6

Al principio, Doortje van Stout no tomó ninguna decisión. Ya el día después de su desvanecimiento se levantó y volvió a colaborar en el hospital. El doctor Greenway le encargó unas tareas ligeras y, al estar encinta, le dieron raciones más abundantes de comida. Doortje aceptó en silencio un trato especial. Ahora, pasado algún tiempo, se le aclararon algunas cosas. Esa hambre voraz de la que se había avergonzado, el cansancio constante y la irritabilidad. Todos eran signos de un embarazo. Si hubiese caído en la cuenta antes... De todos modos, Cornelis no se habría casado con ella. En cuanto se hubo proclamado de forma oficial el desmantelamiento del campo y la liberación de los prisioneros de guerra, se había marchado con su Daisy, pletórico de alegría, rumbo a Pretoria. Entretanto, también los últimos destacamentos bóers se habían retirado y en mayo se firmarían los tratados definitivos de paz. Doortje se habría quedado sola tanto con niño como sin él.

Pese a todo, no concebía tener que marcharse de su país para seguir a Kevin a un mundo desconocido. Y desde luego no estaba dispuesta a hacerlo de buen grado. Habría sido impensable, una traición a su pueblo y a su familia, a todos los valores que le habían inculcado, a su Iglesia, que la expulsaría cuando su vientre aún se redondeara más. Las mujeres del campo ya empezaban a evitarla. Las mujeres honradas hablaban a sus espaldas, las putas se le reían en la cara. Doortje era consciente de que Kevin esperaba su respuesta y que debía decidirse. Y los soldados habían empezado a desmantelar el campo. Cada día se esperaba la llegada del nuevo comandante.

Apareció un fin de semana en que Roberta y Vincent Taylor se habían ido de safari por el veld. También los acompañaban Jenny y varios oficiales ingleses, contentos de poder contemplar por fin en paz la naturaleza de esa tierra fascinante. Kevin y los otros Rough Riders habían visto más que suficiente mientras patrullaban con sus caballos, pero muchos hombres habían pasado casi toda la guerra en Karenstad y no querían regresar a sus hogares sin haber estado al menos una vez frente a un león. Para evitar que la exaltación de esos curiosos provocase una reacción violenta en los animales, Vincent había contratado a varios zulúes de Karenstad II como guías. Los boys no solo se manejaban como rastreadores, sino que hicieron más agradable el safari a los participantes montándoles las tiendas y cocinando para ellos.

Ese día, en el hospital cocinaban las auxiliares de enfermeras. Doortje estaba sentada delante de la casa pelando patatas. El aire caliente y sofocante del hospital cada vez la molestaba más y prefería evitar a las demás mujeres. De todos modos, Antje Vooren todavía hablaba con ella, mientras las demás cotilleaban sobre la supuesta puta de los tommy. Sin embargo, todavía debía de haber mujeres en el campo que se acordaran de Johanna y de lo que les había ocurrido a ella y Doortje en el carro que las transportaba a Karenstad. Probablemente fuesen pocas, muchas no habían sobrevivido a los seis meses de encierro, y las otras habían visto tanta pena, enfermedad y muerte que ni pensaban en el martirio que habían sufrido las dos jóvenes. Al menos no contaban los meses, y el vientre de Doortje apenas estaba abultado. La mayoría de las mujeres partía de la suposición de que el niño había sido engendrado durante la estancia en el campo, posiblemente mientras la madre y los hermanos estaban muriéndose. Recientemente ocurría incluso que las mujeres escupían delante de Doortje cuando se cruzaba con ellas. La joven no soportaría mucho tiempo más una situación así.

Empezó a trocear las verduras para el potaje y se esforzó por espantar las impertinentes moscas que volaban a su alrededor. Doortje se quedó helada cuando con el rabillo del ojo vio que un gran caballo negro se detenía delante de la casa del director del campo. Un hombre rubio desmontó. Enseguida reconoció la silueta, incluso sin alcanzar a ver su rostro. Los movimientos precisos del coronel se le habían quedado grabados, sus gestos seguros, su andar veloz y militar. La manera de detenerse firme... un soldado de caballería, un oficial... pero nada que ver con un caballero.

