Para una noche de martes en el Ballet de Ciudad Medialuna, el teatro estaba inusualmente lleno. Las grandes multitudes en el vestíbulo, comiendo y conversando y conviviendo, llenaban a Bryce Quinlan con una especie de dicha y orgullo silenciosos.
Había una sola razón por la cual el teatro del BCM estaba tan lleno esa noche. Con su oído de hada, podía jurar haber escuchado cientos de voces a su alrededor murmurando Juniper Andrómeda. La estrella de la función de esta noche.
Pero incluso con la presencia de la multitud, se percibía en el lugar una atmósfera de reverencia y serenidad silenciosas. Como si fuera un templo.
Bryce tenía la sensación de que varias de las antiguas estatuas de dioses que flanqueaban el vestíbulo la estaban observando. O tal vez era la pareja de metamorfos bien vestidos recargados en la estatua de Cthona, la diosa de la tierra que aguardaba desnuda el abrazo de Solas, su amante. Los metamorfos (por su olor, de algún felino grande), de edad madura y gustos lujosos en relojes y joyería, la miraban descaradamente.
Bryce les esbozó una sonrisa inexpresiva con los labios apretados.
Alguna variante de esta situación le ocurría prácticamente todos los días tras el ataque de la primavera pasada. Las primeras veces le había parecido inquietante y abrumador que la gente se acercara a ella sollozando de gratitud. Ahora simplemente se le quedaban mirando.
Bryce no culpaba a la gente que quería hablar con ella, que necesitaba hablar con ella. La ciudad había sanado, gracias a ella, pero su gente…
Decenas de personas ya habían muerto cuando su luzprístina hizo erupción a través de Lunathion. Hunt había corrido con suerte, estaba en su último aliento cuando la luzprístina lo salvó. Cinco mil otras personas no habían tenido tanta suerte.
Sus familias no habían tenido tanta suerte.
Se vieron tantos barcos oscuros flotando sobre el Istros hacia el Sector de los Huesos que parecía una bandada de cisnes negros. Hunt la llevó volando para que pudiera verlos. Los muelles a lo largo del río estaban repletos de gente. Los gritos de dolor se elevaban hasta las nubes bajas donde ella y Hunt flotaban.
Hunt se había limitado a abrazarla con más fuerza y luego los llevó de regreso a casa.
—Saquen una fotografía —le dijo Ember Quinlan a los metamorfos. Estaba parada junto al torso de mármol de Ogenas elevándose entre las olas. Los senos turgentes de la diosa del océano sobresalían debido a sus brazos levantados—. Sólo les costará diez marcos de oro. Quince, si quieren fotografiarse con ella.
—Con un carajo, mamá —murmuró Bryce. Ember se llevó las manos a la cadera. Lucía preciosa con su vestido gris sedoso y su pashmina—. Por favor deja de hacer eso.
Ember abrió la boca, como si fuera a decir algo más a los metamorfos amonestados que se alejaban rápidamente en dirección a la escalera este, pero su esposo la interrumpió.
—Yo estoy de acuerdo con la petición de Bryce —dijo Randall, muy apuesto con su traje color azul marino.
Con furia en sus ojos oscuros, Ember volteó a ver al padrastro de Bryce. Aunque en realidad, en opinión de Bryce, él era su único padre. Randall señaló un friso ancho detrás de ellos.
—Ése me recuerda a Athalar.
Bryce arqueó la ceja, agradecida por el cambio de tema, y giró hacia el sitio donde él señalaba. En el friso estaba representada una hada poderosa, de pie frente a un yunque, con un martillo en la mano levantada y un rayo que caía desde los cielos para inundar el martillo y fluir desde él hacia el objeto que iba a golpear: una espada.
La leyenda decía simplemente: Escultor desconocido. Palmira, circa 125 V.E.
Bryce sacó su teléfono móvil y tomó una fotografía. Abrió el chat que tenía con Hunt Athalar es mejor en solbol que yo.
No podía negarlo. Habían ido al campo local de solbol una tarde soleada la semana pasada y Hunt de inmediato la hizo pedazos en el juego. Luego cambió el nombre en el teléfono de Bryce cuando iban de regreso a casa.
Con unos cuantos movimientos de sus pulgares, la fotografía salió lanzada al éter junto con su mensaje: ¿Un pariente lejano tuyo?
Devolvió el teléfono a su bolso y notó que su madre la estaba observando.
—¿Qué? —farfulló Bryce.
Pero Ember se limitó a hacer un ademán hacia el friso:
—¿A quién representa?
Bryce revisó lo que estaba escrito en la esquina inferior derecha.
—Sólo dice La creación de la espada.
