Capítulo 8
Un reportaje de investigación

¡Es el bastón que llevaba Edison el día de la carrera! —exclamó Alfred una vez que salieron del edificio—. ¿Por qué lo habrá comprado?

Ninguno de los tres investigadores podía caminar más rápido. Debían mantener la compostura hasta que se hubieran alejado unas manzanas, pero era difícil no echar a correr con la valiosa información que acababan de descubrir.

—¡Te dije que Edison no era ajeno a este misterio! —exclamó Agatha—. Ahora sabemos que se enzarzó con el hombre indio por culpa de ese bastón. ¡No puede haber aparecido aquí de manera casual! ¡Algo debe de estar tramando!

—Llevas razón —claudicó Alfred—. Ese bastón debe de ser importante si tanto Edison como el hombre exótico lo querían.

—Puede que esté relacionado con el tesoro de Verne —sugirió Agatha mientras doblaba la esquina y se paraba a descansar—. Aunque no sé qué relación puede tener ese dichoso arquitecto en toda esta historia. Me da que este caso aún tiene muchas sorpresas por desvelar. Sobre todo la más importante: por qué nosotros estamos en medio.

—Es cierto —apoyó el niño—. Sabemos que después de perder el bastón, el hombre exótico volvió a la casa de subastas el sábado siguiente y compró la lechuza Elster. ¿Por qué lo haría?

Agatha no lo sabía. En aquel caso había demasiadas preguntas y muy pocas respuestas. Alfred, mientras tanto, continuó un poco más allá.

—Por ahora lo único que podemos asegurar es que el bastón es vital para el caso. Y que Edison sabe por qué.

—Tenemos que averiguarlo —dijo Agatha apretando el puño con firmeza—. Si es necesario preguntar al mismísimo Edison, no tengo ningún problema en hacerlo. Tal vez podamos recuperar el bastón y descubrir la clave de lo que está sucediendo. ¿Qué dices, Morritos? ¿Te apetecería ir a la carrera a visitar al tío Monty?

La perrita comenzó a dar saltos alrededor de Agatha. La idea era bastante extravagante, pero la emoción de ver al tío Monty pesaba más que cualquier otra cosa.

—Un momento, Agatha —exclamó Alfred algo incrédulo—. ¿Cómo vamos a llegar al lugar de la carrera con tan poco margen de tiempo? No sabemos si hay trenes o transportes disponibles para alcanzar la comitiva. ¡Necesitamos pensar en cómo hacerlo!

—Te preocupas por los problemas antes de tiempo —dijo la niña—. Esta parte del plan es la más sencilla. Tenemos a la candidata perfecta para que nos lleve.

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—¿Habéis perdido la chaveta? —había exclamado Amanda cuando Agatha le sugirió la idea—. ¿Cómo voy a dejar mi puesto así por las buenas?

Los niños sabían que aquel caso se estaba complicando tanto que requería medidas urgentes, y la más importante pasaba por convencer a Amanda de que los acercara al lugar de la carrera.

El Daily Telegraph parecía un caldero hirviendo a borbotones. Hacía sólo unas horas que una verdadera crisis había sacudido de lleno la redacción. La portada del Times, el periódico de la competencia, había pronosticado que Edison sería el vencedor de la carrera de Inglaterra. El diario mostraba una fotografía del americano en primera plana mientras que en las hojas interiores publicaba un artículo sobre Monty plagado de mentiras. El reportaje acusaba directamente al Daily Telegraph de ser unos estafadores y de no haber aclarado de dónde saldría el dinero del premio. Aseguraban que no había donante anónimo y que esa carrera estaba organizada por el mismo periódico para darse publicidad. Todos los redactores corrían nerviosos de un lado para otro intentando atender las múltiples informaciones. Había mucho en juego.

