LA GORGONA NO HA ESPERADO A QUE REGRESEMOS. ZARPÓ después de que nos marcháramos y ahora nos aguarda en el río. Kartik echa un vistazo al rostro manchado de lágrimas de Felicity y la deja tranquila. Bessie y él se evalúan mutuamente, y ella se dirige al barco sin pronunciar palabra.
—Se ha acabado —le digo—. Gorgona, llévanos a las Tierras Invernales.
Fowlson se me acerca enseguida.
—¡Espera! ¿Qué quieres decir? ¿Dónde está Sahirah?
—Lo siento —respondo en voz baja.
Tengo miedo de que se ponga a gritar. A aullar. A maldecirnos. A golpear algo. Sin embargo, se deja caer en silencio en la cubierta del barco con la cabeza entre las manos, lo que resulta mucho peor.
—¿Qué podemos hacer? —pregunto a Kartik con un susurro.
—Dejarlo en paz.
La Gorgona nos conduce por el río. Unos pequeños fuegos arden sobre el agua, resplandecientes en sus incensarios. Las llamas brincan y crepitan y nos amenazan con su calor. El viento sopla y su asfixiante ceniza nos salpica. Es como entrar en la boca del infierno.
Un relámpago palpita tras las nubes rojas, serpenteantes y revueltas que cubren las Tierras Invernales.
—Estamos cerca —dice la Gorgona.
Ann ahoga un grito con una mano en la boca. Tiene la vista clavada en el agua, donde el cuerpo sin vida de alguna alma desafortunada pasa flotando boca abajo. Se balancea durante un instante, lúgubre recordatorio de nuestra tarea, y después se lo lleva la corriente. Sin embargo, permanecerá para siempre en mi memoria. El resto de nosotros guarda silencio. Abandonamos las Tierras Fronterizas y entramos en las Tierras Invernales; ya no hay vuelta atrás.
La Gorgona atraca con cautela en la laguna donde vimos por vez primera al ejército de la muerte. Hay hogueras en las cimas de los escarpados acantilados. No quiero saber quién las ha encendido ni qué se ha usado como combustible. La tribu del bosque y los Hajin han llevado sus embarcaciones a tierra. Philon dirige sus ojos acerados hacia los acantilados en busca de algo.
—¿Por dónde se llega al árbol? —pregunta la criatura mientras se carga al hombro un hacha resplandeciente.
—Hay un pasadizo por allí —contesto.
—¿Dónde está la profesora? —quiere saber Philon.
—Perdimos a la señorita McCleethy en las Tierras Fronterizas —respondo.
Fowlson se ha quitado el cinturón. Afila su navaja contra la piel con movimientos cada vez más rápidos.
—Me temo que eso sea sólo el principio —contesta Philon.
Con las armas en la mano, nuestra andrajosa cuadrilla se encamina hacia el estrecho pasadizo que conduce al corazón de las Tierras Invernales. Suplico a la Gorgona por última vez.
—Me gustaría que te unieras a nosotros. Podrías sernos de gran utilidad.
—No puedo ser digna de confianza —insiste.
Me inclino más cerca de ella de lo que nunca había hecho, como si fuera a abrazarla. Una de las serpientes me roza la muñeca y no la aparto. Agita su lengua y avanza hacia mí.
—Confío en ti.
—Porque no me conoces.
—Gorgona, por favor...
Sus ojos reflejan dolor y los cierra para ocultarlo.
—No puedo, Su Excelencia. Esperaré tu regreso.
—Si es que regreso —digo—. Nos superan en número y mi magia es impredecible.
—Si fracasas todos estaremos perdidos. Destruye el árbol. Ésa es la única alternativa.
—¿Viene con nosotros? —pregunta Ann cuando los alcanzo.
—No —respondo.
Philon contempla el despiadado paisaje: las nubes veteadas de rojo, el implacable pasillo que hay delante. Un viento duro y frío nos arroja a la cara arena granulosa.
—Lástima. Su fortaleza guerrera nos hubiera sido de gran ayuda.
Nos agolpamos en el estrecho cañón. Una criatura mañosa y pálida desliza su mano viscosa desde detrás de una roca, y tengo que poner una mano en la boca de Ann para silenciar su grito.
