EL CIELO SANGRA POR ENCIMA DE LAS TIERRAS INVERNAles. Arroja una luz espeluznante a las Tierras Fronterizas y se transforma en las tonalidades de un hematoma. A lo lejos, el castillo se acurruca en su toga de parras, como una mano pálida oculta en los pliegues de un vestido. Me alivia comprobar que aún está intacto.
—¿Ves a Fee por alguna parte? —susurro.
—No —responde Ann—. No veo a nadie.
Con cuidado, apartamos las espinas del muro de zarzas y nos deslizamos dentro. La señorita McCleethy lo abarca todo con una mirada nerviosa.
—¿Habéis estado aquí?
Asiento.
—Qué lugar tan lúgubre —comenta con un estremecimiento.
—Durante un tiempo fue un sitio alegre —dice Ann con tristeza.
Avanzamos deprisa y en silencio por el bosque teñido de azul. Casi todas las bayas parecen haber sido arrancadas de las ramas, y las que quedan cuelgan de matas enfermizas, olvidadas. A su paso, los gusanos devoran la fruta abandonada. Se me revuelve el estómago.
«¡Huu-uu! ¡Huu-uu!»
—¿Qué ha sido eso? —pregunta con un jadeo la señorita McCleethy.
—No se mueva —murmuro.
Nos quedamos tan quietas como estatuas. De nuevo se escucha la llamada.
«¡Huu-uu! ¡Huu-uu!»
—Salid, salid, de donde sea que estéis —se oye decir a Pip.
Sale de detrás de un árbol y rápidamente la flanquean Bessie, Mae, Mercy y otras chicas que no había visto antes. Se despliegan a su alrededor como soldados con antorchas en la mano. Es como si se me hubiera escapado todo el aire de los pulmones. Me veo obligada a mantener las manos a la espalda, fuera de la vista, para ocultar mi temblor. Se ha pintado la cara con el zumo negro azulado de las bayas. También las otras llevan marcas similares que proporcionan a sus rostros una apariencia esquelética.
A la luz del fuego, los ojos de Pip cambian de un tono a otro, del violeta al blanco; una invitación al miedo.
—Hola, Gemma. ¿Qué te ha traído hasta aquí?
—Es... estoy buscando a Fee —digo.
Frunce el ceño juguetonamente.
—La habéis perdido, ¿verdad? Tch-tch, Gemma. Qué descuidada. Bueno, supongo que habréis venido a echar un vistazo. Seguidme.
Pippa nos acompaña a su castillo como una reina conquistadora. Todavía resulta encantadora. La magia está a su servicio; sin embargo, por lo que veo, no ha compartido mucha con sus discípulas, quienes trotan detrás de ella, andrajosas y hechas jirones, con la piel gris y estropeada.
—Bessie —empiezo a decir, pero me da un brusco empujón.
—Sigue caminando.
El castillo está tan descuidado como el bosque. Las parras trepan libremente por las paredes y cubren las balaustradas de las que cuelgan como garras verdes. Las serpientes se ensartan entre su musgosa exuberancia.
—¿Dónde está Felicity? —pregunto de nuevo.
—Paciencia, paciencia —canturrea Pippa mientras alinea cálices de bayas a lo largo del altar.
Bessie sonríe con sarcasmo mientras evalúa a la señorita McCleethy.
—¿Quién es ésa? ¿Su madre?
—Soy la señorita McCleethy, una profesora de la Academia Spence —responde McCleethy.
Pip aplaude y se ríe con una risa tonta.
—Señorita McCleethy. Usted es quien ha metido en este lío a Gemma. No me cause a mí ningún problema.
—Le causaré bastantes problemas si no nos dice enseguida dónde se encuentra la señorita Worthington —insiste la señorita McCleethy.
—No haga eso —le advierto.
—Necesita mano dura —susurra.
—Está por encima de todo eso —exhorta Ann en voz baja.
—¡Chitón! —exclama Pippa—. Éste es mi castillo. Soy la reina de este lugar. Y yo impongo las reglas.
Mae coge un racimo de bayas y Pippa niega con la cabeza.
