III
LA MIRADA INOCENTE*
«Mirad los pájaros del cielo, mirad los lirios del campo», dijo el Maestro de Nazaret.
Filósofos y teólogos de todos los tiempos meditan sobre la causa o el autor de los lirios, pero se olvidan de los lirios. Los hombres de ciencia y los investigadores de todas las tendencias estudian los componentes o las funciones de los lirios, pero, de los lirios pasan de largo. Políticos y economistas de todas las escuelas se fijan en el uso que de ellos puede hacerse. Los enamorados y los devotos cortan lirios para ponerlos en el pecho de la amada o ante su santo preferido. Los artistas y la gente común admiran su belleza, los dibujan o los describen, pero descuidan oler su fragancia.
Hemos sido «educados» para usar intermediarios, para hacer uso de todo, lirios incluidos, y solo somos capaces de —o solo nos interesamos momentáneamente en— analizar o «redactar informes» como buenos periodistas, de modo que, más tarde, nosotros mismos, u otros, podamos sacar provecho de nuestros datos. A menudo pienso que si la mayoría de nuestros contemporáneos hubiera estado presente, supongamos, en los hechos acaecidos en Belén o en el Cenáculo, hoy día, tendríamos infinidad de fotos de tales sucesos, pero no tendríamos la experiencia. Todavía los creyentes de hoy se lamentan de que los evangelistas, por ejemplo, fueron demasiado sobrios al describir los hechos de la vida de Jesús. San José debería haber tenido a mano una pequeña cámara y un magnetófono oculto. Entonces sí que sabríamos de verdad lo que pasó: «wie es eigentlich gewesen ist» (como realmente sucedió).
La mayoría de los ciudadanos de hoy cree que el hombre lo «sabe» casi todo sobre los lirios: seguramente conoce su reproducción sexual, la composición química y el color, la función del polen, el tipo y las variedades, el precio en el mercado de las flores, el simbolismo, el metabolismo con la tierra y muchas otras cosas más.
1. CONTEMPLAR
Sin embargo, los lirios son. No me atrevo a decir «aquí», ya que también están «allí». No digo «fueron» —tal vez menos contaminados en la época en que el joven rabino nos recomendaba mirarlos—, porque los lirios también «serán». Ver los lirios no quiere decir fijar la mirada aquí o allá, en este momento justo, antes o después. Conocer los lirios no es simplemente situarlos en el espacio o en el tiempo, o analizar sus componentes y sus funciones. Conocerlos es algo más que clasificarlos y llegar a saber cómo evolucionarán.
Hay que precisar que los Evangelios nos dicen que miremos (ἐμβλέψατε, emblepsate) los pájaros, que consideremos (κατανοήσατε, katanoēsate) los cuervos y los lirios y, también, que observemos (καταμάθετε, katamathete) los lirios (Mt 6,26 s.; Lc 12,24 s.). No es este el lugar de hacer la exégesis literaria. Los tres verbos nos dicen lo mismo: contemplad los pájaros y los lirios.
Mirar los pájaros es verlos volar. Esto me trae a la memoria unos versos de Ācārya Atīśa, el gran sabio buddhista de la tradición mahāyāna del siglo XI, que decía que un pájaro con las alas plegadas no puede volar, como tampoco un hombre, que no ha desplegado todavía su saber primordial, puede contribuir al bienestar de la humanidad (Bodhipatthapradīpa 35). Mirar los pájaros equivale a volar con ellos. La contemplación es la actividad holística indivisa, que posteriormente nosotros dividimos en teoría y práctica.
Contemplar los lirios no es considerar su desarrollo y concluir que ya no es necesario hacer con ellos nada más. No es tampoco tomarlos como mero ejemplo. Mirar lirios puede haber servido para liberarse de una angustia, pero esto en realidad no es mirar. Mirar es ante todo un acto primario. Para mirar tenemos que estar tranquilos (samatā: «calma, reposo, ecuanimidad», dirían los buddhistas), no sentir angustia por nada, de modo que estemos en condiciones de observar.
Mirar los lirios es conocerlos de verdad, lo cual es posible solo si nos encontramos libres no únicamente de prejuicios, sino también de otros bloqueos mentales. Dicho en términos tradicionales, conocemos solo si nuestro espíritu es puro, o sea, si está vacío. Solo el vacío (śūnyatā) vuelve transparentes las cosas y proporciona el «espacio» (ākāśa) necesario para la libertad. «El corazón de la iluminación es el espacio», dice Śāntideva, otro santo buddhista del siglo VIII —según refiere el ya citado Atīśa—.
Conocer los lirios es también hacerse lirio —claro que no por transustanciación—. Ya dijo Aristóteles ἡ ψυχὴ τὰ ὄντα πώς ἐστι πάντα (hē psychē ta onta pōs esti panta), que los escolásticos tradujeron: «Anima quodammodo omnia» (El alma es, de alguna manera, todas las cosas). Esto no será posible si tememos perder nuestra identidad al convertirnos en una planta, aunque se trate de una hermosa flor. Somos más que flores, como nos recuerda el texto evangélico. No estamos hablando de una «participación mística» romántica ni de una identificación pre-lógica amorfa. Cuanto más somos el otro, tanto más somos nosotros mismos.
