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Con brío y galope regular, la yegua Rose’s Trotting Diamond llegó al hipódromo de Addington, cerca de Christchurch. Luego Rosie Paisley subió al sulky, llevó las riendas con mano ligera y se sintió tan feliz como siempre que guiaba un trotón a la pista de carreras. Durante todos esos años en que había trabajado para Chloé y Heather había añorado esa sensación, y por mucho que quisiese a Chloé, su salvadora y su ídolo de la infancia, el trabajo de sirvienta no podía compararse con la maravillosa sensación de volar sobre una pista de carreras. A Rosie también le gustaba su nuevo trabajo como cuidadora de caballos de carreras en el establo de lord Barrington. Por las mañanas, cuando entraba en la cuadra y los animales relinchaban pidiéndole la comida, el corazón le daba un brinco. Amaba a cada uno de los ejemplares que le habían encomendado.

Ese día, sin embargo, se había tomado la tarde libre y se sentía orgullosa de haberse atrevido a dirigirse al caballerizo para pedirle un par de horas. Siendo una niña, Rosie había permanecido muchos años callada, después de haber presenciado escenas terribles entre su hermana Violet y su primer marido Eric Fence, y todavía hoy prefería hablar con los caballos que dirigir la palabra a los humanos. Además, el caballerizo de lord Barrington era muy severo. Pese a ello, había aceptado condescendiente la petición de Rosie. A fin de cuentas, en los últimos meses nunca había pedido nada. Nunca había faltado al trabajo ni había llegado nunca tarde. Rosie sabía que era persona de confianza, pero al ser la única chica del establo también tenía que trabajar más para ganarse el reconocimiento.

Por suerte, no le resultaba difícil. Rosie también podía realizar trabajos duros en las cuadras, era una mujer fuerte, no tan grácil como su hermana Violet y su sobrina Roberta. Por otra parte, tampoco era tan hermosa. Con su cabello rubio oscuro, el rostro en forma de corazón y unos grandes ojos azul claro era, en el mejor de los casos, mona. No solía atraer a los hombres. A Rosie ya le iba bien. Había presenciado el horrible matrimonio de Violet desde el principio hasta el final. Lo último que echaba de menos en su vida era a un hombre.

Rosie alzó la vista hacia el gran reloj que había sobre el marcador. Todavía le quedaba algo de tiempo, pero aún tenía que llevar a Diamond al establo e ir al tren a recoger a su sobrina Roberta. ¿O debería volver a enganchar a Diamond y sorprender a Robbie con un carruaje tirado por un brioso caballo de carreras? Le habría gustado hacerlo, pero a Roberta no. Robbie siempre había tenido miedo de los caballos. Y eso que los animales nunca le habían hecho nada. Eric Fence había sido peligroso, y también Colin Coltrane, por supuesto. Pero no los caballos, los caballos eran buenos.

Rosie dejó que Diamond acelerase el paso en el lado largo de la pista. El fin de semana correría su primera carrera y apenas si podía contener su impaciencia. Lástima que hasta el momento no había podido comparar en directo su caballo con los otros trotones. Y era también algo arriesgado que Diamond se estrenara en una competición sin haberse entrenado antes junto a otros caballos tirando de un sulky. Evitó a los entrenadores de los establos de trotones. Tanto al viejo Brown, que le daba miedo por sus maneras aparatosas, como también a Joe Fence, su sobrino. La visión de Joe casi le produjo pánico. Se semejaba de tal modo a su padre que Rosie creyó que Eric Fence había resucitado. De todos modos, era el mejor corredor. Joe nunca cometería un descuido como el de su padre entonces.

Rosie respiró hondo y chasqueó con la lengua a Diamond. No se sentía culpable del accidente mortal de Eric Fence. De acuerdo, en aquella ocasión él le había ordenado que enganchara el caballo y Rosie no lo había hecho correctamente. Pero un buen corredor controla antes de la salida la colocación del vehículo y el caballo, como un buen jinete controla la cincha. Eric Fence había renunciado, todavía estaba medio borracho de la noche anterior. Así que había sido solo culpa suya.

