ESTAMOS DE PIE JUNTO AL ALA ESTE A MEDIO CONSTRUIR. Las luciérnagas titilan en los árboles y tengo que mirar dos veces para asegurarme de que sólo se trata de esos insectos inofensivos. El pasadizo que conduce a los reinos me parece más frío que de costumbre y acelero el paso. En cuanto atravesamos la puerta que lleva a la colina, sé que algo no va bien. Todo es un poco más gris, como si la niebla de Londres hubiera llegado hasta aquí.
—¿Qué es ese olor? —pregunta Ann.
—Humo —respondo.
A lo lejos, una larga columna de humo negro lacera el cielo. Se eleva de la montaña que alberga el Templo y las Cuevas de los Suspiros donde viven los Hajin.
—¿Gemma? —dice Ann con los ojos como platos.
—¡Vamos! —grito.
Corremos hacia los campos de amapolas. Llueve una ceniza que nos cubre la piel con una fina capa de hollín gris plateado. Sin dejar de toser, pugnamos por subir la montaña. El sendero está cubierto de amapolas aplastadas. Ann casi tropieza con el cadáver de un Intocable. Y hay más. Sus cuerpos carbonizados cubren el camino que lleva al Templo en llamas. Asha sale dando traspiés de las ruinas humeantes.
—Dama de la Esperanza...
Se me cae encima y corro a depositarla en una roca donde el aire no está tan cargado de cenizas.
—¡Asha! Asha, ¿quién ha hecho esto? —espeto.
Se desploma con un acceso de tos. Su sari naranja chamuscado se ciñe alrededor de su cuerpo como el plumaje achicharrado de un ave imponente.
—¡Asha! —grito—. Cuéntamelo todo.
Clava su mirada en mis ojos. Su rostro está todo tiznado de negro.
—Fue... fue la tribu del bosque.
La Gorgona nos llama desde el río. Ann y yo llevamos a Asha hasta el barco y le damos agua, que se bebe como si fuera una mujer con una sed insaciable. Tiemblo de rabia. No puedo creer que Philon y la tribu del bosque hayan hecho una cosa semejante. Creía que eran pacíficos. Quizá, después de todo, la Orden tuviera razón y la magia no pueda ser compartida.
—Dime qué ocurrió —pregunto.
—Vinieron mientras dormíamos. Llegaron en tropel a la montaña. No tuvimos escapatoria. Uno de ellos arrojó una antorcha al Templo. «Esto es por Creostus», dijo. Y el Templo ardió.
—¿Así que fue en represalia?
Asha asiente y se limpia el rostro con la punta humedecida del sari.
—Les dije que nosotros no participamos en la matanza del centauro. Pero no me creyeron. Sus ojos evidenciaban que ya habían tomado una decisión. Querían la guerra, y nada les detuvo.
Se lleva unos dedos temblorosos a los labios mientras el Templo arde. Allí donde las llamas devoran los campos de amapolas, se elevan hermosas espirales de humo rojizo.
—Nunca hemos hecho preguntas. No es nuestra forma de obrar.
Rodeo sus hombros con mi brazo.
—Vuestra forma de obrar necesita cambiar, Asha. Ha llegado el momento de cuestionarlo todo.
Organizamos en filas a los Hajin, que se van pasando cubos de agua hasta extinguir todas las llamas que podemos.
—¿Por qué no curas esta enfermedad con la magia? —pregunta un pequeño Hajin.
—Me temo que, en estos momentos, no es la mejor solución —respondo mientras dirijo la mirada a las ruinas del Templo en llamas.
—Pero la magia lo arregla todo, ¿no es verdad? —insiste.
Soy consciente de que quiere creer desesperadamente, de cuánto desea que extienda una mano por su hogar destrozado y que lo erija de nuevo. Ojalá pudiera.
Niego con la cabeza y sigo pasando el agua por la fila.
—Ya no puede hacerse nada. El resto ya no depende de nosotros.
La Gorgona nos transporta a través del velo dorado hasta la isla natal de la tribu del bosque. Flanquean la orilla formando una hilera siniestra, con sus lanzas y ballestas acabadas de hacer en ristre. La Gorgona nos mantiene a una distancia prudencial de la costa; lo bastante cerca para que me escuchen y lo bastante lejos para poder retroceder. Philon se desliza por el borde del agua. El abrigo de hojas de la criatura adquiere un matiz naranja, dorado y rojizo. El cuello alto de la prenda brilla sobre el alargado cuello de Philon.
