13

 

 

 

CONTEMPLO LA POSIBILIDAD DE NO IR. DURANTE CASI UNA hora, me debato en la duda. Imagino los rostros de Fee y Ann la próxima vez que viajemos hasta los reinos y comprueben que Pippa se ha ido. Me pregunto cómo podrán apañárselas sin ella las chicas del incendio de la fábrica. No estoy muy segura de que eso sea lo correcto, pero lo he prometido y, por tanto, debo ir. Espero a que los ronquidos de Ann se intensifiquen y luego bajo por la escalera a hurtadillas, esperando que no me pillen ni Brigid ni Nightwing ni Felicity ni cualquier otra. Bajo la sombra de la estructura del ala este, extiendo la mano hacia la puerta secreta. Ésta cobra vida y me cuelo en los reinos yo sola; recorro todo el trayecto a la carrera.

Pippa me espera en el muro de zarzas.

—Has venido —dice, aunque no estoy segura de si lo que detecto en su voz es alivio o miedo. Puede que ambas cosas.

—Sí.

—Fee nunca lo sabrá —afirma Pippa, como si hubiera leído mi mente.

Tomamos el sendero que lleva hasta el jardín y el río. Estoy completamente perdida en cuanto a lo que tengo que hacer. ¿Tendría que enunciar algo, un rezo o un hechizo? Si es así, no conozco ninguno. Así que cierro los ojos durante unos instantes y me digo: «Por favor. Por favor, ayudad a mi amiga Pippa».

Un pequeño bote se balancea en el río tras unos ranúnculos. Nos abrimos camino entre la hierba pantanosa y la aparto de nosotras.

Pip arranca un ranúnculo y lo retuerce entre las manos.

—Hay aquí tanta belleza. A veces me olvido de ello.

—Nos iremos en cuanto estés preparada —digo amablemente.

Se pone la flor detrás de la oreja.

—Ya estoy preparada.

Nos acomodamos en el bote balanceante y lo apartamos de la orilla. He surcado este río en pos de la aventura, el gozo y el peligro, pero jamás mis viajes se han teñido de semejante melancolía. Éste es un adiós para siempre y, aunque sé que es lo correcto, es muy duro tener que dejarla ir. Aún veo a la Pip de antes, a la Pip que decía ser mi amiga.

Guío el bote hasta la otra orilla, donde el horizonte resplandece con una puesta de sol de color naranja dorado. Me provoca una ebria somnolencia, como si me estuviera pegando una siesta al sol. De repente, el bote se detiene. Deja de avanzar.

—¿Por qué nos hemos parado?

—No lo sé —respondo.

Intento ponerlo en movimiento sin éxito.

—Creía que tenías el poder de conducir las almas al otro lado del río —dice Pippa con un tono de voz atemorizado.

—No lo había hecho antes. Tú eres la primera. No creo que pueda llevarte más lejos. Creo que tendrás que hacer sola el resto del camino.

Pip abre los ojos de par en par.

—¡No! ¡No puedo! No puedo meterme en el agua. Por favor, por favor, no me obligues a hacerlo.

—Sí, porque sé que puedes —le aseguro, y espero que mi voz no traicione mis nervios—. Te ayudaré. Vamos, agárrate con fuerza a mis brazos.

Con cuidado, la ayudo a entrar en el agua y la dejo ir. Sus faldas flotan como nenúfares.

—Adiós, Gemma —se despide mientras avanza contracorriente.

Verla irse es como ver desvanecerse una parte de mí misma, y tengo que ponerme una mano en la boca para no gritar: «No lo hagas. Vuelve. Por favor». La luz la engulle. Las lágrimas humedecen mis mejillas. «Adiós, Pip.»

Con una repentina sacudida, se sumerge bajo el agua. Sus manos se agitan violentamente. Emerge del río, escupiendo agua, desesperada por respirar.

—¡Gemma! —grita aterrorizada—. ¡Ayúdame!

Soy presa del pánico. ¿Es esto lo que se supone que tenía que suceder? No, pues he visto a otras almas cruzar el río sin semejante angustia.

—¡Pip! —chillo.

Me inclino fuera del bote. Me agarra la mano y la ayudo a subir.

—¡Volvamos! —exclama tosiendo—. ¡Volvamos!

Pippa no recupera el aliento hasta que llegamos a la orilla sanas y salvas y cae de rodillas en el jardín.

—¿Qué ha sucedido? —pregunto.