—Mae, ya sabes que son para el ritual. Primero hay que consagrarlas.
—Sí, señorita.
Mae sonríe, aparentemente feliz por ser amonestada por su diosa.
—¡Felicity! —grito—. ¡Fee!
Los muros del castillo crujen y gruñen como si fueran a caérsenos encima. Una parra se agarra a mi bota y tiro del calzado para liberarme.
—Está en la torre —dice Mae—. Por su seguridad.
—Pip —suplica Ann—, tienes que dejarla ir. Las criaturas de las Tierras Invernales están en camino.
—No, Ann, también tú no —se queja Pippa chasqueando la lengua.
—Pip... —empieza a decir Ann.
—Todo cuanto necesito es ofrecer un sacrificio. Probé con Wendy, pero su ceguera la convirtió en una ofrenda de poco valor. Y luego volvisteis y lo supe... Supe que era el destino; ¿no lo veis?
La señorita McCleethy se pone delante de mí:
—No puedes sacrificarla a ella. Sacrifícame a mí.
—¿Qué está haciendo? —pregunto.
—Gemma —susurra la señorita McCleethy—, suceda lo que suceda, tiene que vencer el miedo y salvaguardar la magia.
«Suceda lo que suceda.» No me gusta cómo suena eso.
—A veces debemos hacer sacrificios para obtener un bien mayor —dice—. Prométame que mantendrá la magia a salvo.
—Lo prometo —contesto, pero no me gusta.
Pippa me arroja hacia atrás con la fuerza de su magia. Desprevenida, caigo al suelo dolorida. Las chicas empujan la cabeza de la señorita McCleethy hacia adelante y dejan su cuello a la vista.
—¡No!
Tambaleándome, me pongo en pie y, antes de que pueda invocar la magia, Pippa libera la suya. En esta ocasión, caigo al suelo con gran estrépito, como si fuera un juguete. La señorita McCleethy cierra los ojos con fuerza; su boca dibuja una fina línea de resolución. La hoja de la espada se alza.
—Proteja la mag... —grita en el preciso instante en que la espada desciende con la velocidad del rayo.
Junto a mí, Ann no deja de gritar; sus desesperados chillidos se mezclan con los gritos exultantes de la pandilla hasta que resulta imposible decir dónde acaban unos y empiezan los otros. Tengo ganas de vomitar. Respiro entrecortadamente y las lágrimas me horadan los ojos. Ann se sienta anonadada y deja de gritar; conmocionada, guarda silencio.
Con un suspiro almibarado, las parras serpentean hacia adelante y reclaman el decapitado cuerpo de la señorita McCleethy. Las chicas se arrodillan con las manos juntas, como si rezaran. Pippa está de pie ante ellas, detrás del altar. Eleva un cáliz por encima de su cabeza y lo vuelve a bajar, murmurando palabras que no puedo oír. Coge una baya grande de la copa y la deposita con suavidad en las palmas anhelantes de Bessie. Lenta y solemnemente, desciende por la fila, entregando una baya a cada una de las chicas que están inclinadas ante ella.
—¿Quién es el camino? —brama.
—¡La señora Pippa! —responden todas al unísono—. Ella es la elegida.
—¿Cuál es nuestra misión?
—Comer las bayas y quedarnos en el paraíso.
—Amen —responde.
Como si fueran una, las chicas se llevan las bayas a la boca y las engullen.
Pip se gira hacia nosotras con los brazos extendidos y la boca abierta en una sonrisa delirante.
—Siento lo de vuestra profesora, pero no hubiera podido unirse a nosotras. Sin embargo, confío en vosotras. Al fin y al cabo, habéis vuelto. Pero tenéis que ser como nosotras, queridas. Quienes me sigan tienen que comer las bayas.
Por fin logro que me salga la voz.
—Pip, por favor, escucha. Las criaturas de las Tierras Invernales quieren apoderarse de los reinos. Si me matas, no podré luchar contra ellas.
Bessie sube los escalones que llevan a la torre y regresa con una combativa Felicity, que da patadas y alaridos. Intenta morder a Bessie y ésta la golpea con fuerza.
