un gran músico de jazz como Count Basie, uno de los incuestionables genios de esta música, el jazz era sobre todo ritmo, swing, impulso vital. Así lo dijo en cierta ocasión: «Si tocas una melodía de jazz y las personas no mueven los pies, no la toques más».
Count Basie: «Si tocas una melodía de jazz y las personas no mueven los pies, no la toques más».
La frase de Count Basie tiene mucho que ver con la respuesta del pianista Fats Waller a quien le preguntó: «Señor Waller, ¿qué es el ritmo:«Señorita, si usted me lo pregunta es porque no lo tiene».
Antes de la aparición del primer disco de jazz en 1917, o quizá mejor dicho, del primer disco en que aparece la palabra jazz, hecho que conllevó que empezara a hablar de esta música con esa denominación, hubo alguna otra referencia anterior. Según parece, la primera referencia escrita al jazz data del 6 de marzo de 1913, día en que en el San Francisco Bulletin podía leerse una noticia que hacía referencia a un equipo de béisbol: «El equipo que esta mañana causó furor en nuestra ciudad está compuesto por los miembros más destacados del ejército. Sus integrantes entrenan a ritmo de ragtime y jazz».
El saxofonista Bud Freeman recordaba en una entrevista realizada en 1974 que durante la década de 1920 existía un lenguaje jazzístico con un código que solamente estaba al alcance de los afroamericanos. Cabe recordar que Freeman era blanco. «Cuando me refiero al lenguaje de los negros —decía Freeman— es preciso comprender que el negro de entonces era, en general, poco instruido, y que buscaba su acomodo en un mundo dominado por los blancos. A la vez que exteriormente se mostraba dócil con el blanco, utilizaba un lenguaje propio y secreto que escapaba a la comprensión de éste».
Así pues, como toda comunidad diferenciada, los afroamericanos constituían un grupo humano, social y cultural de unas características que no venían definidas por su implantación geográfica o por una cuestión meramente étnica sino que sus miembros compartían unos valores y la música era un elemento esencial de cohesión hasta el punto de desarrollar, como apuntábamos más arriba, unos códigos propios. A este respecto, Alan P. Merriam y Raymond W. Mack incidían en la cuestión en su libro Social Forces al dedicar una parte del volumen a esta comunidad, una parte titulada significativamente The Jazz Community: «Los profesionales no sólo constituyen un grupo, sino que su público también pertenece al grupo. Por supuesto, esto no equivale a negar la existencia de círculos internos dentro de este mismo grupo, sino que público y profesionales forman un tejido bastante compacto en el que se dan determinadas actitudes y modos de conducta distintos a los exhibidos por quienes no pertenecen al grupo». Además, y dentro de esta comunidad, los músicos de jazz gozaban de gran prestigio e influencia, un dato que nos ilustra acerca de la importancia que la música en general y el jazz en particular tenía entre los afroamericanos ya desde los primeros años de desarrollo de este género musical.
Una característica fundamental y genuina del jazz es la importancia concedida a la improvisación. Ello supone que nunca se interprete una misma pieza de la misma manera aunque se ocupen de ello los mismos músicos. En su libro Where’s the Melody? A Listener’s Introduction to Jazz, Martin Williams, quien como se desprende del título de esta obra se preguntaba dónde está la melodía en el jazz, se refiere a esta cuestión en estos términos: «La melodía está allí donde la ejecute el músico. Escúchenla bien, pues probablemente nunca vuelva a repetirse. Y quizás se trate de una melodía extraordinaria». Así pues, cada vez que escuchemos alguna interpretación debemos estar muy atentos ya que se trata de algo efímero e irrepetible. Es algo distinto de lo que sucede en el campo de la llamada música clásica, aunque durante siglos también hubo espacios para la improvisación en este ámbito, caso del renacimiento, del barroco e incluso más adelante. En lo que sí coinciden jazz y música clásica es que la interpretación siempre es irrepetible, existe o no mayor margen de creatividad. De hecho, hay quien considera que improvisar es componer en tiempo real. Como escribió Bruce Ellis Benson en su libro The Improvisation of Musical Dialogue, «una ejecución es esencialmente una interpretación de algo que ya existe, mientras que la improvisación nos presenta algo que sólo llega a existir en el momento de su presentación». Llegados a este punto, Benson, que se hace eco de la opinión de la superioridad de lo escrito frente a la improvisación, escribe: «La improvisación no reúne las condiciones propias de una verdadera composición». Y concluye que «la improvisación carece de permanencia, una cualidad que se supone que las obras deben tener». Sin duda Benson se sorprendería si vinieran del otro mundo Bach y Duke Ellington para defender la improvisación como arte. Pero mientras en el jazz la improvisación sigue siendo algo característico y definitorio, en la música clásica, de nuevo según Benson, «la improvisación no acaba de encontrar su sitio en la contraposición binaria entre composición y ejecución».
Sobre el jazz se ha dicho de todo. Multitud de frases más o menos ocurrentes han intentando explicar, provocar, entusiasmar, despertar curiosidad, ennoblecer o hundir esta música, pero una de las más sorprendentes se debe a un ilustre filósofo francés, nada menos que Jean Paul Sartre quien, no sin un punto enigmático, declaró en cierta ocasión: «El jazz es como los plátanos, hay que consumirlo sobre el terreno».
El inolvidable organista Lou Bennett, en el transcurso de una de sus ya legendarias noches tocando en Barcelona durante la cual su instrumento parecía que no andaba muy fino y cuyas prestaciones no le satisfacían demasiado, dijo: «Disculpen, señoras y señores, pero me veo obligado a interrumpir mi actuación. El jazz es como una mujer y, cuando el órgano no funciona, más vale dejarlo para el día siguiente».
En su libro Jazz, Rodney Dale ofrece una interesante reflexión bajo el epígrafe Lo que no es jazz: «¿Cómo deberíamos llamar a todo lo que no es jazz? El término música clásica tiene un significado concreto: el período de las sinfonías y los conciertos realizados entre la época barroca —que finaliza aproximadamente en el año 1750— y los primeros románticos —que surgen alrededor del año 1800—. No nos podemos quejar por el hecho de que la gente llame jazz a cualquier cosa mientras nosotros hacemos lo mismo con la música clásica. Algunos usan el término música seria para diferenciarla del jazz, pero esto implica que el jazz, a su manera, no es serio y, además, que las otras músicas no son divertidas. Los chinos, según creo llaman música noble a la música clásica, una palabra inusual que, sin embargo, resulta curiosamente útil. El pianista Ahmed Jamal llama al jazz la música clásica americana. Y la siguiente frase se atribuye a Willis Conover: «El jazz es un lenguaje. Es el sonido de la gente. El jazz es la gente que habla, ríe, llora, construye, pinta, calcula, abstrae, extrae, da, recibe, crea».