—No podía cruzar —grita—. No me ha dejado. —Tiene los ojos completamente abiertos, aterrorizados—. ¡No me ha dejado!

—No puede cruzar. Es demasiado tarde.

La Gorgona aparece ante nosotras.

Pippa me agarra del brazo, histérica.

—¿Qué... está... diciendo?

—Comiste bayas —sisea la Gorgona—. Con el paso del tiempo, han obrado su magia en ti y te han reclamado en los reinos. Ahora eres uno de los nuestros.

Rememoro el horrible día en que Pippa se quedó atrás mientras nosotras escapábamos. Recuerdo a la criatura que le dio alcance en el río. Recuerdo que la encontramos después, fría y pálida, en el agua. Y también recuerdo el fatídico momento en que eligió quedarse al comer las bayas. ¿Por qué la abandoné? ¿Por qué no luché con más empeño para salvarla?

Pippa se abalanza sobre la Gorgona y la golpea con los puños cerrados. Las serpientes cobran vida, abren sus fauces y sisean. Una de ellas muerde a Pip, quien grita y cae sobre la hierba, acunándose la mano. Sus sollozos son tan profundos como una lluvia asfixiante.

—¿Intentas... decirme... que tendré que quedarme aquí? ¿Para siempre?

Los ojos amarillos de la Gorgona no reflejan emoción alguna.

—Tu suerte está echada. Tendrás que adaptarte. Acéptalo y aprende a vivir con ello.

—¡No puedo! —se lamenta Pippa. Sus palabras se ahogan entre sollozos—. ¡Gemma, tú...! ¡Tú me dijiste que... yo... podía cruzar!

—Lo lamento. Pensé que...

—Y ahora... ahora me dices que tendré que quedarme aquí... en los reinos, ¡para siempre! ¡Sola!

Pippa está hecha un ovillo sobre el suelo. Se golpea la frente una y otra vez contra la fría hierba.

—No estás sola. Tienes a Bessie y a Mae y a las otras chicas —digo, desesperada por ofrecerle algún consuelo; pero soy consciente de lo falsas que suenan mis palabras.

Al instante alza la cabeza; sus ojos están llenos de lágrimas.

—¡Sí, todas esas chicas horribles con sus horrorosas quemaduras y sus modales vulgares! ¿Qué amigas son ésas? Sólo era una manera de pasar el rato; nunca podrán reemplazaros a Fee ni a ti ni a Ann. Por favor, no me dejes aquí, Gemma. Llévame contigo. Por favor, por favor, por favor...

Arranca puñados de hierba con sus manos pequeñas, llorando con el corazón roto. Apenas puedo contener mi propio llanto.

Me siento junto a ella e intento acariciarle el pelo.

—Cálmate, cálmate, Pip.

Me aparta la mano de un empujón.

—¡Tú tienes la culpa!

Jamás me he sentido tan desesperada, tan mal.

—¿Y-y si te cediera un poco de magia para ayudarte? —espeto entre sollozos.

Las lágrimas de Pip se ralentizan.

—¿Magia? ¿Como la que solíamos usar?

—Sí, yo...

La Gorgona me interrumpe.

—Su Excelencia, ¿puedo decir algo?

La pasarela del barco se posa en la tierra con un suave crujido, subo a bordo y tomo asiento en mi lugar preferido, cerca de su rostro.

—¿Qué tienes que decirme?

La Gorgona me susurra en un siseo almibarado:

—Te desaconsejo actuar de forma precipitada, Su Excelencia.

—Pero ¡no puedo dejarla aquí de esta manera! ¡Ella era una de las nuestras!

—La chica hizo una elección. Y ahora debe aceptar las condiciones. Puede escoger las Tierras Invernales o puede tomar otro camino. No tiene por qué caer.

Dirijo la vista hacia Pip, que se dedica a partir en dos las briznas de hierba. Tiene la piel pálida, pero sus mejillas están enrojecidas de dolor. Parece un corderillo perdido.

—Pip carece de talento para tomar decisiones —digo, y siento que las lágrimas pugnan por salir.

—Pues ya ha llegado el momento de aprender —replica la Gorgona.

Se comporta como si fuera mi madre, igual que las señoritas Moore y McCleethy. He tenido que soportar que la gente me diga lo que tengo que hacer. Tom y la abuela y la señora Nightwing. Son muchos los que quieren mantenerme fuertemente sujeta con sus buenas intenciones.

La Gorgona permanece impasible ante mis lágrimas.