Sin embargo, Rosie seguía temiendo encontrarse cara a cara con su sobrino Joe. Entonces no se había dado cuenta, pero Joe había presenciado lo que ella había hecho y después la había acusado de asesinato. Por supuesto, nadie le había creído. Pero cuando miraba a Rosie, ella todavía distinguía un odio antiguo en sus ojos acuosos.

¿Otra vuelta más? Tenía que ir pensando en desenganchar el caballo, pero justo en ese momento Joe Fence conducía un sulky tirado por un semental negro en dirección a la pista. Un pelirrojo alto y fuerte seguía al achaparrado entrenador. Rosie no lo había visto nunca, y solo pudo lanzarle una mirada fugaz, pues Diamond había pasado raudo por su lado. Rosie esperaba que volvieran a marcharse. O que al menos Joe permaneciese en la pista hasta que ella hubiese acabado la vuelta. Antes de que él acabase de darla, ella sacaría a Diamond de la pista. La yegua no se asustaba en las calles y Rosie podía conducirla al establo de Barrington.

Sus deseos, sin embargo, no se cumplieron. Cuando puso a Diamond al paso y lo detuvo frente a la salida cerrada con una barrera, seguía hablando con el pelirrojo. Solo de oír su voz, un escalofrío le recorrió la espalda. Otro eco de la voz de su padre y la cadencia de Colin Coltrane.

—¡Pues claro que ganará, señor Tibbs! —aseguraba al hombre—. Tiene que hacerlo si ha de hacer propaganda de su empresa de transportes, ¿no? —Una risa tintineante—. Es una excelente idea, siempre se lo digo a la gente. Un caballero participa en las carreras de caballos y si además, como es su caso, sirven para el negocio...

Rosie se estremeció cuando sujetó el tirante al bocado. Las correas auxiliares tenían que asegurar que el caballo no pasara del trote, pero también lo incomodaban, y Rosie defendía la misma opinión que Chloé: un buen trotón no debería necesitar ninguna correa auxiliar y un buen entrenador no tenía que adoptar medidas que causaran dolor o miedo al caballo.

El señor Tibbs, a ojos vistas un interesado en comprar el semental, no pareció darse cuenta de lo que Joe estaba haciendo. Acababa de descubrir a Rosie y corrió a abrirle la barrera.

—Espera, chico, no hace falta que bajes...

Rio cuando ella se sacó la gorra para darle las gracias y dejó al descubierto su media melena.

—Vaya por Dios, si eres... si es usted... Discúlpeme, señorita. —Se sacó la gorra de visera, galante como un caballero sacándose el sombrero de copa.

En el rostro de Rosie apareció una tímida sonrisa. Pero antes de que pudiese poner en movimiento a Diamond, Fence se acercó a ella.

—Vaya, mira por dónde, la pequeña Rosie... ¿ya estás lista? Y yo que pensaba enseñar a mi cliente cómo su futuro caballo adelantaba a tu poni. —Puso una mueca irónica.

El corazón de Rosie latía con fuerza, pero no contestó a la provocación. Rose’s Trotting Diamond no era muy alta, pero eso era propio de muchos trotones y no tenía que ver con la velocidad que alcanzaban en la pista de carreras. Joe solo quería ofenderla. Y en el rostro del extraño, un rostro redondo de labios gruesos y cejas anchas, que recordaba lejanamente al de un bulldog, apareció una extraña expresión. ¿Atención? ¿Interés? En cualquier caso, el hombre no parecía albergar maldad o codiciar el éxito, al contrario, su aspecto era cordial.

—¿Nos haría usted el honor, milady? —preguntó a Rosie con una ligera inclinación—. El señor Fence quiere venderme un caballo y estaría bien poderlo comparar con otro. Me refiero a que... a lo mejor los trotones están en general bien adiestrados, pero sé por mis ejemplares de tiro y por los cob que cuando tienen vía libre van la mar de tranquilos, pero en cuanto aparece otro caballo...

—Eso... eso también pasa con los trotones —confirmó Rosie con voz ahogada.

Aunque con ninguno de los de Joe Fence. Este se las sabía todas, a los caballos no les toleraba ninguna tontería.

Tibbs sonrió.