—No eres bienvenida a este lugar, sacerdotisa —grita Philon.
—Vengo del Templo. ¡Tú lo has quemado!
Philon se yergue con porte imperial.
—Así es.
—¿Por qué? —pregunto, pues no puedo formular una pregunta más sincera.
—¡Ellos acabaron con la vida de uno de los nuestros! ¿Acaso nos recriminas que hagamos justicia?
—¿Y por eso habéis acabado con la vida de veinte de los suyos? ¿Es eso justicia?
Asha se pone en pie con dificultad. Se agarra a la barandilla del barco.
—Nosotros no matamos al centauro.
—Eso dices tú —atruena Philon—. Si no, entonces, ¿quién lo hizo?
—Busca dentro de ti para encontrar la respuesta —replica Asha crípticamente.
Neela nos arroja una piedra. Aterriza en el agua y salpica el lateral de la embarcación.
—¡No queremos oír más mentiras! ¡Marchaos!
Arroja otra piedra y no me da por poco, pues cae en cubierta. Con un gesto impulsivo, cojo la piedra y siento su peso en la mano.
Asha me sujeta el brazo.
—La represalia es un perro que se muerde la cola.
Hay sabiduría en cuanto dice, pero yo lo que quiero es arrojar la piedra, y necesito recurrir a toda mi fuerza de voluntad para mantenerla bien sujeta en la palma de la mano.
—Philon, ¿te has parado a considerar cómo vamos a estrecharnos la mano y hacer una alianza después de quemar el Templo?
Se eleva un murmullo entre la tribu allí congregada. Por un instante, veo un atisbo de duda en los fríos ojos de Philon.
—Ya no es momento para alianzas. Tienes que dejar que la magia siga su propio curso. Ya veremos quién gana.
—Pero ¡necesito tu ayuda! ¡Las criaturas de las Tierras Invernales están confabulándose contra nosotros! Circe está en camino...
—¡Más mentiras! —grita Neela y la tribu del bosque se aparta.
—Vamos, Su Excelencia —dice la Gorgona—. Hemos hecho cuanto podía hacerse aquí.
Nos guía lejos de la orilla, pero hasta que no atravesamos el velo dorado no soy capaz de soltar la piedra que aún tengo en la mano. La arrojo al río, que atraviesa sin hacer ruido.
Ann me coge del brazo con el rostro sombrío.
—Tenemos que encontrar a Felicity.
Encontramos a Pippa y a las otras chicas en el castillo, bebiendo vino y jugando. Una luz oscura cierne a la capilla en una profunda penumbra. Bessie le arranca las alas a una libélula y Mae y ella se ríen al verla brincar en el suelo, desesperada por echarse a volar. Pippa está sentada en el trono, comiendo bayas de un cáliz de oro hasta que sus labios se transforman en una sombra azul oscura. Fuentes y copas de vino están repletas de fruta.
—¿Dónde está Fee? —pregunto—. ¿La habéis visto?
—Estoy aquí. —Felicity entra como si nada, equipada con su cota de malla de guerrera, las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes—. ¿Qué queréis?
—Fee, no puedes quedarte aquí —digo.
Se sienta junto a Pip.
—¿Por qué no?
—En los reinos impera el caos. Las tribus están en guerra, han arrasado el Templo y Circe ha ido a las Tierras Invernales para reunirse con las criaturas.
—No nos ha llegado nada de eso hasta aquí —dice Pip señalando los muros de la capilla—. Así pues, ¿celebraremos otro baile esta noche?
—Pippa —digo, incrédula—. No podemos celebrar ninguna fiesta.
La risa de Pippa es ligera e infantil.
—Deja que las criaturas se las apañen entre ellas. No están a mi altura.
Se lleva una baya a la lengua y se chupa los dedos.
—Tiene razón —asiente Bessie—. La señorita Pippa la mantendrá al tanto.
Mae y ella observan a Pippa con una devoción imbatible y me entran ganas de tirarla del trono.
—¿Les contaste cómo llegaste hasta aquí? ¿Por qué no puedes cruzar?
Los ojos de Pippa centellean.
—¡Oh, Gemma, por favor!
Comparte una sonrisa con las chicas de la fábrica que se convierte en una ronda de risas que hacen que se me erice toda la piel.
—Ella me pidió que la ayudara a cruzar el río, pero no pudo seguir. Porque se quedó aquí demasiado tiempo. Porque comió bayas... —explico.
Le doy un manotazo a un cáliz y las gruesas bayas púrpura se desparraman por el suelo y son engullidas por las parras.
