68.

A Camino no le quedan uñas ni padrastros que arrancar.

Se mira las manos y se da cuenta de que las tiene hechas un desastre. Desde que recibió el mensaje de Paco le ha costado centrarse. Pero es que ese mensaje augura y condensa en unas pocas palabras lo que lleva soñando durante mucho tiempo. Lo relee por enésima vez:

Nos vemos en tu casa. Tengo algo muy importante que decirte.

Se pregunta qué lo habrá desencadenado. Si habrá discutido con Flor, si ella lo habrá echado de casa, o si está contándose el cuento de la lechera y Paco todavía no ha dado ningún paso. Puede que ni siquiera se plantee separarse de su mujer. Da igual. Él nunca antes ha estado en su piso. Y nunca hasta ahora ha tenido algo muy importante que decirle. Así que va a dejar que las cosas sucedan y a dedicarse a disfrutar de la velada.

Introduce los canelones en el horno y lo programa para cuarenta minutos. Los ha adquirido en el supermercado una hora antes y es lo mejor que ha podido encontrar que no le exija encerrarse en la cocina. Ni le gusta ni se le da bien. Para compensar la comida procesada, se ha dejado los cuartos en una botella de Gladiator Reserva, un tinto elaborado en Badajoz que homenajea a Maximus Decimus Meridius, aguerrido gladiador de las arenas del Imperio. A Paco le interesa todo lo que tenga que ver con los romanos, con el buen vino y con su región de nacimiento. A pesar de los años, sigue orgulloso de decir que es de origen extremeño. Como Gladiator. Y como el vino con el que van a brindar.

Se va directa a la ducha y deja que el agua fría refresque su cuerpo mientras los canelones se descongelan y adquieren ese apetecible tono dorado. Se lava el pelo, lo arregla con el difusor, se embadurna entera con una crema hidratante perfumada y se coloca una mascarilla exprés cuya caja proclama que en cinco minutos le dejará la piel más lisa, rejuvenecida y hasta luminosa. No se cree ni una palabra, pero igualmente la mantiene en su rostro el tiempo de rigor. Cuando la retira, contempla el resultado en el espejo. Lo único que le brilla son los ojos, y ese mérito no es la mascarilla la que puede atribuírselo.

De vuelta al dormitorio, revuelve en la cómoda para dar con la ropa interior apropiada. Se prueba varios conjuntos. No, no va a ponerse ese body rojo tan descarado. Paco saldría de allí corriendo, sin muletas ni nada. Ni el sujetador blanco de primoroso encaje. A estas alturas no se las va a dar de virgen. Un tanga tampoco, le da vergüenza que él le vea el pandero en toda su enormidad. Es curioso, porque le encanta lucirlo y pavonearse con sus ligues de una noche. Pero con Paco se siente como una adolescente insegura.

Al final se decide por un conjunto sencillo con el que se siente cómoda, sostén y braga negros. Clásico pero sexy. Sobre él se coloca un vestido ligero y se va al salón a hacer tiempo.

Paco ya tiene que estar al caer. Para sobrellevar la espera, se centra en su otro motivo de preocupación. Alguien ha filtrado detalles confidenciales sobre el caso: el vídeo del pulpo, que en unas horas ha multiplicado por veinte las visitas y ya lleva cerca de un millón de visualizaciones. Y también lo de Gabriel. Los medios están como locos, han conectado los tres crímenes y no han tardado en adjudicarle un sobrenombre al demente que los ha urdido: el «Animalista». Reproducen sin cesar imágenes de mataderos, de ocas cebadas y el puñetero vídeo de Gerardo. Y quieren más. La psicosis ciudadana gana posiciones y Mora se defiende como puede ante la ofensiva de los periodistas, que se han desplegado alrededor del edificio y hacen guardia esperándola. Cuando Camino se fue, la comisaria aún seguía acuartelada en su despacho.

Con respecto a la opinión pública, lo más importante es que la información sobre Sara Guerrero no vea la luz. Si aún no ha aparecido su cuerpo, probablemente siga viva. Nadie sabe por cuánto tiempo. Pero si los periódicos ponen sobre aviso a ese loco, no dudará en acelerar su objetivo.

Sus pensamientos vuelan hacia Evita. No sabe qué hacer con ella. De momento, está fuera del caso y sin funciones. Es más, le ha dicho que no se moleste en ir por allí hasta nueva orden. Pero no puede dejar de preguntarse si está metida en esto. Y hasta dónde está metido el mindundi. Tendrían que presionarle para que largue lo que sabe. Si hay alguien a quien el apodo inventado por los periodistas le venga como anillo al dedo, es a Ramón. Vegano, antiespecista y, por encima de todo, animalista.

Luego está la comisaria italiana. Cuando finalizó la reunión, se fue con la montaña de informes a un rincón de la sala, se calzó unas gafitas de pasta rosa y no paró de leer en todo el día. Ni un comentario, ni una pregunta, nada. Colaborar, no es que colabore mucho. Pero al menos no molesta. Mientras siga así, por ella puede quedarse a vivir en la Brigada si quiere.

