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EN CUANTO PONEMOS UN PIE EN LAS TIERRAS FRONTERIzas, éstas se ven diferentes. Todo parece estar patas arriba. Las parras nos llegan por los tobillos. Los cuervos se han aposentado en las ramas más altas de los abetos como manchas de tinta. Nos siguen durante nuestro trayecto hacia el castillo, saltando de rama en rama.

—Es como si nos vigilaran —susurra Ann.

Las chicas de la fábrica no salen a recibirnos con su grito familiar.

—¿Dónde están? ¿Dónde está Pip? —dice Felicity apretando el paso.

El castillo está desierto. E, igual que los jardines circundantes, todo está cubierto de maleza y mal cuidado. Las flores se han vuelto quebradizas, y los gusanos se deslizan por sus revestimientos púrpura. Piso algo granuloso y me lo arranco de la bota con asco.

Deambulamos por las estancias cubiertas de parras, llamando a las chicas por su nombre, pero nadie responde. Oigo un débil crujido tras un tapiz. Lo aparto y ahí está Wendy, con el rostro sucio y manchado de lágrimas. Tiene los dedos azules.

—¿Wendy? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué te has escondido?

—Es por ese grito, señorita —lloriquea—. Antes lo oía de vez en cuando. Y desde hace unos días lo oigo constantemente.

Felicity indaga al azar tras el resto de tapices de la estancia como si estuviera jugando al escondite.

—¡Vamos, vamos, ya podéis salir! ¿Pip? ¡Pippa Cross! —Se deja caer en el trono haciendo pucheros—. ¿Dónde están todas?

—Es como si hubieran desaparecido —dice Ann mientras abre una puerta en cuyo interior sólo hay parras.

Wendy se echa a temblar.

—A veces me despierto y me siento como si fuera la única alma que vive aquí.

Sus dedos tiznados de azul revolotean hasta una cesta que contiene las bayas que Pip ha recogido, las bayas que han condenado a mi amiga a vivir aquí. También veo que tiene la boca manchada de azul.

—Wendy, ¿has comido bayas? —pregunto.

El miedo se refleja en su rostro.

—Es lo único que había, señorita, y estaba hambrienta.

—No te preocupes —le digo, pues no hay nada que pueda hacerse.

—Voy a ir hasta la torre para echar un vistazo —sugiere Fee y escucho sus pisadas apresurarse por los escalones desvencijados.

—Tengo miedo, señorita —dice Wendy llorando.

—Vamos, vamos. —Le palmeo en el hombro—. Estamos aquí. Todo irá bien. ¿Y qué hay del Señor Darcy? ¿Dónde está tu nervioso amigo?

Le tiemblan los labios.

—Bessie dijo que había roído su jaula y que se había escapado. Lo he estado llamando pero no ha vuelto.

—No llores. Vamos a ver si podemos encontrarlo. ¡Señor Darcy! —grito—. Eres un conejo muy travieso.

Busco en todos los lugares donde podría ocultarse un conejo juguetón: en las cestas de bayas, bajo las alfombras enmohecidas, detrás de las puertas. Miro en el interior de la jaula que está sobre el altar de la capilla. Las ramitas de la jaula no parecen haber sido mordidas, están sin tocar. Pero la puerta de la jaula está abierta.

—¿Buscas a tus amigas? —El hada brilla resplandeciente en un rincón en penumbra—. A lo mejor han vuelto a las Tierras Invernales.

Felicity entra de repente en la estancia en ese preciso instante.

—Pippa no se marcharía sin mí.

—¿Estás segura? —pregunta la criatura alada.

—Sí, lo estoy —responde Fee, pero su rostro se ensombrece y echa un vistazo rápido en dirección a las Tierras Invernales.

—Alguien se acerca —dice el hada.

Rápida como una centella, sale volando del castillo. Felicity, Ann y yo la seguimos hasta el bosque. Al otro lado del muro de zarzas, una nube de polvo se aproxima hasta nosotras. Son los centauros que se acercan al galope. Se detienen en seco, pues no se atreven a traspasar las Tierras Invernales.

