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Capítulo 2

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Cuando llegué al ligustro, el joven policía estaba allí de pie, mirando indeciso. Él colocó la mano sobre su arma y me dijo:

— ¡Hey! ¡Alto! ¡Alto ahí!  —Empezó a buscar a tientas a su correa de la funda cuando Barnes gritó desde los escalones del porche de la casa de Ralph. Me detuve de todos modos. No quería que me dispare un policía nervioso.

— ¡Déjalo que se vaya, Tim! ¡Le dije a corriera!

Tim miró a los tres policías apurarse cruzando patio delantero de Ralph.

— ¡Llama a otra ambulancia, Tim! ¡Necesitamos otra ambulancia! ¡Ahora!

El joven policía, Tim, se volvió y corrió a la primera patrulla que había llegado y comenzó a llamar al operador pidiendo otra ambulancia. Los paramédicos estaban cargando la camilla con Ralph en el interior de una bolsa de plástico negro para colocarlo en la parte trasera de la ambulancia, todavía llevaban sus trajes Hazmat. Barnes y Mitchell arrastraban literalmente a Richards a la ambulancia.

— ¡Hey! ¡Hey! —gritó Barnes. Uno de los Hazmats se dio la vuelta. Barnes dijo: —— ¡Este hombre ha sido mordido por una de las criaturas! ¡Llévenlo al hospital de inmediato! ¡No hay mucho tiempo!

Richards estaba protestando mientras los cuatro hombres lo obligaron a subir a la ambulancia.

— ¡No, esperen, chicos! ¡Ustedes saben de mí! ¡Soy Richards, hombre, vamos! ¡Nada de malo hay en mí!

Es lo más escalofriante que había visto hasta el momento, no a causa de la ley, sino por la implicaciones del acto, Barnes utilizó sus esposas para sujetar ambas manos de Richards a un pasamanos dentro de la ambulancia.

— ¡Ahora, vayan! —Gritó Barnes, mientras cerraba las puertas a las protestas Richards. Golpeó dos veces a la puerta cerrada. El conductor se metió adentro sin quitarse su traje de materiales peligrosos y la ambulancia se alejó con luces intermitentes y sirenas gimiendo.

Algo se me ocurrió cuando vi a la ambulancia retirarse y me volví hacia Barnes. ——Oficial Barnes...—dije.

—Sargento, Sr. Stiles.

Me encogí de hombros.

Sargento Barnes, entonces. Tengo una pregunta.

Barnes miró a los vecinos reunidos en la calle, y llamó a Tim y a Mitchell.

— ¡Ustedes dos, pongan un poco de cinta alrededor de estas dos casas y retiren de aquí a esas personas en las aceras! ¡Ahora!

Los otros dos policías se apuraron a hacer lo que Barnes les había dicho.

—Está bien, Stiles, parece que tenemos un minuto para nosotros dos. ¿Cuál es tu pregunta?

—Cuando se fue a ver a Catherine, uno de los paramédicos dijo: «Parece que el número doce».  ¿Qué quiso decir con eso?

Barnes tomó aire como si estuviera a punto de decirme que me ocupe de lo mío, pero algo en mis ojos debe haberle hecho cambiar de opinión. Continué con mi pregunta.

—Otra cosa. Fue muy rápido en despachar a Richards al hospital. Creo que sabe algo que no está compartiendo. Me gustaría saber lo que es —terminé.

Barnes se quedó en silencio mientras miraba a mis vecinos. Luego miró a los dos policías que reunían a todos y los alejaban de mi casa y de la de Ralph.

Por último, Barnes se volvió hacia mí.

—Sr. Stiles ...  —comenzó.

—Paul —interrumpí.

Barnes me sonrió sombríamente.

—Paul. Mi nombre es Bobby. Y usted puede agradecer a Dios esta noche no estar infectado. Hemos tenido llamadas de toda la ciudad.

— ¿Qué son esas cosas?

Bobby negó con la cabeza.

—Nadie lo sabe. Son nada que nadie ha visto antes. No estamos seguros de dónde vienen ni sabemos cómo matarlos. —Él resopló con sorna—. Ni siquiera podemos decir cuántas personas están infectadas. No hasta que tienen esos ojos vacíos.