Doortje dejó caer las patatas que iba a cortar y se puso en pie.

Kevin estaba ocupado archivando documentos. No era su intención dejar el campo en un estado tan caótico como lo había heredado de su antecesor, incluso si el director provisional, como era de esperar, solo sería responsable de su desmantelamiento. Pero quien quisiera conocer la historia de Karenstad, encontraría sus apuntes. Completos y sin embellecimientos. Un día, de eso estaba seguro, el arresto de las mujeres y niños en esa guerra sería calificado de crimen.

El médico apenas levantó la vista cuando llamaron a la puerta. Ya abriría Nandé. Suspiró al pensar en la chica negra. También habría que encontrar una solución para ella. Kevin esperaba que los zulúes no echaran a los miembros de la tribu que no tuvieran familia; pero, por otro lado... ¿quedaban todavía tribus que vivieran según las tradiciones ancestrales? ¿Y se adaptaría Nandé después de haber vivido siempre en una granja de blancos? En ese momento oyó su nítida y amable voz.

—¡Bienvenido, baas coronel! Nosotros esperarle. Yo le anuncio al doctor, ¿sí?

Una risa grosera se oyó por respuesta.

—Vaya, hombre, esta sí que es una amable bienvenida. No contaba yo con que el viejo Drury me recibiera así. Y qué bomboncito más simpático... ¡negro y dulce! Ya veo cómo el doctor se ha endulzado aquí la vida. ¿Te quedarás conmigo cuando lo releve?

Kevin sintió un escalofrío en la espalda. Dejó a un lado la pluma y se levantó. La voz de Nandé tenía ahora un deje de temor.

—Yo... yo no entender, baas coronel... yo anunciar...

Kevin abrió la puerta del despacho e intentó tranquilizar a la joven con una sonrisa.

—Está bien, Nandé, ya puedes marcharte. Ya no te necesitamos.

Entonces miró la cara destrozada y los hermosos ojos castaño verdosos de Colin Coltrane.

—¿Usted? —preguntó.

Colin rio.

—Pues sí, volvemos a vernos, doctor Drury. Pero no se preocupe, no estoy enfadado con usted, los pequeños trastornos a causa de esos granujas muertos son cosa del pasado. Aniquilamos los dos destacamentos siguientes y los peces gordos de Pretoria enseguida volvieron a tomarme cariño. En general, ha sido una guerra bonita. Nada de empalizadas, nada de cañonazos zumbando en los oídos de uno... solo campesinos tontos que se cazan como conejos. Y un país simpático... Me quedaré por aquí. A fin de cuentas, serán necesarios unos años de presencia militar hasta que estos tipos por fin se hayan amansado. —Rio irónico—. A lo mejor hasta me instalo aquí. Les vendo a los bóers un par de caballos decentes y me busco una chica bonita. Aquí hay bastantes.

Kevin lo miró con odio.

—¿Es usted quien va a encargarse de la dirección del campo y de repatriar a las familias? ¿A quién se le ha ocurrido? Protestaré por ello, Coltrane. Aquí están las esposas y los hijos de los hombres que usted ha matado.

Coltrane se encogió de hombros.

—Así se hace en la guerra. No encontrará ningún regimiento de caballería que no haya disparado contra ningún bóer.

—Destruyó las granjas de esa gente quemándolas. ¡Le reconocerán!

Kevin se sentía desamparado. Coltrane tenía razón, no había ninguna razón sólida para retirarle esa misión a él y su destacamento de Rough Riders. Sin embargo, todo él se oponía a abandonar a las personas que habían estado a su cargo a los caprichos de Colin Coltrane.

—Entonces ya saben lo que les espera si cometen tonterías —respondió tranquilamente Colin—. No obstante, soy un caballero, doctor Drury. Sé cómo tratar a las mujeres. Pregunte si no a su hermana, a la fascinante Matariki.

Kevin tuvo que dominarse para no atizarle un puñetazo en la cara. Probablemente habría salido perdiendo: Coltrane era, sin duda, un matón experimentado.