Uno de los centauros me llama a través de las espinas.

—Philon requiere tu presencia, sacerdotisa.

—¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?

—Se trata de Creostus. Ha sido asesinado.

 

 

Bajo los olivos de la gruta que una vez albergaron a las Runas de la Orden, el cadáver de Creostus yace tendido con los brazos extendidos a ambos lados de su cuerpo. Tiene los ojos abiertos, aunque no ven. Una mano sostiene una amapola perfecta que refleja la herida sangrante de su pecho. Creostus y yo no éramos amigos —su humor distaba mucho de ser espléndido— pero estaba lleno de vida. Me resulta muy duro verlo muerto.

—¿Qué sabes de esto, sacerdotisa? —pregunta Philon.

Apenas puedo apartar la vista de los ojos en blanco de Creostus.

—No he sabido nada de esto hasta hace tan sólo unos momentos.

—Mentirosa. —Neela salta a una roca—. Tú sabes quién es el responsable.

Se transforma en Asha: el sari naranja, las piernas ulceradas, los ojos oscuros.

—Crees que ha sido obra de los Hajin —digo.

—¡Tú sabes que han sido ellos! Creostus fue en su busca para renegociar el precio de las amapolas. La tribu infecta le había estafado un celemín. Y ahora lo tenemos aquí con una amapola en la mano. ¿Quién más podría haber sido el responsable? ¡Los nauseabundos Hajin, ayudados por la Orden!

La voz de Neela se quiebra por la emoción. Acaricia el rostro de Creostus amorosamente. Con lágrimas en los ojos se inclina ante su pecho, tendiéndose sobre su cuerpo sin vida.

La Gorgona habla desde el río.

—La Orden puede ser severa, pero no ha matado jamás. Y olvidas que, en la actualidad, tiene prohibida la entrada a los reinos. No tienen poder alguno en este lugar.

Neela me observa detenidamente.

—Y, sin embargo, yo vi a la sacerdotisa dirigirse al Templo, sola.

—Neela dice la verdad, nosotros estábamos con ella. También vimos a la sacerdotisa —añade un centauro.

—¡Mientes! —grita Felicity, saliendo en mi defensa, pero me arden las mejillas, lo que no pasa desapercibido a los ojos de Philon.

—¿Es eso cierto, sacerdotisa?

Estoy acabada. Si les cuento lo que sé, me acusarán de desleal. Si miento y averiguan mi mentira, será mucho peor.

—Sí, fui al Templo sola —contesto—. Pero no fui para ver a los Hajin. Fui a ver a otra persona. A Circe.

—Gemma... —susurra Ann.

Philon abre unos ojos como platos.

—¿La impostora? Está muerta. Tú la mataste.

—No —respondo—. Aún vive. Encerrada en el pozo de la eternidad. Necesitaba verla, preguntarle sobre las Tierras Invernales y...

Un murmullo se extiende entre la multitud. Se acercan a mí. Felicity me observa horrorizada.

Neela se incorpora. Su voz está llena de furia, su boca se tuerce en una sonrisa alienada.

—¡Te lo dije, Philon! ¡Te dije que no se podía confiar en ella! Que nos traicionaría como hicieron los demás. Pero no me escuchaste. Y ahora, ahora Creostus está muerto. Está muerto... —dice y entierra la cara entre las manos.

—Así que ese miembro de la Orden se aloja en el Templo. Con los Hajin —dice Philon.

—No. No es exactamente así. Y ella no pertenece a la Orden. No tiene nada que ver con ella...

—¿Y tú sí? —gruñe un centauro.

Neela se dirige a la multitud. No hay lágrimas en sus ojos.