Empecé. Eso fue lo primero que me había dado cuenta con Ralph y lo dije.

Bobby asintió.

—Sí, pero su vecino estaba en las últimas etapas. Los ojos vacíos aparecen unas tres horas antes de que vomiten todo. Hasta entonces, los cuerpos llevan los huevos en su interior.  Los huevos son negros... creo, se vomitan con la sangre.

—Los gusanos retorcidos que Ralph lanzaba parecían morir en la luz del sol.

—Ellos no están muertos.

Miré a Bobby.

— ¿Qué?

Bobby negó con la cabeza.

—Esas cosas no están muertas. La luz del sol no los mata. Sólo los aturde... los pone en estado latente.

—Dios querido. ¿Quién sabe de esto, Bobby? ¿Qué se está haciendo?

—Sé que tres profesores de universidad de la ciudad están encerrados incomunicados en su área de cuarentena. Están trabajando en el problema, pero no están afuera. Tienen un montón de comida y agua allí y se aseguran de que nada se interponga a ellos. Son profesores de biología, la física y química. Cada uno tiene un asistente con ellos y eso es todo. No sé lo que han aprendido, y no sé a quién le dijeron.

— ¡Alguien tiene que alertar a los de la CDC (Centro para el Control y Prevención de Enfermedades) en Atlanta! ¡Advertir a los federales! ¡Que lo pasen por los canales de noticias! ¡Bobby, tenemos que advertir a la gente!

— ¿Advertir contra qué? ¡Ni siquiera sabemos cómo difundir estas cosas! ¡Richards fue el primero que hemos visto infectado por una criatura de estas con entrada directa, pero el resto de las personas infectadas son un completo misterio de cómo tomaron contacto! No sabemos si los huevos esparcen por el viento o por el agua o si, simplemente, los sujetos se infectan por caminar en el terreno.

— ¡Pero la gente todavía necesita ser advertida! Tal vez puedan protegerse a sí mismos de alguna manera.

Bobby me miró.

—Paul, sé realista. La gente simplemente entrará en pánico. Empezarán a matarse unos a otros simplemente por temor.  Miró a su alrededor en la línea de los vecinos de nuevo.

— ¿Eres casado, Paul?

Asentí.

—Sí, con dos hijos.

— ¿Están dentro?

—No, los niños están en el cine, y mi mujer está trabajando en su oficina en el centro.

— ¿Quieres un consejo?

—Claro.

Bobby miró a su alrededor otra vez.

—Junta todo y empaca todo y sácalos del infierno de aquí. Vaya a algún lugar lejos de todo. Protéjase y proteja a su familia—.  Él empezó a alejarse, pero se detuvo y se volvió hacia mí—. Pero no espere demasiado tiempo. Vaya antes de que no pueda hacerlo.

Consideré cuidadosamente sus consejos. Y, en el calor del momento, tomé una decisión.

— ¡Bobby!

Él se detuvo, y se volvió hacia mí.

— ¿Tiene usted una libreta y un bolígrafo que podría utilizar por un momento?

—Sí —Él hurgó en sus bolsillos y sacó los dos artículos, después me los entregó a mí.

Las tomé, y escribí una dirección, y algunas indicaciones rudimentarias.

— ¿Está usted casado, Bobby?

Sacudió su cabeza.

—Divorciado.

Le entregué su cuaderno y un bolígrafo.

—Esta es la ubicación de la cabina que poseemos en la montaña. Ahí es donde vamos a estar. Si se pone muy mal, ven para allí. Estaríamos encantados de contar contigo.

El hombre sonrió.

—Gracias, Paul. Puedo aceptar eso.

Asentí con la cabeza hacia él, saqué mi celular y llamé Phyllis mientras caminaba hacia la casa.

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PHYLLIS ESTABA LLENA de preguntas después de que yo le expliqué los acontecimientos del día. Para la mayoría de sus preguntas, no tenía respuesta a darle.

