ACTO PRIMERO

La acción pasa en Buenos Aires en 186…
La acción comienza a las dos de la tarde y termina al día siguiente a la misma hora.
Una sala lujosamente alhajada, puertas a los lados y al fondo.

ESCENA PRIMERA

CARMEN, sacudiendo los muebles.
CARMEN

¡Qué vida! Van dos meses que no consigo salir. Por la mañana el mate; después los lienzos, el plumero, las escobas, los peines, ¡qué sé yo! Más tarde, vuelta al mate, y en seguida la costura, las medias, y zurza Vd. aunque esté de mala gana. A la noche las visitas, el té, «¿Juana? La puerta, que llaman, y vaya Vd. aunque esté sentada descansando y no quiera levantarse». ¡Esto es atroz! Tentada estoy de casarme con Pedro, el criado de don Nicanor. Pero es tan tonto el infeliz, y luego usa unos chalecos tan largos de talle y tan feos. Rufino es diferente. Pero el pillo ha dado en hacerse el desdeñoso. No sé cómo haría. ¡Oh! Si yo pudiera imitar al niño otro gallo le cantará. El sí que es elegantón. Toma, como que tiene un amo que es un dije, más rico que el Potosí. ¡Qué pañuelos tan perfumados usa, y qué aceites, qué corbatas a la dernière! Estudiemos un poco lo que haré la primera vez que le vea.

(Se sienta con aire de señora)

.

RUFINO
(Asomándose por el fondo)

¿Se puede entrar?

CARMEN
(Tirando el plumero)

¡Adelante!

(Aparte)

Él es.

RUFINO

¿Carmencita?

CARMEN
(Con desdén)

¡Ah! Rufino, entre Vd.…

RUFINO
(Aparte)

¡Qué desdén!

(Le toma la mano y se la besa)
CARMEN

¡Insolente! Salga Vd.

(Se levanta con aire de enfado)
RUFINO
(Tirándole una carta)

. Esa carta para la señorita Emilia.

(Se va)
CARMEN

Pues no me ha besado la mano el atrevido. ¡Tunante! En todo imita al patrón.

PEDRO
(Llamando a la puerta del fondo)

¡Ave María purísima!

CARMEN

¡Sin pecado concebida!

(Aparte)

Otra cartita sin duda.

PEDRO

Muy buenos días, Carmen…

CARMEN

Entre Vd. Pedro.

PEDRO

De parte de mi amo, que como está la señora doña Dolores, la señorita Emilia, que cómo han pasado Vds. la noche, que si han sabido Vds. de don Manuel, y si…

CARMEN

¡Por Dios, acabe Vd. su retahíla! ¿Qué trae, qué quiere?

(Aparte)

¡Qué chaleco, Virgen de Luján! Amarillo y flor romero. ¡Ja, ja, ja!

PEDRO

Esta carta.

CARMEN
(Aparte)

¡Bobote!

PEDRO
(Aparte)

No me atrevo.

CARMEN

Póngala Vd. ahí.

PEDRO

¿Está Vd. de mal humor?

CARMEN

No sé.

PEDRO

No ha de haber estado Vd. así con Rufino Saraví.

CARMEN

Y bien, ¿qué se le importa a Vd.?

PEDRO

¡Carmencita!

CARMEN

Déjeme Vd.

(Aparte)

¡Y qué olor trae!

PEDRO

Así me trata Vd. después de sus promesas de ayer, y de haberme dicho en el mercado que…

CARMEN

Repare Vd. que ahora no más viene la señora.

PEDRO
(Retirándose)

Volveré luego.

(Se va)
CARMEN

Charro, no, no puede ser. Imposible que yo me case con un hombre que usa chaleco amarillo, que no tiene sombrero alto, ni cadena de reloj, que jamás se pone guantes. Se burlarían de mí.

(Tomando las cartas una en cada mano)

Dos cartas. ¿Qué la dirán? Lo de siempre. Que es bonita; le pedirán una cita [para] que vaya esta noche al teatro de Colón, y más tarde al baile del club. Que no se comprometa para el primer vals. Declaraciones de amor.

ESCENA II

CARMEN, EMILIA, entrando por la derecha.
EMILIA

¿Qué haces, Carmen?