—¿Creeréis en la palabra de alguien que os ha mentido? Ya veis que hasta sus propias amigas no sabían nada de su engaño. ¡La sacerdotisa de la Orden y la impostora han conspirado con los Hajin para hacerse con el poder! ¡Quizá Creostus supiera demasiado y por eso lo han asesinado! ¡Philon! ¿No pedirás que se haga justicia?

Los centauros, la tribu del bosque, la Gorgona, todos giran sus rostros hacia Philon, quien cierra sus ojos felinos e inspira profundamente. Cuando los abre de nuevo, veo en ellos severidad y determinación, y tengo miedo.

—Te he dado el beneficio de la duda, sacerdotisa. Te he defendido ante mi pueblo. Y no nos has dado nada a cambio. Ahora tengo que estar junto a los míos y haremos cuanto sea necesario para protegernos a nosotros mismos. Nyim nyatt e volaret.

Los centauros alzan el cadáver de su hermano por encima de sus cabezas y después lo depositan sobre sus hombros.

—Philon..., por favor —empiezo a decir.

La criatura me da la espalda. Uno a uno, como puertas cerrándose de un portazo, la tribu del bosque se gira también, ignorándome. Sólo Neela parece ser consciente de mi presencia. Al salir de la gruta tras los suyos, se vuelve hacia mí y me escupe en la cara.

Felicity me lleva a un lado con brusquedad.

—¿Has hablado con Circe?

—Necesitaba respuestas. Necesitaba que me hablara de las Tierras Invernales —digo—. Ella era la única que podía decirme lo que yo, lo que nosotras, necesitábamos saber.

—¿Nosotras? —Felicity me fulmina con la mirada. Ann la coge de la mano—. Circe no da algo a cambio de nada. ¿Qué le diste? —reclama Felicity.

Como no contesto, Ann responde por mí.

—Magia.

La risa de Felicity es cruel.

—No lo has hecho. Dime que no lo has hecho, Gemma.

—¡Necesitaba respuestas! Nos ayudó a llegar sanas y salvas a las Tierras Invernales, ¿no es verdad? —contesto y me doy cuenta enseguida de lo endeble que es mi defensa.

—¡Puede que también fuera ella quien asesinara a Wilhelmina Wyatt! ¿Has pensado en ello? —ladra Fee y un frío terrible me recorre el cuerpo.

Le hablé a Circe de Eugenia, del árbol. Y si...

—No lo creo —replico con menos seguridad.

—Eres una estúpida —se burla Felicity.

Le doy un empujón.

—Pareces saber a la perfección qué hacer para que todo funcione; ¡a lo mejor te gustaría ser la única que tuviera la magia!

—Me gustaría ser la única —gruñe entre dientes— para hacer una alianza con Pip y mis amigas, no para unirme al enemigo.

—Confías en Pip, ¿verdad? Pues entonces, ¿dónde está?

La bofetada de Felicity es sonora y repentina. Siento el escozor hasta en la punta de los pies. Me ha producido un corte en el labio. Lamo la sangre con la lengua; la magia me desborda. En el acto, la mano de Felicity empuña su espada y la arrojo al suelo como si se tratara de un juguete.

—No soy el enemigo —dice en voz baja.

Me tiembla todo el cuerpo. Se apodera de toda la fuerza que debo emplear en contener la magia. Me deja con una sensación de mareo, de debilidad, como si no hubiera dormido durante días. Fee y yo nos quedamos mirándonos, ninguna está dispuesta a disculparse. Se me revuelve el estómago. Me giro y vomito en un arbusto. Felicity camina resuelta por el sendero que conduce a las Tierras Fronterizas.

—No deberías haber dicho eso de Pip —me recrimina Ann mientras me ofrece su pañuelo.

Lo aparto de mí.

—No me digas lo que tengo que hacer.

La expresión dolida de Ann sólo es momentánea. Oculta sus verdaderos sentimientos tras la máscara adecuada. He ganado el asalto, pero me odio a mí misma por ello.

—Será mejor que me vaya con Fee —dice.

Cabizbaja, corre al encuentro de Felicity y me deja atrás.