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LA NIEBLA ES ESPESA Y ACOGEDORA. BESA MI ENFEBRECIDA piel con frescura, como los amorosos labios de una madre. No puedo ver lo que hay delante. Igual que en mis sueños. Ahora un destello amarillo saja la niebla gris. Algo se acerca. El destello procede de un candil que cuelga de un largo palo, y éste se halla sujeto a una barcaza engalanada con flores de loto. Han venido las Tres y han venido a por mí. En la niebla, detrás de mí, oigo una voz familiar: «Gemma, Gemma». Se me acerca con un suave susurro, y deseo volver a ella, pero las mujeres me llaman por señas y voy a su encuentro. Sus movimientos son lentos, como si hicieran un gran esfuerzo. También los míos lo son. Mis pies parecen hundirse en el lodo a cada paso que doy; sin embargo, cada vez estoy más cerca.

Abordo la barcaza. Asienten. La anciana toma la palabra.

—Ha llegado tu hora. Tienes que tomar una decisión.

Abre la mano y aparecen unas cuantas bayas de color púrpura, mucho más oscuras que las que comía Pip. Descansan en el hueco de su palma, brillantes como piedras preciosas.

—Cómete las bayas y te transportaremos a la gloria. Recházalas, y tendrás que regresar a lo que sea que te aguarda. En cuanto te decidas, no habrá marcha atrás.

Durante un instante, escucho a mis amigas llamarme, pero parecen estar muy lejos, como si pudiera correr y correr en pos de ellas sin alcanzarlas jamás.

—Gemma.

Oigo de nuevo a Circe detrás de mí. Ha perdido su antigua palidez grisácea. Tiene el mismo aspecto que el primer día que la vi en la academia, cuando era la señorita Moore, la profesora que amé.

—Has hecho bien —me dice.

—Tú sabías que Eugenia se había transformado en el árbol, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y querías salvarme? —pregunto esperanzada.

Me sonríe con tristeza.

—No te hagas ilusiones respecto a mí, Gemma. Primero quería salvarme a mí misma. Segundo, tener el poder. Y tú estabas en un lejano tercer puesto.

—Pero al menos estaba en tercer lugar —respondo.

—Sí —afirma con una risita—. En tercer lugar.

—Gracias —digo—. Me has salvado.

—No. Tú te has salvado. Yo sólo ayudé un poco.

—¿Qué será de ti ahora? —pregunto.

No me responde.

—Vagará eternamente entre esta neblina —contesta la bruja.

La elección está ante mí, en su palma. Los gritos de mis amigas se debilitan en la niebla. Cojo una baya gruesa y me la llevo a la lengua; la saboreo. No es ácida. Al contrario, noto un dulzor placentero y luego nada. Es el sabor del olvido. Del sueño y los sueños de los que no se despierta. No volver a anhelar ni a desear, nunca jamás luchar, lastimar, amar o desear. Y entiendo que eso es lo que verdaderamente significa perder tu alma.

Mi boca se entumece con su dulzor. La baya se asienta en mi lengua.

Felicity con varas de oro en los brazos. La voz de Ann, fuerte y firme. La Gorgona marchando a través del campo de batalla.

Todo habrá acabado en cuanto me trague la baya. Eso es todo. Tragarme la baya y con ella todas las dificultades, las preocupaciones, las esperanzas. Qué fácil sería hacer eso.

Kartik. Lo dejé en el árbol. El árbol. Yo tenía que hacer algo allí.

Tan fácil, tanto...

Kartik.

Con un terrible esfuerzo, escupo la baya y me atraganto cuando intento que mi lengua se libre de su empalagoso entumecimiento. Me duele el cuerpo como si hubiera estado empujando una roca colina arriba, pero ahora me he librado de ella.

—Lo siento. No puedo ir con vosotras. Ahora no. Pero quiero hacer una petición, ¿puedo?

—Si lo deseas —dice la bruja.

—Sí. Me gustaría ofrecer mi lugar a otra —respondo sin dejar de mirar a Circe.