Desde su despacho en el fondo de la redacción, el señor Lawrence daba unos gritos considerables. Estaba tan enfadado que maldecía una y mil veces la portada del Times, muy arrugada encima de su mesa. Y Amanda pensó que aquella visita de Alfred y Agatha no había podido ser más inoportuna.

—Edison ha debido de filtrar información al Times sabiendo que es nuestra competencia —susurró a los niños muy seria—. Su guerra sucia va más allá de la carrera. Pretende hundir al Daily Telegraph.

Agatha pensó que no sólo el prestigio del periódico estaba en peligro, sino también el del tío Monty. Tan sólo quedaban dos etapas para concluir la carrera y la posibilidad de que Edison se proclamara vencedor cada vez era más certera. Debían descubrir qué diantres tramaba, y para eso necesitaban la ayuda de la periodista.

—Amanda, hemos descubierto cosas importantes —dijo Agatha con voz grave—. Sabemos que Edison tiene mucho que ver en el caso que estamos resolviendo. Yo estaba convencida de que algo tramaba, y al fin, esta tarde, he confirmado que así era. Necesitamos que nos ayudes.

—Pero… ¿cómo pretendes que deje la redacción con la que tenemos encima? —susurró la chica—. Como el señor Lawrence note que me he marchado, ¡será el final de mi carrera!

—¡Precisamente por eso! —exclamó Agatha—. Te ofrecemos la posibilidad de averiguar lo que está tramando Edison. Tendrás la exclusiva para el periódico. Un verdadero reportaje de investigación. ¡Podrás salvar el honor del Daily Telegraph!

Amanda estaba tan asombrada que no acertaba qué decir. A lo lejos, el señor Lawrence acababa de salir de su despacho y comenzaba a gritar a diestro y siniestro. Faltaba poco para que descubriera a los dos niños y a Morritos frente a la mesa de la periodista.

—Por favor, Amanda —suplicó Agatha—. Me da en la nariz que algo muy importante se está cociendo y que, si no lo impedimos, Edison se saldrá con la suya. ¡Sólo necesitamos que nos lleves hasta él!

El señor Lawrence acababa de alcanzar con la vista a la reportera, y al ver delante de ella a los dos niños, su rostro entró en cólera.

—¡Amanda! —chilló hecho una furia—. ¡Como vuelva a verte charlando pienso darle a otro tu mesa! Hoy tengo demasiado trabajo para ocuparme de ello, pero de mañana no pasa, ¡te voy a echar!

Los niños y Morritos supieron que su tiempo acababa de agotarse. No habían conseguido convencer a Amanda. Agatha sintió cómo la desesperación comenzaba a apoderarse de ella. Vista la situación de la redacción, no podían hacer otra cosa que dar media vuelta y volver por donde habían llegado. Por suerte para ellos, antes de salir del despacho oyeron la voz dulce de la periodista que les susurraba a la espalda:

—Escuchad. No os prometo nada, pero esperadme esta noche en casa.

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Agatha estaba convencida de que Amanda conseguiría zafarse de sus obligaciones y que los llevaría hasta la carrera. Apenas había tenido tiempo de conocerla, pero algo le decía que no desperdiciaría una oportunidad como ésa ni en un millón de años. Alfred, por su parte, no estaba tan convencido. Sabía que aquel viaje podía suponer una oportunidad para que Amanda demostrara su valía, pero también comprendía que la periodista tendría que luchar contra serios impedimentos.

Una vez que regresaron a casa de Agatha, el chico se había encargado de telefonear a su madre y avisarla de que se quedaría allí a dormir. Aquello no era verdad del todo, pero no sabía qué decir, ya que era muy posible que partieran de viaje. Al final decidió poner la misma excusa que Agatha le dio a su madre: el Daily Telegraph necesitaba hacerles un reportaje y viajarían con una de sus periodistas hasta Reading, donde tendría lugar la última etapa de la carrera.

