Capítulo 3
Las dos portadas

Está claro que quien dejó ahí ese mensaje lo hizo con la intención de que nosotros lo descubriéramos —apuntó Alfred—. Es como si estuviera dirigido a nuestra atención.

Aquella idea caía por su propio peso. El tío Monty asintió ante las palabras del muchacho y depositó su taza de té encima de la mesa.

Tras aquel hallazgo inesperado, y una vez que salieron de la tienda de antigüedades y cerraron con llave, los chicos habían decidido pasar la tarde en la casa de Agatha. El invernadero solía ser el lugar de reunión con una investigación en marcha, pero la lluvia de la mañana hacía la chimenea más apetecible. Así que se hallaban en el salón de la mansión Miller, la lujosa mansión de Agatha, donde el tío Monty había establecido su centro de operaciones.

El explorador estaba bastante nervioso ante la carrera de Inglaterra. La competición empezaba al día siguiente, así que no había mejor ocasión para tomar una buena merienda. Alfred estaba encantado con poder despedirse del tío Monty y desearle suerte, aunque en esos momentos aprovechaba para apurar el contenido de su taza de té.

Por otro lado, era necesario que el tío Monty echara un vistazo al periódico. Aquellas letras impactantes, que a ellos no les decían mucho, podían significar algo importante para él. Por desgracia, por mucho que el tío Monty observó la portada del periódico y releyó más de diez veces el mensaje, no consiguió sacar nada en claro, así que terminó por abandonarlo sobre la mesa y apoyar ahí los pies.

—La frase tiene dos conceptos enigmáticos: un tesoro y un maestro —intervino Agatha—, así que se nos abren dos líneas de investigación. Necesitamos averiguar alguna de las dos cosas.

La niña casi había acabado con su merienda, y en ese instante entregaba una de las rosquillas del plato a la golosa de Morritos.

—Por otro lado, me gustaría hablar con el anticuario Jackson o con su sobrino. Necesitamos saber qué clientes visitaron la tienda. Tal vez podamos averiguar quién dejó ahí este periódico.

—No creo que podamos interrogarlos hasta que pase el fin de semana —apuntó Alfred—. Y eso contando con que el anticuario se recupere pronto del catarro.

—Me encantaría ayudaros con este misterio —intervino el tío Monty—. Me da mucha rabia partir de viaje justo cuando vosotros acabáis de descubrir algo tan inquietante. Tal vez mis conocimientos de criptografía os hagan falta en algún momento.

—No importa, tío Monty —le tranquilizó Agatha—. Tú sólo debes preocuparte por dejar a Edison fuera de combate. Tienes que concentrarte en la carrera y mantenerte a salvo de sus garras. Creo que todos sabemos que sus intenciones no son nada buenas.

—Tendré cuidado —prometió el tío Monty—. Podréis saber de mí y de cada una de las etapas gracias al Daily Telegraph. El periódico ha desplegado a todo su equipo para cubrir la noticia. Si algo sucede, seréis los primeros en enteraros.

—También tenemos a Amanda Preston —añadió Alfred—. Yo creo que el otro día le caímos muy simpáticos.

—Sí…, qué chica más sorprendente —Monty esbozó una sonrisa—. Me habría encantado que fuera ella quien cubriera la carrera. Y que me entregara el premio si gano.

Alfred pensó que Amanda Preston no parecía el tipo de mujer a la que le gustara entregar premios. Más bien se ocuparía ella misma de ganarlos.

—Pues que sepas que va con los italianos —rio Agatha al ver la cara de pánfilo del tío Monty—. No nos lo dijo abiertamente, pero yo creo que es seguidora del equipo de Vicenzo Lancia y que le gustaría que fuera él quien ganara.

—¡No puede ser cierto! —exclamó Monty algo indignado—. ¡Trabaja para el Daily Telegraph! ¡Debería apoyarme a mí! ¡Yo soy el candidato británico!

—Quizá por eso no ha dicho nada —contestó su sobrina—. Me da en la nariz que Amanda sabe muchísimo de autos y que tal vez su aportación en el periódico no es tenida muy en cuenta.

—Puedo presumir de conseguir todo lo que me propongo —masculló Monty con algo de rabia— y esa Amanda Preston no será una excepción. Es una chica muy guapa. Seguro que consigo impresionarla.