CARMEN
(Aparte)

¡Qué hago!

EMILIA

¿Qué cartas son esas?

CARMEN

De don Nicanor y de don Luis.

EMILIA
(Tomando las cartas)

Vete y despacha adentro.

CARMEN

Sí, señorita.

(Se va)

ESCENA III

EMILIA, sola.
EMILIA

¡Qué fastidio! Qué costureras. Si no se puede contar con ellas para nada. ¿Si me traerá las blondas Victorina? Faltan apenas unas cuantas horas, y aún no sé qué vestido me pondré. Tengo lo menos una docena, y todavía no acierto a elegir ninguno. Me pondré el del coronel, le gustará verme con él; y al fin, si estoy resuelta, ¿por qué no complacerle alguna vez, siendo tan bueno y tan amable como es? Pero veamos ¿qué dice la carta de Luis? No, primero leeré la de Nicanor; no, la de Luis; no, la de Nicanor. Pues que decida la suerte.

(Cierra los ojos y baraja las cartas en las manos)

. A ver esta.

(Rompe la nema, saca el billete)

. ¡La de Luis!

(Lee)

«Emilia: El tiempo vuela como mi impaciencia, me parece que hace un siglo que no la veo a Vd., y sin embargo, apenas han transcurrido algunas horas. El baile es esta noche, ya lo sabe Vd. No se comprometa Vd. Quiero su brazo al salir del Colón, y el primer vals en el Club. Siempre de Vd. – Luis de Salazar». A ver Nicanor qué dice. ¡Cómo habrá llamado la atención su carruaje en las carreras de Belgrano!

(Lee)

. «Emilia: las carreras acabaron tarde; Vd. no quiso aceptar mi carruaje, y yo no pude deshacerme de algunos amigos importunos. Espero que por esto no echará Vd. en olvido su promesa. Nos veremos en la ópera; pero pido anticipadamente el primer vals en el club – Nicanor Ochagavia». ¡Qué compromiso! No sé qué hacer.

(Se sienta a escribir)

«Luis: bien oculta Vd. su impaciencia, pues hace cuarenta y ocho horas que no se le ve a Vd. por esta casa. Iré al Colón. En cuanto al brazo y al vals, estoy comprometida. Emilia Lerma y Pereda». «Nicanor: No fuimos a las carreras, porque mi tía se puso mala. Vd. no vino además, como nos lo había ofrecido. No sé si iré al teatro. El primer vals lo he ofrecido de antemano. – Emilia Lerma y Pereda».

(Toca la campanilla)

.

CARMEN
(Entrando)

¿Señorita?

EMILIA

Esas cartas cuando vengan por la contestación.

(Se las da después de haberlas cerrado).

¡Qué costurera! No he visto nunca una embrollona igual. ¿Juana? Corre a la tienda de Anita, y dile que hasta cuando me quiere hacer esperar; pasa también por lo de Victorina.

CARMEN

Voy a volar señorita.

(Aparte)

Haré un rodeo y veré a Rufo al pasar.

(Se va).
EMILIA

¡Pobre coronel! Su noble carácter me interesa tanto como sus vicisitudes; sus infortunios le hacen simpático; no es rico, pero me hará feliz, me dejará mi libertad, que como dice mi tía es la verdadera felicidad.

(Siéntase).

ESCENA IV

EMILIA, D.ª DOLORES.
D.ª DOLORES

¿En qué piensas sobrina?

EMILIA

Mi tía… en que me caso con el coronel.

D.ª DOLORES
(Sorprendida)

¿Con el coronel?

EMILIA

Con el coronel, sí, se lo prometí anoche, ahí en ese mismo sofá.

D.ª DOLORES

¡Imprudente!

EMILIA

¡Imprudente! ¿Y por qué tía? ¿No me ha dicho Vd. tantas veces que una huérfana debe casarse lo más pronto posible, que somos pobres, que nuestra pequeña renta nos alcanza apenas para el alquiler, que el pleito va mal, que los réditos del dinero tomado al coronel, se comen poco a poco la finca de la calle de Potosí? Pues bien, me caso. El coronel no es rico; pero tiene un sueldo seguro.

D.ª DOLORES

Sí, si no viene alguna revolución que lo mande a la inactiva.