—¿Me lo darías? —pregunta.

—Me has salvado la vida. De algo tiene que servir.

—Sabes que detesto los sacrificios —replica.

—Lo sé, pero no permitiré que deambules en la niebla. Es demasiado peligroso.

Me sonríe.

—Has hecho muy bien, Gemma. —Se vuelve hacia las Tres—. Acepto.

Circe sube a bordo de la barcaza.

La bruja me hace un gesto de asentimiento.

—Has tomado una decisión. Y ahora no hay vuelta atrás. Tendrás que aceptar cuanto te suceda.

—Sí, lo sé.

—Te deseamos suerte. No volveremos a encontrarnos.

Me interno en la orilla envuelta en una turbia niebla mientras las doncellas empujan la percha contra el fondo del río y avanzan lentamente entre la niebla; Circe se refugia entre las sombras. Me muevo poco a poco hasta que mis piernas recuerdan cómo caminar con rapidez y luego echo a correr. Corro con todas mis fuerzas, abriéndome paso entre la neblina con zancadas ávidas y resueltas hasta que parezco volar. Percibo la dureza de las ramas a mi espalda, un dolor lacerante en el costado. Me lo aprieto con una mano y, cuando la retiro, está empapada de sangre.

Regreso de nuevo a la tierra congelada de las Tierras Invernales.

—Kartik. ¡Kartik!

Mi voz es áspera y débil. La poca magia que me queda se debilita.

Sus ojos se abren de par en par, alarmados.

—¡Gemma! No te muevas. Si tu sangre cae en el suelo de las Tierras Invernales...

—Lo sé.

Con gran esfuerzo, clavo la daga hasta la empuñadura y retrocedo para alejarme de la maraña de raíces del árbol. Me llevo una mano a la herida y la sangre me resbala por ella. El árbol se balancea en precario. Las criaturas de las Tierras Invernales aúllan al ver su herida mortal. Con un estrepitoso crujido, se abre por la mitad y la magia que contiene se desangra.

—¡Alejaos! —grita la Gorgona, pero no lo suficientemente rápido.

Todo el poder del árbol se derrama en Kartik. Su cuerpo recibe la magia como si lo golpearan cientos de veces. Cae al suelo y me temo que lo haya matado.

—¡Kartik! —exclamo.

Lentamente, se tambalea y se pone en pie; sin embargo, ya no es Kartik. Es otra cosa, un ser estampado en sombras y luz, sus ojos oscilan del marrón a un terrorífico blanco azulado. Es tan brillante que los ojos me duelen al mirarlo. Todo el poder del árbol —la magia de las Tierras Invernales— ahora se halla dentro de él, y desconozco qué significa eso.

—¡Kartik!

Extiendo una mano para alcanzarlo y mi sangre se vierte en el suelo helado.

—¡Revive! —grita un rastreador ante los gritos de los otros.

Las raíces laceradas del árbol cobran vida. Se retuercen entre mis tobillos y me suben por las espinillas. Chillo e intento alejarme, pero me están devorando.

—No lo hemos matado —jadeo—. ¿Por qué?

—No puede ser asesinado —atruena Amar—. Sólo puede ser modificado.

Felicity y Ann corren a liberar las raíces mientras Fowlson las corta a hachazos, pero los nuevos brotes son muy fuertes.

—Te dije que nos la traerías, hermano. Que serías la causa de su muerte —dice Amar con tristeza.

Kartik destella, rebosante de poder.

—Dijiste que me dejara guiar por mi corazón —le dice a Amar y un resto del antiguo Amar, lo que sea que aún quede de él, lo escucha.

—Eso hice, hermano. ¿Me darás la paz?

—Te la daré.