Por fortuna, la madre de Alfred se tragó aquella verdad a medias, y no mencionó nada sobre sus obligaciones en la tienda. Al igual que la madre de Agatha, que tampoco puso impedimento y ni siquiera insistió en acompañarlos. Las extravagancias de su hermano eran tan numerosas que ya había desistido en seguirle la pista desde hacía años.

Al ver que tenían el camino libre, Agatha fue a su habitación dispuesta a hacer el equipaje. Alfred esperaba no estar fuera más de un día y medio, pero Agatha parecía estar preparándose para un crucero de dos semanas. Abrió una enorme maleta encima del colchón, en la que fue colocando, uno a uno, sus vestidos. Tras incluir el cojín rojo con borla dorada de Morritos, se dijo que las dos estaban listas para lo que les deparara esa investigación. Aquel Edison no las pillaría desprevenidas.

Normalmente era Hércules, el mayordomo, quien se encargaba de sacar la maleta al porche cada vez que alguno de los Miller partía de viaje. Pero como tenía la tarde libre, los dos niños se apañaron para bajarla por las escaleras y dejarla preparada en la entrada.

Al depositar el equipaje en el recibidor, Alfred se dio cuenta de que había algo en el suelo, justo delante de la puerta. Se acercó allí y descubrió que se trataba de un periódico. El cartero debía de haberlo colado por la rendija de latón del correo, pero tal vez con la ausencia de Hércules, llevaba allí todo el día. Alfred tomó el diario del suelo y fue al saloncito en busca de su amiga.

—Agatha, han dejado el periódico de hoy en la puerta —dijo cuando llegó a su lado—. Lo he encontrado en el recibidor.

Agatha miró a Alfred con extrañeza.

—¿El periódico? ¿A estas horas? Ya es casi de noche.

—Puede que Hércules se haya olvidado de entregároslo. Toma. Es el ejemplar de hoy del Daily Telegraph.

Agatha alargó la mano, dispuesta a cogerlo. En cambio, nada más escuchar la última frase de Alfred, se puso en alerta.

—¿Has dicho el Daily Telegraph? —exclamó alarmada.

—Sí, ¿por qué?

—Porque a mi casa no llega el Daily Telegraph, sino el Times. ¡No estamos suscritos al Daily Telegraph!

—Entonces, ¿por qué te lo han dejado?

Nada más pronunciar esas palabras, Alfred bajó la mirada, muy despacio, hasta el ejemplar que aún conservaba en sus manos. Estaba claro que si la familia Miller no estaba suscrita a ese diario, alguien lo había dejado allí intencionadamente. Supo que todo estaba a punto de volverse del revés.

El chico desplegó el periódico con urgencia y revisó la portada con Morritos muy pegada a él. Los dos sabían perfectamente lo que debían buscar.

—¡Mirad! —exclamó Alfred—. 5 de septiembre de 1904. ¡La fecha vuelve a ser diferente!

Agatha tomó el ejemplar dispuesta a comprobar el descubrimiento, pero cuando echó un vistazo en el interior un nuevo grito de asombro estremeció a sus impresionados amigos.

—¡Nos han dejado otro mensaje! —exclamó la niña, que desplegó bien las hojas para que sus socios pudieran verlas.

Una nueva ristra de letras rojas se mostraron ante ellos:

Mañana a las doce de la noche. Usen el bastón.
La señorita Jones les mostrará el camino
.
Siempre ha sabido llegar.

Ninguno de los tres investigadores cabía en sí de asombro. ¿Qué podía significar ese extraño mensaje?

—Nos está citando a una hora concreta y nos pide que llevemos el bastón de Edison —murmuró Agatha, muy impactada con aquella nota—. ¡Está claro que tenemos que recuperarlo!

Alfred asintió y enseguida añadió alarmado:

—Ya, pero, a las doce, ¿dónde? Esa nota no da ninguna dirección. Sólo habla de la señorita Jones. ¿Quién será ésa?