—¿Quieres decir cruzar? ¿Sin decírmelo? —pregunta Felicity en voz baja.
Pippa hace caso omiso de la ofensa de Fee. Clava sus ojos vacilantes en mí.
—¿Y ahora qué pasa? Fui salvada para cumplir un designio más elevado.
Echo un vistazo a los rostros embelesados de las chicas. Wendy no está con ellas.
—¿Dónde está Wendy? —pregunto.
Veo un destello de miedo en los ojos de Mercy.
—Se fue —responde Pippa con frialdad.
«La próxima vez no será un conejo.»
—¿También vas a decirme que se escapó de la jaula?
Pippa se encoge de hombros.
—Si eso te divierte...
—¡Dime dónde está! —grito y doy un manotazo contra el altar.
Pippa se lleva las manos a las caderas en una pose totalmente retadora.
—¿O qué?
—Pippa, basta —interviene Felicity.
—¿Ahora estás en su bando? —pregunta Pippa.
—Aquí no hay bandos —dice Ann—. ¿O sí?
—Ahora sí los hay —responde Pippa y la sangre me bombea más fuerte.
—Se llevó a Wendy a las Tierras Invernales —dice Mercy atropelladamente.
Bessie la abofetea con tanta fuerza en la boca que la tira al suelo.
—Eso es una maldita mentira, Mercy Paxton. ¡Retírala!
—A nadie le gustan los traidores, Mercy —la riñe Pippa.
La chica se encoge en el suelo. El castillo gime. Las parras están marchitas, enfermas. Cuando se mueven parecen calcificarse. Una de ellas, tan dura como una piedra, repta por mi pie y a punto está de atraparlo. Me libero de ella de un tirón.
—Pippa —digo—, ¿qué has hecho?
—Lo que tú no harías. Pobre Gemma, siempre tan preocupada por su poder. Pues a mí no me preocupa.
—Pip, no habrás hecho un pacto con esas criaturas...
—¿Y qué si lo he hecho?
Felicity niega con la cabeza.
—No lo has hecho.
Pippa le acaricia el rostro suavemente.
—Me pidieron algo insignificante. Un sacrificio de algo que nadie echaría en falta. Les ofrecí ese estúpido conejo; eso es todo. ¡Y ya ves lo que nos han dado a cambio! —exclama y extiende los brazos, pero lo único que veo es un castillo derruido y asolado por las malas hierbas.
—Dime que no te la llevaste a las Tierras Invernales, que me equivoco al pensar lo contrario —le ruego.
—Te diré todo lo que quieras escuchar —contesta mientras se atiborra de bayas.
—¡Quiero la verdad!
Los ojos de Pip centellean. Sus dientes se han teñido del color negro azulado del zumo de las bayas.
—Ella. Era. Una. Carga.
Felicity se agarra el estómago.
—¡Oh, Dios!
—No, Fee, ya verás. Todo va a ser maravilloso. —Pippa sonríe coqueta a las otras—. ¿Debería deciros lo que el árbol me prometió? ¿Lo que vi después de hacer mi sacrificio? Vi cómo finalizaba el mandato de la Orden y daba comienzo algo nuevo —explica con la voz llena de asombro—. Sus días han concluido. Los nuestros están al alcance de la mano.
Las chicas se acercan y se sientan a sus pies, empujadas por la atracción de su certidumbre. Los rasgos de Pippa se convierten en una amalgama hipnótica del antes y después. Los pómulos delicados, la larga maraña de rizos negros y su delicada nariz siguen ahí. Sin embargo, sus ojos oscilan constantemente entre un violeta oscuro y un pavoroso blanco azulado rodeado por círculos oscuros. Ha adquirido una belleza nueva y salvaje; soy incapaz de apartar la vista de ella.
—Oí una voz susurrar dulcemente en mi cabeza: «Por ser tan especial, has sido elegida. Te encumbraré».
Esboza una radiante sonrisa acompañada de una risita. Un miedo frío se desliza por mi estómago.
—Yo soy la elegida. Yo soy el camino. Para seguirme tenéis que ser como yo.
Con dos dedos, Felicity gira suavemente el rostro de Pip hacia el suyo.
—Pip, ¿qué estás diciendo?
Pippa se libera de la caricia de Felicity y se acerca con resolución a Bessie. Le ofrece el cáliz de bayas.
—¿Me seguirías, Bessie?
—Sí, señorita —responde Bessie con voz ronca, y abre la boca obedientemente.