—Entonces somos de la misma opinión, señorita... ¿Rosie? —Su voz se volvió más dulce—. Vaya, mi nombre preferido. ¿Me ayuda a probar mi caballo?

Rosie se puso roja como la grana cuando colocó a Diamond en la posición de salida. Joe Fence se había subido al sulky tirado por el semental negro e hizo una mueca burlona.

—Le haré una demostración, señor Tibbs —dijo—. Pero todavía tengo que calentar a Spirit’s Dream. ¿Te importa, Rosie?

Ella no consiguió articular ninguna respuesta. En realidad sí que le importaba porque llegaría demasiado tarde a la estación. Pero, por otra parte, Roberta seguro que no se lo tomaba a mal. Era probable que lo primero que quisiera hacer no fuera ir a ver a Rosie, sino al nuevo veterinario. El doctor Taylor había contado que había conocido a Roberta en Sudáfrica. Y al hacerlo sus ojos habían resplandecido todavía más que al atender a Diamond, a la que quería especialmente. Pero en realidad, a Taylor le gustaban todos los caballos. Razón por la cual a Rosie le gustaba el doctor Taylor. El anterior veterinario del hipódromo era muy gritón y ella le había tenido miedo. Pero el doctor Taylor era joven y amable y amaba a los caballos. Y a Roberta, hasta Rosie se dio cuenta enseguida. Seguro que él estaría contento si le dejaba a su sobrina para él solo un rato.

Pero ¿y si Roberta no estaba conforme? Rosie oyó la voz de la conciencia. ¿Qué sucedía si Roberta tenía miedo de Vincent Taylor? Rosie siempre consideraba probable que las mujeres tuviesen miedo de los hombres, y, en tal caso, de buen grado ella ayudaría a Roberta. Dando vueltas a tales cavilaciones, casi no oyó que el señor Tibbs le dirigía la palabra. Observaba al semental que en ese momento recorría la pista a trote de trabajo.

—Un hermoso caballo, se mueve bien. Cabe preguntarse, claro, si es rápido. ¿Lo conoce usted?

Rosie se estremeció.

—¿Qué? —preguntó desconcertada—. ¿A quién? Ah, vale, al semental...

Se ruborizó de nuevo. Naturalmente, el hombre daba por supuesto que ella conocía a la mayoría de los trotones de ese hipódromo. En Invercargill los habría conocido a todos. Pero por ahí solo pasaba alguna vez para ver los ejercicios de entrenamiento. A fin de cuentas, trabajaba en el establo de lord Barrington y los caballos de galope se entrenaban a primeras horas de la mañana. Después, mientras los trotones estaban en la pista, Rosie tenía que lavar, secar y dar de comer a los caballos de competición.

El señor Tibbs esperaba. Rosie se rehízo. Estaba pensando en Spirit’s Dream...

—Yo... no, no... conozco a ese caballo, pero creo, creo que conocía a su padre... ¿Es de... Spirit? ¿Un purasangre negro, alto, que antes corría en carreras a galope?

Tibbs sacó un papel del bolsillo y lo leyó lentamente.

—¡En efecto, señorita Rosie! —resplandecía—. ¡Es usted una auténtica conocedora de caballos! ¿Y qué piensa usted del semental? Con toda sinceridad. O usted... ¿trabaja usted para el señor Fence o algo similar?

Rosie negó con la cabeza.

—¡No! No, nunca... nunca... —Solo de pensar en tal cosa, había perdido el color del rostro—. Yo...

Tibbs estaba radiante. Rosie pensó en los retratos de los perros pastores que Heather había pintado al principio, antes de conseguir reputación como artista seria. En ellos, algunos collies «se reían», con los belfos levantados y unos ojos amistosos y cariñosos. Justo así era como sonreía Tibbs. Rosie se percató desconcertada de que en compañía de ese hombre se sentía a gusto.

—Entonces puede hablar con toda sinceridad —la animó.

Rosie se mordisqueó el labio superior, un gesto que le daba un aire infantil. En la cara de Tibbs volvió a aparecer esa extraña mueca de interrogación.

Spirit era bueno —dijo Rosie—. Era su abuelo... —Señaló a Rose’s Trotting Diamond.