—Sigue caminando —susurro.
Kartik vuelve a apiñarse bajo los escalafones.
—Gemma, no creo que debamos salir como hicimos antes. Estaremos expuestos. Hay un pequeño túnel que lleva hasta un saliente situado tras los acantilados. Es estrecho, no es fácil, pero desde allí podremos vigilarlos y estaremos protegidos.
—De acuerdo —digo—. Encabeza la marcha.
Nos arrastramos por un saliente despedazado con un pronunciado desnivel que conduce al vacío. La sangre me bombea con fuerza, por lo que mantengo la vista enfocada en el hacha resplandeciente de Philon, junto delante de mí. Por fin, salimos del túnel a empujones; Kartik tenía razón: hay un punto tras el acantilado donde podemos ocultarnos.
—¿Has oído eso? —pregunta Kartik.
A lo lejos se oyen unos tambores que resuenan en las montañas.
—Iré a ver —dice Kartik.
Trepa a gatas por la escarpada montaña, como si hubiera nacido para ello. Asoma la cabeza por encima del borde del acantilado y luego se da prisa en bajar.
—Se están concentrando en el brezal.
—¿Cuántos son? —pregunta Philon.
El rostro de Kartik se ensombrece.
—Demasiados para contarlos.
El redoble de los tambores me resuena en los huesos. Me llena la cabeza hasta que creo volverme loca. Sería más fácil no ver cuántos son, no mirar el horror que representan ni saber. Sin embargo, tengo que saber. Tengo que saber.
Me agarro fuerte a la roca para incorporarme y echar un vistazo por encima de los desnivelados peñascos que nos protegen por ahora.
Kartik no mentía. El ejército de las Tierras Invernales es numeroso y terrorífico. Por delante avanzan los rastreadores, envueltos en una nube de capas negras que ondean abiertas y muestran las almas que llevan atrapadas en su interior. Incluso a esa distancia puedo ver el destello de sus dientes aserrados. Sobresalen por encima de los demás, pues miden casi dos metros de alto. Los Guerreros Amapola, ataviados con sus enmarañadas cotas de malla, se transforman en enormes cuervos negros y sobrevuelan los campos. Graznan con una escalofriante persistencia; se elevan cada vez más hasta que un remiendo del cielo se convierte en una imagen borrosa negra y el aire cruje con sus chillidos. Ruego porque no vuelen en nuestra dirección y descubran nuestro escondrijo. Detrás de ellos hay un ejército de espíritus corruptos: los muertos vivientes. Sus ojos están hundidos y cegados o son como los inquietantes ojos blanco azulados de Pippa. Los siguen sin rechistar. Y, en medio, está el árbol, más alto, más poderoso que la última vez que lo vi. Sus ramas se extienden en todas las direcciones. Juro que puedo ver a las almas resbalar por debajo de su corteza como si fueran sangre. Sé que en su oscuro corazón se oculta Eugenia Spence.
Los tambores resuenan con un ritmo ensordecedor.
—¿Cómo vamos a luchar contra ellos? —pregunta Ann y siento su miedo en mi corazón.
—Mirad, aquí abajo —dice Felicity.
Uno de los Guerreros Amapola lleva a Wendy a rastras. Camina dando traspiés, exhausta, pero al menos está incólume. Comer esas bayas la ha condenado a vivir aquí, pero hay que salvarla de ser sacrificada. El Guerrero Amapola le lame la mejilla y Wendy retrocede. No soporto verla encadenada a semejante bestia.
Cesan los tambores y el silencio es aún más terrorífico.
—¿Qué están tramando? —pregunta Fowlson, navaja en mano.
—No lo sé —respondo.
El árbol habla:
—¿Habéis traído el sacrificio?
—Ella está aquí, en algún sitio —responde el rastreador.
—Hace mucho que te espero —murmura el árbol con la misma voz que me atrajo la primera vez—. ¿Me conoces? ¿Sabes lo que podríamos hacer juntos? ¿Que podríamos gobernar este mundo y el otro? Únete a mí...
Sus palabras me envuelven.
—Gemma... ven a mí...
Es mi madre. Mi madre de pie en ese campo, ataviada con su vestido azul; sus brazos esperan abrazarme.