Coltrane fingió no darse cuenta de la rabia impotente de su interlocutor.

—Bien, enséñeme el lugar —pidió con calma—. Podemos empezar con su hospital, será lo primero que desmantele.

Kevin lo siguió como anonadado. Tenía que ocurrírsele algo. Acompañaría a la caravana... pero no podría estar en todos los sitios. E ignoraba de qué tenía que proteger a las mujeres y niños en realidad. Coltrane era oficial, licenciado por Sandhurst. Debía de saber controlar a sus soldados, si es que quería...

Salieron al sol abrasador de África. Kevin pestañeó deslumbrado y observó la imagen pacífica que se le ofrecía. Delante de la tienda de las auxiliares negras, donde Greenway había alojado a las ayudantes blancas y sus familiares, jugaban unos niños. Kevin reconoció a dos de los hijos de Antje Vooren y a dos chicas mayores; la mujer estaba dentro protegiéndose del calor del mediodía. En el sitio donde se ataban los caballos, entre la casa y el hospital, se encontraba el caballo negro de Colin y, justo en ese momento, Vincent Taylor ayudaba a Roberta a descender de su poni blanco. Los dos iban deprisa y estaban muy serios, sobre todo Vincent. Kevin ya se lo imaginaba. Los integrantes del safari debían de haberse enterado de la llegada de los Rough Riders. Seguramente, Vincent había vuelto presuroso para avisar a Kevin. Demasiado tarde, por desgracia. Tampoco habría servido de mucho que se lo hubiese comunicado antes, si bien los médicos habrían podido discutir sobre qué hacer contra el nombramiento de Coltrane.

Desde el hospital se acercaba Doortje. En circunstancias normales, Kevin se habría alegrado de verla. El que todavía no hubiese contestado a su petición de matrimonio le mortificaba, pero su corazón siempre palpitaba al verla. Ese día, sin embargo, algo había cambiado. La muchacha se movía con torpeza, tenía el rostro blanco e inexpresivo como un cadáver. Se diría que tenía el cuerpo contraído y traía algo en el puño cerrado. Pero Kevin no podía preocuparse por eso ahora. Colin Coltrane se volvió con una mueca hacia Vincent, quien instintivamente se colocó protector delante de Roberta.

—¡Vaya, otro viejo conocido! ¡Quién lo hubiese dicho, nuestro veterinario! Nuestros hombres sensibles todos juntos. Solo falta aquel bóer... ¿cómo se llamaba?

Kevin vio que Doortje se quedaba mirando a Coltrane. Se estremeció al oír su voz y de pronto apretó el paso.

Roberta, que vio a Doortje de reojo, gritó asustada cuando vio el cuchillo en la mano de la joven bóer. Coltrane no entendía nada. En ese momento, Kevin se percató de las intenciones de Doortje y corrió, pero llegó tarde. La joven bóer descargó con todas sus fuerzas el cuchillo en la espalda de Colin Coltrane. La punta resbaló contra el omóplato, pero Doortje siguió empuñando el cuchillo. Coltrane se dio media vuelta, desenfundando el revólver que llevaba en el cinturón.

Doortje volvió a levantar el cuchillo ensangrentado y Kevin reaccionó por instinto. Podía detener a Coltrane o a Doortje. Pero si la sujetaba a ella, el comandante le dispararía. Kevin no podía correr ese riesgo. Se abalanzó contra Coltrane, le cogió por la espalda y tiró de él hacia atrás, sin percatarse que de ese modo ofrecía a la joven bóer el pecho al descubierto de Coltrane.

Doortje le clavó el cuchillo sin vacilar.

—¡Esto por Johanna, cerdo! —gritó, sacando el cuchillo de la herida. Coltrane jadeó. Doortje volvió a clavarle la hoja entre las costillas—. ¡Y esto es por mí! ¡Y por mi hijo! ¡Y por...!

Vincent y Roberta se habían quedado como petrificados, solo cuando Doortje iba a clavar por cuarta vez el cuchillo el veterinario corrió y la detuvo.

—¡Doortje! ¡Detente, Doortje!