A Alfred le daba que los intentos de Monty por conquistar a Amanda no harían sino caer en saco roto. No obstante, no se atrevió a contradecirle. Estaba tan ilusionado con la carrera que no quería desalentarle. Agatha, mientras tanto, se dispuso a recoger las tazas del té en la bandeja, pero al ver las botas de su tío sobre el periódico no hizo otra cosa que protestar.

—¡Tío Monty! —exclamó la niña—. ¿Cómo vas a conquistar a Amanda Preston siendo tan desastre? ¡Estás estropeando la prueba fundamental de la investigación!

La niña corrió hacia la mesa y extrajo el periódico de debajo de las botas de Monty, que, algoavergonzado, no se atrevió a rechistar a su sobrina.

Agatha sacudió el barro de la portada del diario, harta de que su tío fuera tan descuidado, pero cuando fijó sus ojos encima del papel, algo muy extraño volvió a captar su atención.

—Un momento —dijo con un halo de misterio—. Alfred, ¿podrías ir al perchero a buscar el Daily Telegraph que hay en el bolsillo de tu abrigo?

Alfred miró muy extrañado a su amiga, pero comprendió que si Agatha pedía aquel favor, su colaboración era necesaria. Mientras el chico cumplía con el encargo, Monty y Morritos se aproximaron a la niña. Estaban deseando ver su descubrimiento.

—Fijaos en las dos portadas —indicó Agatha una vez que Alfred volvió con la copia que había comprado Hércules—. Observadlas bien y decidme si hay algo que os llame la atención.

El equipo repasó con detenimiento el aspecto de los dos diarios, el hallado en la tienda del anticuario y el que habían comprado esa misma mañana.

A simple vista no parecía haber nada que fuera diferente. Las dos portadas del Daily Telegraph eran un calco la una de la otra.

Agatha deseó que el despiste del tío Monty no fuera contagioso. No podía creer que Alfred no se diera cuenta de lo que tenían ante las narices.

—Sabemos que las portadas están compuestas por el encabezado con el nombre del diario y por las noticias importantes. Pero hay algo más que diferencia a cada periódico dependiendo del día en el que es publicado, así que volved a echar un vistazo.

Alfred supo a lo que Agatha se estaba refiriendo, y volvió a observar los dos diarios sabiendo dónde buscar.

—¡No puede ser! —exclamó el muchacho—. ¡Es distinto!

—¿Qué es lo que tiene de diferente? —balbuceó el tío Monty sin enterarse de nada.

—La fecha del periódico —aclaró, por fin, Agatha—. Se supone que estos dos ejemplares son idénticos, y que han sido publicados en el mismo momento, justo en el día de hoy, ¿no?

—Así es, ¿y qué?

—Pues que hay una diferencia en el que hemos encontrado. El misterioso periódico del anticuario tiene una fecha distinta. Una fecha de hace siete años.

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25 de marzo de 1905. Así versaba el subtítulo del Daily Telegraph encontrado en la tienda del anticuario. Una fecha demasiado alejada en el tiempo como para ser un error de imprenta.

Agatha, Morritos y Alfred estaban muy desconcertados. No comprendían cómo aquel misterio había caído de repente sobre sus cabezas. Desde luego, si había un tesoro oculto, al igual que su maestro, alguien les había encomendado la tarea de rescatarlo. Y aquello era difícil sin saber de qué se trataba.

Al menos, la pista de la fecha les indicaba un sitio por donde comenzar la investigación. Nada más darse cuenta de lo que sucedía, el tío Monty había maldecido una y mil veces que la carrera comenzara al día siguiente. Por culpa de la salida no iba a poder acompañarlos, pues estaba claro que la primera parada era evidente: la redacción del Daily Telegraph.

Gracias al despliegue de la carrera de Inglaterra, aquel domingo todo el equipo del diario estaba trabajando, y Agatha se dijo que había sido una suerte que Amanda se quedara en la redacción para poder atenderlos. Por mucho que a ella le fastidiara no cubrir la carrera.

Nada más verlos, la muchacha había expresado una sonrisa sincera, a pesar de que en esos momentos tenía mucho trabajo. El señor Lawrence acababa de llegar a la redacción y traía un humor de perros. No había dejado de dar gritos desde que su figura espigada apareció por el pasillo. Al parecer, dos de sus fotógrafos habían sido atropellados en la salida y tener a dos trabajadores accidentados no era un buen modo de comenzar la carrera.