EMILIA

Tiene también algunos bienes de fortuna.

D.ª DOLORES

¡Cien mil pesos, vaya una gran cosa!

EMILIA

Y una reputación militar hecha.

D.ª DOLORES

Con honra sobrina, no se manda al mercado, ni se arrastra coche, ni se paga lo que debemos en lo de Iturriaga.

EMILIA

Será prudente, mi tía, y me hará feliz, dejándome mi libertad.

D.ª DOLORES

¡Tu libertad! Pero es sobrina que con libertad no se vive; tú tienes hábitos y gustos que el coronel no podrá sostener, y entonces esa misma libertad, será un obstáculo a tu felicidad. Cuando te he predicado el casamiento no pensaba que pudieras fijarte en el coronel.

EMILIA

Me había Vd. hecho tantos elogios de él, diciéndome que era excelente…

D.ª DOLORES

Sí, excelente para amigo, para acompañarnos por su nombre y su posición social; pero no para marido, por su escasa renta y sus ningunos medios de adquirir.

EMILIA

¡Ah!…

D.ª DOLORES

Qué me había de imaginar que cometieras semejante disparate. Suponía que tu elección fluctuaba entre don Luis y don Nicanor.

EMILIA

¡Don Nicanor y don Luis! Ninguno de ellos me ha hablado de casamiento sino de amor.

D.ª DOLORES

¿Por dónde querías que empezaran? ¿Querías que de buenas a primeras te hablaran de matrimonio?

EMILIA

A mí me parecía que…

D.ª DOLORES

Tú no conoces a los hombres, sobrina. Ellos hablan siempre de amor, que es lo que quieren, y acaban por casarse, que es lo que no quieren, si se les sabe manejar.

EMILIA

Sin embargo, el coronel no ha procedido así. Me ha visitado algunos meses, me ha tratado con respeto y cariño, y cuando yo estaba lejos de sospechar sus intenciones me ha dicho sin rodeos: Emilia, es Vd. joven y virtuosa; no tiene Vd. más apoyo que su tía. ¿Quiere Vd. unir su suerte a la mía, y sellar así mi felicidad?

D.ª DOLORES

El coronel ha hablado el lenguaje franco y sencillo del caballero, del militar. Es una excepción a la regla general. Los otros dos el lenguaje del día, el lenguaje falso y banal de los salones; eres huérfana, hermosa, elegante, alegre, espiritual, han puesto sus ojos codiciosos en ti, y, al ver tu candor, se han hecho, como todos los hombres de su edad, la ilusión de una conquista fácil, halagándose de antemano con la innoble satisfacción de agregar una página más a la historia de sus liviandades.

EMILIA

¡Mi tía!…

D.ª DOLORES

Tú has escuchado sus declaraciones, has aceptado sus ofrendas, hoy las flores del uno, mañana el palco, el carruaje del otro. Ellos se han envanecido, y han creído, que más tarde aceptarías sus joyas. Han seguido adelante, y como al solicitar nuestra relación no han tenido sino un fin, cada cual ha continuado con su propósito, el uno fingiéndose generoso, desprendido, el otro serio y formal. Si hubieras seguido mis consejos, ya sabríamos a qué atenernos. No lo has querido, y ahora me dices, cuando menos lo esperaba, y como la cosa más natural del mundo, que te casas con el coronel.

EMILIA

Usted me hace reproches que no merezco mi tía. Yo he aceptado esas demostraciones por consejo de Vd. y jamás he pensado en nada que no fuera honesto, digno de mí.

D.ª DOLORES

¡Sobrina mía! Mis reproches no son a tu virtud; tengo pruebas de ella e ilimitada confianza en ti. Quería únicamente decirte, que así como has seguido mis consejos, aceptando las ofrendas de don Nicanor y de don Luis, hubieras debido no comprometerte con el coronel sin prevenírmelo.

EMILIA

Le había a Vd. oído ponderar tanto su generosidad, el modo como nos había facilitado los cien mil pesos de la hipoteca, rehusando por mucho tiempo el aceptarla, a pesar de la instancias de Vd. y creí que…

D.ª DOLORES

¡Pobre Emilia! Y creíste que era inmejorable para marido, olvidándote de que llevas un nombre que debemos sostener a toda costa, que necesitamos tener un palco, un carruaje, sirvientes; que no podemos renunciar a nuestras visitas: ¡eso sería descender! ¿Que tus trajes, tus adornos, todo lo que te hace brillar y nos da un lugar principal en la sociedad, no podía dártelo el coronel, cuyo sueldo es mezquino, y su renta en proporción? ¡Qué niña, qué niña por Dios!