La muchacha dejó caer el cuchillo cuando vio que Colin Coltrane colgaba desmadejado de los brazos de Kevin. Este la miraba atónito.

—Él... fue él... —susurró Doortje—. Él y sus hombres. Tenían a Johanna y la... Y él... a mí...

Rompió en sollozos y se apretó el vientre con las manos ensangrentadas. Kevin dejó caer a Coltrane en el suelo, se acercó a Doortje y la tomó entre sus brazos.

Vincent se arrodilló junto al cuerpo del oficial y le tomó el pulso.

—Muerto —anunció.

Roberta miró alrededor. No había nadie.

—¿Qué hacemos? —preguntó.

Vincent la miró sin comprender.

—No hay nada más que hacer —respondió.

Doortje y Kevin estaban inmóviles. Ninguno de los dos parecía dispuesto a reaccionar.

Roberta sintió un asomo de su antiguo dolor cuando vio a Kevin con la otra mujer. Por un instante la asaltó un mal pensamiento: si ahora todo transcurría como debía, Kevin no volvería a ver nunca más a Doortje van Stout. O como mucho en un juicio por asesinato. Luego la colgarían... y ella de nuevo tendría el camino libre.

Pero se corrigió. No podía sacrificar a Doortje por una relación sin esperanzas. Y Kevin... también él estaba amenazado. Roberta Fence recordó el amor que siempre había sentido por Kevin. Decidió salvar al hombre que nunca le había prestado atención. Decidida, tiró de Vincent.

—Vincent, lo ha matado. Si se averigua, la sentenciarán a muerte. Y Kevin... por todos los cielos, ¡lo tenía sujeto mientras ella lo acuchillaba! Esto es... complicidad, o como quiera que se llame. Espero que nadie haya visto nada.

—Nosotros lo hemos visto —murmuró Vincent—. Pero ya has oído. Coltrane la ha... fue él quien la violó. E incitó a sus hombres para que violaran a la hermana...

Roberta pareció escandalizarse.

—Entonces tendría que haberlo denunciado, pero no matarlo a cuchillazos como... como a un cerdo. Si no hacemos algo, la colgarán.

—Aquí, coger manta... —La voz vacilante de Nandé interrumpió el intento de Roberta por sacar a Vincent de su estupor—. Meter hombre en manta. ¿Casa? —La muchacha negra señaló el edificio administrativo.

Roberta asintió aliviada. Al parecer, Nandé también había visto el crimen, pero se mostraba pragmática. Ella los podría ayudar. Y seguro que era digna de confianza.

—¡Venga, Vincent! Deprisa, antes de que llegue alguien —azuzó al veterinario, que seguía mirando al muerto bajo los efectos del shock—. Envuélvelo en la manta. Y tú ayúdale, Nandé. Llevadlo a...

—Al establo —sugirió Nandé.

En la cuadra, en la que ella se habría acomodado tan bien, no había nada más que herramientas y trastos, nadie encontraría por azar el cadáver allí.

—¡Y tú, Kevin, lleva a Doortje a casa!

Roberta era la única que tenía presencia de ánimo. La ayuda de Nandé le dio fuerzas. Todo tenía que hacerse deprisa. Ahora, en el momento más caluroso del día, nadie se detenía en la plaza entre los edificios de servicios. Las mujeres permanecían a la sombra de sus tiendas y en el hospital estarían ocupados con la comida del mediodía. Pero pronto se acabaría la calma. Greenway se había marchado por la mañana al campo de los negros para hacer las visitas y regresaría de un momento a otro. Y por la tarde la gente acudiría para la consulta.

Vincent se puso manos a la obra. Envolvió el cadáver con la manta y se lo echó al hombro. El joven veterinario era más fuerte de lo que Roberta había creído, no necesitaba la ayuda de Nandé. Pero la muchacha negra vio otra oportunidad para ser útil.

—Yo limpiar esto... —Señaló las manchas de sangre del suelo.

A Roberta le zumbaba la cabeza. ¿Cómo quitar la sangre de un sitio arenoso? Hizo un gesto afirmativo a Nandé.