Su madre miró el grabado desgastado.
—¿En qué idioma?
Bryce intentó mantener su postura relajada.
—El lenguaje antiguo de las hadas.
—Ah —dijo Ember con los labios fruncidos y Randall sabiamente se alejó entre la multitud para estudiar una estatua enorme de Luna que apuntaba su arco a los cielos acompañada de dos perros de caza a sus pies y un ciervo que le tocaba la cadera con el hocico—. ¿Sigues hablándolo?
—Sip —respondió Bryce. Luego agregó—: Ha resultado útil.
—Me lo imagino —dijo Ember y se acomodó un mechón de cabello negro detrás de la oreja.
Bryce se acercó al siguiente friso colgado del techo distante con alambres casi invisibles.
—Éste es de las Primeras Guerras —examinó el relieve grabado en la plancha de mármol de tres metros—. Es sobre… —ajustó su expresión para que denotara neutralidad.
—¿Qué? —preguntó Ember y se acercó más a la representación de un ejército de demonios alados que volaban en picada desde los cielos hacia un ejército terrestre reunido en una planicie.
—Éste es sobre los ejércitos del Averno, cuando llegaron a conquistar Midgard durante las Primeras Guerras —terminó de decir Bryce todavía esforzándose por mantener su voz inalterable. Para bloquear las imágenes de las garras y los dientes y las alas de cuero… el ensordecedor disparo del rifle que sentía hasta los huesos, los ríos de sangre en las calles, los alaridos y los alaridos y…
—Uno pensaría que hoy esto sería una pieza popular —dijo Randall al regresar con ellas para observar el friso.
Bryce no respondió. No disfrutaba particularmente discutir sobre los acontecimientos de la primavera pasada con sus padres. En especial no en medio del vestíbulo atiborrado de un teatro.
Randall movió la barbilla en dirección a la inscripción:
—¿Qué dice ésta?
Muy consciente de que su madre estaba atenta a cada parpadeo, Bryce mantuvo su actitud inexpresiva mientras leía el texto escrito en el lenguaje antiguo de las hadas.
No estaba intentando ocultar lo que sentía y lo que había soportado. Ya había hablado con sus padres sobre esto en varias ocasiones. Pero la conversación siempre terminaba con Ember llorando o quejándose de los vanir que habían encarcelado a tantos inocentes, y el peso de todas las emociones de su madre encima de las suyas…
Bryce se había dado cuenta de que era más fácil simplemente no sacar el tema a la conversación. Prefería hablarlo con Hunt o sacarlo sudando en las clases de baile de Madame Kyrah dos veces a la semana. Pequeños pasos hacia estar preparada para una verdadera terapia donde lo pudiera hablar, como sugería Juniper, pero de cualquier manera ambas actividades le habían ayudado inmensamente.
En voz baja, Bryce tradujo el texto:
—Esto es una pieza que forma parte de una colección más grande, probablemente una que envolvía todo el exterior de un edificio y en la cual cada losa contaba una parte distinta de la historia. Ésta dice: Así los siete príncipes del Averno miraron con envidia a Midgard y liberaron sus hordas malditas sobre nuestros ejércitos unidos.
—Por lo visto, no ha cambiado mucho en quince mil años —dijo Ember y unas sombras oscurecieron sus ojos.
Bryce mantuvo la boca cerrada. Nunca le había hablado a su madre sobre el príncipe Aidas, sobre cómo ya le había ayudado en dos ocasiones y que parecía no saber sobre los planes oscuros de sus hermanos. Si su madre supiera que ella había convivido con el quinto príncipe del Averno, se tendría que redefinir el concepto de perder completamente los estribos.
Pero entonces Ember dijo:
—¿No podrías conseguir un trabajo aquí ? —hizo un ademán con la mano bronceada hacia la entrada del BCM, sus siempre cambiantes exposiciones de arte en el vestíbulo y en algunos de los otros pisos—. Tienes los conocimientos necesarios. Esto hubiera sido perfecto.
—No había vacantes.
Eso era cierto. Y ella no quería valerse de su estatus de princesa para conseguir una. Quería trabajar en un lugar como el departamento de arte del BCM por sus propios méritos.
Su trabajo en el Archivo Hada… Bueno, definitivamente ése sí lo había conseguido porque la veían como una princesa hada. Pero eso era distinto, de cierta manera. Tal vez porque no tenía tantas ganas de trabajar ahí.
—¿Siquiera lo intentaste?
—Mamá —advirtió Bryce con tono tajante.
—Bryce.
—Señoras —interrumpió Randall, un comentario bromista diseñado para fracturar la tensión creciente.