EMILIA

¡Mi tía!

D.ª DOLORES

No, ese casamiento no puede verificarse, ni se verificará; es una locura. Y luego que el coronel puede ser tu padre. ¡Pues es una friolera!

EMILIA

Es que he comprometido mi palabra de honor.

D.ª DOLORES

¡Tu palabra de honor a los diez y seis años! ¡Jesús, qué gracioso! Una mujer no tiene palabra de honor, y las niñas mucho menos. ¡Pobres de ellas si la tuvieran! ¡Qué más quisieran los hombres! Yo arreglaré eso sobrina. ¡No me diera Dios más trabajos en mi vida!

EMILIA

Pero el coronel me dirá, y con razón, que soy una abominable coqueta, me despreciará, se vengará quizá.

D.ª DOLORES

Nada temas. Lo que es menester, es salvar tu posición; desligarte de un compromiso imprudente, contraído por tu imprevisión, que destruye todos mis cálculos y proyectos de porvenir. En lo que debes pensar, es en tu nombre te lo vuelvo a repetir; en que casándote con el coronel tendrías que renunciar a todos los placeres que amas, a la manera como te has educado. Pues no faltaba más sino que criaras tú misma [a] tus hijos, para enflaquecerte como un perro, y ponerte achacosa y fea en la flor de la juventud. No, Emilia querida, la felicidad es la libertad; pero la libertad con dinero, y eso no te lo puede dar el coronel, por mucho que te ame y desee hacerte el gusto en todo.

EMILIA

¿Qué piensa Vd. hacer mi tía?

D.ª DOLORES

Déjame, déjame Emilia; sabes que soy tu madre, y que no anhelo sino verte dichosa, festejada, envidiada. Tú has de hacer un casamiento, que haga rabiar a las demás mujeres, o yo dejaré de llamarme Dolores Quiñones de Salcedo. ¿Cuándo debe venir el coronel?

EMILIA

A las tres.

D.ª DOLORES

¿Y don Luis?

EMILIA

No vendrá, me ha escrito ofreciéndome su brazo para esta noche, a la salida del Colón, y pidiéndome el primer vals que se baile en el club.

D.ª DOLORES

¿Y qué le has contestado?

EMILIA

Que estoy comprometida.

D.ª DOLORES

¿Comprometida, con quién?

EMILIA

Con el coronel.

D.ª DOLORES

El coronel irá conmigo; yo le haré entender con indirectas que es una locura que piense en casarse contigo, y a las claras le diré, que un hombre de sus años acompañando a una joven como tú es un contrasentido. Ya lo verás. Felizmente soy mujer que en teniendo razón, le dice cuatro frescas en su cara al más pintado.

EMILIA

Mi tía, no vaya Vd. a cometer alguna indiscreción.

D.ª DOLORES

Pierde cuidado, pierde cuidado sobrina. ¡Él, un viejo, del brazo contigo, pues es idea! ¿Y ha escrito también don Nicanor, o sigue dándose importancia el muy amelcochado?

EMILIA

Sí, mi tía, ha escrito, haciendo igual solicitud, y le he contestado lo mismo que a Luis.

D.ª DOLORES
(Con impaciencia)

¿Por el coronel, no es verdad?

EMILIA

¡Qué quería Vd. que hiciera mi tía, después de lo prometido!

D.ª DOLORES

Lo prometido; esa palabra me ataca los nervios sobrina. No quiero que me la vuelvas a repetir.

EMILIA

Mi tía, yo haré lo que Vd. crea que me conviene más.

D.ª DOLORES

Así me gusta, hija mía. Oye pues mis instrucciones. Don Luis y don Nicanor te verán en el Colón antes de ir al club, y como es natural, te repetirán tu solicitud. Concédele al uno el brazo y al otro el vals. Pero al que le ofrezcas el brazo no se lo des; si se enoja mejor, le quitas el enojo bailando con él; si el otro se atufa por esto, le dices que harto has hecho con desairar a una persona que es tan amable con nosotras.