—Muy bien, Nandé. Mira a ver qué puedes hacer. Y yo voy al hospital a comprobar si ha habido más testigos, aunque no lo creo; las mujeres habrían salido, pero nunca se sabe. Con estas bóers precisamente. En caso necesario tendremos que explicarles lo que hizo Coltrane. Entonces callarían.

—¿Callarían? —preguntó Kevin con estupor.

Roberta gimió.

—Kevin, sobreponte de una vez. Solo tenemos dos opciones: o todos callamos lo que ha sucedido o tú y tu amada iréis a la cárcel. Así que tú eliges. ¡Y ahora llévatela a casa!

La inspección de Roberta en el hospital resultó satisfactoria. Nadie se encontraba en la parte delantera y la primera sala de enfermos también estaba desocupada en ese momento. Antje Vooren, que estaba repartiendo comida en la segunda sala, preguntó por Doortje.

—Estaba un poco rara. Entró corriendo y trajo las patatas para el guisado, pero todavía no estaban todas peladas. Dijo «no puedo» y salió otra vez corriendo. ¿Se encuentra mal?

Roberta iba a decir que no, pero se lo pensó mejor.

—Sí, ha vomitado y se siente muy débil. El doctor Drury se ocupa ahora de ella...

Antje Vooren sonrió comprensiva, aunque no muy amistosa. No había pasado por alto lo mucho que Kevin cuidaba de Doortje. A esas alturas, las mujeres sospechaban que él era el padre de su hijo.

—Yo solo quería preguntar si... si puedo ayudar. —Roberta esperaba que le dijera que no y suspiró aliviada cuando Mevrouw Vooren negó con la cabeza.

—No se preocupe, ya nos las apañamos. —Junto con Antje Vooren había dos auxiliares bóers que también asistían a las pocas pacientes del hospital, y tampoco ellas parecían haberse enterado de nada. Estaban situadas en salas separadas—. El doctor Greenway todavía no ha llegado y más tarde volverá la señorita Jenny.

Roberta se sobresaltó al pensar en su amiga. Claro, Jenny se había marchado con el safari y pronto volvería, pero ella tampoco desvelaría nada.

—Entonces me voy —comunicó a la bóer— y me ocupo de la señorita Van Stout.

Oyó unas risitas y comentarios en afrikáans a sus espaldas. Al parecer, las mujeres eran de la opinión de que Doortje se encontraba con Kevin en las mejores manos posibles.

Roberta se percató aliviada de que la mancha de sangre en el suelo de la plaza ya no se veía. Nandé estaba esparciendo arena sobre la superficie en ese momento.

—Nadie verá, baas... señorita... —La joven acababa de recordar que ni las enfermeras ni la joven maestra querían que se dirigiera a ellas con el servil baas—. Yo hacer muchas veces en la granja, cuando matan cerdo...

Roberta le hizo un gesto de aprobación. Después fue a la casa. Su mano se cerró alrededor del caballito de trapo que siempre llevaba en el bolsillo de la falda.

En el despacho, Vincent hablaba con vehemencia a Kevin. Doortje estaba acurrucada en un sillón delante de la chimenea, el médico estaba de rodillas delante de ella y le acariciaba sus temblorosas manos, manchadas de sangre. «Tienen que lavarse —pensó Roberta— y cambiarse de ropa.» La camisa del médico estaba tan manchada como el delantal de la bóer.

—¡Pues claro que no ha sido en defensa propia, Kevin, razona de una vez! —Vincent fue al armario en que se guardaba el whisky. Seguramente esperaba reanimar a Kevin—. Lo ha matado a sangre fría, no saldrá de esta inmune. Ni tú tampoco, si contamos lo que ha sucedido. Así que se nos tiene que ocurrir algo. Una pelea o similar. ¡Piensa, Kevin! ¿Cómo podría haber sucedido?

Sacó la botella y llenó los vasos. Para él, para Kevin y para las mujeres. Kevin intentó darle un sorbo a Doortje.

