El jazz y el cine, dos disciplinas artísticas que constituyen dos de las grandes aportaciones del siglo XX, ambas muy ligadas a la cultura americana; la primera por surgir de ella y la segunda por conocer allí su gran esplendor. Era lógico que jazz y cine tuvieran relaciones desde el mismo momento en que las imágenes se acompañaban de música.
El jazz, pese a ser la genuina música americana durante años, antes de pasar a ser una música absolutamente universal, fue objeto de atención bastante puntual y a menudo un tanto superficial por parte del cine. En la época dorada del cine, que coincidió con la aceptación por parte de la sociedad americana del jazz como algo propio, las estrellas del swing era algo así como invitados, como un agradable y en ocasiones espectacular ornamento para un show. Asimismo, tampoco era raro durante aquellos años la aparición de músicos de jazz en comedias amables en las que en algún momento había algún número musical. Curiosamente fue en Francia cuando el jazz se empleó como parte importante en la dramaturgia de las películas. Fue durante la llamada nouvelle vague, una tendencia artística cinematográfica de gran trascendencia que dio frutos tales como la película Ascenseur pour l’échafaud ( Ascensor hacia el cadalso), dirigida por Louis Malle en 1957 que contó con una banda sonora protagonizada nada menos que por Miles Davis. En esta película la música no es un ornamento, ni tan sólo un fondo musical más o menos afortunado o más o menos interesante, pues se trata de un elemento fundamental en el desarrollo de la película.
Louis Armstrong apareció en diversas películas pero su intervención más popular fue en el film Hello Dolly, de 1956. Al igual que en los años inmediatamente posteriores a su estreno, multitud de aficionados acudían a los cines para ver la actuación del mítico trompetista y cantante. No faltan, todavía hoy, personas que ven la película completa esperando el momento en que aparece Louis Armstrong. Lo curioso del caso es que Armstrong está en escena apenas un minuto.
El compositor Henry Mancini, autor de bandas sonoras inolvidables y de canciones maravillosas que ya son auténticos clásicos, siempre se sintió atraído por el jazz. De hecho, una de sus bandas sonoras más justamente célebre, la de las películas del ciclo La pantera rosa, tiene un inconfundible aspecto jazzístico, sobre todo el tema principal, que es una pequeña obra maestra. Pues Henry Mancini empezó sus pasos en el jazz muy joven, y lo hizo por la puerta grande. Fue pianista nada más y nada menos que de la orquesta de Glenn Miller. Mancini tenía entonces diecinueve años. Era el año 1942 y entró en la Army Air Force Band que dirigía el mítico músico americano. Pero al morir Miller inesperadamente en un accidente de aviación, Mancini, a pesar de su juventud, se hizo cargo de la orquesta de éste como arreglista e incluso, ya en 1953, fue el encargado de escribir los arreglos (genuinamente jazzísticos) para la película biográfica de Miller, The Glenn Miller Story, estrenada en España como Música y lágrimas.
Henry Mancini siempre se sintió atraído por el jazz.
Entre 1940 y 1947 se produjeron más de mil quinientos soundies en Estados Unidos. Los soundies eran muy populares y a pesar de su efímera historia gozaron del favor del público durante el poco tiempo en que estuvieron de moda, y contribuyeron a que los músicos de jazz resultaran familiares a mucha, muchísima gente.
Los soundies eran algo así como los actuales videoclips, breves películas de unos tres minutos de duración que ofrecían una actuación musical, por supuesto de jazz en su inmensa mayoría. Eran en blanco y negro y podían verse en unas máquinas similares a las famosas jukebox previa introducción de una moneda de diez centavos. Nombres ilustres del jazz como Louis Armstrong, Duke Ellington, Nat King Cole, Glenn Miller, Fats Waller, Cab Coloway, Count Basie y muchos más, rodaron soundies.
El actor y director Woody Allen tomó su nombre del clarinetista de jazz Woody Herman, al que admira. Su nombre real es Allen Stewart Konigsberg y es un apasionado del jazz. De hecho, toca el clarinete desde muy joven y todos los lunes por la noche toca con su banda en el hotel Carlyle en Manhattan. Cuando le fue concedido un Óscar dijo que no podía acudir a recogerlo puesto que ese día tenía que tocar el clarinete.