EMILIA

Pero mi tía eso no me parece bien.

D.ª DOLORES

Déjate de escrúpulos Emilia. Colúmpiate entre don Nicanor y don Luis, y el que se enoje, ya se le pasará la fanfurriña, que de algo ha de valer ser linda como una rosa y elegante como un figurín. Lo demás, eso de palabra empeñada, ya lo he dicho, es tontera, preocupación buena cuando se trata de algún asunto de honor; pero entre hombres y señoras, ¿pues no faltaba más?

EMILIA

Sin embargo, mi tía.

D.ª DOLORES

Nada, dales almíbar a los dos, baila alternativamente con uno y otro, que ninguno te lleve a la mesa; reserva ese favor para algún otro galán, que no te faltará, y ya verás si no se te humillan como unos corderos. Para los hombres, sobrina, la mejor táctica de todas es la versatilidad.

EMILIA

Ojala que no se equivoque Vd. mi tía, y que no vayamos a tener algún mal rato por proceder así.

D.ª DOLORES

¡Qué disparate! No, Emilia, pon en práctica mi plan de campaña y desde luego échate a dormir sobre tus laureles. Tengo yo más experiencia que milagros ha hecho nuestra Señora de Luján.

EMILIA

Dios lo quiera.

D.ª DOLORES

Sí, hija mía, no hablemos más de ello. Pensemos ahora en tu vestido. ¿Dónde está Carmen?

EMILIA

Fue a las tiendas de Anita y Victorina.

D.ª DOLORES

¡Y hará una hora! No lo digo, si está el servicio perdido, perdido. Ya se ve, han tomado con un furor la libertad, que no hay como sujetarlas. Y el día menos pensado se le levantan a una con el santo y la limosna, y deles Vd. palmada. ¡A propósito para ello es la policía que tenemos!

EMILIA

Quién sabe si no la han hecho que espere, mi tía.

D.ª DOLORES

Cuando no. Tú eres quién la echas a perder.

ESCENA V

Los mismos, HELENA, CARLOS, entrando por el fondo.
HELENA

Querida Emilia

(se besan)

, Dolorcitas.

D.ª DOLORES
(Aparte)

¡Qué amable!

(Dirigiéndose a Helena)

¡Qué linda viene Vd.!

CARLOS

Vd. siempre cortesana misia Dolores.

EMILIA

Con cuánto gusto te veo Helena; llegas a propósito, espero por momentos unos vestidos, y quiero tomar para esta noche el que merezca tu aprobación. ¿Supongo que no dejarás de ir al club?

HELENA
(Mirando a su marido)

Pretende que no me podrá acompañar, que tiene no sé qué negocio…

D.ª DOLORES

Pretextos de celoso. ¡Pues no faltaba más! Privarla de una noche como lo de hoy, y estando tan hermosa.

CARLOS

No he dicho resueltamente que no, misia Dolores; he dicho que veremos.

D.ª DOLORES

¡Cómo veremos! No señor, es menester que vaya.

CARLOS

Y los niños, ¿Vd. no piensa en ellos señora?

D.ª DOLORES

Los niños, que quede la nodriza con ellos, y Felipa. ¿Quiere Vd. acaso que Helena se envejezca de cansancio y de hastío cuidando siempre de ellos?

HELENA

Vd. exagera Dolorcitas.

D.ª DOLORES

¿Qué exagero?

CARLOS

No envejece el amor de los hijos señora.

D.ª DOLORES

¿Que no envejece, dice Vd. el tener en los brazos todo el santo día y toda la noche a un muchacho que grita como un becerro, que hay que mudarlo a cada rato, que no deja comer, ni respirar a la madre un minuto siquiera?

CARLOS

Misia Dolores; yo pienso que la mujer que ama a sus hijos hace todo eso con placer.

EMILIA

Así me parece a mí también.

D.ª DOLORES

Pero hija, ¿qué entiendes tú de eso?