—La compasión puede ser una virtud y una desgracia. Ten cuidado y no caigas en su trampa. Es su guerra, no la tuya.

—Eres excesivamente dura. No me sorprende que seas la última de tu especie —digo.

De inmediato me arrepiento de mis palabras. Pero el mal ya está hecho. Algo parecido al dolor se refleja en el rostro siempre misterioso de la Gorgona. Las serpientes permanecen tranquilamente recostadas, restregándose contra sus mejillas como niños que necesitan que les calmen.

—Las cosas no funcionan así —dice.

—Las cosas no funcionaban así. Todo ha cambiado y ahora soy yo quien tiene el poder, y tengo la intención de hacer mis propios cambios —espeto.

La Gorgona escruta mi rostro durante lo que me parece una eternidad. Finalmente, cierra los ojos para apartarme de ella.

—Haz lo que te plazca.

La he insultado. Tendré que restañar esa herida más adelante. Pero ahora debo ayudar a Pippa. Solloza inclinada sobre la orilla, estrujando briznas de hierba con los puños cerrados. Se incorpora bruscamente.

—Seguiréis con vuestra vida, todas vosotras. Acudiréis a bailes, a fiestas, os casaréis, tendréis hijos. Encontraréis la felicidad, y yo estaré aquí por siempre jamás, con la sola compañía de esas horribles chicas de la fábrica que jamás han estado en un té.

Se derrumba sobre sí misma y se mece como un niño pequeño. No puedo soportar su dolor ni mi culpa por haberla enviado la primera a los reinos, aunque no por ser incapaz de ayudarla ahora. Me gustaría hacer algo, decir algo, apartarla de todo esto.

—Pip —le digo—. Shhh. Dame tus manos.

—¿Po-por qué? —hipa.

—Confía en mí.

Sus manos están frías y húmedas pero las sostengo con fuerza. Siento que la magia me abandona con una violenta sacudida, como siempre. Tras unos cuantos segundos me uno a ella. Sus recuerdos y emociones se convierten en los míos y viajan tan rápido como el paisaje visto a través de la ventanilla de un tren. Una pequeña Pip al piano, aprendiendo obedientemente sus escalas. Pippa sometida a su madre mientras ésta le peina el cabello con fuerza, su pelo reluciente tras soportar el paso del cepillo. Pippa en Spence, en busca del consejo de Felicity para saber cuándo reír ante una broma o acallar a alguien deliberadamente. Durante toda su vida ha hecho lo que le han pedido sin hacer preguntas. Su único acto de rebeldía fue comerse aquel puñado de bayas, y eso la ha dejado varada aquí, en un mundo ajeno e impredecible. Percibo su alegría, su tristeza, su miedo, su orgullo y su anhelo. El rostro de Fee destella, la luz hace que adquiera un matiz dorado. Percibo el doloroso afecto que siente por nuestra amiga. Pippa exhibe una sonrisa entusiasta. Se transforma ante mí, cubierta por una luz blanca y centelleante.

—Recuerdo... ¡Oh, este poder es maravilloso! ¡Cambiaré!

Cierra los ojos con fuerza y aprieta los labios con violenta resolución. Lentamente, sus mejillas adquieren una tonalidad rosada y vuelve a lucir unos tirabuzones negros y densos. Su sonrisa recupera su antiguo esplendor. Lo único que no cambiará serán sus ojos. El titilar entre el violeta y un inquietante blanco azulado.

—¿Qué tal estoy? —pregunta.

—Hermosa.

Pippa me arroja los brazos al cuello y me derriba. A veces se comporta como una niña. Aunque supongo que es eso lo que más nos gusta de ella.

—Oh, Gemma, eres una verdadera amiga. Gracias —murmura en mi pelo—. Querida mía, ¡tendré que hacer algo respecto de mi atuendo!

Se echa a reír. La misma Pippa de siempre. Y, por una vez, me alegro de que así sea.

—¿Llegaste a imaginar alguna vez que serías tan poderosa, Gemma? ¿No es maravilloso? Piensa, puedes hacer cuanto desees.

—Supongo —contesto enternecida.

—¡Ése es tu destino! ¡Has nacido para hacer grandes cosas!

Debo decir que este comentario me ha hecho enrojecer y que rápidamente lo descarto por considerarlo una tontería. Pero, en secreto, lo aprecio sobremanera. Me doy cuenta de que ansiaba sentirme especial. Ansiaba dejar mi impronta en el mundo. Y no quiero tener que disculparme por ello.