8

Atamarie ni siquiera se tomó tiempo para cambiarse de ropa, sino que corrió directamente hacia la estación. Parecía muy seria con su falda negra, la blusa blanca y una elegante chaqueta negra, el atuendo con que iba a rendir el examen. Llevaba el cabello recogido bajo un sombrerito negro y coquetón. Era una vestimenta demasiado formal para ir al campo, pero durante el viaje, cuando reflexionó lo que en secreto llamaba «control de daños», la ropa ya no le pareció tan inadecuada. Al fin y al cabo, alguien tenía que atender a la prensa, aunque solo fuera el periodicucho de Timaru. Richard tenía que presentarse a sí mismo y su avión lo más deprisa posible ante el público. De acuerdo, ya no sería el primero en conseguir un vuelo a motor, al menos eso sería difícil de probar con solo unos aldeanos como testigos. Pero sí podrían superar el récord de los hermanos Wright. A fin de cuentas, qué eran unos cientos de metros en línea recta comparados con los casi dos kilómetros que había recorrido la máquina de Richard.

Y si Richard mostraba un poco de generosidad y dejaba que ella volase, entonces hasta podría trazar una elegante curva sobre su granja y dejar que la Bestia aterrizara con elegancia delante de los periodistas. ¡La idea no era nada mala! Las mejillas le ardían al pensar que pronto podría aparecer en los periódicos. Si ganaba reputación como primera mujer piloto... ¡Demonios, era más guapa que los hermanos Wright! ¡Nadie hablaría de Wilbur y Orville si prácticamente al mismo tiempo una mujer ascendía por los aires! Casi se le escapó la risa. Sí, ¡podría suceder así! Por supuesto, mencionaría el nombre de Richard en cada entrevista que le hicieran, compartiría la fama con él. ¡Con tal de que él lo aceptase! ¡Ojalá nadie le hubiera contado lo de los Wright y no se hubiese desanimado! Atamarie habría espoleado el tren como si fuese un caballo, el tiempo pasaba con una lentitud angustiosa. Y además no podía montar a caballo con esa falda estrecha, así que tendría que alquilar un coche de punto, lo que aún lo haría todo más lento.

Así pues, ya caía el atardecer cuando emprendió el camino de Timaru a la granja. Aliviada, arreó al caballo y entró en el patio a trote. Ni rastro de Richard, pero sí vio a Hamene, quien no estaba realizando ninguna labor de la granja, sino sentado en el patio con la mirada perdida hacia Temuka.

—¡Atamarie! —El joven maorí se volvió hacia la muchacha en cuanto oyó el coche de punto. Su rostro tenso se relajó de inmediato—. Atamarie, los espíritus te han enviado. Algo le pasa a Richard. Su hermano ha pasado antes y le ha traído esos papeles que los pakeha llaman diario. Richard lo leyó y se quedó atónito, destrozado... La señorita Shirley dijo que había llorado...

—¿Shirley? —La frustración de Atamarie se convirtió en rabia—. ¿Qué está haciendo aquí?

Quizás el hermano de Richard la había llevado para consolarlo, por decirlo de alguna manera, después de que la familia Pearse no tuviese nada mejor que hacer que restregar a Richard su fracaso por las narices. A Atamarie se le encendió la sangre.

—Da igual —murmuró—. Ya nos ocuparemos luego de ese asunto. Ahora lo primero... ¿Dónde está Richard, Hamene? ¿Cómo se encuentra ahora? ¿Qué... qué está haciendo?

Atamarie temió volver a encontrar a su amigo en la cocina, con la mirada perdida, esta vez sobre un diario con la noticia de la hazaña de los hermanos Wright.

Hamene señaló abatido en dirección a Temuka.

—Ha cogido el pájaro —contestó—. Quise ayudarlo pero él mismo lo sacó del pajar, estaba como ido, creo que algo en su interior se ha roto. Y luego subió a la colina. Lo seguía con la mirada cuando llegaste.

Atamarie volvió a montar en el coche y cogió las riendas.

—¡Voy a buscarlo, Hamene! ¡Oh, Dios, espero que no haga ningún disparate!

Sabía que era inútil preguntar al joven maorí cuánto tiempo hacía que Richard se había marchado. Hamene no sabía leer la hora en el reloj y solo perdería minutos preciosos intentando entender sus perífrasis. Más le valía ponerse en marcha, por lo que enfiló al trote el camino. Delante del arbusto de retama estaba Shirley, que miraba en la misma dirección que Hamene. Atamarie no le hizo caso. Tenía que detener a Richard, no era bueno que intentara volar estando tan alterado.