—¡Oh, Fee! Estás aquí. Qué alegría —dice Pippa mientras Fee la observa horrorizada.
Pippa se aproxima tranquilamente hacia nosotras y nos deposita las bayas en las manos. Le da a Ann un beso en la frente.
—Ann, cariño, ¿por qué tiemblas tanto? ¿Tienes frío?
—S-sí —murmura Ann. Los labios le tiemblan de puro terror—. Frío.
—¿Lo crees, cariño? ¿Crees que soy la elegida?
—Sí —asiente Ann sollozando.
—¿Y te comerás las bayas? ¿Aceptarás mi bendición?
—Si realmente fueras la elegida, no necesitarías intimidar a tus fieles —digo.
Si voy a morir no me iré sin hacerme escuchar.
Pippa me acaricia el pelo.
—Nunca me has gustado demasiado, Gemma. Creo que eres una celosa.
—Piensa lo que quieras. Estamos en peligro. Todas nosotras. Las criaturas de las Tierras Invernales quieren gobernar los reinos. Ya han matados a muchos de las tribus. Avanzan sin piedad y se llevan consigo las almas de quienes no se unen a ellos.
Pip se encoge de hombros.
—No he oído nada.
—Las criaturas se encaminan hacia aquí. Si me sacrifican en el Árbol de Todas las Almas, tendrán todo el poder del Templo y regirán los reinos.
—¡No pueden regir los reinos! —Se echa a reír—. No pueden porque yo soy la elegida. Yo tengo la magia. Crece en mí. ¡El árbol me lo explicó! Si ellos estuvieran conspirando, lo sabría.
—Tú no lo sabes todo, Pippa —respondo.
Acerca su rostro al mío hasta que lo tengo a escasos centímetros. Aún tiene los labios manchados del púrpura de las bayas. El aliento le huele a vinagre.
—Mientes. —Una leve sonrisa le aflora a los labios—. ¿Por qué no usas la magia en mi contra?
—Porque no quiero hacer eso —contesto con voz entrecortada.
El rostro de Pippa se ilumina.
—La has perdido, ¿verdad?
—No, no la he...
—Por eso no puedes detenerme, ¡porque yo soy la elegida! —atruena Pippa.
Bessie me agarra con fuerza del brazo.
—¡Probémosla con los descreídos! ¡Llevémoslas a las Tierras Invernales!
—¡No! —grito.
Pippa aplaude.
—¡Ése es un plan espléndido! ¡Oh, sí; vayamos!
Felicity coge a Pip de la mano.
—Pippa, si me como las bayas, si me quedo contigo, ¿dejarás que se marchen?
—¡Felicity! —exclamo.
Niega con la cabeza y me ofrece la más diminuta de las sonrisas.
—¿Lo harás? ¿Las dejarás marchar?
Una chispa de reconocimiento brilla en los ojos de Pip, como si estuviera recordando su sueño preferido. Se inclina hacia adelante, su cabello negro entretejido en las hebras rubias de Felicity, un tapiz de luz y oscuridad. Con dulzura, Pippa besa a Fee en la frente.
—No —responde rudamente.
—Pip, no lo entiendes; te lastimarán —implora Felicity, pero Pippa está más allá de cualquier tipo de raciocinio.
—¡Soy más poderosa que ellas! No me asustan. ¡Soy el camino! ¡Soy la única! Bessie, necesitamos otra voluntaria —ordena Pippa.
Me arrancan del asiento y me suben al altar, donde me aterroriza encontrar el mismo destino que la señorita McCleethy. Pippa me mete más bayas en las manos.
—Come, pues yo soy el camino.
Las bayas me manchan la palma de la mano. Dije que salvaguardaría la magia, pero no tengo elección: tengo que usarla. Debemos liberarnos.
Invoco con fuerza a mi poder y éste surge de mí con vigor renovado. Pippa inmoviliza sus brazos con los míos y nos enzarzamos en una lucha. La magia parece nueva, fuerte y terrorífica. Tengo un sabor metálico en la boca. Es como si mi sangre no estuviera bajo mi control. Bombea a destiempo y me recorre las venas mientras tiemblo. Percibo todo lo que hay dentro de Pippa: la rabia, el miedo, el deseo, el anhelo. También sé que ella siente lo que hay en mí. Encuentro su herida secreta, Felicity, y una infinita tristeza le cubre el rostro.
