76.

Veamos cómo nos organizamos.

Todos miran sorprendidos a la comisaria Mora.

—Vargas, las dimensiones de lo que tenemos entre manos escapan a vuestra capacidad. Tomo el control.

La inspectora conviene con un brusco asentimiento. Le parece perfecto. Por fin un poco de ayuda.

Ángeles prosigue:

—Lo primero es encontrar a Sara Guerrero, y la única manera es acercarnos al asesino. Cada uno tenéis encomendado un caso en el que ha perpetrado uno de sus crímenes. Decidme lo que sepáis sobre él.

—Gerardo Zamora —Fito es el primero que se lanza.

—Cuéntanos, Alcalá. Céntrate en los indicios que nos puedan llevar hasta Sara.

—El vídeo en el que masacraba a un pulpo era público, estaba al alcance de cualquiera.

—Qué más.

—Uno de los comentarios sale de la IP de nuestra compañera Eva Gallego. Su novio trabaja en una asociación contra la tortura animal.

—¿Qué dice Evita? —Ángeles mira a Camino.

—Que su novio es muy impulsivo y a veces hace cosas así, pero que no ha tenido nada que ver.

—Hay que hablar con ese abogado de inmediato. Tiene una organización y tiene motivos.

—Y la organización forma parte de una federación mundial.

Camino recuerda el comentario de Evita. Las acciones globales, las filiales en varios países. Se estremece solo de pensarlo.

—¿Quién se encarga? —pregunta la comisaria.

—Iré yo.

Ángeles vacila. Necesita a Camino en otros sitios. La necesita en todas partes, en realidad.

—Bien —acaba accediendo—. Ve y acláralo. Te acompañarán dos agentes. ¿Algo más del hombre pulpo, Alcalá?

—Le abandonó en la cisterna romana. No dejó rastro, solo unas pisadas en la mugre de la cisterna. Del cuarenta y siete.

—Recapitulamos. Lo secuestra, se lo lleva a alguna parte donde le golpea hasta la muerte y lo deja en la cisterna al día siguiente. Cisterna, plaza de la Pescadería, pulpo. Quiere que atemos todos estos cabos, y no estamos sabiendo hacerlo. Siguiente muerto.

—Gabriel Parra —murmura Pascual. Le impone mucho eso de rendir cuentas a la comisaria.

Ella asiente invitándole a continuar.

—Trabajaba cebando patos. Muere de una parada cardiaca tras alcanzar su hígado varias veces el tamaño normal. Aparece en el lugar en que estuvo la pila del Pato hace un siglo, donde alguien arrojó gansos muertos.

—¿Cuánto tiempo secuestrado?

—Un mes. Lo necesario para sobrealimentarle hasta que muere.

—¿Qué dicen de la científica?

—De momento, nada. Lo lavó y usó guantes para transportarlo.

Ángeles hace una mueca de exasperación. No ha experimentado tanta impotencia en toda su carrera. Camino confirma en palabras su sentimiento:

—No tenemos una mierda.

—Seguimos —Ángeles la ignora por completo—. El ternero.

Lupe sabe que es su turno y habla impostando seguridad:

—Aparece en un edificio donde se ubicó un antiguo matadero, en la plaza de las Carnicerías. Sacrificado como el ganado bovino. Estuvo retenido durante semanas con una dieta pobre en hierro para que la carne adquiriera el color deseable en el mercado.

—Trata de replicar los procedimientos con la mayor fidelidad posible. Conoce el patio. ¿Qué más?

—Federico trabajó durante muchos años en mataderos.

—Espera —Camino interrumpe a Lupe—. ¿En mataderos? Creía que solo fue en el de los Hermanos Chaparro.

—Antes estuvo en otro. No aparece en el historial, pero su hermana Valeria me lo contó.

—¿Dónde?

—Fue matarife en el Austral.

Camino se queda pensando. Doña Rosa cumplió con su palabra de enviarle el listado de los trabajadores y Federico Fuentes no estaba entre ellos. Esa tipa se ha creído que podía engañarla. La va a oír.

—Después de Ramón, tengo otra visita que hacer.

Ángeles asiente.

—Rosa Sierra, ¿verdad?

Lupe les mira intrigada. La comisaria le hace un gesto con la cabeza a Camino, que ella tarda unos segundos en captar.

—Irás tú, Quintana. Es tu caso. Eso sí, comisaria, ¿puede ponerle refuerzos también a ella? No me fío de esa individua.

—Claro. Te acompañará un agente, Quintana.

Lupe asiente muy seria. Da un trago a su botella de agua y retoma el relato:

—Las marcas del suelo en el cuarto piso.

—¿Sí?

—También se corresponden con un zapato del cuarenta y siete.

Ángeles entrecierra los ojos. Al cabo de un momento, barre con la mirada a todos los que han intervenido.

—Se están reproduciendo muertes similares en otros países. Puede que sean imitaciones, o puede que sean obra de algún tipo de organización. En los expedientes que tenéis asignados, ¿es posible que el asesino interviniera solo?