Bryce le sonrió agradecida pero notó que su madre fruncía el ceño. Suspiró y elevó la mirada a los candelabros en forma de diente de león que colgaban sobre la multitud resplandeciente.
—A ver, mamá. Ya dilo.
—¿Que diga qué? —preguntó Ember con inocencia.
—Tu opinión sobre mi trabajo —replicó Bryce entre dientes—. Durante años, me estuviste criticando por ser una asistente pero ahora que estoy haciendo algo mejor, ¿no es satisfactorio?
No era el lugar para tener esta conversación. Había muchísima gente caminando a su alrededor y las podían escuchar, pero Bryce ya estaba harta.
A Ember no pareció importarle y respondió:
—No es que no sea satisfactorio. Es el sitio donde está ese trabajo.
—Los Archivos Hada operan de manera independiente de él.
—¿Ah, sí? Porque yo lo recuerdo presumiendo que eran prácticamente su biblioteca personal.
Bryce dijo con sequedad:
—Mamá, la galería ya no existe. Necesito un empleo. Perdóname si no tengo posibilidades de conseguir un trabajo corporativo de nueve a cinco por el momento. Y perdón que el departamento de arte del BCM no esté contratando.
—Es que no puedo entender por qué no pudiste negociar algo con Jesiba. Todavía tiene esa bodega… seguramente necesita ayuda con lo que sea que haga allá.
Bryce hizo un esfuerzo por no poner los ojos en blanco. Un día después del ataque a la ciudad en la primavera, Jesiba había vaciado la galería, junto con los invaluables tomos que quedaban de la antigua Gran Biblioteca de Parthos. La mayoría de las demás piezas de Jesiba estaban ahora en una bodega, muchas de ellas en cajas, pero Bryce no tenía idea de dónde habría escondido la hechicera los libros de Parthos, uno de los pocos remanentes del mundo humano previo a la llegada de los asteri. Bryce no se había atrevido a cuestionar a Jesiba sobre eso. De milagro los asteri no se habían enterado sobre la existencia de los libros de contrabando.
—Hay un límite a cuántas veces puedo pedir trabajo sin que parezca que le estoy suplicando.
—Y una princesa no puede rebajarse a eso.
Ya había perdido la cuenta de cuántas veces le había repetido a su madre que ella no era una princesa. No quería serlo y el Rey del Otoño ciertamente tampoco tenía ningún puto interés en que lo fuera. No había hablado con ese pendejo desde aquella vez que la visitó en la galería, justo antes de su confrontación con Micah. Cuando le había revelado qué poder circulaba por sus venas.
Fue un esfuerzo no mirarse el pecho, el escote de su vestido azul pálido de tela semitransparente que llegaba justo debajo de sus senos para revelar la marca en forma de estrella que tenía entre ellos. Afortunadamente, la espalda de la prenda era alta y ocultaba el Cuerno que tenía tatuado ahí. Como una vieja cicatriz, la marca blanca resaltaba en contraste con su piel pecosa y dorada por el sol. No se había desvanecido en los tres meses que habían transcurrido desde el ataque a la ciudad.
Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había descubierto a su mamá mirando la estrella fijamente desde su llegada a la ciudad la noche anterior.
Un grupo de mujeres hermosas, ninfas del bosque, a juzgar por su olor a cedro y musgo, pasaron a su lado con flautas de champaña en la mano y Bryce bajó la voz.
—¿Qué quieres que diga? ¿Que me mudaré de nuevo a casa en Nidaros y fingiré ser normal?
—¿Qué tiene de malo ser normal? —preguntó su madre. En su rostro hermoso ardía un fuego interior que nunca disminuía, jamás se apagaba—. Creo que a Hunt le agradaría vivir allá.
—Hunt sigue trabajando para la 33ª, mamá —dijo Bryce—. Es el segundo al mando, carajo. Y aunque él te dé por tu lado diciéndote que le encantaría vivir en Nidaros, no creas ni por un segundo que lo dice en serio.
—Qué manera de echarlo de cabeza —intervino Randall sin apartar la mirada de una cédula informativa cercana.
Antes de que Bryce pudiera responder, Ember dijo:
—No creas que no he notado que las cosas están raras entre ustedes.
Claro que su mamá sacaría a la conversación dos cosas sobre las cuales ella no quería hablar en un lapso de cinco minutos.
—¿De qué forma?
—Están juntos pero no están juntos —respondió Ember sin tapujos—. ¿Cuál es el motivo?
—No es de tu incumbencia.
Era verdad. Pero como si Hunt las hubiera escuchado, el teléfono en su bolso vibró. Lo sacó y miró la pantalla.
Hunt había escrito: Sólo espero poder tener un abdomen como ése algún día.