Roberta cogió su vaso mientras se esforzaba por reflexionar. Que todos pensaran una explicación mejor a la muerte de Coltrane era una buena idea. Pero ¿una pelea? ¿Quién se había peleado? Y eso no explicaría las heridas en la espalda del comandante.

—¿Y si... —susurró— y si ese tipo nunca hubiese llegado aquí?

Vincent sacó del campamento el carro con adrales a plena luz del día. Como era de esperar, la puerta no estaba vigilada. Desde que las mujeres eran oficialmente libres, las polvorientas garitas de la entrada estaban vacías. El veterinario había enganchado a Lucie, el caballo de Roberta, al carro y la joven iba al lado a lomos del brioso caballo de Coltrane. Tenía un miedo de muerte, y de cerca nadie se creería que ese fogoso castrado fuera Colleen, la dócil yegua de Vincent. Pero ninguno de los dos pensaba acercarse demasiado a nadie. Y si alguien los veía desde lejos, un caballo negro no era más que un caballo negro. Nadie sospecharía. El cadáver yacía bajo varios sacos, envuelto en la manta para no dejar rastros de sangre.

—¿Por qué no lo enterramos simplemente en nuestro cementerio? —había preguntado Kevin después de que Roberta les explicara su complicado plan—. Será más peligroso que los dos tengáis que recorrer kilómetros con él.

Después del segundo whisky, Kevin había recuperado la capacidad de razonar. El shock se atenuaba y él iba tomando conciencia de las consecuencias de lo ocurrido. Si el cadáver de Coltrane se encontraba en el campo y se iniciaba una investigación, alguien acabaría ante una corte marcial. Kevin pensó en asumir él mismo la culpa, pero si tenía que ir a la cárcel, Doortje volvería a estar indefensa, y con un niño. No, la única solución consistía en hacer desaparecer el cadáver de Coltrane y su caballo y negar que había estado en el campamento.

Si bien no sería nada fácil.

—Desde hace una semana no hemos tenido más fallecimientos —les recordó Roberta—. Si ahora cavamos una tumba, ¿qué le contarás a Greenway? Y en caso de que Coltrane le haya comunicado a alguien que iba a venir, lo buscarán aquí. Y con un poco de mala suerte habrá alguien que sepa que no erais íntimos amigos e investigue. No, no, tiene que desaparecer bien lejos de aquí.

Kevin dio otro sorbo a su whisky.

—Pero ¿adónde vais a llevarlo? ¿A algún pueblucho cerca de Karenstad? ¿Como si hubiera sido una pelea de taberna?

Roberta apretó los labios.

—Tampoco es mala idea —dijo—. Pero arriesgada. Si alguien nos ve... No, no, yo pensaba en...

Vincent la cortó:

—En el veld. Debemos llevarlo a...

—Los leones —añadió Roberta, dirigiendo una mirada cómplice a Vincent.

Era la primera vez que compartía una idea con él.

Al final Lucie salió del campamento trotando tranquila delante del carro, seguida de Roberta en el caballo de Coltrane. Kevin y Greenway atendían a los enfermos en el hospital, y Nandé se ocupaba en casa de Doortje, que todavía estaba como paralizada. El camino por el que por la mañana el guía negro había llevado de vuelta al campamento a Roberta y Vincent fue fácil de encontrar, pero el carro avanzaba despacio y cuando llegaron al sitio en que habían pasado la noche anterior ya era entrada la tarde. Los boys negros ya habían desmontado las tiendas y habían seguido al grupo del safari. Solo las huellas de la hoguera del campamento y la hierba de la sabana pisoteada daban muestra de la presencia de seres humanos.

Roberta tembló cuando ayudó a Vincent a bajar el cadáver del carro. El veterinario había encendido antes un fuego en ese mismo lugar y había improvisado unas antorchas para iluminar el carro en el camino de regreso. Eso mantendría alejadas a las fieras: temían a los hombres y aún más al fuego.

—¿Crees que vendrán? —preguntó temerosa Roberta. Vincent había dejado el cadáver bajo un árbol y quemaba en ese momento la manta ensangrentada—. ¿Los leones comen... carroña?

Vincent se encogió de hombros.