—Me han comentado que ha sido por culpa de Edison —murmuró Amanda a los chicos tras oír los gritos de su jefe—. ¿Es cierto que se ha adelantado tanto que casi atropella a la mitad de la gente?

Agatha asintió con hartazgo. Alfred, Morritos y ella habían acudido a la salida para apoyar a Monty, pero toparse con las primeras desfachateces de Edison no había sido nada agradable. A pesar de eso, habían procurado animar con todas sus fuerzas al equipo británico, aunque en su interior, Agatha sufría de veras por el bienestar de su tío.

—¡Amanda! —gritó de repente el señor Lawrence haciendo que todos dieran un respingo—. ¿Qué haces ahí tan entretenida? ¿Acaso no te doy suficiente trabajo?

El rostro de Amanda se contrajo y Agatha notó que de ningún modo osaría contradecir a su jefe.

—Estaba atendiendo a los sobrinos de nuestro candidato, señor —contestó la periodista—. Los entrevistaba para que me contaran sus impresiones sobre la salida.

—Tenemos a gente más cualificada que se encargará de eso —contestó el señor Lawrence con sequedad—. Así que, de momento, encárgate del fantasma del metro. Alguien ha vuelto a verlo vagando por Covent Garden.

—¿Otra vez ese caso? —protestó Amanda muy contrariada—. Sabe de sobra que no es más que una broma pesada. ¡Sin duda es alguien que se aburre demasiado y se dedica a asustar a la gente!

—Pues si es así, ya estás tardando en encontrarlo y entrevistarlo —contestó el jefe—. No hay excusas para afrontar una noticia en mi redacción. Y si no te gusta, ya sabes dónde está la puerta. ¡No olvides que fuiste tú quien me pidió trabajo!

Amanda deseaba protestar, pero no pudo hacer otra cosa que apretar los puños y sentarse frente a su máquina de escribir. El señor Lawrence desapareció en dirección a su despacho y Agatha notó cómo la muchacha intentaba apaciguar su rabia. Al fin y al cabo, tenía que atender a sus invitados.

—Hemos venido por si puedes echarnos una mano —murmuró la niña una vez que los gritos del señor Lawrence se disiparon dentro de su despacho—. Tal vez no es buen momento, pero hemos descubierto algo y necesitamos de tu experiencia para aclararlo.

—¿Quieres decir que ahora mismo tenéis una investigación entre manos? —susurró Amanda emocionada—. ¡Es formidable! ¡Podré ver de cerca cómo trabaja Miller & Jones!

—Por el momento no sabemos si tenemos un verdadero caso —apuntó Agatha algo escéptica—. Todo dependerá de si conseguimos descifrar este mensaje. Además, aún no sabemos quién nos ha contratado.

La niña sacó los dos ejemplares del Daily Telegraph, el de Hércules y el del anticuario, y los colocó sobre la mesa de Amanda. Al ver la portada con las letras rojas, la periodista abrió los ojos con sorpresa, y se inclinó con mucho cuidado para observar el mensaje.

—¿Dónde habéis encontrado esto? —preguntó asombrada—. Es realmente misterioso.

Agatha le contó todo lo ocurrido en la tienda de antigüedades, el descubrimiento de la lechuza Elster y la multitud de interrogantes que se habían abierto desde que comenzara el caso. Una vez que la niña concluyó con los detalles, Amanda se quedó callada durante un rato, se acercó al periódico misterioso y clavó sus ojos verdes en él, observando cada uno de los detalles.

—Vaya… —murmuró mientras examinaba las letras rojas—. Sea quien sea se está tomando muy en serio vuestro trabajo.

—Así es —intervino Alfred—. Y ha sabido darnos una pista para comenzarlo. Necesitamos saber qué ocurrió el 25 de marzo de 1905.

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Al ver el detalle de la fecha, Amanda se incorporó estupefacta. Acababa de comprender a la perfección la inquietud de los niños. Después volvió a comparar los dos periódicos para asegurarse de que sus ojos no la engañaban. Necesitó muy poco tiempo para volver a reaccionar.

—No sé de dónde ha salido este ejemplar —dijo señalando el periódico de la tienda de antigüedades—, pero puedo aseguraros que no lo ha hecho del Daily Telegraph. Sólo se hace una plancha al día y no se cambia la fecha de esta manera. Está claro que la pista es intencionada.