Tras avanzar un poco más, reconoció que había llegado demasiado tarde. Oyó el motor del avión y acto seguido vio la máquina volando por encima de la carretera. Richard la mantenía recta y a escasa altura, después de haber ascendido despacio. El corazón de Atamarie se serenó un poco. Lo hacía bien y a todas luces con prudencia. Entonces no estaba desanimado, sino que posiblemente había tenido la misma idea que ella: quería probar por última vez el avión antes de llamar a la prensa.

Pero entonces el aparato se desvió del trazado de la carretera. En lugar de pasar por delante de la granja, giró hacia esta, perdió altura y...

—¡Oh, no!

Atamarie gritó, pero Richard no la oyó. Pero eso no parecía un accidente. La máquina no barrenó ni se precipitó. El joven la dirigió hacia el arbusto de retama. El ala izquierda se rompió con el choque.

Al principio, Atamarie estaba ocupada en dominar su caballo, que se había asustado ante aquel pájaro gigante. Pero se tranquilizó cuando el avión desapareció en el arbusto. Atamarie dejó el coche junto al camino. Mala suerte si el caballo se iba. Ahora tenía que... ¿Qué tenía que hacer en realidad? Atamarie tenía sentimientos contradictorios, de decepción por la noticia y de triunfo cuando vio volar a Richard. Cuando lo vio inmóvil bajo el avión, en apariencia ileso, pero sin intención de bajar, experimentó rabia, una rabia enorme, y tuvo que contenerse para no correr hacia él, arrancarlo del asiento y zarandearlo.

—¿Y bien? ¿Ya te sientes mejor? —le espetó—. ¡Has destrozado el avión! ¡Antes de hacer un vuelo de exhibición tendrás que repararlo y eso llevará tiempo! Y los tontos de tus vecinos volverán a reírse, que te llamen el Raro Dick no te da buena fama, Richard.

Él la miró y ella sintió que el corazón se le enfriaba definitivamente.

—No he conseguido volar —dijo.

Atamarie ya no sintió más pena, y el amor que había vuelto a encenderse en ella se apagó frente a la mirada vacía del joven. Lo único que sentía era rabia y ansia de herir.

—No —dijo enfadada—. No has conseguido volar. No tienes el valor para volar, Dick Pearse. Te quedas en tu arbusto de retama y te escondes ahí como un pájaro ciego sin plumas. ¡Nunca conquistarás el cielo, Richard! Al menos, no hasta que arranques o quemes ese matorral. Serás...

—He fracasado...

—¡So imbécil! —Atamarie buscó otros improperios que lanzarle.

—Déjalo... —Shirley apareció detrás del avión caído—. Déjalo en paz...

Eso aguijoneó todavía más a Atamarie. Sin hacer caso de Shirley, siguió atacando a Richard.

—¡Te he amado, pedazo de cobarde! ¡Te he apoyado, te he regalado el motor! Pero tú... tú nunca das nada a cambio. Siempre has cogido y cogido y cogido, maldito cabrón...

—¿Querías que te pagaran por tu amor? —preguntó sarcástica Shirley.

Atamarie la miró enfurecida.

—¡No! ¡Solo que lo respetaran! Ojalá no hubiera hecho caso a Waimarama. ¡Yo habría podido volar sola, delante de todo el mundo!

Shirley rio.

—Por fin admites lo que querías, Atamarie —señaló—. Querías volar, ser la primera en hacerlo. Richard te daba igual.

Atamarie echó la cabeza atrás.

—¡Eso no es verdad! ¡Él quería volar! Y yo... bueno, yo también quería, pero también que me amase...

—Tú solo lo amabas cuando él estaba bien. Cuando le iba mal lo dejabas. ¡Solo pensabas en ti misma!

Atamarie miró a Richard, que no parecía interesado en la discusión. Seguía mirando al vacío con indiferencia.

—He fracasado —repitió.

Atamarie puso los ojos en blanco.

—Pues entonces quedaos los dos aquí y enterraos en esta granja —espetó a Shirley—. Te deseo mucha fuerza. Porque una cosa es segura: él no la tiene.

Y dicho esto, se marchó con la cabeza bien alta. Por suerte, el coche seguía allí. Atamarie subió y lanzó una última y triste mirada al avión de Richard.

—Adios, Tawhaki —susurró—. No ha sido culpa tuya...