—Madre —susurro.
Kartik me coge de la cara y la acerca a la suya.
—Eso no es tu madre, Gemma. Ya lo sabes.
—Sí lo sé.
Vuelvo a mirar y la imagen parpadea como un cuadro pintado con gas y fuego.
—Pueden hacernos ver lo que quieran que veamos y hacernos creer lo que sea —me recuerda una Hajin de ojos marrón oscuro.
—¿Cómo vamos a combatirlos? —pregunta un centauro—. ¡Cojamos la magia de la sacerdotisa!
—No —dice Philon sin dejar de mirarme—. Si recurrimos a la magia ahora, seguramente el árbol lo detectará y temo lo que eso pueda significar.
Fowlson lo mira con dureza.
—Tenemos que llegar hasta ese árbol, compañeros. Hay que talarlo.
—Sí, ése es nuestro propósito —dice Felicity, que ha recuperado su espada y está deseando usarla.
Entre nuestro contingente surge una pequeña disputa. Nadie se pone de acuerdo en el plan a seguir. Abajo en el llano, veo a esos espectros horribles y el árbol que contiene el alma de Eugenia. También percibo la presencia de mi madre, de Circe, la señorita McCleethy, Pippa, Amar... y tantos nombres. Tantas pérdidas.
—Siglos de lucha y ¿para qué? —pregunto—. Esto tiene que acabar hoy. No puedo seguir viviendo con miedo. He maldecido este poder. Lo he disfrutado y despilfarrado. Y también lo he ocultado. Ahora tengo que intentar esgrimirlo de forma correcta, darle una finalidad, y espero que baste con eso.
Un centauro empieza a hablar pero Philon lo acalla levantando un dedo.
—El doctor Van Ripple me dijo que las ilusiones funcionan porque la gente quiere creer en ellas. Pues muy bien. Démosles lo que quieren —digo.
Philon entrecierra los ojos.
—¿Cuál es tu plan?
—Buscan a la elegida. ¿Y si ella está en todas partes a la vez? ¿Y si puedo reflejar mi imagen en el saliente de esta montaña y mucho más allá? Me verán en cada recodo. Y ¿cómo van a sacrificar a alguien que no existe?
Philon se acaricia sus delgados labios con una mano, pensativo.
—Inteligente pero arriesgado, sacerdotisa. ¿Y si nos descubren?
—Sólo necesitamos el tiempo suficiente para desconcertarlos mientras nos acercamos al árbol y lo derribamos.
—¿Y qué hay de la daga? —pregunta Felicity.
—Déjame eso a mí —respondo.
—¿Cómo sabemos que acabaremos con todo esto talando el árbol? —pregunta un centauro.
—No lo sabemos —contesto—. Pero es lo mejor que tenemos si todos están de acuerdo.
Se produce un general gesto de asentimiento acompañado de síes.
—Fowlson, Felicity, vosotros encabezaréis el ataque. Ann —digo mirando su valiente rostro—, intenta liberar a Wendy del horrible Guerrero Amapola.
—¿Y yo? —pregunta Kartik.
«Tú quédate conmigo.»
—Alguien tendrá que estar pendiente de Amar. Es muy poderoso —digo apesadumbrada.
—Gemma, vamos a estar luchando codo con codo —responde, y sé que está pensando en su sueño.
—Sólo fue un sueño —digo y trago saliva mientras espero que diga su respuesta, como una broma que podamos mantener cuando esto acabe, pero se limita a asentir, lo que hace que aumente mi miedo.
—¿Y si después de todo te encuentran? —pregunta Philon.
«Moriré aquí. Mi alma se perderá para siempre en las Tierras Invernales. Los reinos y nuestro mundo serán gobernados por las criaturas de las Tierras Invernales.»
—No intentéis salvarme. Llegad hasta el árbol. Taladlo. No sé si es un buen plan o no. Pero algo tenemos que hacer. Y sólo juntos podemos llevarlo a cabo.