—Por lo tanto, en base a lo que dijo este policía, vamos a hacer las maletas y salir de la ciudad —dijo, con un tono ligeramente burlón.

—Sí —le contesté—. Durante unos días, por lo menos.

— ¿Tienes alguna idea de la cantidad de trabajo que tengo que hacer? No es la temporada impositiva, pero sí de ganancias, y algunas de nuestras empresas están exigiendo...  —empezó, luego hizo una pausa—.  Paul, uno de los niños me está llamando. Espera.  Me puso en espera.

Yo estaba pensando en la manera de convencerla de que teníamos que irnos cuando ella finalmente regresó en la línea.

—Paul, comienza a empacar. Usemos tanto la camioneta como el auto. Podemos llevar más con nosotros de esa manera.

— ¿Qué pasó, Phyllis? ¿Están los niños bien?

—Llamó Keith. Los niños están muy bien, pero me dijeron que tres personas en el teatro vomitaron y las ambulancias los llevaron. Keith está tratando de ser valiente, pero es sólo por el bien de Clarissa. Tienen miedo.

—Está bien, voy a empezar. Tenemos que hacer una parada en el supermercado en el camino a la cabaña. Tenemos que tomar tanto como podamos y guardar el mínimo de. Podemos lavarla pero la comida será en un premio si esto sigue.

—Tienes razón, Paul. Voy a dejar una nota en la puerta de Browning, por si acaso no conteste el teléfono. Le haré saber que tengo que tomar una licencia y que no sé cuánto tiempo voy a estar fuera. Entonces, voy a buscar a los niños y voy directamente para casa.

—Está bien, Phyl. Ten cuidado, cariño. Te quiero.

—Te quiero, también, Paul.

Colgué y fui al garaje para buscar las maletas.

Me di cuenta de que el Cub Cadet todavía estaba como de guardia en el patio delantero, que ofrece un recordatorio sobrio que mi vecino de al lado acababa de morir allí.

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EN EL MOMENTO EN PHYLLIS llegó a su casa, la mayoría de la gente ya se había ido. La ambulancia vino y se fue al lado y la casa de los Johnson quedó sellada.  La cinta amarilla se quitó para desbloquear mi camino, pero la Cub Cadet estaba rodeada por un cuadrado de cinta.  La valla era de cuatro pies de largo por lado y la levantaron con los postes de la cerca de otro vecino.

Salí a su encuentro, sobre todo para evitar que los niños se acerquen demasiado a la cortadora de césped.  Abracé y besé cada uno y luego abracé a mi esposa con fuerza.

Me contaron brevemente sobre la gente vomitando en el teatro. Keith dijo que si bien nadie había vomitado en la sala que daba su película, habían oído hablar de eso a la gente que sí lo había visto en sus propias salas. Dado que una película promedio dura dos horas o menos, eso significaba que esas personas habían llegado hasta la etapa final de la infección más rápido que Bobby había estimado, porque nadie se había dado cuenta de nada en los ojos de las personas infectadas.

Les advertí a los niños de no acercarse a la cortadora de césped y comencé a discutir la mejor manera de cargar la camioneta con Phyllis. De repente, Clarissa gritó.

― ¡Mamá! ¡Papá!  ¡Hay algo debajo de la cortadora de césped!  —dijo con excitación.

— ¿Qué? —Le pregunté con incredulidad.

— ¡Yo vi que algo se movía bajo la cortadora de césped! —Clarissa repitió.

Todos miramos hacia la parte inferior de la cortadora. Después de un momento, algo se movió debajo. Parecía ser aproximadamente del tamaño de una rata grande... o un perro pequeño.

Mi estómago se retorció. Lo que fueran estas cosas, sí que estaban creciendo.

El sol aún brillaba, así que no estaba preocupado por eso que salía de debajo de la segadora... Todavía.  Pero, ¿cuándo se pusiera el sol?  Sí, yo creía que irían a salir. Oh sí ¡Desde luego que sí!

Fue entonces cuando comenzaron las pesadillas.

―Phyllis ―le dije―, vamos a terminar de cargar la camioneta. Ahora.

