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—¿CÓMO TE ENCUENTRAS HOY, GEMMA? —PREGUNTA ANN.

Está sentada en el borde de su cama con una sonrisa de excitación en sus labios. Lleva puestos sus guantes y su mejor vestido, uno de los desechados por Felicity y agrandado a los lados por Brigid.

—Cansada —contesto mientras me rasco la cabeza dolorida—. ¿Por qué te has vestido así?

—Hoy es el día —responde—. ¿No te acuerdas? ¿Charlie Smalls? ¿El Gaiety? ¿Entre las doce y las tres?

—¡Oh, no! —digo, pues con todo lo que ha sucedido me había olvidado por completo.

—Igualmente vamos a ir, ¿no? —pregunta.

En verdad, preferiría no tener que recurrir hoy a la magia, no después de lo acontecido anoche. No con la mente tan poco clara. Pero ahí está Ann. Es mi amiga. Quiere tomar las riendas de su vida, y quiero creer que esta vez sí lo hará. Sin embargo, para ello necesita mi ayuda y yo necesito la suya.

Aparto la colcha.

—Ve a buscar a Felicity. Vamos a necesitar la ayuda de todas para esto.

 

 

Juntas, urdimos nuestro plan. Concentramos nuestros esfuerzos en Brigid. Le hago creer que Ann y yo estamos indispuestas por nuestra maldición mensual y no queremos ser molestadas. Ella repetirá esta historia a lo largo de la tarde, pues se la he metido en la cabeza reiteradamente. Y, por supuesto, Felicity embellece el relato, como sólo ella sabe hacer, hasta que la academia entera no se atreve a aventurarse a pasar por delante de nuestra puerta. Sin embargo, hacer todo eso lleva su tiempo y cuando cogemos el tren de Londres y tomamos un cabriolé que nos conduzca hasta Piccadilly, llevamos ya una hora de retraso. Nos dirigimos al teatro con la lengua afuera y, a pesar de ello, cuando llegamos, Charlie Smalls está a punto de irse. Le acompaña otro hombre.

—Oh, no —jadea Ann—. ¿Qué voy a hacer ahora?

Durante un segundo tengo la tentación de manipular el reloj, allanar el camino y hacer que todo salga bien, pero me lo pienso mejor. Éste es el espectáculo de Ann. Dejemos que ella lo dirija.

—Haz lo que debas —respondo.

—¡Señor Smalls! —grita Ann.

Charlie Smalls nos mira con los ojos entornados. Su mirada va de Ann a mí y, al fin, hay un atisbo de reconocimiento.

—La compañera de la señorita Washbrad, ¿verdad?

—Sí, así es —le contesto—. Y ésta es mi amiga la señorita Bradshaw.

Inclinan sus sombreros.

—¿Y qué le paso a la señorita Washbrad? El señor Katz y la señorita Trimble la estuvieron esperando pero no apareció.

Las mejillas de Ann se ruborizan.

—Se fugó.

Smalls asiente, sonriendo ampliamente.

—¿Entonces se casó? La señorita Trimble dijo que eso fue lo que pasó. Supongo que tenía razón.

—Leí su anuncio del Era —dice Ann—. La señorita Doyle dice que usted tiene mucho talento.

Su rostro se ilumina aún más.

—Apasionante, ¿verdad? Mi primer entretenimiento musical presentado en el Gaiety el próximo julio: Las chicas alegres.

—Yo soy actriz —dice Ann en voz tan baja que cuesta oírla por encima de la algarabía de carretas y caballos en las calles—. Quisiera cantar para usted.

El acompañante de Charlie la examina. Le da un codazo a Charlie.

—No es muy atractiva.

—Se trata de Las chicas alegres, Tony, no de Las chicas preciosas —susurra Charlie y me da miedo que Ann se sienta ofendida y lo mande todo al garete.

—Es cierto que no soy una Gaiety Girl —responde Ann—, pero puedo cantar lo que usted quiera. ¡Y también recitar!

—No le haga caso. No pretendía ofenderla, señorita —dice Charlie—. Míreme a mí, con estas orejas enormes y estos grandes morros —dice y se los lleva hasta la nariz.

—La audición era de doce a tres —afirma Tony consultando su reloj—. Y son las cuatro pasadas. Casi y media.

—Lo siento —logra disculparse Ann—. No encontrábamos coche y...

—Las otras chicas fueron puntuales —dice Tony—. Nos vamos al pub. Que tengan un buen día.

—Lo siento, señorita —se lamenta Charlie con una inclinación de sombrero—. Espero que venga a ver el espectáculo.

—Sí, gracias —contesta Ann con la cabeza gacha.

Cuando pasan por nuestro lado, el rostro de Ann se convierte en una máscara carente de emoción, y sé lo que eso significa. Se ha rendido. Eso quiere decir Balmoral Spring, las rabietas de la pequeña Charlotte y el dedo en la nariz de Carrie. Y no puedo ayudar: estoy furiosa.

—¡Señor Smalls! —grita Ann sobresaltándome. Se da la vuelta y echa a correr detrás de él—. ¡Cantaré para usted aquí! ¡Ahora mismo!

Charlie abre los ojos como platos. Sonríe abiertamente.

—¿En la calle?

—El tiempo es oro, señor Smalls —dice Ann al llegar junto a él.

Él se echa a reír.

—Ahora habla como el señor Katz.

—Está loca de remate. Vamos al pub, amigo —dice Tony tirándole de la manga.

Charlie se cruza de brazos.

—De acuerdo entonces, señorita... Lo lamento, ¡he olvidado su nombre!

—Bradshaw —responde Ann secamente.

—Muy bien, señorita Bradshaw. —Hace un gesto con la mano hacia los transeúntes—. Su audiencia le espera. Oigámosla.

Una pequeña multitud se reúne para contemplar el espectáculo de una joven dama cantando para ganarse la cena ante dos empresarios en una calle del West End. Noto cómo empiezo a sonrojarme y no sé cómo va a apañárselas Ann para cantar en voz alta una sola nota. Sin embargo canta, y lo hace como nunca antes la había escuchado.

El sonido que brota de ella es lo más puro que he escuchado jamás, aunque de una vigorosa intensidad. Hay cierto valor bajo esas notas y llega al corazón. Ahora la tonada nos relata una historia. Es una nueva Ann Bradshaw la que canta y, cuando acaba, la multitud responde con silbidos y aplausos; miel sobre hojuelas para una artista en ciernes.

Charlie Smalls sonríe de oreja a oreja.

—Es curioso, pero su voz suena bastante parecida a la de la señorita Washbrad, ¡o incluso mejor! Tony, ¡creo que acabamos de encontrar a una de nuestras chicas alegres!

Incluso el maleducado de Tony asiente aprobatoriamente.

—Los ensayos empezarán a finales de mayo, el veinticinco, en el Gaiety, a las dos, ¡a las dos en punto!

—No llegaré tarde —promete Ann.

—No se fugará y se casará como la señorita Washbrad, ¿verdad? —se mofa Charlie.

—Por supuesto que no —responde Ann con una sonrisa que la hace más hermosa que diez Nan Washbrad juntas.