Extiendo una mano. La espera se me hace el momento más largo de mi vida. Kartik pone su mano en la mía. Felicity y Ann lo imitan rápidamente. A continuación, les siguen los largos dedos de Philon. Bessie y Fowlson. Los Hajin. Los centauros. La tribu del bosque. Mano sobre mano, nos unimos al unísono, hasta el último de todos nosotros. Me esfuerzo por concentrarme para alejar todos los pensamientos excepto los míos. Sería sencillo que se entrometieran los pensamientos de las criaturas de las Tierras Invernales, que el árbol se deslizara en mi mente. Siento cómo la magia fluye de mi interior hasta los otros, uno a uno. Cuando abro los ojos, es como estar en la sala de los espejos de un parque de atracciones. Mire a donde mire, todos somos iguales. Todos los presentes tienen mi rostro. ¿Cómo podrán encontrar a la elegida si todos lo somos ahora?
—No hay tiempo para reconsideraciones —digo—. Nos descubrirán de un momento a otro. No dejemos que nos pillen desprevenidos.
Los tambores resuenan de nuevo. La sangre se me agolpa en los oídos. Nos desplegamos a lo largo de las cimas de los acantilados. Abajo, los horribles rastreadores señalan y gritan. Corren a las armas y nosotros hacemos lo mismo. Corremos hacia el campo. Se desenvainan espadas. El restallido del acero contra el acero hace que un escalofrío me suba por la espalda. Desde los acantilados, los centauros arrojan una lluvia de flechas. Una flecha me pasa silbando y halla su objetivo en un espectro peligrosamente cercano.
—¡Ahhhhhhhh!
Un intenso grito de guerra escinde el aire. Veo a uno de los nuestros blandiendo una espada como si hubiera nacido para ello y sé que bajo esa ilusión late el corazón de mi amiga Felicity.
Apenas creo lo que ven mis ojos. Con paso furioso se acerca a nosotros la Gorgona, con una espada en cada una de sus cuatro manos. Se tambalea al caminar, pues no está acostumbrada a sentir el peso de sus piernas después de tanto tiempo sin usarlas. Pero no importa. Constituye una figura magnífica y terrible, una giganta verde dando golpes a diestra y siniestra. Las serpientes de encima de su cabeza se retuercen y sisean.
—Si queréis batalla la tendréis. Soy la última de mi estirpe. No me dejaré morir sin luchar —grita por encima del estrépito.
Es una imagen digna de contemplar en toda su gloria. Las serpientes se mueven histéricas en su cabeza. Me siento tan sobrecogida por su majestuosidad como aterrorizada por su terrible poder. Algunas criaturas se quedan de piedra al verla; a otras las reduce con la fuerza de su espada. Es como si no nos oyera ni nos viera. Está completamente concentrada en la batalla, tanto que alza su espada contra uno de nosotros por error.
—¡Gorgona! —grito.
De inmediato se gira hacia mí. Y, oh, esa horrible resolución en sus ojos amarillos ahora que es libre. Es un horror del que no puedo apartar la vista. Me siento caer bajo el hechizo aterrador de la Gorgona. Mis pies se endurecen hasta volverse de piedra. No puedo moverme. El mundo se aleja girando sobre sí mismo. Los sonidos de la batalla desaparecen. Sólo escucho el seductor siseo de la Gorgona.
—Mírame, mírame, a mí, a mí, mira y asómbrate...
La piedra repta por mi sangre.
—Gorgona —digo con voz ahogada, aunque no sé si me oye o no.
—Mírame, mírame...
No puedo respirar.
Las serpientes sisean salvajemente. Los ojos de la Gorgona dejan de parecer sedientos de sangre. Se abren de par en par, horrorizados.
—¡No mires, Su Excelencia! —aúlla la Gorgona—. ¡Cierra los ojos!
A pesar de la fuerza que he perdido, lo hago. De inmediato se interrumpe el trance. Mis extremidades se aflojan aliviadas y caigo al suelo jadeando.
La Gorgona me ayuda a ponerme en pie.
—No vuelvas a mirarme, pues no soy quien crees conocer. Ahora soy una guerrera. Protégete a ti misma. ¿Lo has entendido?
Asiento furiosamente.
—Podría haberte matado —dice temblando.
—Pero no lo has hecho —jadeo.
Escucho un lamento. Uno de los nuestros ha caído. De forma accidental, un espectro ha derramado sangre. La falsa Gemma cae a tierra.