― ¿Qué es eso, Paul? ¿Qué es eso ahí debajo?

―No sé, Phyl, pero cuando Ralph las vomitó eran de menos de 3 pulgadas de largo. Vámonos ahora, por favor. Quiero estar en camino cuanto antes y llegar a la cabaña antes de que anochezca.

Keith ya estaba tironeando de su hermana hacia la casa y me tomé de la mano de Phyl. En el garaje, la empujé a Phyl dentro y dije:

―Vayamos fácil de ropa, no llevemos mucho podemos lavarla, o usarlas más de un día. Las maletas entran en el baúl del coche. Carga todo lo que puedas de comida que tenemos en la cocina en la camioneta mientras yo la preparo en el garaje. Las conservadoras están en la cocina. Las voy a poner debajo de los asientos traseros para darnos más espacio. Nos detendremos en un supermercado en el camino fuera de la ciudad. Ahora, ve... ¡date prisa!

Phyl asintió y los niños fueron corriendo a sus habitaciones para empacar. Cuando empezó a alejarse, mi esposa me miró. ― ¿Vamos a estar bien, Paul?

―Ciertamente lo espero, Phyl. Pero, no te voy a mentir... ¡no lo sé!

Solté su mano y volví a la camioneta. Mantuve un ojo cauteloso sobre la cortadora de césped cuando me di vuelta alrededor de ella y retrocedí hacia el garaje abierto. Como me levanté y caminé alrededor del vehículo, se me ocurrió mirar a la ventana del segundo piso de al lado.

En la ventana de arriba de los Johnson estaba uno de esos gusanos, pero este era de, por lo menos, casi dos metros de largo. Se aferraba a la ventana, golpeándolo con su sola antena. Una de sus seis patas era enorme, con una garra de pinza en el extremo. Mientras observaba, la cosa esa levantó la garra y la dejó caer en la ventana con un golpe seco. El vidrio vibró, pero si hubiese sido algo más grande o más fuerte, el cristal se rompería.

Entonces se saldría.

¿Era esto lo que se esconde debajo de la cortadora de césped, a la espera de la oportunidad de escapar una vez que el sol se pusiera? ¿Y qué hay de los otros gusanos encerrados en casa de Ralph y de Catherine? ¿Estaban buscando maneras de salir así? ¡Por supuesto que sí! Pero, a menos que una ventana estuviera abierta, o un respiradero directo al exterior, no podían salir. No hasta que se pusiera el sol. ¿Cómo respiran? ¿Cómo incuban dentro de cuerpos humanos de esa manera? Si son capaces de mantener la respiración dentro de un cuerpo, ¿no podía ser que...?

Salí corriendo hacia la casa. Como se abrió de golpe la puerta de la cocina desde el garaje, me di cuenta de que Phyl estaba cargando una hielera.

― ¿Dónde están los niños? ―Le pregunté con agitación―.  ¡Date prisa! ¿Dónde?

Desconcertada, Phyl dijo:

―En sus habitaciones, supongo. ¿Qué está mal?

― ¡Vamos!  ―Grité, mientras corría por el pasillo hasta las escaleras.

En el baño de invitados en la planta baja, patiné hasta detenerme y Phyllis se detuvo detrás de mí. Yo estaba observando con cuidado y escuchando con mucha atención.

Algo había en el baño. Podía oír el agua que se movía en el silencio.

La tapa se abrió un par de centímetros y luego se cerró de golpe hacia abajo.

―Ay, Dios mío ―susurró Phyllis, con terror en su voz.

―Sube las escaleras y asegúrate de que los niños no estén usando el baño.  Me ocupo de esto ―le susurré.

La tapa del inodoro se abrió otro par de centímetros y luego golpeó de nuevo.

―Ve. ―Le dije con urgencia.

Phyllis corrió hacia las escaleras.

Ahora me enfrentaba con el problema de atrapar esa cosa dentro del inodoro. Pensé rápidamente y, como la tapa del inodoro se levantó y golpeó de nuevo, hice lo único que podía pensar a corto plazo.

Me sonrojé.