«Aún no han oído nada.» Estas fueron las primeras palabras que se escucharon en una película. Era El cantor de jazz, de 1927. Pero el sistema para acoplar sonido a las imágenes todavía era bastante rudimentario y no podía hablarse todavía de banda sonora. Para el sonido de aquella mítica película se utilizó el sistema conocido como Vitaphone, que no era más que la coordinación y ajuste entre el sonido garbado en un disco con las imágenes de la película. El jazz estuvo presente en esos primeros pasos del cine sonoro, aunque sólo hubieran veinte minutos de diálogo, pero el resto era música, y esa música, si no era jazz o al menos no lo era del todo, sonaba a jazz.
Esta película estaba basada en una obra teatral del mismo título que había alcanzado un gran éxito en Broadway. El protagonista debía haber sido en un principio George Jessel, que era el protagonista de las funciones teatrales, pero las exigencias que éste planteó a la Warner Bros no pudieron ser asumidas por la empresa y acudieron a Eddie Cantor, el cual también rechazó la oferta asimismo por motivos económicos. Finalmente, fue Al Jonson el elegido, quien accedió. Jonson, un blanco que se pintaba de negro, «entusiasmaba a la audiencia con vitalidad y el sex appeal de sus gestos y canciones con raíces más bien afroamericanas», como dijo el historiador Donald Crafton.
Escena de El cantor de Jazz, considerada durante décadas la primera película sonora.
Ahora bien, recientemente, en noviembre de 2010, fue hallada en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, en Washington, un material sorprendente que probaba que cuatro años antes que El cantor de jazz se realizó una película sonora, protagonizada no por una figura del jazz ni por una estrella americana sino por Concha Piquer, cantante folclórica española.
En las películas de la factoría Walt Disney, el jazz acostumbra a tener un lugar pero hay dos de estos filmes en que llega a tener un claro protagonismo durante bastantes minutos. Tal es el caso de El libro de la selva, en que un personaje, el rey Louie, recuerda a Louis Armstrong y canta y baila como un gran maestro del jazz. Por cierto, el doblaje corrió a cargo de otro Louis jazzístico, Louis Prima.
Otra película de Disney, otro de esos filmes ya clásicos, Los aristógatos, en que se vuelve a rendir homenaje a Louis Armstrong. En ella, el personaje del Gato Jazz recuerda inevitablemente al gran músico de Nueva Orleans y, como él, canta y toca la trompeta, además de ser líder de un grupo de jazz que recuerda mucho a los míticos All Stars, Hot Five o Hot Seven.
El famoso actor Anthony Perkins, inolvidable protagonista de la película Psicosis de Alfred Hitchcock, fue cantante de jazz antes que actor. Llegó a grabar algunos discos y su carrera musical parecía ir bastante bien hasta que fue nominado al Óscar por La gran prueba, de William Wayler, hecho que le llevó a abandonar su dedicación al jazz.
El cine americano de los años dorados acudió a figuras del jazz para hacerlas protagonistas de películas. La vida de estas estrellas daba para filmes que se movían entre la comedia y el melodrama —acaso acentuando esto último— creándose un todo de gran espectáculo al intervenir la música como elemento llamativo aunque no esencial en el desarrollo de la película. Es decir, películas como The Young Man with a horn de Michael Curtiz, The Glenn Miller Story de Anthony Mann y The Benny Goodman Story de Valentine Davies, todas ellas de la década de 1950, representan más que biografías fieles espectáculos creados en torno a figuras del jazz con intervenciones musicales, a menudo, por supuesto, sensacionales e incluso inolvidables.
La primera de las tres películas que mencionamos aquí, protagonizada por Kirk Douglas que interpreta al mítico Bix Biederbecke, es una muestra de ello. Harry James tocaba la trompeta y Douglas encarnó a un Bix extraordinario; lástima que el retrato no fuera, como era habitual en estos casos, del todo fiel. Además la película contó con la participación de Doris Day quien además cantó.
La segunda película fue inmensamente popular pues estaba consagrada a la figura y la música de Glenn Miller, encarnado por un sentimental y más bien frío James Stewart. Como la anterior, la fidelidad, si no brillaba por su ausencia era más bien relajada y, también como aquella, tenía su punto fuerte en los números musicales. La participación de figuras míticas como Louis Armstrong, Gene Krupa, Barney Bigard, Ben Pollack y otros es, desde luego lo mejor. Esta azucarada película generó una secuela que se centró en otro líder de big band, Benny Goodman, interpretado por Steve Allen. Película mediocre pero con una música maravillosa.