Bryce no pudo evitar sonreír un poco al volver a ver al musculoso hada macho en el friso. Luego respondió: Creo que tal vez tú le ganas, de hecho…
—No me ignores, Bryce Adelaide Quinlan.
Su teléfono volvió a vibrar pero ya no vio la respuesta de Hunt porque le respondió a su mamá:
—¿Podrías ya dejar el tema? Y no lo menciones cuando llegue Hunt.
Ember abrió la boca pero Randall habló antes.
—De acuerdo. Nada de interrogatorios sobre el trabajo ni el romance cuando llegue Hunt.
Su madre se veía dubitativa pero Bryce agregó:
—Mamá, sólo… déjalo, ¿sí? No me desagrada mi trabajo y lo que sucede entre Hunt y yo es lo que acordamos. Estoy bien. Dejémoslo así.
Era mentira. Parcialmente.
En realidad le gustaba su trabajo… mucho. El ala privada de los Archivos Hada contenía un tesoro de artefactos antiguos que llevaban siglos de descuido. Era necesario investigar y catalogarlos para que pudieran ser enviados en una exhibición itinerante la siguiente primavera.
Bryce establecía su propio horario y sólo le rendía cuentas a la jefa de la investigación, una metamorfa de búho, una de las pocas empleadas que no eran hadas, que sólo trabajaba del anochecer al amanecer, así que rara vez se encontraban en el trabajo. La peor parte de su día era la entrada al enorme complejo a través de los edificios principales, donde los guardias siempre se le quedaban viendo con la boca abierta. Algunos incluso le hacían reverencias. Y luego tenía que cruzar el atrio, donde los bibliotecarios y los usuarios también solían quedársele viendo.
Todos en realidad se le quedaban viendo estos días, era un verdadero fastidio y lo odiaba. Pero Bryce no quería decirle nada de eso a su madre.
Ember dijo:
—Está bien. Ya sabes que me preocupo por ti.
Algo se suavizó un poco en el pecho de Bryce.
—Lo sé, mamá. Y sé… —se esforzó por encontrar las palabras adecuadas—. Mira, me sirve saber que puedo mudarme a casa si así lo deseo. Pero no en este momento.
—Muy bien —comentó Randall y le lanzó una miradita a Ember antes de abrazarla por la cintura y conducirla hacia otro friso del lado opuesto del vestíbulo del teatro.
Bryce aprovechó la distracción para sacar el teléfono y vio que Hunt le había escrito dos mensajes:
¿Quieres contar mis músculos abdominales cuando regresemos del ballet?
Sintió mariposas en el estómago y agradeció que sus padres tuvieran sentido del olfato de humano porque los dedos de los pies se le enroscaron dentro de sus zapatos de tacón.
Hunt había agregado:
Llego en cinco minutos, por cierto. Isaiah me entretuvo con un caso nuevo.
Bryce le respondió con una imagen de pulgares arriba y: Por favooooor, apúrate lo más que puedas. Tuve que soportar un interrogatorio sobre mi trabajo. Y sobre ti.
Hunt le respondió de inmediato y Bryce leyó mientras caminaba hacia sus padres, que se habían detenido frente a otro friso:
¿Qué de mí?
—Bryce —la llamó su madre y apuntó al friso que tenían delante—. Mira éste. Es JJ.
Bryce levantó la vista de su teléfono y sonrió.
—La incontenible guerrera, Jelly Jubilee.
En la pared colgaba la representación de un pegaso, aunque no un unicornio-pegaso como el juguete de la infancia de Bryce, que se abalanzaba al ataque en batalla. Una figura con armadura, cuyo casco disimulaba sus facciones reconocibles, iba sobre la bestia con la espada levantada. Bryce le tomó una fotografía y se la envió a Hunt.
¡JJ de las Primeras Guerras, reportándose para la batalla!
Estaba a punto de responder a la pregunta de Hunt de ¿Qué de mí? cuando su mamá dijo:
—Dile a Hunt que deje de coquetear y que se apresure a llegar.
Bryce le hizo una mueca a su madre y guardó el teléfono.
Habían cambiado tantas cosas desde que había revelado su ascendencia como la hija del Rey del Otoño y heredera astrogénita: las miradas de la gente, la gorra y lentes oscuros que ahora usaba en la calle para lograr un poco de anonimato, el trabajo en los Archivos Hada. Pero al menos su madre seguía siendo la misma.
Bryce no podía decidir si eso era un alivio o no.
Al ingresar al palco privado de la sección para ángeles —que estaba a la izquierda del escenario, en el primer nivel del teatro—, Bryce sonrió al ver el pesado telón dorado que ocultaba el escenario. Sólo faltaban diez minutos para que empezara el espectáculo. Para que el mundo se enterara de lo increíblemente talentosa que era Juniper.
