V

Es que las ondas de la mar agita

ya la marea equinocial que avanza:

es que el mar, que sus olas necesita

estender ó romper, con infinita

creciente progresion sus olas lanza

más altas cada vez contra la roca;

y allí abre al mar el socabon su boca,

y allí el oleaje al socabon alcanza,

y el mar al eco con su voz provoca:

es que ya entre aire y mar la lid estalla,

y es que el aire que ocupa la caverna

la defiende del mar: por lo que eterna

es del agua y el aire la batalla.

¡Ya la lid se trabó!—Ya la maréa

se desborda en la cueva: el aire grita,

silba, gime y tenaz puja y jadea

prensado sin cesar: el mar se agita

cada momento más: toca, rodéa

y asalta el antro; de encontrar se irrita

al aire en el cabon: con él pelea

bajo la tierra: embravecido ondea,

y olas sobre olas al echar se comba,

y llena el socabon de espuma y ruido:

el eco, entre agua y aire comprimido

cual de prensa neumática en la bomba,

su hálito arrullador convierte en tromba,

su flébil són en infernal rugido.

Bufa el aire furioso: el mar rebrama

y ondas tras ondas en su auxilio llama: montañas de agua sobre el aire arroja:

él reventando de furor se esprita:

dobla su empuje el agua: el aire afloja

sintiendo que por fin se debilita,

y muge con hondísima congoja:

pero por más tenaz que forcejea,

el agua de delante se le quita,

y él por la encañonada chimenea,

fugitivo huracan, se precipita.

¡Dios! Por el fondo del calcáreo embudo

de ciclones con fuerza estremeciendo

la mole inmensa del peñasco rudo,

aire y eco á la vez salen rompiendo

de la atmósfera el tul en cien girones;

haciendo al desgarrarla más estruendo

que el que harian rugiendo cien leones,

cien ballenas un golfo revolviendo

y reventando á un tiempo cien cañones.

De darle con inútil esperanza

caza en el viento, tras del aire lanza

gigante surtidor de agua en espuma

furioso el mar; pero en su altura suma

de su empuje á pesar ya no le alcanza:

y él, vuelto ya de su pavor, se engrie

y, en lo alto, de él y de su afan se rie.

Entonces, alardeando por despecho,

desplega el agua espléndido penacho

de opalino cristal y perlas hecho,

que en cada grieta cóncava ó picacho

saliente, punta ruin ó áspera escama

del cóncavo peñasco, desparrama

rizos, madejas, cintas, trenzas, blondas

y velos mil sin adhesion ni trama;

cuyos hilos fugaces culebréan,

y van á reunirse con las ondas

del socabon por el conducto estrecho,

en donde serpenteando burbujean,

sin conseguir jamás hacerse lecho.

El aire, que la siente bajo tierra

tornarse hirviendo al mar trás la resaca,

detrás del agua al socabon se arroja;

vuelve otra vez á provocarla á guerra:

otra vez del cabon la desaloja

ella: él entra otra vez: otra le saca

el agua y otras mil... y no se aplaca

de aire y agua la horrísona pelea,

de la caverna en el peñasco hueco

hasta que se retira la maréa,

y vuelve al fin del socabon ya seco

á apoderarse el aire con el eco.