—Si no son los leones, serán las hienas o los buitres. Y vendrán en cuanto se apague la hoguera. A más tardar, pasado mañana no quedará nada, salvo un par de huesos pelados. Si alguien los encuentra, mejor. Lo principal es que no haya ningún cadáver acuchillado por la espalda. Y ahora ven. ¿O prefieres rezar?

Roberta negó con la cabeza. Solo quería irse y descansar la cabeza en el hombro de Vincent. Todavía ignoraba si lo amaba, pero a esas alturas ya lo conocía mejor de lo que jamás había conocido a Kevin. Tal vez no fuera tan seductoramente arrojado como Kevin ni tan apuesto, pero era... considerado. Temblorosa, vio cómo desprendía al caballo negro de Coltrane de los arreos y los colgaba en un arbusto, como si él mismo se los hubiese quitado.

—Sería mejor dejárselos puestos, pero entonces es posible que se quede enganchado en algún sitio. ¡Que te vaya bien, amigo! —Vincent palmeó el cuello del caballo, y luego levantó los brazos y lo ahuyentó. El caballo negro salió al galope y corrió por el veld como alma que lleva el diablo—. También él tiene miedo —dijo Vincent con un suspiro al tiempo que se dirigía al carro. Las antorchas ya estaban encendidas mientras que en la hoguera solo quedaban brasas—. Venga, señorita... ¡Ven, Roberta! —La joven subió al pescante. No se quejó cuando Vincent la rodeó con un brazo—. ¿Dónde has dejado tu amuleto de la suerte? —preguntó para romper el tenso silencio que reinaba entre ellos durante el regreso a través de la oscuridad—. El caballito de trapo. ¡Hoy lo habríamos necesitado!

Roberta sacudió la cabeza.

—No... no lo habríamos necesitado. No me trae tanta suerte, ¿sabes? En cualquier caso, no me ha traído lo que... lo que yo tanto deseaba.

Vincent se inclinó hacia ella y tuvo que contenerse para no besarle el cabello.

—No todos los deseos satisfechos nos hacen felices —repuso—. ¿Te... te lo regaló un hombre? ¿Te habías... te habías prometido con él? ¿Es por eso que te resulta tan difícil aceptar algo nuevo?... ¿Es por eso que no me quieres? —Las últimas palabras casi se le escaparon contra su voluntad.

Roberta movió la cabeza.

—Él nunca me prometió nada —respondió en voz baja—. Era una especie de... sueño.

Vincent la atrajo hacia sí.

—Entonces podrías tirarlo —sugirió, refiriéndose al caballito.

Roberta asintió.

—Podría —susurró.

Antes de llegar a Karenstad permitió que Vincent la besara.

Pero no tiró el caballito de trapo.

El caballo de Coltrane llegó por la noche al cuartel de Karenstad. Algunos lo habían visto cabalgando fuera de la ciudad, pues su rostro lleno de cicatrices no pasaba desapercibido. Pero luego se le perdía el rastro. Los interrogatorios en los campos de prisioneros no obtuvieron resultado, ni las patrullas que buscaban destacamentos dispersos de bóers. Al final, se dio por desaparecido al coronel Colin Coltrane. Puesto que no había comunicado ninguna dirección en su país, no se informó a nadie en Nueva Zelanda.

Kevin Drury y Dorothea van Stout contrajeron matrimonio en una iglesia de Pretoria un día después del acuerdo de paz oficial. Doortje había deseado una boda según el rito de la Iglesia holandesa, pero la ceremonia la decepcionó. El sacerdote celebró el servicio con brevedad y de forma impersonal, y los feligreses abandonaron la iglesia cuando se descubrió la nacionalidad del novio. Así pues, solo presenciaron el casamiento Vincent y Roberta, el doctor Greenway, Jenny, Daisy y Cornelis, además de los oficiales médicos, el doctor Barrister y el doctor Preston Tracy.

—¡Vaya, quién me hubiera dicho a mí que yo vería esto! —exclamó sonriente Barrister—. Ya lo decía usted, Tracy, que esa dama tan fría tenía debilidad por Drury y de que él la tenía por ella, hasta yo me daba cuenta. Pero que haya acabado en algo así... —Señaló con una sonrisa complaciente el vientre abultado de Doortje.

