117.

Camino va comunicándose con la comisaria por el equipo de transmisión.

Los diferentes operativos ya han llegado a sus destinos y han iniciado el rastreo. Puede que Paco esté en uno de los otros cuatro cotos. O puede que no hayan acertado en sus conjeturas y ahora mismo esté siendo tiroteado en cualquiera de los diecisiete restantes, incluso en cualquier trozo de monte. Entonces ya no habrá posibilidad de que le salven. Divisa a los dos policías subiendo la cuesta a unos veinte metros de ella, uno por la izquierda y el otro por la derecha. La mancha no es muy extensa, si la baten de forma meticulosa tendrían que dar con él. Sigue avanzando con decisión, concentrada en el suelo que pisa. Del pocket le llega la voz de uno de los policías:

—Por aquí ha pasado alguien. Hay pisadas recientes sobre la tierra húmeda.

La inspectora reconoce la voz del policía de su derecha, Nicanor. Se lanza corriendo en su dirección. Llega sofocada y lo confirma con sus propios ojos. Unos metros más adelante las huellas desaparecen, pero hay matas pisoteadas. Ambos siguen el rastro en completo silencio. Cuando lo pierden, se separan unos metros hasta que uno de los dos vuelve a encontrarlo. Camino levanta los ojos al cielo, que sigue nublado. Da gracias a que ha llovido. De lo contrario, sería imposible detectar nada.

Una nueva voz sale de su equipo de transmisión. Es uno de los agentes que han ido con Evita por arriba.

—Hombre corriendo en dirección norte, hacia el coto limítrofe. Solicito autorización para disparar.

—¡No!

—Solicito autorización para disparar en zona no vital —repite el policía—. Va armado, es peligroso.

—Autorización denegada. Dadle el alto, que tire el arma.

—¿Y si no lo hace? —es Elías, el otro agente que se ha ido hacia el este con Evita.

—Le necesitamos vivo, no podemos correr el riesgo —insiste por el transmisor. Luego se vuelve hacia Nicanor—. Ve con los demás, hay que atraparle como sea. Yo seguiré el rastro.

En el momento en que el agente se aleja y Camino reemprende la pista, siente un peso en el pecho que le dificulta la respiración. Unos metros más adelante, la tierra está removida, hay ramas rotas y decenas de pisadas de perros. Y lo peor de todo: un reguero de sangre que se pierde entre los matorrales.