69.

Akira observa a Evita con desolación.

No soporta verla así. Ayer se bebió a morro lo poco que quedaba de la botella de vino y se tiró en la cama, y ahí lleva desde entonces. Ella y Tabo permanecieron en el suelo esperando, primero sentados, luego tumbados con la cabeza apoyada sobre las baldosas. Cuando la vio llorando sin consuelo no aguantó más. Conoce de sobra la prohibición de subirse a la cama, pero las normas están para incumplirlas en caso de fuerza mayor. Y Akira consideró que esto lo era. De un salto se colocó junto a Evita y comenzó a lamerla. Cuando Tabo vio que la humana no solo no la reñía, sino que se acurrucaba a su lado, la imitó sin pensárselo. Ese podenco viejo es un poco cagueta. A la galga no le costó imponerse cuando llegó a casa, hace ya cerca de un año. Él enseguida comprendió que la jerarquía había cambiado y se adaptó con docilidad.

Han pasado la noche entera junto a ella, cada uno a un lado de su humana, componiendo una especie de sándwich perruno donde ella es el ingrediente fundamental. Akira sabe que Evita se siente aliviada por tener quien se preocupe por su bienestar. Aun así, cada poco le vuelve un acceso de llanto, que la galga contraataca a base de lametazos hasta que la hace reír y las lágrimas se mezclan con ese sonido que a Akira le alegra el corazón.

Por la noche sintió llegar al hombre. Iba a ir a pedirle ayuda con Evita, pero ella se levantó y cerró la puerta del dormitorio de un portazo. Comprendió que no debía intervenir. Ramón no se atrevió a entrar en el cuarto. Lo único que hizo fue colar una hoja por debajo de la puerta, un gesto indescifrable para ella. Pero por lo que masculló Evita, era una extraña forma de disculpa. Por supuesto, no surtió efecto. La humana arrugó el papel y lo lanzó con rabia contra la pared. Al poco, Akira escuchó la puerta de la entrada cerrarse. Espera que lo que quiera que sea, se arregle. Porque no quiere ver así a Evita, y porque tiene ganas de volver a estar con Ramón. De salir con él a correr por el parque y que le lance su pelota preferida, que se ha quedado en el salón.

También tiene ganas de hacer pis. Puede aguantar mucho si se lo propone, pero en algún momento habrá que solucionar ese estado de cosas. Sería muy humillante verse obligada a hacerlo dentro del piso. Se revuelve tratando de encontrar una posición más cómoda para su vejiga y eso consigue despertar algo en el interior de Evita.

—Claro, tendréis hambre. Pobrecitos. Yo también, la verdad.

Se estira en la cama, agarra el móvil y busca un número de teléfono en el navegador.

—Vamos a solucionarlo.

Tabo se ha puesto en pie y la observa con atención. Hambre. Cada vez que oye esa palabra, comienza a salivar. Akira reniega, molesta. Ese perro simplón no piensa en otra cosa. Oye la voz de su humana. Suena clara y firme. Al menos eso la reconforta.

—Hola... Sí... A domicilio... Pizza barbacoa... Familiar. Póngale chorizo también... Sí, además... Bami número diez... ¿En media hora? Perfecto.

Cuelga y les acaricia a ambos, a uno con cada mano. Siempre tan pendiente de todo, haciendo equilibrios para no darle a uno más que al otro. Akira la adora por esos detalles. Aunque luego malinterprete las cosas importantes.

—Tenéis hambre pero aquí seguís, centinelas míos.

El mejor bálsamo para el dolor es sentir que alguien permanecerá a tu lado sin dudarlo hasta que estés preparada para comenzar de nuevo. Y Evita sabe que las personas rara vez alcanzan ese nivel de empatía y de amor. Les mira con cariño. Tiene suerte de tenerlos a ellos.

A Akira le encantaría saber qué pasa por su cabeza, ahora que se ha quedado con esa sonrisa triste y distraída, pero no tiene la menor idea. Cree que se debe a que ella es una perra. No alcanza a imaginar que tampoco ningún humano sabe lo que pasa en la mente de otro. Ni siquiera aunque compartan toda la vida juntos, aunque se digan palabras de amor entre susurros y duerman en el mismo colchón. Si supiera que es así como funcionan los humanos, pensaría que no son tan inteligentes como se creen. Ahora la sonrisa de Evita se amplía:

—Seguro que estáis hartos de ese pienso vegano. ¿Sabéis? A mí me encantaba el chorizo. Antes de conocer a este tío, era lo que más me flipaba del mundo. Vais a ver qué festín nos vamos a pegar —Akira nota cómo se le oscurece la mirada antes de añadir una frase más—: Que te den por culo, Ramón.

La humana se incorpora y va al baño a darse una ducha. Akira oye el golpeteo del agua al caer y ahoga un gemido. No va a poder aguantar mucho más.