Oí el chapoteo criatura y tambaleándose como me la imaginaba, arremolinándose en un círculo rápido a medida que el agua se iba por el agujero.

Nuestra habitación todavía tenía una televisión en color vieja de treinta y dos pulgadas y pesaba por lo menos 22 kilos. La desconecté y desconecté el cable, la tomé y la puse en el baño sobre la tapa del inodoro.

Uno abajo. Dos sin cubrir y ambos eran de arriba.

¡Paul! ¡Ven aquí, rápido! ―gritó Phyllis desde lo alto de las escaleras.

Corrí tan rápido como pude, sólo me detuve para agarrar un palo de golf de la bolsa de palos que me tenido la intención de vender y no había tenido tiempo de todavía. Corrí por las escaleras y encontré a Phyllis y Clarissa en el pasillo fuera de baño de los niños.

Keith estaba dentro, saltando en rebote hacia arriba y abajo mientras estaba sobre el asiento del inodoro.

La criatura dentro de este inodoro debe haber sido mucho más grande, ya que Keith pesaba alrededor de cuarenta kilos. Estaba teniendo problemas para mantener el equilibrio con cada rebote y parecía aterrorizado.

― ¡Espera, amigo! ―grité.

Corrí a nuestra habitación y abrí mi armario. En el estante superior, mis manos encontraron al sondeo, dos cañones, 12 de calibre de la escopeta. Tiré hacia abajo y lo abrí rápidamente. Entonces llegué y encontré la caja de madera que he usado para la munición para la escopeta, rifle y mi 0.357 Modelo 19 Smith & Wesson. Tomé un puñado de cartuchos de escopeta, cargué dos en la pistola y volví al baño.

―Phyllis, cuando hable, toma a Keith y llévalo fuera del baño lo más rápido que puedas. Voy a tirarle a la cosa si tengo que hacerlo, pero quizás sólo pueda cerrar la puerta del baño y mantenerlo adentro el tiempo suficiente para que nosotros salgamos de la casa.

Phyllis asintió.

―Está bien, estaré lista y... ten cuidado, Paul.

Asentí y puse al hombro la escopeta. Phyllis entró en el baño y abrió los brazos en la preparación de recibir a Keith.

Me preparé, y le dije:

―Está bien, ¡ahora!

Parecía como si todo se moviera en cámara lenta a pesar de que sólo duró unos segundos.

Phyllis tomó a nuestro hijo y corrió hacia la puerta del cuarto de baño. Había hecho dos pasos cuando la tapa explotó hacia arriba, el agua salpicaba por todos lados y la criatura saltó del inodoro y aterrizó en el suelo del baño. Phyllis salió y la criatura se volvió hacia mí, porque yo estaba allí en la puerta.  No tuve tiempo de tomar el picaporte y cerrar la puerta, porque pude ver que sus músculos en las patas traseras se amontonaban para otro salto. Esta cosa era del tamaño de un perro salchicha. Phyllis y Keith apenas habían despejado la puerta cuando apunté a la criatura y apreté el gatillo. La bala alcanzó a la criatura a mediados del salto y explotó en mazacote negro que cubría la pared del baño detrás de él. Las seis piernas quedaron separadas de su cuerpo. La cabeza de la cosa aterrizó en contra de la cortina de la ducha, y lentamente se deslizó hacia abajo en la bañera dejando un rastro viscoso negro mientras se deslizaba.

El disparo había sido increíblemente fuerte dentro de la habitación pequeña y mis oídos seguían sonando. Podía escuchar Phyllis y los niños llorando. Entonces oí a Phyllis gritando y apuntando hacia nuestro dormitorio.

Al salir de la habitación había otro de estos gusanos. Había salido, obviamente, de la taza del baño principal.

Phyllis y los niños estaban luchando por irse hacia atrás lejos de la criatura. Los tres estaban gritando y llorando y todo amenazó con hundirse en la confusión y en la desesperación.

He traído la escopeta a mis hombros otra vez, y apreté el gatillo una vez más. Esta criatura explotó en el mismo mazacote negro.

