70

 

 

 

LA SEÑORA NIGHTWING NOS ESPERA EN LA CAPILLA, DONDE acuna el cuerpo de la Madre Elena.

—¿Las criaturas? —pregunta Ann afónica de tanto haber gritado.

La señora Nightwing niega con la cabeza.

—El corazón. No cayó delante de ellas. Por lo menos, algo es algo.

La señora Nightwing nos cuenta al pasar: Felicity, Ann, Fowlson y yo.

—¿Sahirah...? —murmura—. Y...

Hago un gesto de negación. Ella baja la mirada y nadie dice nada más.

Las chicas de la academia están sentadas y acurrucadas las unas contra las otras. Sus ojos están muy abiertos y asustados. Lo que han presenciado esta noche está más allá de los bailes, las reverencias y los sonetos.

La señora Nightwing pone una mano en mi hombro.

—No puedo decirles nada más. Lo han visto y están asustadas.

—Deberían saberlo.

¿Es mi voz la que suena tan insensible?

—No pueden saber lo que ha pasado.

Quiere que use la magia que me queda y que borre de sus mentes todos los recuerdos de esta noche. Para que olviden y continúen como antes. En el mundo siempre habrá Cecilys, Marthas y Elizabeths, incapaces de soportar el peso de la verdad. Beberán su té. Sopesarán sus palabras. Llevarán sombreros para protegerse del sol. Comprimirán sus mentes en corsés para que ningún pensamiento errante se escape y arruine la anodina ilusión que tienen de sí mismas ni el mundo que a ellas les gusta.

Olvidar es un lujo. Nadie vendrá a llevarse las cosas que quisiera no haber visto, las cosas que quisiera no haber conocido. Tendré que vivir con ellas.

Me zafo de ella.

—¿Por qué debería hacerlo?

 

 

De todas maneras, lo hago. En cuanto me aseguro de que las chicas están dormidas, me cuelo en sus dormitorios, uno a uno, y pongo mis manos en sus ceños fruncidos por la preocupación ante todo lo que han presenciado. Las observo mientras sus frentes se relajan y se convierten en suaves lienzos en blanco bajo mis dedos. Es una forma de sanar y me sorprende lo mucho que me alivia hacerlo. Cuando se despierten, recordarán un extraño sueño de magia y sangre y curiosas criaturas y quizás hasta a una profesora a quien conocían y cuyo nombre no aflorará a sus labios. Puede que, durante unos instantes, se esfuercen por recordar, pero entonces se dirán que si sólo era un sueño es mucho mejor olvidarlo.

He hecho lo que la señora Nightwing dijo que debería hacer. Sin embargo, no elimino todos sus recuerdos. Las dejo con un leve indicio de esta noche: la duda. Un sentimiento de que quizás hay algo más. No es más que una semilla. Y no puedo saber si ésta se convertirá en algo de mayor utilidad.

Cuando llega el momento de hacerle una visita a Brigid la encuentro despierta en su pequeña habitación.

—Estoy bien, cielo. Me trae sin cuidado olvidar, si da lo mismo —dice.

Ya no hay hojas de serbal en su ventana.

 

 

Hay un antiguo proverbio tribal que escuché una vez en la India. Si deseamos ver correctamente tenemos que derramar nuestras lágrimas para despejar el camino.

Lloro durante días.

La señora Nightwing no me obliga a bajar y no permite que nadie, ni siquiera Fee ni Ann, me visiten. Me trae la comida en una bandeja, la deposita en mi mesa, en mi oscurecida habitación, y se marcha sin decir palabra. Sólo escucho el crujido de su polisón mientras camina por los viejos suelos de madera, de un lado a otro. A veces, cuando me despierto a primera hora de la mañana, me siento como si emergiera de un largo y extraño sueño. La luz aterciopelada suaviza las esquinas de mi habitación y la baña de posibilidades. En ese momento bendito, espero un día como cualquier otro: estudiaré francés, me reiré con las amigas. Veré a Kartik cruzando el césped y sonriéndome con calidez. Y, cuando empiezo a creer que todo está bien, se produce un cambio sutil en la luz. La estancia adquiere su verdadera forma. Pugno por volver a esa bendita ignorancia, pero es demasiado tarde. El dolor sordo de la verdad me pesa en el alma y tira de ella hacia abajo. Y me quedo completamente despierta.