Sin apartar la mirada de Felicity, Pippa hace ademán de depositar una baya en la lengua anhelante de Bessie. Horrorizada, Felicity corre hacia ella, la agarra de la mano y logra que arroje la baya. Pippa la empuja y Felicity le devuelve un empujón más fuerte. Durante un instante, el rostro de Pip se contrae, pone los ojos en blanco y se le escapa un largo aullido semejante a una carcajada desquiciada. Sus extremidades se sacuden al caer al suelo, y su cuerpo se contrae en una danza de hermosa violencia.
—¡Pippa! —grita Felicity—. ¡Pippa!
Bessie y las chicas retroceden, asustadas. Finalmente, el ataque remite. Las manos agarrotadas de Pippa se relajan y yace en el suelo como una rama deforme. Poco a poco, Pip se sienta, respirando con dificultad. Un hilillo de baba le cae por la boca; hay mugre en el pelo y en la parte del vestido donde se ha caído. Felicity la acuna.
—¿Qué-qué ha pasado? —se queja Pippa.
Intenta levantarse y se tambalea; sus piernas están tan débiles como las de un potro recién nacido.
—Shhh, has tenido un ataque —dice Felicity en voz baja mientras acompaña a Pip hasta el altar y la ayuda a sentarse.
A Pip le tiemblan los labios.
—No. Aquí no. Ahora no.
Extiende una mano hacia Bessie y le ofrece de nuevo una baya, pero Bessie se encoge ante su contacto. Las chicas de la fábrica se alejan de ella con el miedo reflejado en sus rostros.
—¡No! —gime Pip—. ¡Soy especial! ¡Soy la elegida! ¡No me abandonaréis!
Extiende las manos y nos envuelve un muro de fuego. El calor de las llamas me obliga a retroceder varios pasos. Esto no es un espectáculo de la linterna mágica, ni el truco de un ilusionista con la intención de asustar y entretener. Esto es real. Sea cual sea el poder que Pippa posee en su interior, tras su ataque epiléptico parece haberse convertido en algo nuevo y terrible.
Las chicas retroceden cada vez más, las llamas ensombrecen el terror y el sobrecogimiento de sus ojos, abiertos como platos. Una extraña sonrisa ilumina la cara redonda de Bessie, una mezcla de éxtasis y pavor. Cae de rodillas ante ella, entregada.
—¡Oh, señorita, has sido tocada por la mano de Dios!
De igual manera, Mae se postra ante ella.
—Sabía que nos liberarías de esos vampiros.
Hasta Mercy cae de rodillas, dominada por la fuerza del poder de Pippa.
—¡Lo hemos visto! ¡Todas lo hemos hecho! Ha sido un milagro. ¡Una auténtica señal! —exclama Bessie con la pasión de los conversos.
—¿Una auténtica señal de qué? —pregunto.
—Es la prueba de que ella es la escogida, tal como ha dicho.
Las lágrimas resbalan por el rostro de Mae. Cree haber presenciado un milagro, y no puedo decir lo contrario.
Felicity agarra con fuerza a Pip del brazo.
—Ha sido un ataque. Tienes que decírselo.
Cuando Pip estaba viva también yo presencié uno de sus ataques epilépticos. La furia del mismo fue sobrecogedora, aunque nada comparado con éste.
Pippa extiende sus brazos.
—Os llevaré a la gloria. ¿Quién me seguirá?
—¡Tienes que decirles la verdad! —sisea Felicity.
—Cierra la boca —ordena Mae y en sus ojos veo una devoción capaz de matar.
—¡No des órdenes por mí! —espeta Pippa—. Todo el mundo da órdenes por mí.
Felicity la mira como si le hubiera golpeado con fuerza. Pip se deshace de ella y se pasea entre las chicas de la fábrica, quienes alzan las manos para tocarla. Pippa las bendice con una delicada imposición de manos y las chicas gritan de felicidad, deseosas de ser bendecidas. Pippa nos observa, con lágrimas en los ojos, y una sonrisa que es el vivo retrato de la inocencia.
—Así estaba dispuesto. ¡Todo estaba predestinado! Por eso no pude cruzar —dice—. ¿Cómo si no se explica por qué la magia ha crecido en mi interior?
—Pip —empiezo a decir, pero no acabo la frase; ¿y si después de todo tiene razón?
—Has tenido un ataque —dice Fee y niega con la cabeza.
—Fue una visión, ¡como las de Gemma! —grita Pippa.
Felicity abofetea a Pippa y Pip le devuelve la bofetada con la ferocidad de un animal acorralado.
—Te arrepentirás de esto.