—En Dunedin habría sido más bonito —observó Kevin con pesar, cuando condujo a su esposa a la habitación del hotel. La joven estaba pálida y con aspecto de cansada. Había sido fácil escapar pronto de los pocos invitados a la ceremonia—. Pero podemos recuperar la fiesta...

—¿Quién dice que tenga que ser bonito? —preguntó Doortje apretando los dientes—. Y... ¿qué quieres que haga ahora?

Kevin suspiró. Había vivido como un intermezzo la suavidad de Doortje tras la muerte de Coltrane. Al día siguiente le había dado por fin el sí, aunque volvía a guardar las distancias y solo hablaba con él lo imprescindible. Había permitido que se desarrollase la ceremonia del casamiento con una actitud tolerante y había insistido en llevar un vestido negro. La capota blanca, así como el cuello y los puños de encaje, le quitaban algo de severidad, pero no daba en absoluto la imagen de una novia feliz.

—No tienes que hacer nada —respondió Kevin con voz cansina—. Solo dormir. El día ha sido duro. Mañana nos vamos a Durbam y dentro de dos días zarpará nuestro barco.

En los días siguientes, todos iban a marcharse. Vincent Taylor volvería a Nueva Zelanda en el transporte de tropas. Permanecería en contacto con Roberta y se alegró mucho cuando ella le permitió darle un beso de despedida. Daisy y Cornelis partían hacia Durban, donde Daisy se sentía más libre que en Pretoria. Greenway y Jenny acompañaron a las internas de Karenstad a la zona de Wepener.

Kevin, que ya había abandonado el servicio, había reservado un pasaje privado para él y Doortje a Australia y otro después para Dunedin. Roberta se había unido a ellos. La fundación Emily Hobhouse le rescindió amablemente el contrato y compartía de buen grado un camarote con Nandé. Doortje había pedido a Kevin que se la llevaran con ellos.

—Pertenece a la familia —declaró inflexible—. En cierto modo, me siento responsable de ella.

Kevin lo tomó por una señal de que su forma de pensar en negro o blanco empezaba a desmoronarse lentamente. Sin embargo, Roberta percibió su despecho cuando Nandé, vacilante, subió a bordo detrás de ellos, mientras un miembro de la tripulación le llevaba el escaso equipaje al igual que a los pasajeros blancos.

—Si fuera por Doortje, alojarían a Nandé en la bodega —le susurró Roberta a Daisy, que la acompañó al barco—. Y la compañía naviera tampoco está entusiasmada con su pasajera negra, aunque es un barco australiano y todos se ufanan de mentalidad abierta. Ya me han sugerido que la deje en el camarote a la hora de las comidas, para no herir la sensibilidad de los pasajeros blancos. ¡Como si fuese un mueble! Por mi parte, podemos comer en el camarote, pero no vamos a pasar todo el viaje encerradas. Aprovecharé el tiempo para darle clases a Nandé, Cuando lleguemos a casa sabrá leer y escribir, y hablará mejor el inglés que los afrikáners.

Esto último no era complicado. A los bóers les bastaba con que sus sirvientes aprendiesen un afrikáans elemental.

—¡Lo conseguirás!

Daisy sonrió y presenció cómo la joven hablaba enérgicamente con un camarero. Roberta Fence no dejaba a sus espaldas ningún amor perdido. Y había perdido su timidez.

—Venderé tus tierras —comunicó Cornelis a Doortje durante la despedida. También él había acompañado a los Drury al barco—. Luego te enviaré el dinero.

Ella lo miró con frialdad.

—No te molestes —replicó—. Ya has vendido a tu país. —Su mirada de desprecio se posó en Daisy—. ¿No se dice así en inglés? ¿Traicionado y vendido?

Cornelis estrechó la mano de Kevin, pero se apartó cuando él intentó darle un abrazo amistoso.

—Mucha suerte —le deseó, mirando de reojo a Doortje, que contemplaba estoica Drakensberg—. La necesitarás.