Me volví hacia el baño para cerrar la puerta y cuando tomé el picaporte, vi pequeños gusanos meneándose alrededor de la sustancia pegajosa de la primera criatura a la que había disparado. Todos estaban haciendo su camino hacia la puerta del baño. Cerré la puerta y vi que más bebés gusanos que venían por el pasillo de los restos de la segunda criatura.

― ¡Está bien, empujen esto! ¡Nos vamos ahora! ―Grité a Phyllis y a los niños.

Phyllis tomó la mano de Clarissa y yo la de Keith. Fuimos abajo. Les dije que tomen todo lo que puedan y lo pongan en el coche. Fui a echar un vistazo al cuarto de baño de invitados y el televisor estaba rebotando ligeramente y meciéndose hacia adelante y hacia atrás. Algo era seguro, eso estaba tratando de salir. Justo después de que cerré la puerta del baño, oí al viejo Sanyo caer a los azulejos y algo se estrelló contra la puerta desde el interior.

No esperé a ver qué era.

Corrí a la cocina deseando haber sido capaz de tomar mi rifle. Mi revólver 357 estaba escondido en la parte superior de la heladera, así que me las arreglé para tomarlo y meterlo debajo de la cintura a mis espaldas. La heladera estaba casi llena, así que terminé de cargar con alimentos congelados, principalmente carnes y la cerré de golpe. Tomé todo y lo llevé a la camioneta.

Phyl tenía a los niños a buen recaudo en el asiento de atrás del coche. Si pasábamos a través del supermercado con seguridad, uno de los chicos podría viajar conmigo al lado.

―Está bien, Phyl, nos detendremos en la tienda de alimentos de McKelvie. Mantén su teléfono celular a mano y, si no se ve segura, no vamos a entrar ―le dije.

Phyl asintió.

―Está bien, Paul. Te ruego seas cuidadoso.

Asentí con la cabeza y le entregué la escopeta después de haberla cargado. También le di todas balas que me quedaban... siete. Puede ser que tengamos que hacer otra parada en el camino a la cabaña, sólo para comprar más ropa y algunas municiones.

La cabaña tenía electricidad. Había pertenecido a mis padres. Después de que uno de mis libros se había vendido muy bien yo había instalado celdas solares y baterías, junto con tres molinos de viento, por lo que la cabaña tenía electricidad... al menos lo suficiente para que funcione un congelador y refrigerador y, tal vez, suficiente para hacer funcionar algunas otras cosas, también.

Mientras subía al asiento del conductor de la camioneta, no pude evitar mirar por encima a la casa de Johnson una vez más. El gusano todavía estaba en la ventana de arriba y parecía más grande. Todavía estaba golpeando la uña contra la ventana y mientras miraba, la ventana se agrietada.

Mi hermosa nueva cortadora de césped Cub Cadet se balanceaba adelante y atrás, como si algo estuviera ansiosamente tratando de escapar.

Sí, definitivamente era hora de irse.

Puse en marcha la camioneta, salí por el camino a la calle. Phyllis me siguió casi sobre mi paragolpes. Eché un vistazo a las casas del otro lado de la calle. No pude evitarlo.

No he visto nada de los Miller, pero había una de esas cosas de buen tamaño en la ventana delantera de arriba de la casa de los Taylor. Los Taylor vivían seguido al otro lado de la calle de los Johnson y también tenían una casa de la esquina. Parecía como si los gusanos hubieran viajado por las alcantarillas por todo el lugar hasta las dos casas del otro lado de la calle. Es posible que hayan ido más lejos, pero no me di la vuelta para averiguarlo. Giré a la derecha en Oak, que nos llevaría a los suburbios en el lado oeste de la ciudad, donde todas las grandes tiendas se ubicaban. La de alimentos de McKelvie estaba allí y la tienda de artículos deportivos se encontraba en la misma zona comercial. Si se veía claro, Phyl podía conseguir comida y yo podría conseguir municiones, al menos una escopeta más y un par de rifles. Di gracias a Dios que no tuve que esperar para comprar armas largas.

Mi teléfono sonó. Era Phyl.