CARLOS

Dice Vd. bien Emilia, lo que envejece y fastidia no son los placeres del hogar, ni el cuidado de los hijos; son los placeres que se buscan fuera de casa, los paseos, los bailes, las cenas a deshoras. No tiene Vd. más que echar la vista a la sociedad. Las que más se pintan y acicalan son las que menos paran en su casa. El hogar doméstico es el verdadero invernáculo de toda mujer juiciosa y discreta.

D.ª DOLORES

¡Jesús, y qué antiguo está Vd.! No parece Vd. un hombre del siglo, nadie diría al oírle sus ideas franciscanas que apenas tiene Vd. cuarenta años.

ESCENA VI

Los mismos, CARMEN, con una porción de cajas de vestidos, tocados, adornos y flores.
EMILIA

Aquí está Carmen.

D.ª DOLORES y HELENA
(A la vez)

A ver, a ver…

CARLOS
(Aparte)

Será mejor que me marche. Un hombre entre mujeres y cintas hace un tristísimo papel.

HELENA
(Abriendo una caja)

¡Ay, qué lindo!

CARLOS
(Aparte)

Volveré dentro de una hora

(saluda)

, misia Dolores.

D.ª DOLORES

¡Qué hermosa guarnición!

CARLOS
(Volviendo a saludar)

Emilia…

EMILIA

¡Ah! Este otro es más elegante.

CARLOS
(Aparte)

No lo dije; ni más ni menos que si fuera un perro.

(Se va).
CARMEN

Mire Vd. este señorita.

HELENA

Jesús que antigualla, vendrá por equivocación.

EMILIA

Este es el que me gusta a mí.

D.ª DOLORES

¡Bravo, hija mía, tienes mi mismo gusto!

HELENA

¿Cuánto vale ese Carmen?

CARMEN

Este mil, ese dos mil, este tres mil y aquel cuatro mil.

LAS TRES

(Examinando la tela del de a mil)

Y es cierto que tiene mucha vista, pero es muy sencillo.

CARMEN

Este de cuatro mil sí es bonito.

D.ª DOLORES

Precioso,

(dirigiéndose a Carmen)

calla entrometida.

HELENA

Toma ese Emilia.

EMILIA

Es muy caro.

D.ª DOLORES

¡Qué caro!

ESCENA VII

Los mismos, EL CORONEL entrando.
EL CORONEL

Si interrumpo me retiro…

D.ª DOLORES

Nada de eso, al contrario, denos Vd. su opinión, diciéndonos cuál de estos vestidos le gusta más.

EL CORONEL

¡Señora!, tan luego yo.

HELENA

No le parece a Vd. que este de cuatro mil, es más elegante que este de mil y que esos otros.

EL CORONEL

Señora, si en materia de gustos soy completamente recluta ¡qué digo!, una especie de ciego. No entiendo jota de modas, apenas conozco la nomenclatura de los colores modernos.

D.ª DOLORES

¿Pero no le parece a Vd. que ya que Emilia se ha resuelto a ir al baile del club, debe llevar un vestido digno de su apellido, no un traje de mil pesos, que se encuentra en cualquier tienda de la vecindad?

EL CORONEL

Para las jóvenes, me parece que lo más adecuado es la sencillez. Nunca es más bella la juventud como cuando ostenta sus galas, su modestia, su virtud entre el follaje de flores naturales y de vaporoso tul.

HELENA

Qué poético está Vd. coronel.

D.ª DOLORES

Qué económico y prosaico, di más bien Helena.

EMILIA

Pero mi tía, el coronel tiene su gusto, respetémoslo. Yo también estoy por la sencillez. Pero si a Vd. le parece que…

ESCENA VIII

Los mismos, LUIS.
UN CRIADO
(Entrando)

El Sr. don Luis de Salazar.

D.ª DOLORES

¡Qué fortuna!, qué à propos, como dicen los franceses. Ahora verán Vds. cómo tenemos aliados y derrotamos al coronel.

(Dirigiéndose al criado)

Que pase adelante, pronto, hazle entrar.

LUIS
(Entrando)

Señoras, señorita, coronel.

D.ª DOLORES

Acérquese Vd. don Luis.

LUIS

¡Qué maremagnum de cajas, y qué lindos gustos y qué soberbias telas! Las conozco de lejos.

ESCENA IX

Los mismos, NICANOR.
UN CRIADO
(Entrando)

El Sr. don Nicanor Ochagavia.