Ember se sentó con movimientos agraciados en una de las sillas de terciopelo rojo en la primera fila del palco y Randall tomó el asiento a su lado. La madre de Bryce no sonrió. Considerando que los palcos reales de las hadas estaban en el ala frente a ellos, Bryce no la culpaba. Y considerando que muchos de los nobles enjoyados miraban fijamente a Bryce, era un milagro que Ember no les hubiera hecho ya una seña obscena.
Randall dejó escapar un silbido de admiración por los lugares de primera y se asomó por encima del barandal dorado.
—Buena vista.
Justo en ese momento, la atmósfera detrás de Bryce se electrificó. Se sentía vibrante y viva. Sintió cómo se le erizaba la piel. Una voz masculina resonó desde el vestíbulo.
—Una de las ventajas de tener alas: nadie quiere sentarse detrás de ti.
Bryce había desarrollado una excelente habilidad para percibir la presencia de Hunt, como el aroma de un relámpago en el viento. Bastaba con que él entrara a una habitación para que ella lo detectara por ese aumento de poder en su cuerpo. Al igual que su magia, su propia sangre respondía a la de él.
Vio a Hunt en la puerta ajustándose la corbata de moño alrededor del cuello.
Se veía… maldita sea.
Se había puesto un traje negro y una camisa blanca, ambos ajustados a su cuerpo poderoso y musculoso. El efecto era devastador. Si se le agregaban las alas grises que enmarcaban la imagen, era suficiente para desmayarla.
Hunt le sonrió con picardía pero asintió en dirección a Randall y le dijo:
—Hasta pareces una persona decente cuando te bañas. Perdón por la tardanza.
Bryce casi ni escuchó lo que su padre respondió porque no quería perder detalle del agasajo malakim parado frente a ella.
El mes pasado se había cortado el cabello. No demasiado corto, porque ella intervino con el estilista draki antes de que Hunt pudiera mutilar sus rizos hermosos, pero el cabello ya no le llegaba al hombro. El corte le quedaba bien pero, semanas después, seguía siendo una sorpresa verle el cabello a la nuca y sólo unos cuantos mechones escapando por el agujero de su gorra de solbol. Esta noche, sin embargo, había logrado someter esos cabellos rebeldes y había dejado expuesta toda su frente.
Eso también seguía sorprendiéndola: no tenía tatuaje. No había señal de los años de tormento que el ángel había soportado más allá de la C estampada sobre el tatuaje de esclavo en su muñeca derecha que lo marcaba como un hombre libre. No era un ciudadano pleno, pero estaba más cerca que los peregrini.
La marca estaba oculta por la manga de su saco y la camisa debajo. Bryce levantó la mirada al rostro de Hunt. Se le secó la boca al percibir la voracidad descarada que le llenaba los ojos oscuros y ligeramente rasgados.
—Tú también te ves bien —dijo con un guiño.
Randall tosió pero siguió hojeando el programa. Ember hizo lo mismo a su lado.
Bryce recorrió su vestido azul con la mano.
—¿Este trapo viejo?
Hunt rio y volvió a acomodarse la corbata.
Bryce suspiró.
—Por favor dime que no eres de esos tipos rudos que tienen que hacer todo un espectáculo para que quede claro cuánto odian vestirse formalmente.
Ahora fue el turno de toser de Ember pero a Hunt le bailaron los ojos con diversión depredadora cuando le respondió a Bryce:
—Qué bueno que no tengo que hacerlo con demasiada frecuencia, ¿verdad?
Alguien tocó a la puerta del palco y le impidió a Bryce responder. Apareció un mesero sátiro con una bandeja de flautas de champaña de cortesía.
—De parte de la señorita Andrómeda —anunció el hombre con pies de pezuña.
Bryce sonrió.
—Guau.
Tomó una nota mental para recordar hablar a la florería y pedir que el ramo de flores que había pensado enviarle a June al día siguiente fuera del doble de tamaño. Tomó la copa que el sátiro le estaba ofreciendo pero antes de poder llevársela a los labios, Hunt la detuvo poniendo la mano suavemente sobre su muñeca. Había dado por terminada oficialmente su regla de No Beber después de la primavera, pero sospechó que la mano de Hunt no era un simple recordatorio de moderación.
Arqueó la ceja y esperó a que el mesero se fuera antes de preguntar:
—¿Quieres hacer un brindis?
Hunt metió la mano al bolsillo interior de su saco y sacó un pequeño contenedor de mentas. O algo que parecían mentas. Ella ni siquiera pudo reaccionar antes de que él dejara caer una píldora blanca en su copa.