Tibbs sonrió de nuevo de oreja a oreja.

—¡Vaya! ¡Una reagrupación familiar! Respecto a esto se me ocurre... —Pareció vacilar.

Pero en ese momento volvía a acercarse Spirit’s Dream.

—Yo le sacaría el overcheck —musitó Rosie antes de que Fence se reuniera con ellos—. La... la correa auxiliar...

Tibbs asintió serio.

—Sé lo que es. Ya le había hablado a Fence al respecto. Pero eso hará más lento al caballo.

Rosie negó con la cabeza.

—No... no necesariamente. No si está bien entrenado. Es que... le hace daño —dijo en voz baja y se sintió como una tonta.

A la mayoría les daba igual si hacían daño a un caballo siempre que tuviera buen aspecto o ganara carreras. Las correas auxiliares no solo se empleaban en las carreras de trotones, sino también en los carruajes de lujo de la gente rica.

Tibbs sonrió.

—Naturalmente, no queremos que eso suceda —dijo, complaciente—. Y, además, estaría interesado en comprobar si el semental sigue trotando cuando una bonita yegua como la suya lo adelanta. Entonces, le quito ahora el overcheck y usted corre una buena carrera, ¿de acuerdo?

El hombre entró en la pista relajadamente e indicó a Fence que se detuviese. Tras una breve discusión, Tibbs soltó la correa de cuero que pasaba por encima de la crin y la frente del caballo hasta los aros del bocado y que obligaba así al animal a llevar la cabeza en alto de forma poco natural. Rosie miraba con incrédula admiración. ¿Cómo lo había hecho? Simplemente dando una orden a Fence, rebatiendo sus argumentos... El señor Tibbs debía de ser un hombre con mucha influencia. Y, en cierta forma, le recordaba a alguien. Pero ahora debía situar de una vez a Diamond en la línea de salida.

Joe Fence había dejado de sonreír con ironía. Estaba manifiestamente disgustado y a Rosie volvía a atemorizarla su expresión. Debía de pensar que era ella quien había inducido al cliente a quitar la correa auxiliar. Sin embargo, Tibbs ya se había extrañado antes de que el caballo la llevara.

Joe cogió las riendas cortas cuando los caballos salieron a trote ligero de la línea de salida. Rosie continuó sujetando las riendas con mano ligera. Diamond siguió relajada, aunque Spirit’s Dream corría junto a ella. Rosie la mantuvo en esa posición cuando Joe aceleró. Pero miró hacia el semental negro. Spirit’s Dream era rápido y mantenía el trote, no necesitaba ninguna correa auxiliar si se le entrenaba correctamente. Pero estaba nervioso y quería adelantar a Diamond. Fence parecía vacilar acerca de si aflojar ya las riendas, a fin de cuentas ni siquiera habían corrido un tercio de la vuelta. Gracias a Rosie le resultó más fácil tomar una decisión: ella mantuvo la velocidad de Diamond mientras el semental la adelantaba. Joe sonrió triunfal cuando pasó a la yegua.

Rosie puso los ojos en blanco. Diamond sostuvo sin esfuerzo el ritmo de Spirit’s Dream, aunque la carrera era realmente rápida. Tiraba un poco para avanzar, pero Rosie la tranquilizaba. De nada servía agotar las fuerzas antes de la recta final. Cuando acabaron de recorrer el lado más corto y la meta quedó a la vista. Rosie exclamó:

—¡Ahora!

Chasqueó la lengua y soltó rienda. Hasta ella misma se asombró de lo deprisa que arrancó la yegua. Diamond avanzó volando, se puso sin esfuerzo junto a Spririt’s Dream y alcanzó una velocidad vertiginosa cuando él aceleró. Los caballos iban a la par: el corazón de Rosie brincaba de alegría y hasta lanzó una mirada animada a Joe Fence. Este ni se dio cuenta. Con el rostro contraído, luchaba con su semental, que no quería que la yegua alazana lo adelantase. Pero era evidente que el trote limitaba a Spirit’s Dream. Diamond finalmente lo adelantó. Cada vez corría más deprisa. Rosie podría haberse puesto a gritar de contento. Nunca antes había conducido un caballo tan rápido, Diamond superaba todas sus expectativas.