—Eso nos parecía —confirmó Agatha—. Quien nos ha enviado este mensaje está muy interesado en que sepamos qué ocurrió en esa fecha. Por eso hemos venido a que nos ayudes.

Amanda torció el gesto antes de contestar.

—Me considero una buena periodista, pero no soy tan inteligente como para memorizar las noticias de cada día. Eso sólo lo hacen las mentes de los genios. De todas maneras, hay un modo de saberlo… Aunque tenéis que prometerme que os comportaréis con discreción.

Agatha, Alfred y Morritos asintieron en silencio. Los inicios de aquel caso se estaban poniendo cada vez más interesantes. Amanda sacó la cabeza por el cristal del pasillo y, cuando comprobó que no había nadie en el horizonte, se volvió con sigilo hacia los tres socios.

—Venid conmigo.

Los niños y Morritos avanzaron por el pasillo de la redacción siguiendo el vestido color crema de Amanda. La periodista sorteaba cada una de las mesas de los redactores, que en la mayoría de los casos eran serios hombres bien trajeados. Agatha se dijo que, por mucho que quisiera, Amanda jamás pasaría desapercibida en el Daily Telegraph, y si a eso se le sumaba la presencia de dos niños con su perra de dos rabos, el plan de ser discretos estaba condenado al desastre.

No obstante, tardaron poco tiempo en llegar a su destino. Y una vez que cruzaron el umbral de la estancia, Agatha comprobó el porqué de tanto sigilo. Se encontraban en el cuarto de los archivos, un verdadero tesoro para cualquier redacción.

—En la hemeroteca se puede investigar casi cualquier cosa —explicó la reportera—. Conservamos todos nuestros periódicos ordenados por fechas, aunque también se pueden hacer búsquedas dependiendo del tema de la noticia. Para eso utilizamos las fichas —Amanda señaló un par de ficheros a la izquierda del cuarto—. De todas formas, para lo que vosotros buscáis, eso no será necesario.

La muchacha los guió por los muebles de madera y señaló uno de los cajones del fondo.

—Ése es el archivo de 1905. Sólo tenéis que buscar la fecha correcta.

Amanda debía volver cuanto antes a su mesa de trabajo. El humor del señor Lawrence no toleraría ninguna ausencia injustificada, y los niños prometieron que dejarían todo tal y como lo habían encontrado.

Una vez que la muchacha salió por la puerta, Alfred se aproximó al mueble del fichero, aquel que contenía todos los ejemplares del Daily Telegraph publicados durante 1905.

—Vamos a buscar en el mes de marzo —dijo una vez que abrió el primer cajón y observó los diarios puestos en fila—. Por lógica, los primeros periódicos serán los de enero, así que no tiene que andar muy lejos de aquí.

Morritos y Agatha aguardaron en silencio. El sonido de las teclas de las máquinas de escribir traspasaba la puerta de cristal y Agatha deseó que nadie tuviera que entrar en el cuarto de la hemeroteca justo en ese momento. La investigación se iría al traste y Amanda podía sufrir una buena reprimenda. Estaba claro que no disfrutaba de la piedad de su jefe.

Alfred dejó a un lado el mes de enero y pasó a separar los de febrero. Mientras rebuscaba entre las páginas dobladas y bien planchadas, la niña y la perrita cada vez estaban más inquietas, y una vez que su socio alcanzó el mes de marzo les pareció que el tiempo transcurría tan despacio que Alfred jamás conseguiría terminar.

—Veintiuno, veintidós, veintitrés… ¡Aquí está! ¡Veinticuatro de marzo!

Morritos y Agatha se aproximaron a Alfred. El chico extrajo el periódico y lo desplegó al frente. Cada uno de los tres socios había supuesto que, una vez descubierto el ejemplar, tardarían algo de tiempo en dar con la clave, pero nada más ver la portada del diario sus dudas se despejaron. La portada del Daily Telegraph del 25 de marzo de 1905 mostraba una noticia muy relevante. Sin duda un bombazo informativo. Estaba redactada a toda página con todo lujo de detalles y puede que fuera una noticia triste en su momento. En cambio, para el equipo de Miller & Jones aquella portada acababa de convertirse en algo de vital importancia: una nueva pista de lo más intrigante.