—Qué carajos…
—Estoy haciendo una prueba —dijo Hunt mientras miraba la copa atentamente—. Si la bebida está adulterada o envenenada, se pondrá verde.
Ember intervino como muestra de aprobación.
—El sátiro dijo que las bebidas eran de parte de Juniper, pero, ¿cómo puedes estar segura, Bryce? Podrían tener cualquier cosa —le asintió a Hunt—. Buena idea.
Bryce quiso objetar pero… Bueno, de acuerdo, tenían razón.
—¿Y qué se supone que debo hacer con esto ahora? Está arruinada.
—La píldora no tiene sabor —dijo Hunt y chocó su copa contra la de Bryce al ver que el líquido seguía siendo de color dorado claro—. Fondo.
—Qué elegancia —respondió ella, pero bebió. Seguía sabiendo a champaña. No había rastro de sabor de la píldora disuelta.
Los candeleros dorados y los que colgaban espectacularmente del techo sobre ellos parpadearon dos veces como aviso de que faltaban cinco minutos para el inicio, así que Bryce y Hunt ocuparon sus asientos detrás de Ember y Randall. Desde ese ángulo, Bryce apenas alcanzaba a ver a Fury en la primera fila.
Hunt pareció notar hacia dónde se dirigía su mirada.
—¿No quiso sentarse con nosotros?
—Nop —dijo Bryce y miró el cabello oscuro y lustroso de su amiga, su traje negro—. Quiere poder ver cada gota de sudor de Juniper.
—Pensaría que eso lo puede ver cada noche —dijo Hunt con ironía y Bryce arqueó las cejas.
Pero Ember volteó a verlos y una sonrisa genuina le iluminaba el rostro.
—¿Cómo les va a Fury y Juniper? ¿Ya están viviendo juntas?
—Desde hace dos semanas —dijo Bryce mientras estiraba el cuello para ver bien a Fury, que parecía estar leyendo el programa—. Y están muy bien. Creo que Fury ya se quedará aquí esta vez.
Su madre preguntó con delicadeza:
—¿Y tú y Fury? Sé que las cosas estuvieron complicadas por un rato.
Hunt le hizo el favor a Bryce de ocuparse en su teléfono. Ella se puso a hojear el programa.
—Solucionar la situación con Fury tomó un poco de tiempo. Pero estamos bien —respondió.
Randall preguntó:
—¿Axtar sigue haciendo lo que sabe hacer mejor?
—Sip —Bryce se conformaba con saber que su amiga era mercenaria y no averiguar más—. Pero está contenta. Y, lo más importante, June y Fury están contentas juntas.
—Bien —dijo Ember con una sonrisa suave—. Son una pareja hermosa.
Y como su mamá era… bueno, dado que era su mamá, Ember escudriñó a Bryce y Hunt y agregó, sin ninguna vergüenza:
—Ustedes dos también lo serían, si pusieran su desmadre en orden.
Bryce se despatarró en el asiento y levantó el programa para ocultar su rostro profundamente sonrojado. ¿Por qué no apagaban las luces todavía? Pero Hunt no se inmutó y contestó:
—Todo lo bueno se hace esperar, Ember.
Bryce frunció el ceño por la arrogancia divertida en el tono de su voz y aventó el programa sobre sus piernas antes de decir:
—Esta noche es muy importante para June. Traten de no arruinarla con sus tonterías.
Ember le dio unas palmaditas a Bryce en la rodilla y luego devolvió su atención al escenario.
Hunt bebió su champaña y a Bryce se le volvió a secar la boca al ver cómo se movía la columna poderosa de su garganta al tragar. Luego dijo:
—Y yo que pensaba que te encantaban las tonterías.
Bryce tenía la opción de empezar a babear o apartar la mirada, así que optó por no arruinar su vestido y ponerse a estudiar a la multitud que estaba ocupando sus asientos correspondientes. Más de uno miraba su palco.
Puso especial atención a los palcos de las hadas frente a ellos. No había rastro de su padre ni de Ruhn, pero reconoció algunas de las caras gélidas. Los padres de Tristan Flynn, lord y lady Hawthorne, estaban entre ellos. Sathia, su hija esnob profesional, estaba sentada entre ellos. Ninguno de los miembros de la destellante nobleza parecía complacido con la presencia de Bryce. Bien.
—Esta noche es muy importante para June, acuérdate —le murmuró Hunt con un esbozo de sonrisa.
Ella lo miró molesta.
—¿Qué?
Hunt inclinó la cabeza en dirección a los nobles hadas que hacían muecas de desdén al otro lado del teatro.
—Puedo ver que estás pensando en alguna manera de hacerlos enojar.