A su lado, Fence capituló ante la fuerza del semental negro. Spirit’s Dream le arrancó las riendas de la mano, se puso al galope y adelantó, triunfal, a Diamond, que dócilmente siguió trotando. Una sonrisa sumamente dulce se dibujó en el rostro de Rosie. Ya no tenía que preocuparse. Diamond no se dejaba confundir por caballos más rápidos. Joe Fence la miró encolerizado cuando pasó por su lado.

—Rápido sí que lo es —observó Tibbs con expresión indulgente cuando Fence se detuvo delante de él—. Pero todavía tiene que trabajar.

—Ya le he advertido que necesita el overcheck...

Joe Fence empezó a recitar una retahíla de argumentos, pero Rosie no le escuchaba. Para su sorpresa, descubrió que el doctor Taylor y su sobrina Roberta bajaban de una de las tribunas.

—¡Rosie, ha sido fabuloso! —Roberta sonreía resplandeciente y abrazó a su tía cuando esta bajó del sulky—. Vincent ha ido a recogerme y hemos pensado que te encontraríamos aquí. Y qué sorpresa, ¡justo nos deleitan con una carrera!

El tono de Roberta era cordial, aunque también tenía un matiz de preocupación. Como su madre, aborrecía las carreras de caballos. Pero la elegante Diamond tirando del ligero sulky y Rosie, por lo general tan tímida, guiándola de forma tan majestuosa por la pista, la habían impresionado de verdad.

Vincent Taylor estaba exultante.

—¡Rosie, es increíble! ¡Nunca había visto correr un caballo con tanta soltura! Y, además, ese semental es rapidísimo. El último día de las carreras ganó, ¿no es cierto, señor Fence? —El veterinario se volvió hacia Joe, que por fin veía una tabla de salvación.

—Ya lo ve, señor Tibbs. Si me permite presentarle al veterinario del hipódromo, alguien que sabe de verdad... Deje que el caballo corra con el overcheck.

Joe habló con vehemencia a su cliente, quien solo tenía ojos para Rosie... y Roberta.

—No puede ser —dijo con imparcialidad, pero a ojos vistas conmovido, a la chica con el traje de viaje sencillo pero elegante—. Es imposible que usted sea Violet Paisley, pero se parecen como dos gotas de agua...

Roberta rio.

—Soy Roberta Fence, la hija de Violet. —Le tendió la mano a Tibbs—. ¿De dónde conoce usted a mi madre? ¿Y a Rosie?

—Me llamo Tom Tibbs —se presentó él, al tiempo que volvía a levantarse galantemente la gorra—. Si su madre ha hablado alguna vez de mí, en el barco me llamaban Bulldog.

Roberta nunca había visto sonreír a Rosie de forma tan dulce y franca como a ese desconocido.

—Usted nos cuidaba —recordó a media voz—. Todavía recuerdo cómo usted... le pidió a mi padre que fregara el camarote.

Bulldog soltó una risotada.

—Bueno, «pedido» no es la palabra correcta. Pero al final quedó limpio, en efecto... No puedo creer que te... disculpe, señorita Rosie... pero es increíble que haya vuelto a encontrarla. Nunca la he olvidado, ¿sabe?

Rosie volvió a sonreír.

—Y yo a usted tampoco —confesó.

Joe, que se sentía al margen, intervino.

—Esta sí es una auténtica reagrupación familiar —bromeó—. Hola, hermanita. ¿A qué debo el honor de tu visita? No soléis preocuparos por mí.

—¡Joe! —Roberta miró a su hermano y palideció. No había visto a Joe desde su infancia y se quedó pasmada ante el parecido que presentaba con su padre—. No sabía que estuvieras aquí.

