51

 

 

 

1 de mayo

 

EL SOL SALUDA CON UNA INCLINACIÓN Y EL CREPÚSCULO desciende. El aire es cálido; los pájaros ofrecen un último concierto antes de irse a dormir. Por todo ello, ésta es la noche perfecta para el baile de máscaras en Spence, aunque no estaré tranquila hasta que el sol haya salido de nuevo.

Se han dispuesto faroles en el césped y más abajo de la carretera para iluminar el camino. Una larga y negra hilera de carruajes serpentea hacia la escuela y alrededor del sendero de entrada. Llegan nuestras familias. Los sirvientes ayudan a María Antonieta y a sir Walter Raleigh, a Napoleón y a la reina Isabel a bajar de sus coches. Todo tipo de personajes se pasea por el césped. Sus rostros enmascarados confieren a los festejos un ambiente fantástico. La música llena el salón de baile. Flota por las ventanas abiertas y se extiende hasta los bosques. Las chicas pasan como centellas envueltas en capas de lazos y tules. No disfruto con nada de eso.

Esperaba que Kartik me sorprendiera esta noche. Pero no he recibido ningún aviso, así que cojo mi candil y me dirijo hacia el césped delantero para esperar la llegada de mi familia. Primero veo a mi padre. Es un rajá con un turbante engastado. La abuela, a quien le aterroriza disfrutar de la vida, luce uno de sus vestidos de noche, pero ha añadido al conjunto una máscara de arlequín que se sostiene con una varilla. Tom lleva un gorro de juglar, algo más apropiado para él de lo que pueda pensar.

—Ah, aquí está nuestra Gemma —dice Padre mientras observa mi túnica y mis botas, así como la daga engastada que llevo en la cintura—. ¡Pero, cuidado, si no es nuestra Gemma, sino una jefa de cuadrilla! ¡Una santa para nunca olvidar!

—Es Gemma de Arco —se burla Tom.

—Y tú el payaso —rebato.

—Soy un juglar. No es lo mismo ni mucho menos —dice en tono desdeñoso—. Espero que haya una cena.

Padre tiene uno de sus ataques de tos.

—¿Se encuentra bien, Padre?

—Reboso salud —contesta con un resuello. Tiene el rostro congestionado y sudoroso—. Sólo que no estoy acostumbrado al aire del campo.

—El doctor Hamilton dijo que te sentaría bien —dice la abuela y chasca la lengua.

—¿Han llamado al doctor?

Padre me palmea en la mano.

—Vamos, vamos, cariño. Nada de lo que preocuparse. Todo está bien. Vayamos a ver qué magnífico entretenimiento nos depara esta noche.

Una camarera de sala sostiene una bandeja y ofrece su contenido a máscaras adornadas de pájaros, animales, duendes y arlequines. Transforman sus sonrisas gastadas bajo ellas en amenazantes miradas lascivas.

Felicity es una valquiria, su cabello rubio brillante cae en cascada sobre un vestido plateado rematado con unas alas. Su madre se ha disfrazado de pastorcita y su padre luce su uniforme naval y una máscara de zorro. Los Markham también han venido, para contento de la señora Nightwing y desgracia de Felicity. Cada vez que Horace, disfrazado de melancólico lord Fauntleroy, se le acerca, parece como si quisiera estrangularlo, lo que hace que aún la quiera más.

Quisiera ir con ella, bailar y dejar escapar la magia como hacíamos antes. Sin embargo, una frase resuena en mi interior: «Cuidado con el nacimiento de mayo». Y desconozco lo que nos traerá la noche.

La señora Nightwing arde en deseos de mostrar a la asamblea por qué la academia tiene reputación de gracia, encanto y belleza, tal como promete nuestro lema. Se ha disfrazado de Florence Nightingale, su heroína. Resultaría divertido si no desconfiara tanto de ella.

—Damas y caballeros, quiero agradecerles profundamente su asistencia esta noche. Desde su fundación, Spence ha disfrutado de la reputación de ser considerada una institución donde las jóvenes se convierten en las damas más educadas. Sin embargo, durante muchos años, nuestra gran escuela ha acarreado el doloroso recordatorio de una tragedia terrible. Me refiero al incendio que costó la vida a dos de nuestras alumnas y a nuestra querida fundadora, Eugenia Spence. En su honor, hemos resucitado el ala este, y sus generosos donativos harán posible su renovación. Humildemente, les doy las gracias.

»Y ahora, sin más preámbulos, quisiera presentarles el programa de nuestras brillantes alhajas. Las joyas a las que me refiero no son diamantes ni rubíes sino las amables y nobles jóvenes de Spence.

La señora Nightwing se da unos rápidos toques en los ojos y toma asiento. Muchas de las chicas más jóvenes —todas ellas princesas y hadas— interpretan una danza que dejan encantados a los invitados con su sencilla inocencia.

Un hombre se me acerca sigilosamente. Una máscara le oculta el rostro, pero su voz me resulta familiar.

—Bonita noche para una fiesta, ¿verdad?

—¿Qué haces aquí? —le pregunto con el corazón latiéndome a toda prisa.

—Me han invitado, cielo —contesta con una sonrisa demoníaca.

—Si me haces algo a mí o a mi familia o a mis amigos, si haces algún movimiento en falso, emplearé la magia contra ti de tal manera que se te quitarán las ganas de volver a amenazar a nadie —gruño en su oreja con un susurro.

Fowlson sonríe abiertamente.

—Así me gusta, encanto. —Acerca peligrosamente su boca a mi cuello—. Pero no te inquietes, señorita Doyle. Esta noche no estoy aquí por ti. ¿Ha venido tu amigo Kartik? Si no, no importa. Estoy seguro de que lo encontraré.

Kartik.

Me doy la vuelta y salgo corriendo de la sala mientras las niñas hacen una educada reverencia, como las adorables muñequitas que son, y los invitados las aplauden. Estoy sin aliento cuando encuentro a Kartik en el varadero.

—Fowlson está aquí, creo que ha venido a por ti —jadeo—. Para hacerte daño.

No parece alarmado, ni siquiera se mueve.

—¿Has oído lo que te he dicho?

—Sí —contesta y cierra su libro—. La Odisea. Por si te interesa leerla, ya la he acabado.

Lo cojo del brazo.

—Tenemos que esconderte. Puedo convertirte en otra persona o...

—No voy a esconderme de nuevo —contesta—. Y Fowlson no me preocupa.

—¿Ah, no?

Deposita el libro en la elevada cornisa de la ventana.

—He cambiado de opinión. Necesito saber si Amar... Necesito saberlo. ¿Lo entiendes?

—Estás preparado para ver los reinos —digo.

—No sé si estoy preparado —contesta con una breve risa burlona—. Pero sí, me gustaría ir y verlos.

Le ofrezco mi mano.

—Confía en mí.

Kartik entrelaza sus dedos en los míos.

—Muéstramelos.

—Tenemos que obrar con cautela —digo.

Todo el mundo está viendo la representación, por lo que el césped está vacío y silencioso. No quiero llamar la atención. Nos agachamos y corremos agazapados a lo largo de la hierba hasta que llegamos a la torreta del ala este. Extiendo una mano. El aire crepita. La puerta brilla al aparecer ante nosotros. El rostro de Kartik se muestra verdaderamente sobrecogido.

—Es extraordinario —susurra.

—Pues esto no es nada —contesto.

Le agarro una mano y lo conduzco por el pasadizo; en cuanto pasamos por la puerta, es un hombre transformado.

—Bienvenido a los reinos —digo.