124.

Un médico ha salido de la sala de operaciones.

Ha preguntado por los familiares de Francisco Arenas y se ha llevado a un despacho a Flor y a Rafa. Camino se ha quedado en su butaca, mordiéndose los nudillos y conteniendo las ganas de subirse por las paredes. La espera se le hace eterna, aunque solo han transcurrido unos minutos. Ve llegar a Fito.

—¿Sabemos algo?

—El médico está con su familia.

El subinspector asiente con seriedad y se pone a deambular alrededor de la sala. Camino sigue su andar errático con la mirada. Toma aire y le dice lo que lleva horas pensando:

—Tenías razón, todo ha sido culpa mía. No debí implicarle en el caso.

Fito se acerca, se agacha hasta quedar a su altura y le levanta la cara con las dos manos, obligándola a alzar la vista.

—Me equivoqué al decirte algo así. Nadie tiene la culpa, ¿me oyes? Estoy seguro de que fue Paco quien te sonsacó y se empeñó en husmear por su cuenta.

Camino no dice nada. No quiere justificaciones, ella debió detenerle y en su lugar le animó a hacerlo. Pero Fito prosigue:

—Le conozco demasiado bien. Decía que no iba a volver al cuerpo, pero en el fondo no podía estarse quietecito.

—¿A ti también te lo dijo?

—¿Que no iba a volver? Pues claro. Pero no me lo tragaba.

—Pues yo creo que iba en serio —dice Camino con el tono más triste del mundo.

Fito se queda pensativo. La mira como si acabara de comprenderlo. Paco no iba a quedarse en casa con Flor un día tras otro. Si había tomado esa decisión, es porque algo pesaba todavía más que su vocación profesional.

—Puede ser. Quizá tuviera otros planes —admite mientras se levanta y se sienta a su lado.

Un torrente de lágrimas comienza a brotar de los ojos de Camino. Fito la observa desconcertado y se pregunta dónde ha quedado la mujer ruda y distante a la que nunca parece importarle nada. Y lo entiende: aquello no era más que una capa de protección. Camino es tan humana como cualquier otro. Le pasa el brazo por encima del hombro. Ella se deja hacer, demasiado necesitada de un pilar sobre el que sostenerse.

Cuando unos minutos después Flor y Rafa vuelven, los encuentran llorando abrazados.

La mujer de Paco no puede evitar sentirse conmovida ante la imagen. Fito, el subinspector que su marido comenzó aleccionando y que se convirtió casi en otro hijo para él, y Camino, la mujer que le robó el corazón y a la que nunca dejó de amar. Si él la abraza es porque también ha comprendido. «Pero qué importa», se dice. A estas alturas, lo único que ella quería es que el padre de su hijo saliera de esta.

Los dos policías han acusado su presencia y han deshecho el abrazo. Ahora la miran con ansiedad esperando a que comparta con ellos el resultado de la operación. Va a hacerlo, pero Rafa se le adelanta.

—¡Se va a poner bien! Mi padre se va a poner bien.