Era cierto. Rosie no era muy aficionada a escribir cartas, y aún menos cuando alguien estaba tan lejos como Roberta en la distante África. Y si bien Chloé había comunicado a Violet el paradero de su hijo, esta no había tenido oportunidad de contárselo a Roberta. Tras la vuelta de esta tenían temas de conversación más emocionantes y Roberta tampoco había tenido tiempo para asistir a vernissages y cenas. Primero estuvo ayudando en la escuela de Caversham, pero todavía no había aceptado ningún puesto fijo. Roberta seguía estando insegura respecto a su relación con Vincent Taylor y sobre sus planes. Si respondía al amor de Vincent, él pediría su mano, de eso estaba segura. Pero entonces no podría seguir trabajando como maestra. Había estado viajando de un sitio a otro, pero ese fin de semana en Addington tenía que tomar una decisión. Y no tenía ningún compromiso, oficialmente no estaba visitando a Vincent, sino a su tía Rosie. Si todo iba bien, podía imaginarse ocupando primero un puesto en Christchurch. Así podría conocer mejor y con calma a Vincent. En lo referente al matrimonio, Roberta había sufrido la misma experiencia que Rosie: también ella recordaba bien la desastrosa relación de Violet con su padre. Pese a ello, no retrocedía asustada como su tía ante los hombres, pero habría preferido unirse con alguien al que conociera desde la infancia. Con Kevin se habría sentido más segura. Vincent tenía que pasar primero una prueba.

En ese momento él sonreía sin entender mientras miraba a uno y otro.

—¿Lo dice en serio, Joe? ¿Roberta es su hermana? Le aseguro que no sabía que usted estaba aquí, Joseph, pues de lo contrario me lo habría dicho. Pero Roberta ha estado mucho tiempo en Sudáfrica. ¡Deben de tener muchas cosas que contarse!

Era evidente que a los hermanos no les importaba nada de la existencia del otro, pero al menos Vincent consiguió rebajar la tensión.

—¿Y usted llegó de Inglaterra con la madre de Roberta y Rosie, señor...?

—Tom Tibbs —repitió Bulldog—. Sigo sin podérmelo creer.

—También deben ustedes de tener mucho que contarse... —supuso Vincent, si bien esta vez recibió una respuesta más alegre. Bulldog asintió con entusiasmo y Rosie se ruborizó un poco.

—¿Vamos a tomar una taza de café, pues? —Vincent miró al grupo animoso.

—No puedo —gruñó Joe—. Tengo que llevarme al caballo. Bien, señor Tibbs, ¿se lo queda?

—Yo debo llevar a Diamond a casa —respondió Rosie también vacilante.

Bulldog esbozó su sonrisa de collie, enseñando un poco los dientes. Roberta comprendió por qué le habían puesto ese apodo, recordaba a un perro de lucha cordial pero con el que había que tener cuidado.

—Respecto al semental, depende —contestó—. Primero del precio... creo que debemos hablar un poco más acerca de que el caballo no mantiene el trote, como usted sostiene, señor Fence. Y luego del entrenamiento...

—El caballo puede quedarse en mi cuadra —señaló solícito Fence—. Yo le aconsejaría que dejara que unos entrenadores lo preparen para las carreras. Si bien puedo decirle que aquí en Addington conozco los mejores...

Bulldog arrugó la frente, haciendo honor a su apodo.

—¿Que siga entrenando con usted? ¿Para que también en la siguiente carrera dependa de un trozo de cuero que Spirit’s Dream se deje ganar por un poni? —Miró a Rosie—. No, señor Fence, que yo compre o no a Spirit’s Dream dependerá de su futura entrenadora. ¿Aceptaría usted adiestrar a mi caballo, señorita Rosie Paisley?

Rosie se ruborizó de emoción y felicidad.

—Sí... no... Antes debo preguntarle a lord Barrington si... Si el lord me lo permite, entonces sí acepto.

Lord Barrington seguro que no pondría objeciones, y en caso necesario se lo preguntaría a Chloé. Pero Rosie estaba tan emocionada que casi sería capaz de dirigirle la palabra al propietario del hipódromo.

Bulldog sonrió campechano.

—Estupendo. Con el lord hablaré yo, lo conozco. Tengo una compañía de transportes y siempre que los Barrington reciben muebles y artículos de Inglaterra yo se los traigo aquí o los llevo a las Llanuras. Espere un momento hasta que alcance un acuerdo con el señor Fence. Luego llevaremos los caballos juntos a casa.