—Sí —contestan al unísono Lupe, Fito y Pascual.

—Entonces nos centraremos en encontrarlo. Hay que parar las muertes en Sevilla. Veamos, tenemos a un tipo con un pie del cuarenta y siete, lo que indica que es alto, en torno... —mira a Pascual—, Molina, ¿qué número calzas?

—Cuarenta y nueve y medio —el oficial contesta algo cohibido. En realidad es más bien cincuenta, pero siempre le han dado un poco de vergüenza sus pies tamaño bigfoot.

—¿Y tú, Águedo?

—Cuarenta y cinco.

—Vale, entonces el asesino medirá como uno ochenta. Redondeando.

Fito tose para llamar la atención.

—¿Sí, subinspector?

—Yo no me ceñiría a ese dato. No siempre se cumple la regla de que, a mayor estatura, mayor talla de pie. Y no lo digo yo, lo dicen los antropómetras.

—¿Antropoqué? ¿Tú qué pie calzas? —interviene Camino.

—Cuarenta y uno —farfulla él en un tono casi ininteligible.

Sus compañeros sienten la tentación de mirar por debajo de la mesa. Ahora es él quien parece molesto.

—Bueno, pero vamos a suponer que en el caso del asesino se cumple —insiste Mora, conteniendo también el impulso de mirarle los pies al subinspector—. Yo diría que el cuarenta y siete corresponde al menos a un metro ochenta.

—¿Porque Molina tiene los pies como barcos y Alcalá parece una china del siglo XIX? —pregunta Camino.

La comisaria le dirige una mirada cansada. A veces no entiende cómo su propio equipo la aguanta. Luego mira al resto, uno por uno. Se detiene en la foránea, que no ha abierto la boca en toda la sesión.

—Comisaria Volpe, la han enviado como experta en la materia y está al tanto de todos los casos. A partir de lo que hemos hablado, ¿puede darnos su opinión?

Barbara la mira como si la hubiera pillado por sorpresa. Permanece unos segundos en silencio con el ceño fruncido. Después, se aclara la garganta:

—En el plano psicológico, tenemos a alguien obsesionado con una misión, cuyo éxito depende, al menos en parte, de la fama que alcance. Necesita a la policía y a los medios para que la muestren al mundo. Es inteligente, metódico y perfeccionista, y no sabemos cuándo tiene previsto parar, si es que entra en sus planes. Solo con seleccionar a personas que formen parte de la tortura animal en la industria cárnica tendría para no acabar jamás. Pero además con la última víctima ha ampliado su núcleo del delirio. Con la experimentación, podríamos pensar en la industria farmacéutica, los productos de limpieza o los proyectos del ejército, otro sector amplio donde se utilizan animales. Y dependiendo de dónde queramos poner el límite: el textil, los periquitos enjaulados o matar a una mosca que te está molestando con su zumbido. Y eso por no hablar de los toros o las torturas en las fiestas de los pueblos, dos tradiciones muy..., ¿cómo lo expresaría? Muy españolas.

—Lo que está diciendo... —Camino se ha perdido. Esta mujer habla poco pero cuando se pone no hay quien la siga.

—Es que podría estar matando indefinidamente. No le faltan objetivos. De hecho, cualquiera podría serlo.

Ángeles la mira con consternación.

—¿Y qué sugiere?

—No tenéis ningún indicio. Podría estar en cualquier lugar del área metropolitana de Sevilla. Si no estoy mal informada, ronda los cinco mil kilómetros cuadrados y más de un millón y medio de habitantes. ¿De verdad creéis que vais a encontrar a un hombre de metro ochenta? —Barbara hace una pausa dramática y cambia el tono de voz—. Sin embargo, tenéis una oportunidad. Vuestro asesino está dejándoos muchas pistas. La más clara, la de los lugares donde históricamente los seres humanos han mostrado su insensibilidad hacia los animales. Elaborad un mapa de esos lugares.

—El mapa del sufrimiento animal.

—Exacto.

—En el caso de Sara Guerrero, tendría que ser un sitio relacionado con la experimentación con animales.

—Si dais con el lugar, hay posibilidad de atraparlo.

—Ahí es donde tendrá previsto abandonar el cadáver. Pero entonces Sara ya no estará viva.

—Lo importante es que no morirán más. Al menos, no en Sevilla.

Cuando Barbara se levanta, nota cómo el desánimo pesa sobre el ambiente. Ella ha dicho lo que pensaba. No puede hacer más.

—Ahora tengo que irme. Mis superiores quieren que haga una visita a Nueva York —anuncia con una mueca de contrariedad. Más puñeteras horas de vuelo. Además, detesta a los yanquis. En Sevilla están muy perdidos, pero al menos la han dejado a su aire. Se levanta y les mira por primera vez con una especie de simpatía—. Arrivederci, ragazzi. E buona fortuna.