Echa un vistazo al móvil y comprueba tres cosas: que Paco lleva diez minutos de retraso, que ha vuelto a perder la partida de ajedrez por no mover ficha en el tiempo estipulado y que el listado de mensajes en el chat no deja de aumentar. Solo ha atendido los del trabajo y el de Paco. Ahora, con pereza, abre la aplicación y se remonta hasta el primero de ellos. Ahí está su escasa vida social reunida. En el grupo de familia hay una nueva colección de fotografías de sus sobrinos haciendo cosas. Cosas normales, como comerse un helado, beber de una botella o pasear por la calle con gafas de sol. No entiende por qué todo lo que hace un niño de tres años es gracioso para el resto de la humanidad. «Muy guapos», teclea como una autómata antes de pasar al siguiente chat. Víctor. Es su pareja de baile y una de las pocas personas a las que se atrevería a llamar amigo. Siente un pinchazo de remordimiento. Hace muy poco que ha roto con su novio y no sabe nada de él desde el sábado, que se pilló una castaña antológica. Ni siquiera le ha preguntado qué tal está. Y los miércoles tienen clase en la academia. Estamos a jueves. Mierda.

Ayer

22.31

Eres lo peor. Te tengo dicho que si me vas a dejar tirado, me avises por lo menos.

22.58

Ya imagino que estarás muy liada con esos asesinatos espantosos. Qué horror. Pero coño, que no te cuesta tanto escribir.

23.01

Que sepas que se ha apuntado un chico nuevo a la academia. Guapísimo. Le pienso entrar, y como me siga el rollo te quedas sin pareja.

Hoy

19.27

Ah, y sigo con bajonazo, gracias por preguntar. El tío del sábado ni siquiera me ha llamado después. Y encima la tenía como un cacahuete.

19.28

¿Mañana irás a bailar? Dímelo ya, petarda.

Camino se queda pensando. ¿Víctor acabó con un tío el sábado? Ella estaba concentrada en su propio tema. Parece que haya pasado un siglo de aquello. Teclea una disculpa seguida de muchos emoticonos tristes y le promete que en cuanto tenga tiempo se pegarán una buena juerga para que conozca maromos. Se lo piensa y añade que mientras tanto vaya a por el nuevo, a ver si cuela. Sentiría mucho perderle como pareja de baile, pero reconoce que la mitad de las veces le deja colgado. Víctor no se merece eso.

También tiene mensajes de su hermano Teo y de su madre. Todos quejándose por su falta de atención. Si las hormigas tuvieran WhatsApp, hasta ellas se lo recriminarían. Uf, las hormigas. Va a la cocina a ver qué encuentra. Media manzana con un color parduzco y un mendrugo de pan de hace al menos tres días.

—Es lo que hay, chicas.

Desmenuza ambos comestibles en fragmentos pequeños que deja caer sobre la tierra y, como siempre, las hormigas se arrojan a por ellos sin perder un segundo. El hambre debería volverlas competitivas, caóticas, pero no. Dos minutos después, ya hay una fila de transporte hacia el interior de los túneles.

Teo. Hermano pequeño y recordador oficial de hitos familiares. Eventos, celebraciones, acontecimientos funestos. Todo está en su cabeza, y lo comparte con su hermana porque sabe que si no fuera por él, ella sería aún más desastrosa. Es su forma particular de demostrarle que la quiere.

Hoy.

15.50

¿Sabes que papá se cayó antes de ayer?

Se mareó y tuvo un desvanecimiento. Le han hecho pruebas, dicen que no es nada. Pero está asustado. Pégale un toque, anda.

Papá. Hace una eternidad que no hablan. Él no aprueba su forma de vida, así que cuando va a verle, siempre acaban discutiendo. Conclusión: cada vez va menos. Debería hacer caso a Teo y llamarle. Pero ahora no. Es tarde y además Paco está a punto de llegar y no quiere ponerse de mal humor. Mañana. Le llamará mañana.

Le falta su madre. Desde que se divorció vive sola en un pequeño apartamento, desquitándose de todas las cosas que no hizo cuando convivía con su padre. Se apunta a los viajes del Imserso y tiene un grupo de chat con amigas viudas y divorciadas que se juntan para salir a cenar, ir al teatro, visitar exposiciones... y todo lo que la vida les ponga por delante. La ve bien. Pero no por ello ha dejado de lado su rol victimista. Ahora le reprocha que tiene una hija de la que no sabe nada. Que no va a verla, que no la llama. Vale. Eso también lo solucionará. Escribe:

No seas quejica, que tienes una vidorra que te cagas. Un día de estos me haces hueco en la agenda y quedamos para comer.

Se queda pensando. No es su estilo, pero al diablo con el estilo:

Te quiero, mami.

Cierra los ojos y permanece así durante unos minutos, tratando de no pensar en nada. Mente en blanco, dicen los yoguis. Y un mojón. A menos que se imagine un folio en blanco, que le expliquen a ella cómo se consigue. Coge el móvil otra vez y busca un adversario con el que iniciar una nueva partida de ajedrez. Cada vez que comienza con un caso, se desentiende y le acaban dando la victoria a su contrincante. El polaco no ha tenido ni un minuto de cortesía: en cuanto venció el tiempo para mover ficha, se declaró ganador. Ha perdido muchos puestos en el ranking, pero no por eso va a jugar contra cualquiera. Escoge a un ruso que la sobrepasa en más de treinta posiciones y lo invita a iniciar una partida. Los minutos pasan y el ruso no da señal. Finalmente, lo hace, pero es para declinar su invitación. «Imbécil», murmura, cada vez más irritada. Deja escapar un resoplido, comprueba que han transcurrido más de cuarenta minutos y teclea con vehemencia:

¿Vienes o qué?

Paco no contesta. Ni contestará en toda la noche, ni a los whatsapps ni a las llamadas. Cuando las manecillas del reloj de pared se confundan en la medianoche, engullirá los canelones fríos y se irá decepcionada a la cama, consciente de que él se ha echado atrás una vez más.