—No es cierto.
Él se acercó a ella, le rozó el cuello con su aliento y le dijo:
—Sí es cierto y lo sé porque yo estaba pensando lo mismo.
Se pudo ver el flash de algunas cámaras arriba y abajo. Sabía que esas personas no estaban fotografiando el telón.
Bryce retrocedió un poco para mirar a Hunt con atención, esa cara que conocía tan bien como la propia. Por un momento, una eternidad demasiado breve, se miraron. Bryce tragó saliva pero no pudo moverse. Ni cortar el contacto.
La garganta de Hunt se movió. Pero tampoco dijo nada más.
Tres putos meses de esta tortura. Estúpido acuerdo. Eran más que amigos. Más, pero sin ninguno de los beneficios físicos.
Finalmente, Hunt dijo con la voz entrecortada:
—Es muy amable de tu parte haber venido a apoyar a Juniper.
Ella se echó el cabello por encima del hombro.
—Lo haces sonar como si fuera un gran sacrificio.
Él señaló a la nobleza hada que continuaba con sus muecas de desdén.
—No puedes ponerte gorra y lentes de sol aquí, así que… sí.
Ella lo reconoció.
—Preferiría que nos hubiera conseguido boletos en la última fila.
Pero en vez de eso, Juniper, para que Hunt tuviera espacio para sus alas, les había conseguido este palco. Justo donde todos podían ver a la princesa astrogénita y al ángel caído.
Los músicos empezaron a afinar y los sonidos del gradual despertar de los violines y flautas atrajeron la atención de Bryce hacia el foso de la orquesta. Sus músculos se tensaron involuntariamente, como si se estuvieran alistando para moverse. Para bailar.
Hunt volvió a acercarse y le ronroneó al oído:
—Te ves hermosa, ¿sabes?
—Oh, lo sé —contestó ella aunque se mordió el labio inferior para evitar sonreír. Las luces empezaron a apagarse así que decidió mandar todo al Averno—. ¿Cuándo voy a poder contar esos músculos de tu abdomen, Athalar?
El ángel se aclaró la garganta, una… dos veces, y se reacomodó en el asiento con un crujido de plumas. Bryce sonrió orgullosa.
Él murmuró:
—Cuatro meses más, Quinlan.
—Y tres días —le respondió ella.
Los ojos de Hunt destellaban en la creciente oscuridad.
—¿De qué están hablando allá atrás? —preguntó Ember.
Bryce, sin apartar la mirada de la de Hunt, dijo:
—Nada.
Pero no era nada. Era el estúpido trato que había hecho con Hunt: que en vez de aventarse de inmediato a la cama, esperarían hasta el Solsticio de Invierno para dar rienda suelta a sus deseos. Pasarían el verano y el otoño conociéndose sin tener que cargar a cuestas el peso de un arcángel psicótico o de la presencia de demonios rondando.
Así que eso habían hecho. Torturarse mutuamente con coqueteos provocadores estaba permitido pero, a veces, en especial esta noche… en verdad deseaba nunca haberlo sugerido. Deseaba poder arrastrarlo al vestíbulo del teatro y meterse al guardarropa para mostrarle exactamente cuánto le gustaba ese traje.
Cuatro meses, tres días y… Consultó el reloj elegante en su muñeca. Cuatro horas. Y al dar la medianoche del Solsticio de Invierno, ella estaría dándole a…
—Por la putísima Solas, Quinlan —gruñó Hunt y se volvió a reacomodar en su asiento.
—Perdón —murmuró ella, agradecida por segunda vez en una hora de que sus padres no tuvieran el sentido del olfato que poseía Hunt.
Pero Hunt rio y pasó el brazo por el respaldo de su silla y enroscó el cabello suelto de Bryce entre sus dedos. Parecía satisfecho. Confiado de su posición.
Ella miró a sus padres, sentados con una cercanía similar, y no pudo evitar sonreír. Su madre también había tardado en dar rienda suelta a sus deseos con Randall. Bueno, inicialmente hubo unas cuantas… cosas. Eso era lo más que Bryce se permitía pensar sobre ellos. Pero sabía que había pasado casi un año antes de que la relación fuera oficial. Y todo había resultado bastante bien.
Así que estos meses con Hunt los había disfrutado. Así como también había disfrutado sus clases de baile con Madame Kyrah. Nadie excepto Hunt podía entender en realidad lo que había vivido… Sólo Hunt había estado en esa Puerta.
Estudió el rostro apuesto del ángel y volvió a sonreír. ¿Cuántas noches en vela habían pasado, hablando de todo y de nada? Ordenando comida, viendo películas o realities o solbol, jugando videojuegos o simplemente sentados en la azotea del edificio de departamentos viendo a los malakim y las brujas y los draki pasar volando por el cielo como estrellas fugaces.
