55.

Evita sube en el ascensor canturreando.

Está contenta. Ayer la tuvo otra vez con Ramón, pero era lo esperable después de llevarse a la inspectora al santuario. Él se pasó con los gritos y se fue pegando un portazo. Así que, como era de prever, volvió a la media hora avergonzado. Ya no se toma a pecho su temperamento. Al contrario, se burla cuando regresa, y él acaba pidiéndole perdón. En la media hora que Ramón tardó en volver, se tumbó con los perros en el sofá y se puso un capítulo de su serie favorita. Ni se molestó en hacer la cena. Sabía que él vendría con la moussaka de setas del vegetariano del barrio. Su favorita. Y así fue. Cenaron, se tomó un par de copas del vino que había abierto el día anterior —ni una palabra salió de la boca de Ramón— y acabaron con una sesión intensiva de sexo como mandan los cánones de las reconciliaciones. Las pesadillas con los cuerpos masacrados a las que tanto temía no llegaron ni a asomarse.

Ahora entra en la sala de reuniones dispuesta a enfrentarse a una nueva jornada. Aunque las cosas no estén saliendo como las había previsto, está muy bien eso de ser la favorita de las jefas.

—¡Buenos días!

Su saludo cantarín es recibido por unos rostros de desprecio que le congelan la sonrisa. Camino la agarra por un brazo y la saca de allí.

—Te vienes conmigo. Tenemos que hablar tú y yo.

A la altura del ascensor se cruzan con un despistado Pascual, que las mira perplejo mientras ve cómo Camino la lleva a rastras pasillo abajo.