2. AMAR
«Ama al prójimo como a ti mismo» no significa quererlo como a un «otro» separado, sino que quiere decir ensanchar el corazón (amor) de tal manera que el otro sea parte de uno mismo. El verdadero tú no es ni un yo ni un no-yo. Por eso es un tú y no un él o ella.
Es evidente que no queremos dejar de ser nosotros para convertirnos en lirio. Pero, aunque yo sea yo, tengo que trascender mi ego y hacerme también lirio. Así es como llegamos a ser lo que (aún no) somos. Este sobrepasar nuestros límites recibe la denominación filosófica de trascendencia y el simple nombre de amor.
El amor es la raíz del comprender. Es un descubrimiento que ha hecho la mayoría de las tradiciones humanas. Amar es sentirse catapultado hacia el amado. Sin el conocimiento existe el peligro de la alienación y esto no sería amor verdadero. Pero tampoco conocer sin amor es verdadero conocimiento. Es solamente apoderarse, aprehender, apropiarse y, en último término, un robo, un saqueo. La ecosofía tiene algo que decir al respecto.
Conocer verdaderamente es llegar a ser el objeto conocido sin dejar de ser lo que se es. Este llegar a ser o pasar a ser no es propiamente un cambio, o un movimiento, que partiendo de lo que éramos se orienta hacia lo que seremos. Este pasar a ser..., es el genuino crecimiento del Ser —que «es Ser»—. Es el ritmo de la realidad. Pararse a pensar que los lirios crecen es dejarlos crecer tanto dentro como fuera, tanto en la tierra como en nuestra propia consciencia, y también en el reino de Dios. Conocer los lirios es ser con los lirios. Esto es la experiencia. Mirarlos es observación. Cortarlos, para ponerlos aparte, ejerciendo violencia sobre ellos, es experimentación. Por la experiencia, los lirios crecen en mí; por la observación, yo crezco en los lirios; por la experimentación, aprovecho el cultivo de los lirios para obtener aquello que yo creo que es la razón de su existencia. La experiencia sigue el ritmo de la naturaleza; la observación respeta nuestros ritmos; la experimentación rompe todos esos ritmos e introduce la aceleración: no puede esperar, se impacienta... La vida entonces se experimenta como una tarea (para hacer algo) urgente, y no necesariamente como un acto (ser) importante.
3. REALIDAD
La visión de la realidad es la visión que la realidad tiene en nosotros; así es como la cosa se hace real. He ahí el acto humano: participar de la palabra creadora, como nos recuerda el Ṛg-veda (I, 164, 37). La visión de la realidad no es mi antigua o nueva visión de las cosas, sino la visión de las cosas tal como la realidad se revela en mí. Cuanto más puro y más vacío me encuentro, más clara es la visión y menos distorsionada es la imagen. Somos espejos de la totalidad de las cosas. Esta es la dignidad específica del hombre —decían los escolásticos cristianos—, poder especular, ser speculum de lo real.
El texto no olvida mencionar el contexto: los pájaros del cielo, las flores del campo. Cielo y campo forman el contexto de nuestra visión contemplativa. No basta decir que no hay un pájaro o un lirio an sich (en sí) o en mí (y mucho menos per se o quoad nos). El campo y el cielo son los mediadores de nuestra visión, pero no los intermediarios. Pájaro y cielo, lirio y campo van juntos. No hay pájaro sin cielo, como no hay lirio sin campo. Y a la inversa: no hay cielo ni campo sin «algo» en ellos. La visión holística distingue, pero no separa. Sin embargo, no podemos olvidarnos de la irradiación de la realidad, el svayamprakāśa de las tradiciones indias. La visión no es ni una representación objetiva ni una comprensión subjetiva. La visión es invisible, como la luz que ilumina, que es tiniebla cuando está solo ella. «Benditos los que han llegado a la infinita ignorancia», dice Evagrio Póntico, aquel sabio de la tradición occidental que vivió en el siglo IV d.C.
La contemplación no es ceguera, ni tampoco mera visión, theoria. Es también praxis. Es la construcción de aquel templo de donde emana la realidad. Somos espectadores, actores y autores de la realidad, no cuando estamos solos, sino cuando somos solidarios, esto es, cuando estamos integrados. Un modo de conseguir esta integración y uno de sus resultados (el upāya, anupāya del śivaismo de Cachemira) es mirar los pájaros y los lirios, y observar.
* R. Panikkar elaboró este texto a partir del artículo publicado en inglés: «The contemplative look. An old vision of reality», aparecido en Monastics Studies, Montreal, noviembre de 1991 (trad. cast.: «La mirada contemplativa. Una antigua visión del mundo», en Cuadernos de la Diáspora VIII, 1998, págs. 125-129). Se publicó por primera vez en catalán en R. Panikkar, La nova innocència, Barcelona, Proa, 21998, págs. 152-156. Nuestro texto se basa en el texto italiano publicado en R. Panikkar, Opera Omnia I.1, Milán, Jaca Book, 2008, págs. 60-69 (trad. de Jesús Silvestre y Antoni Martínez Riu), y ha sido confrontado con el texto original catalán y la versión castellana publicada en Cuadernos de la Diáspora.