Las chicas de la fábrica se echan encima de Felicity, de Ann y de mí, y nos sujetan los brazos a la espalda hasta que nos vemos obligadas a doblegarnos. Podría probar con la magia. Podría. Intento invocarla y veo a Circe mentalmente. De inmediato, jadeo en busca de aire, horrorizada y mareada.
—¡También yo he llegado a sentir eso, Gemma! —grita Pippa—. No vuelvas a intentarlo.
—Incrédulas —escupe Bessie y su saliva aterriza como una mancha desagradable en la mejilla de Fee.
Nos empujan afuera, sujetándonos con fuerza. Pip desata su furia con un nuevo círculo de fuego que hace que me ardan y me escuezan los ojos.
Si Pippa se ha coronado a sí misma como reina, es muy probable que Bessie se haya nombrado a sí misma segunda al mando.
—Señora Pippa, haremos todo cuanto desees. Será dicho y hecho.
—Durante toda la vida han dado órdenes por mí. Ahora seré yo quien las dé.
Nunca he visto a Felicity tan herida.
—No a mí —dice—. Nunca acataré una orden tuya.
—Oh, Fee.
La antigua Pippa sale a la superficie durante un instante, esperanzada e infantil. Tira de Felicity hacia ella. Algo incalificable pasa entre ellas, y luego los labios de Pip se funden con los de Fee en un beso profundo, como si la una se nutriera de la otra, con los dedos entrelazados en la cabellera la una de la otra. De repente, comprendo lo que siempre debo de haber sabido de ellas: sus conversaciones privadas, sus abrazos, la ternura de su amistad. Ese mero pensamiento hace que me sonroje hasta las orejas. ¿Cómo no he sido capaz de darme cuenta antes?
Felicity se aparta, con las mejillas ardiendo, aunque aún perdura en ella la violenta pasión de ese beso. Pip la agarra del brazo.
—¿Por qué siempre te acabas marchando? Siempre acabas dejándome.
—No es verdad —responde Felicity con una voz rasposa por el humo.
—¿No te das cuenta? Aquí seremos libres para hacer cuanto deseemos.
A Felicity le tiemblan los labios.
—Pero yo no puedo quedarme.
—Sí que puedes. Y sabes cómo.
Felicity niega con la cabeza.
—No puedo. Así no.
Pippa habla con un tono de voz bajo y mesurado.
—Dijiste que me querías. ¿Por qué no comes las bayas y te quedas conmigo?
—Lo haré —susurra Felicity—. Pero...
—¿Qué harás? —quiere saber Pippa—. ¿Por qué no lo dices?
—Lo... haré —responde Felicity con gran dificultad.
Pip suelta el brazo de Felicity. Sus ojos se llenan de lágrimas furiosas.
—Ha llegado el momento de tomar una decisión, Fee. O estás conmigo o contra mí.
Pippa abre la mano. Las bayas aguardan, gordezuelas y maduras. Apenas puedo respirar. El rostro de Felicity trasluce su tormento: su afecto y su orgullo enfrentados en una cruel batalla. Contempla las bayas durante largo rato, ni las acepta ni las rechaza, y advierto que su silencio es su respuesta. No canjeará una trampa por la otra.
Los ojos de Pippa están anegados en lágrimas. Cierra la mano sobre las bayas, apretándolas con tanta fuerza que el zumo negro azulado resbala por los nudillos hasta caer al suelo, y me asusta pensar lo que puede ser capaz de hacer con nosotras.
—Dejémoslas marchar. No necesitamos descreídas entre nosotras —dice al fin. Aparta las llamas para nosotras—. Id, pues. Marchaos.
La única salida es atravesar el fuego, y no hay certeza alguna de que Pippa no nos reducirá a cenizas al atravesarlo. Trago saliva y conduzco a Ann y a Felicity por el pasillo de llamas.
Pippa canta en voz alta, furiosa.
—«Oh, tengo un amor, un verdadero, verdadero amor, y mi verdadero amor sigue aguardándome...»
Antes la consideraba una alegre y sencilla tonada, pero ahora me produce escalofríos. Es una canción desesperada. Una a una, las chicas se le unen, sus voces resuenan con mayor fuerza hasta que los sollozos de Fee quedan completamente ahogados por ellas. No me atrevo a mirar atrás hasta que atravesamos el muro de zarzas en el sendero que lleva al jardín. Cuando lo hago, Pippa y sus acólitas, tras las llamas, se asemejan a carbones incandescentes, a punto de convertirse en cenizas.