—¡Estúpido! —grita Amar—. ¡Si viertes su sangre aquí, no podremos apoderarnos de su alma!
El cuerpo que yace en el suelo deja de ser una ilusión de mí misma. La magia titila y se desvanece. Mi rostro es reemplazado por el rostro de una Hajin. Sus ojos oscuros los observan fijamente.
La criatura aúlla de rabia.
—¡Nos han engañado! ¡Ésta no es la elegida!
—Encuéntrala. A la verdadera.
—¡Aquí! —exclama uno de los nuestros.
—No, soy yo. ¡Yo soy la elegida! —grita otro desde el campo de batalla.
—Soy la que buscáis —se oye decir a otra voz.
—¡Nos están confundiendo! ¿Cómo podemos estar seguros si usan la magia de los reinos en contra de nosotros? —gritan las criaturas.
—¡Es esa de la roca! —exclama un Guerrero Amapola.
—¡No, te digo que es esa que está cerca de mí!
Estamos por todas partes, y la situación les sobrepasa hasta tal punto que se enfrentan los unos a los otros.
—¿Por qué deberíais luchar por la gloria del árbol? ¿O por la de los rastreadores? Os dejarán morir y se apoderarán de toda la magia. El árbol os gobernará como hizo la Orden —grito por encima del estruendo.
Las criaturas apenas me miran, pero me escuchan.
—Seguiréis siendo esclavos del poder de alguien más. ¿De verdad creéis que lo compartirán con vosotros? —pregunta a gritos uno de los nuestros.
Amar se abre a paso a lomos de su corcel.
—¡No los escuchéis! ¡Son unos embaucadores!
Una criatura esquelética con largas alas de polilla hechas jirones agita su lanza por encima de la cabeza.
—¿Por qué deberíamos darle el poder a ellos cuando podemos quedárnoslo?
—¿Qué nos ofreces? —pregunta otro hombre, con la piel tan gris como la lluvia.
—¡Silencio! —Los rastreadores abren sus horripilantes capas para mostrar las almas que aúllan en su interior—. Veis lo que queremos que veáis.
Las criaturas de las Tierras Invernales se encogen y vuelven a caer bajo el hechizo de sus líderes.
—Ella emplea su encantamiento en contra de nosotros. Encontrad a la chica, a la verdadera —dice el árbol—. No les permitáis que os engañen. Ella será la única a quien intenten proteger.
Un rastreador se acerca corriendo a la Gorgona, que lo detiene con una mirada y la criatura cae en trance. La espada se alza en lo alto. Aúlla al descender y el rastreador cae como un vástago bajo una fuerte tormenta. Lo que sea que sale de él, alguna fuerza de su interior, abandona su cuerpo formando espirales como una tormenta de arena y se introduce en el Árbol de Todas las Almas. El árbol lo acepta con un grito terrible. Con un fuerte crujido, las ramas se extienden más lejos y más largas; las raíces se hunden todavía más en el páramo helado. El árbol resplandece con energía renovada.
—¡Gorgona! —exclamo por encima de la lluvia de flechas y los gritos de batalla—. ¡Tenemos que parar!
—¿Por qué? —pregunta sin atreverse a mirarme.
—Cuantos más matamos más fuerte se hace el árbol. ¡Aloja a las almas! No los estamos derrotando; ¡los estamos fortaleciendo!
Examino el campo de batalla y observo a Kartik mientras huye de su hermano. Es el Kartik liberado de su disfraz, con sus rizos oscuros enmarcándole el rostro como la melena de un león. Corre con elegancia y con fuerza. Miro alrededor y alcanzo a ver brevemente que la ilusión empieza a desvanecerse en Felicity y Philon. ¡La magia no está aguantando! En cuestión de minutos se descubrirá nuestro plan, me encontrarán y después...
Escucho el grito de Philon. Un rastreador ha herido a la alta y elegante criatura. El hacha yace a un lado. No hay tiempo para pensar. Tengo que llegar hasta el árbol.
Me levanto las faldas, corro tan rápido como me es posible y me apodero del hacha. Estoy a punto de caer en el hielo y la sangre, pero no aflojo el paso. Corro directamente hacia el árbol.