Él le había compartido muchas cosas sobre su pasado, cosas tristes y horribles y felices. Ella quería saberlo todo. Y mientras más conocía, más compartía y mientras más…
Una luz brilló en la estrella de su pecho.
Bryce la cubrió rápidamente con la mano.
—No debí haberme puesto este estúpido vestido.
Sus dedos apenas podían cubrir la estrella que relucía con luz blanca en el teatro oscurecido e iluminaba todas las caras que ahora volteaban a verla mientras la orquesta se acallaba en anticipación a la entrada del director.
No se atrevió a mirar en dirección a las hadas del otro lado del teatro. A distinguir su repulsión y desdén.
Ember y Randall giraron en sus asientos. La cara de su papá estaba contraída en un gesto de preocupación. Los ojos de Ember estaban muy abiertos por el miedo. Su madre también sabía que las hadas estaban observando. Les había mantenido a Bryce oculta toda su vida por temor a cómo reaccionarían al ver el poder que ahora irradiaba.
Algún imbécil gritó desde el nivel de abajo: «¡Eh! ¡Apaguen la luz!».
Bryce sintió cómo se le quemaba la cara al sonrojarse y algunas personas rieron un poco pero guardaron silencio rápidamente.
Asumió que Fury estaba cerca de ellos.
Bryce cubrió la estrella con las dos manos. Le había dado por elegir los peores putos momentos para brillar, aunque éste era el que más la había mortificado.
—No sé cómo apagarla —murmuró e intentó ponerse de pie para huir al vestíbulo detrás de la cortina.
Pero Hunt colocó una mano tibia y seca sobre su cicatriz. Le rozaba los senos con los dedos. La palma de su mano era lo suficientemente ancha para cubrir la marca y atrapar la luz ahí. Se escapaba a través de sus dedos y la piel morena clara brillaba con un tono dorado y rosado, pero logró contener la luz.
—Acéptalo, inventaste un pretexto para que te manoseara —susurró Hunt.
Bryce no pudo contener su risa estúpida y nerviosa. Ocultó la cara en el hombro de Hunt. El material suave de su saco se sentía fresco contra su mejilla y su frente.
—¿Necesitas un minuto? —preguntó él aunque ella sabía que les estaba lanzando una mirada furiosa a todos los idiotas que seguían viéndolos. La nobleza hada estaba siseando sobre la deshonra.
—¿Quieren que nos vayamos? —preguntó Ember, su tono de voz sonaba entrecortado por la preocupación.
—No —respondió Bryce con la garganta un poco cerrada y puso su mano sobre la de Hunt—. Estoy bien.
—No puedes quedarte ahí sentada nada más.
—Estoy bien, mamá.
Hunt no movió su mano.
—Estamos acostumbrados a que se nos queden viendo, ¿verdad, Quinlan? —le sonrió a Ember—. No se meterán con nosotros.
Su sonrisa tenía un dejo de violencia, un recordatorio a cualquiera que los estuviera viendo de que él no sólo era Hunt Athalar sino también el Umbra Mortis. La Sombra de la Muerte.
Se había ganado ese nombre a pulso.
Ember movió la cabeza aprobatoriamente y Randall le asintió a Hunt con gratitud. Afortunadamente, el director de la orquesta salió en ese momento y el teatro se llenó con el sonido de los aplausos.
Bryce inhaló profundamente y luego exhaló con lentitud. No tenía ningún control sobre el momento en que la estrella se encendía o se apagaba. Dio un trago a su champaña y luego le dijo a Hunt con tono despreocupado:
—El titular de los sitios de chismes de mañana va a ser: El calenturiento Umbra Mortis manosea a la princesa astrogénita en el ballet.
—Bien —murmuró Hunt—. Eso me dará más estatus en la 33ª.
Ella sonrió a pesar de todo. Era uno de los muchos dones del ángel, hacerla reír incluso cuando todo el mundo parecía preferir humillarla y evitarla.
Los dedos de Hunt se oscurecieron en su pecho y Bryce suspiró aliviada.
—Gracias —dijo al mismo tiempo que el director de la orquesta levantó su batuta.
Lenta, muy lentamente, Hunt retiró la mano de su pecho.
—No hay de qué, Quinlan.
Ella lo miró de reojo de nuevo y se preguntó a qué se debería el cambio en su tono de voz. Pero la orquesta empezó a abrir con las notas melodiosas y se levantó el telón. Bryce se adelantó en su asiento y contuvo la respiración en espera de la gran entrada de su amiga.