Los dos niños se miraron alarmados, pues tal vez habían dado con la misma respuesta. Acto seguido, posaron sus ojos sobre Morritos, que no pudo hacer otra cosa que gemir ante aquella intriga tan sorprendente.

—¿Es posible que se refiera a Morritos? —dijo, al fin, Alfred.

—No lo sé —contestó Agatha—. Pero me parece que una cosa está clara. Y es que necesitamos más que nunca llegar hasta la carrera. Espero que Amanda no nos falle.

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La periodista no lo hizo. Alfred no recordaba haber estado tan nervioso desde hacía mucho tiempo. A pesar de la convicción de Agatha en que Amanda aparecería, él no estaba tan seguro de que eso sucediera. En cambio, al cabo de tres horas, Amanda se plantó con su auto delante de la casa Miller, tal y como Agatha había pronosticado.

—Está bien —dijo la periodista una vez que tanto ellos como el equipaje estuvieron instalados—. Ahora explicadme punto por punto qué narices está pasando. Sobre todo lo de ese nuevo periódico.

Tras descubrir el diario a los pies del recibidor, Agatha había decidido llamar al Daily Telegraph. Su intención era avisar a Amanda de la nueva fecha de la portada. Así ella podría buscar el periódico concreto en la sala de la hemeroteca y traerlo consigo. En cambio, en la redacción había tanto lío que la persona que les contestó el teléfono se vio incapaz de pasarles con la periodista. Agatha se dijo que no debía facilitar información sensible a ningún desconocido, así que le pidió simplemente que le transmitiera la fecha a modo de mensaje.

—Menos mal que he sabido interpretar lo que me queríais decir —dijo Amanda bien agarrada al volante—. La telefonista puso una cara muy rara al entregarme la nota.

—Entonces —intervino Alfred—, ¿has conseguido el ejemplar del 5 de septiembre de 1904? ¿Qué es lo que dice?

—No tan rápido, amigo —negó la muchacha—. Por desgracia, ese diario es uno de los que han desaparecido. Y me da que estamos metidos en algo gordo sin saber toda la información. Sobre todo yo.

Agatha admitió que Amanda llevaba toda la razón. Tal vez ella era la que menos sabía de aquella historia, así que lo justo era confesarle todo lo relativo a la casa Christie’s, el hombre exótico, Edison y el bastón.

—Ese bastón es importante —afirmó Agatha tras algunas explicaciones—. El periódico de esta noche nos lo ha confirmado. Perteneció a un tal Leslie Green, y Edison lo consiguió en Christie’s, la casa de subastas.

—¿Leslie Green, el famoso arquitecto? —exclamó Amanda con sorpresa.

Alfred no dudó en intervenir desde el asiento trasero.

—¿Por qué ese nombre es conocido para todo el mundo menos para nosotros?

Amanda sonrió al ver la indignación de Alfred.

—Pues porque su muerte fue toda una tragedia —aclaró mirándole por el retrovisor—. Sucedió hace poco tiempo y la gente aún está impactada. El señor Green era muy joven, y fue el encargado de diseñar las nuevas paradas del metro de Londres. Las prisas por terminarlo a tiempo le pasaron factura y murió de un infarto al corazón. Todo el mundo sabe que su trabajo tuvo la culpa.

—Una historia muy triste, así es —admitió Alfred con algo de indiferencia—. Pero ¿por qué ahora es importante su bastón? Edison pagó por él una suma enorme. Debía de estar muy interesado.

—Yo no sé nada de bastones —dijo Amanda—. Pero si lo que habéis descubierto es cierto, Edison está metido de lleno en vuestro caso. Veremos lo que se puede averiguar. Aunque he de advertiros algo: Edison es un rival muy delicado. No deis un paso adelante si no estáis convencidos de que no será en falso.

Agatha miró a Alfred. Los dos sabían eso desde hacía mucho tiempo, aunque no estaba de más remarcarlo por si acaso.