—¡Ya viene! —aúlla el árbol.
Sus raíces se extienden, se enredan en mis tobillos y me tiran al suelo con fuerza. El hacha se me escapa de la mano y aterriza fuera de mi alcance.
—Gemma...
Miro hacia arriba. Por encima de mi cabeza, en el laberinto de ramas del árbol, Circe está envuelta en una crisálida de ramas, enredaderas y puntiagudas ortigas. Tiene el rostro gris, y su boca hinchada está cubierta de ampollas. En las manos se halla la daga.
—Gemma —me llama con voz ahogada—. Tienes que... acabarlo...
Las ramas se ciñen alrededor de su cuello, cercenando su advertencia, pero no antes de que arroje la daga al suelo. Escarbo entre las gruesas raíces para encontrarla.
—Gemma, ¿quieres renunciar a todo esto? ¿Para qué? ¿A qué volverás cuando acabes conmigo? —entona el árbol—. ¿A una ordenada vida anodina? ¿Sin nada de especial? ¿Sin nada de nada?
—Seré diferente —respondo.
—Eso es lo que dicen todos. —El árbol se echa a reír amargamente—. Y luego su magia mengua cada vez más. Crecen y se alejan. Sus sueños se desvanecen al igual que su hermosura. Cambian. Y, cuando finalmente reconocen que era esto lo que querían, es demasiado tarde para ellos. No pueden volver. ¿Será ése tu destino?
—N-no —contesto y me aparto de la daga en las parras.
—¡Gemma!
Kartik me llama pero no puedo apartar la mirada del árbol ni puedo dejar de escucharlo.
—Quédate conmigo —dice suavemente—. Como ahora, para siempre. Joven. Hermosa. Floreciente. Ellos te venerarán.
—¡Gemma! —oigo decir a Felicity.
—Quédate conmigo...
—Sí —respondo.
Extiendo una mano anhelante hacia el árbol pues él me comprende. Apoyo la palma en la corteza y, de repente, todo se desvanece. Sólo estamos el árbol y yo. Veo a Eugenia Spence ante él, majestuosa y segura. Busco a mis amigos, pero se han ido.
—Entrégate a mí, Gemma, y nunca volverás a estar sola. Serás venerada. Adorada. Amada. Pero tienes que entregarte a mí; un sacrificio voluntario.
Las lágrimas me resbalan por el rostro.
—Sí —murmuro.
—Gemma, no escuches —dice Circe con voz ronca.
Durante un breve instante, dejo de ver a Eugenia; sólo veo el árbol, la sangre que bombea bajo su pálida piel, los cuerpos de los muertos que cuelgan de él como campanas de viento.
Ahogo un grito; Eugenia se halla de nuevo ante mí.
—Sí, esto es lo que deseas, Gemma. Inténtalo cuanto quieras, pero no lograrás destruir esa parte de ti. La soledad del yo que aguarda bajo los peldaños de tu alma. Siempre presente, por mucho que te esfuerces en librarte de él. Te comprendo. De verdad. Quédate conmigo y nunca volverás a estar sola.
—No escuches... a esa... zorra —grazna Circe y las parras se ciñen aún más a su cuello.
—No, se equivoca —digo a Eugenia como si acabara de despertar de un largo sueño—. Es usted quien no puede matar a esa parte de usted misma. Y tampoco puede aceptarla.
—No sé a qué te refieres —responde con incertidumbre por vez primera.
—Por eso lograron atraparla. Sabían cuál era su temor.
—¿Y cuál es, si puede saberse?
—Su orgullo. No creía que pudiera tener las mismas cualidades que las criaturas.
—Yo no soy como ellas. Yo soy su esperanza. Su sostén.
—No. Eso es lo que se dice a sí misma. Por eso Circe me pidió que buscara mis rincones oscuros. Si no lo hubiera hecho, me hubieran cogido desprevenida.
Circe se echa a reír, una risa astillada que halla una brecha bajo mi piel.
—¿Y qué me dices de ti, Gemma? —ronronea Eugenia—. ¿Has «buscado» en ti misma, tal como afirmas?