Tan veloz como un tigre, Kartik se apodera de la espada de Amar, éste alza los brazos y Kartik se la clava. Amar emite un profundo aullido. La luz es penetrante y luego deja de existir. Kartik pone sus manos en mi costado. La magia destella al cobrar vida y los dos brillamos con la luz y nos oscurecemos con las sombras. Su fuerza se vierte en mí hasta que la magia de las Tierras Invernales se mezcla con la del Templo. Y, durante un breve instante, nos hallamos en una unión perfecta. Lo siento dentro de mí y él me siente dentro de él. Oigo sus pensamientos; sé lo que guarda su corazón, lo que quiere hacer.

—No —digo.

Intento liberarme pero él me sujeta con fuerza.

—Sí, es la única solución.

—¡No lo permitiré!

Kartik me acerca a él.

—La deuda debe pagarse. Y a ti el mundo te necesita. He aguardado toda mi vida a tener un rumbo a donde dirigirme. Desconocía cuál era mi lugar. Ahora ya lo sé.

Niego con la cabeza. Las lágrimas me arden en mis frías mejillas.

—No.

Me sonríe con tristeza.

—Ahora sé cuál es mi destino.

—¿Y cuál es?

—Éste.

Me empuja hacia él y me besa. Sus labios son cálidos. Me estrecha con fuerza entre sus brazos. Las raíces suspiran y liberan mi cintura; la herida de mi costado ha sanado.

—Kartik —grito mientras beso sus mejillas—. Me deja ir.

—Eso está bien —responde.

Emite un leve grito. Su espalda se arquea y cada músculo de su cuerpo se contrae.

—¡Atrás! —chilla la Gorgona con una mirada heladora.

—¡Demonios! —exclama Bessie sobrecogida.

La magia se aferra a Kartik, y ahora me doy cuenta de lo que ha hecho. Ha permitido que el árbol lo reclame a modo de intercambio. Ann y Felicity intentan cogerme. Fowlson trata de retenerme, pero escapo de él.

Es demasiado tarde para invertir la magia. Las Tierras Invernales han aceptado el trato de Kartik.

—Si pudiera volver atrás... enmendarlo... —digo entre sollozos.

—Nunca hay vuelta atrás, Gemma. Tienes que ir hacia adelante. Labrarte tu propio futuro —responde Kartik.

Me besa suavemente en los labios y le devuelvo el beso hasta que las parras se enroscan alrededor de su cuello y sus labios se enfrían. El último sonido que oigo de él es mi nombre pronunciado suavemente.

—Gemma.

El árbol lo acepta. Se ha ido. Sólo permanece su voz, y mi nombre resuena en el viento.

El rastreador me señala.

—¡Ella aún tiene la magia del Templo! ¡Aún podemos apoderarnos de ella!

Los alejo de mí con la fuerza de mi poder.

—¿Para eso habéis luchado? ¿Y matado? ¿Qué no haríais para atesorar o salvaguardar? Nunca más —digo; en los labios aún conservo la calidez del beso de Kartik—. La magia estaba destinada a ser compartida. ¡Ninguno de vosotros se apoderará de ella! ¡Devolveré la magia a la tierra! —Pongo las manos en la tierra agrietada—. Devuelvo esta magia a los reinos y también a las Tierras Invernales para que pueda ser compartida de forma ecuánime entre las tribus.

Los rastreadores chillan y aúllan como si fueran presa del dolor. Las almas que han capturado pugnan en mi interior por emprender su camino, a donde quiera que nos dirijamos a partir de ahora. Percibo su paso. Es como el descenso de una atracción de feria. Cuando se marchan, no queda nadie para liderar a los otros, a los muertos. Miran asombrados, ya no están seguros de lo que ha sucedido ni de lo que sucederá.

Las pálidas criaturas que se ocultan en las hendiduras y las grietas de las Tierras Invernales se acercan reptando. El calor del árbol funde un pequeño charco de hielo en su base. Finos brotes de hierba pugnan por salir a la tierra nueva. Los toco y son tan suaves como los dedos de Kartik en mi brazo.

Algo en mí se resquebraja. Las lágrimas resbalan por mi rostro. Así que hago lo que ansío hacer. Me tiendo sobre la floreciente hierba y me echo a llorar.