—Suéltame —grita con voz ronca—. Suéltame.
—Sólo si nos dejas marchar —respondo.
Libera todo su poder y éste me arroja contra el muro del castillo y caigo al suelo, desmadejada.
—¡Basta! —exclamo.
Cuando logro liberarme, ella cae de rodillas. Noto cómo la magia vuelve a mí y no me atrevo a actuar sin todos mis sentidos. Tengo que dominar mi poder y, en ese preciso instante, Pippa libera el suyo y me clava contra la pared, donde las parras empiezan a entrecruzarse por mis manos y pies.
—¡Pippa! —grita Felicity.
Pero en estos momentos, a Pip nada le importa.
—¡Yo soy el camino! —exclama.
Felicity hace oscilar la hoja de su espada contra Pippa, y la golpea con ella. La magia pierde toda su fuerza.
—¿Fee? —dice Pip con los ojos como platos.
Contempla la profunda herida de su brazo, la sangre que resbala por las parras aterciopeladas. Con un gemido estremecedor, el castillo se tambalea y se sacude hasta que nos caemos las unas encima de las otras.
—¿Qué sucede? —pregunta a gritos Mae Sutter.
Las parras se mueven como látigos y se agarran a cuanto está a su alcance. Se produce un ensordecedor bramido cuando las antiguas piedras empiezan a desmoronarse. Corremos hacia las puertas, arracimadas por el pánico, tratando de evitar los cascotes que se nos caen encima.
—¡Pip! —grita Felicity—. ¡Pip, sal de ahí!
Sin embargo, una terrible alegría ilumina el rostro de Pip. Eleva los brazos al cielo.
—¡No hay nada que temer! ¡Soy el camino!
—¡Pip, Pip! —aúlla Felicity mientras tiro de ella.
Observamos, impotentes, cómo las parras encarnizadas localizan a Pippa y la derriban con fuerza.
—¡No! —exclama—. ¡Yo soy el camino!
Llueven piedras del cielo y, poco después, el gran castillo se viene abajo y entierra a Pippa bajo sus muros derruidos, silenciándola para siempre.
Felicity, Ann y yo escapamos por poco. Jadeando, nos tendemos en la hierba mientras el castillo vuelve a hundirse en la tierra, que reclama lo que le pertenece; Pippa se hunde con él. Bessie y Mae han escapado, al igual que algunas más. Mercy ha quedado sepultada junto a Pippa.
Las chicas contemplan el lugar donde Pippa había estado poco antes.
Mae sonríe entre lágrimas.
—Ella quería que fuera así —dice completamente extasiada—. ¿No lo veis? Se ha sacrificado a sí misma. Por nosotras.
Bessie niega con la cabeza.
—No.
Mae se agarra las faldas.
—Tenemos que seguir haciendo lo que ella nos mandó hacer. Tenemos que comernos las bayas. Seguir sus dictados. Y ella regresará. Reza conmigo, Bessie.
Bessie se la quita de encima.
—No lo haré. Se ha acabado, Mae. Levántate.
—Ella era la elegida —insiste Mae.
—No, te equivocas —digo—. Sólo era una chica.
Mae no lo considera así. Coge bayas a puñados y las engulle mientras pronuncia el nombre de Pippa como una plegaria cada vez que se come una. Se agarra con fuerza a su creencia; no quiere reconocer que ha sido engañada, que ha sido abandonada aquí, que está sola, sin nadie que la guíe excepto su propio corazón.
Bessie echa a correr detrás de mí.
—¿Puedo ir?
Asiento. Es una camorrista, y puede que necesitemos una.
Alcanzo a Felicity.
—Fee... —la llamo.
Se limpia la nariz en la manga y aparta la cara de mí.
—No.
Debería dejarla en paz, pero no puedo.
—Desapareció durante algún tiempo. Y fuiste la única fuerza que impidió que se transformase completamente. Eso es magia. Puede que la más poderosa que haya visto jamás.