—He hecho cosas de las que no me siento orgullosa. He cometido errores —contesto en un tono de voz cada vez más elevado mientras mis dedos buscan la daga de nuevo—. Pero también he hecho cosas buenas.
—Y, sin embargo, sigues estando sola. Tantos intentos y todavía te sientes al margen, mirando desde el otro lado de la ventana. Temerosa de lograr lo que quieres de verdad porque ¿y si, después de todo, no basta con eso? ¿Y si lo obtienes y aun así te sientes sola y al margen? Es mucho mejor rodearte de añoranza. Anhelos. Desazones. Pobre Gemma. No encajas en ningún lugar, ¿verdad? Pobre Gemma, completamente sola.
Es como si me hubiera asestado un golpe en pleno corazón. Me tiembla la mano.
—Yo... yo...
—Gemma, no estás sola —jadea Circe y mi mano toca algo metálico.
—No. No lo estoy. Soy como todos los que habitan en este estúpido, maldito y asombroso mundo. Soy imperfecta. Insoportablemente. Pero optimista. Y aún soy yo. —Ya la tengo. Segura y fuerte en mi puño—. Sé cuál es su juego. Sé la verdad.
De un salto me pongo de pie y, de repente, la ilusión que Eugenia ha modelado se ha roto. Veo el campo de batalla plagado de sangre y combates. Se oye el sonido metálico del acero contra el acero, gritos de venganza, miedo, protagonismo y ansia de poder, desesperación, auténtico valor y rectitud despiadada; y todo ello difuminado en un terrible estruendo que ahoga todas las voces, los corazones y las esperanzas.
—Bien hecho, Gemma —dice Eugenia—. Efectivamente, eres muy poderosa. Es una lástima que no vivas lo suficiente para cometer más espléndidos errores.
Empuño la daga.
—De acuerdo. Acabemos esto de la manera adecuada.
Las numerosas ramas del árbol se extienden y gimen. Su superficie se enturbia de almas devoradas. Intento ver con claridad, pero no se trata de una ilusión, sino de una realidad terrorífica, y caigo hacia atrás cuando el árbol se alza aún más, y se abalanza sobre mí.
—Gemma, hazlo —gime Circe, agónica.
Conmino a toda la magia de la que dispongo y la canalizo a través de la daga.
—¡Libero a las almas aquí atrapadas! ¡Quedáis liberadas!
Cierro los ojos e intento hundir la daga en el árbol. Una rama me la arranca de la mano. Con un grito ahogado, la veo caer. El árbol chilla y aúlla captando la atención de todos los presentes en el campo de batalla.
—¡Que se derrame su sangre! —ordena el árbol.
—¡Gemma! —exclama Kartik y detecto alarma en su voz.
Amar viene a por mí. Espolea a su caballo para que corra aún más. Pugno por liberarme del abrazo del árbol y me precipito hacia la daga, que ha quedado fuera de mi alcance. Durante unos instantes el tiempo se ralentiza. El rugido de la batalla se reduce a un zumbido. Sólo se oyen los cascos del caballo que acompasan su ritmo al bombeo de mi sangre en los oídos. Veo a Kartik, cuya mirada trasluce una férrea determinación: correr en pos de su hermano. Y luego el mundo gira en el tiempo.
Las raíces me ponen la zancadilla. Caigo al suelo. Jadeando, me arrastro hacia la daga, pero Amar es más rápido.
—¡No! —grita Kartik.
Siento un dolor agudo en el costado. Miro hacia abajo y ahí está la daga; la sangre se extiende por mi blusa blanca en una mancha cada vez más grande.
—¡Gemma! —grita Felicity.
La veo correr hacia mí con Ann detrás.
Me tambaleo hacia adelante y, al llegar al árbol, me arranco la daga del costado con un grito angustiado.
—Yo... libero... a estas almas —repito en un susurro.
Clavo la daga en el árbol y éste aúlla de dolor. Las almas se escapan de su corteza y salen a empujones por las ramas como hojas de fuego y, después, desaparecen.
Parpadeo. La tierra se ondula. El cuerpo me tiembla hasta que no puedo detenerlo. Estoy atrapada en el abrazo del árbol. Lo último que oigo al caer contra las ramas que me acunan es a Kartik gritando mi nombre.