―Paul, ¿cómo está el gas en la camioneta? ―Preguntó, después de que había contestado el teléfono.

Miré el indicador de combustible.

―Tengo un cuarto de tanque. 

―Eso es todo lo que tengo ―respondió Phyllis.

―Está bien, nos detendremos en el camino... después de McKelvie.

―Lo que tú quieras, cariño. ¿Has pensado para encender la radio?

Mentalmente me di una palmada en la frente.

―No, sinceramente, no he pensado en ello.

― ¿Te importaría? No quiero yo, por un par de razones obvias ―dijo. Yo sabía que se refería a los niños.

Está bien, nena, te haré una llamada si sé de algo nuevo ―le dije.  Colgamos

Encendí la radio, y presioné el botón «buscar». Cuando se detuvo en la música, pulsé de nuevo. Finalmente se detuvo en una emisora ​​de noticias de nuestra ciudad.

―... Retroceda a lo largo del lado este de la ciudad. Si se dirige al este, no tome la autopista. Si se dirige hacia el oeste, hacia las montañas, todo se ve claro en este momento. No sabemos mucho acerca de estos insectos, pero tenemos informes que llegan de todas partes. Parece que aparecieron por primera vez en las afueras de la zona este de la ciudad y han estado haciendo su camino de manera constante al oeste. Funcionarios de emergencia dijeron que los bichos están creciendo más después de ser lanzados por personas infectadas. Son carnívoros y caníbales. Los líderes están trabajando en una manera de matarlos, pero no han tenido éxito hasta el momento. Nadie sabe de dónde vienen y no se sabe si son incluso de este planeta. Por lo menos, hay un funcionario que está compartiendo esa información con nosotros. Una vez más, si usted está tratando de salir de la ciudad, permanezca fuera de la autopista hacia el este. Es un largo estrépito de reacción en cadena, por más de una milla o más...

Apagué de golpe la radio y llamé a Phyllis. Cuando ella respondió le dije lo que la radio había dicho y hagamos lo que hagamos, tenemos que darnos prisa por el supermercado y tengo por lo menos otros dos lugares que quiero ir. Necesitamos municiones, y necesitamos una portátil, ya que no tengo tiempo para tomar la mía.

Pude ver Phyl asintiendo con la cabeza en mi espejo retrovisor, a continuación, su voz llegó.

―Está bien, Paul. Y podemos llenar ambos vehículos hacia el oeste, si no te importa.

Me reí gravemente.

―No me molesta. Estoy esperando que el flujo de tránsito se ralentizará cuando estemos fuera de la ciudad.

―Yo también cariño.

Nos desconectamos.

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EL ESTACIONAMIENTO en McKelvie no estaba lleno y pude ver gente pululando por el interior. Artículos deportivos Michael también estaba abierto y pude ver un par de personas en el interior allí, también. Estacioné y Phyl estacionó a mi lado. Todos nos salimos de los vehículos y nos encontramos al lado de la devolución de los carritos.

―Esto es lo que tenemos que hacer. Keith, te vienes conmigo a lo de Michael. Clarissa, ve con tu madre y llenen el carrito de conserva. Todo lo que puedan conseguir. Verduras, carne enlatada, fruta... sólo lo que sea. Además, la salsa de espaguetis, pasta y queso parmesano. Cosas que se puedan mantener sin refrigeración.  La mantequilla, podemos congelarla y un par de litros de leche...

Phyllis levantó la mano.

― ¿Por qué no? Y Keith puede ir a buscar herramientas y nos encontramos dentro de McKelvie. De esta manera, cada uno puede tener su propio un carrito y los niños pueden tener el suyo. Eso debería contener la mayor parte de lo que necesitamos.

Le sonreí a mi esposa. Contadora típica, pensando lógicamente nuevo.

―Sí, señora. Y... ¿ Phyl?

― ¿Qué, querido?

La besé y le dije:

―Mantén tus ojos abiertos. 

Miré a nuestra hija.

―Eso va para ti también, 'Risa.

―Está bien, papá ―dijo Clarissa.

Nos separamos y Keith y yo nos dirigimos a la tienda de Michael.