92.

Mora se ha encerrado en el despacho con Camino.

Están sacando de la cama a todo cristo para organizar los medios puestos a su disposición. Desde la coordinación de las patrullas de búsqueda a las gestiones para localizar el GPS del móvil de Paco con los emplazamientos de las últimas horas o el registro de las comunicaciones realizadas desde el terminal.

Camino ha pedido a sus compañeros que se vayan a dormir unas horas, pero uno por uno han rechazado la oferta. Se siente orgullosa de todos, aunque de poco le vale; lo único que podría aligerarle la ansiedad que la está matando es tener noticias de Paco.

A las cuatro de la mañana baja a la máquina a por un café. Allí está Fito, esperando a que el suyo acabe de caer en el vaso. Esa máquina antediluviana lo suelta gota a gota, con una parsimonia desquiciante. Como si quisiera hacerles notar que ya es hora de que a ella también le llegue la jubilación.

El subinspector la mira con el mismo desprecio que hace unas horas. A ella no le importa, se aborrece a sí misma por haber puesto a Arenas en peligro.

—Fito.

Él se sorprende, por el tono y porque no acostumbra a llamarle por su nombre de pila. Camino siempre prefiere guardar las distancias.

—¿Tú sabes dónde puedo encontrar a la gente con la que cazaba Paco?

Fito se masajea la nuca valorando si contestar. Finalmente lo hace:

—El sábado es la final de la Copa Andalucía de Podenco Andaluz y Maneto. Se hace en un coto de la provincia de Sevilla.

—El sábado es demasiado tarde.

—Déjame terminar —refunfuña—. Supongo que muchos de ellos echarán el día en la delegación con los preparativos.

—¿A qué hora abren?

—Son madrugadores. Seguro que a las ocho ya hay movimiento.

Camino consulta el reloj. Todavía faltan cuatro horas.

—Pues estaremos allí a las ocho. ¿Me acompañarás?

Fito reflexiona durante unos instantes que a Camino se le hacen horas, hasta que ve cómo asiente.

—Por supuesto.