D.ª DOLORES

Otro aliado,

(acercándose a la puerta)

entre Vd. Sr. don Nicanor.

LUIS
(Aparte)

¡Oh! Prestigio del dinero.

EL CORONEL
(Aparte)

¡Qué D.ª Dolores!

NICANOR
(Entrando)

Continúen Vds. ya veo que se trata de asuntos de gravedad.

HELENA
(Dirigiéndose a Emilia)

Cómo se conoce el hombre bien nacido y de sociedad, ¿eh?

EL CORONEL
(Aparte)

¡Qué ridícula escena!

D.ª DOLORES

Veamos la opinión de Vds., Sr. don Nicanor, Sr. don Luis; el coronel está fuera de combate.

LUIS

Daremos nuestro veredicto sin titubear.

NICANOR

Y con inglesa imparcialidad.

D.ª DOLORES

Así me gusta. A ver Emilia, expón tú el caso.

EMILIA

Cedo el informe a Helena.

HELENA

Acepto la personería. Atención señores: se trata de saber cuál de estos vestidos es más digno de Emilia, más moderno, más elegante.

D.ª DOLORES

Este vale mil, este dos mil, este tres mil, y aquel cuatro mil.

HELENA

¿Cuál les gusta a Vds.?

LUIS y NICANOR
(A una)

¡El color caña!

LUIS

Sin disputa.

NICANOR

No se puede admitir discusión sobre el particular.

EL CORONEL
(Aparte)

¡Farsantes!

D.ª DOLORES

Lo ve Vd. coronel.

HELENA

Es el de cuatro mil, está Vd. derrotado.

D.ª DOLORES

Pero derrotado ignominiosamente.

EMILIA

Mi tía, generosidad con los vencidos.

NICANOR

¿Dónde han descubierto Vds. unos gustos tan nuevos?

LUIS

Son lo que se llama una verdadera nouveauté.

D.ª DOLORES

No se lo decía a Vd. coronel.

HELENA

No se lo decíamos a Vd.

EL CORONEL

Qué quieren Vds. señoras, cuestión de gustos.

(Aparte)

De necio orgullo y de servil e indigna adulación.

HELENA

No, de buen tono diga Vd. más bien coronel.

D.ª DOLORES

Eso es de bon ton.

LUIS

El caballero nace y el gusto se hace; el coronel es de otra época.

EL CORONEL
(Aparte)

¡Triple necio!

(Dirigiéndose a Luis con ironía)

El señor tiene razón, el caballero nace, porque la dignidad no se compra, se la hereda.

D.ª DOLORES

Pues no hay que hablar más. Emilia, llevarás el de cuatro mil y un adorno que no le vaya en zaga. Por eso no hemos de ser menos ricas.

HELENA

¡Aprobado!

EMILIA

¿No quieren Vds. que nos sentemos?

HELENA

Yo no, querida Emilia, Carlos tarda, sospecho que no volverá, me voy.

D.ª DOLORES

¿Tan pronto?

HELENA

Sí, tengo que prepararme.

D.ª DOLORES

Eso es otra cosa, no pierda Vd. tiempo entonces.

EMILIA

¿Espero que no faltarás?

HELENA

Pierde cuidado.

(Se besan con Emilia)
D.ª DOLORES

Así me place oírla a Vd. No haga Vd. caso de su marido, si él no quiere ir, que se quede en casa. Pues no faltaba más sino que había Vd. de gastar su juventud meciendo chiquillos.

EL CORONEL
(Aparte)

Vaya unas máximas morales.

HELENA

Hasta esta noche Dolorcitas, caballeros

(saluda y se va)

.

D.ª DOLORES

Cómo me gusta una mujer que no se deja dominar por su marido.

LUIS
(Aparte)

¡Vaya una vieja!

NICANOR
(Aparte)

Sopla con la tía que ha de haber sido brava como un huracán.

D.ª DOLORES

Pero siéntense Vds. señores.

(Se sientan)
LUIS

¿Con que al fin se resolvió Vd. Emilia?

EMILIA

Sí.

NICANOR

¿Y al teatro también?

EMILIA

Mi tía se ha empeñado, y es necesario obedecer.

D.ª DOLORES

Pues ya se ve que sí. Capaces eran de creer que no iba por falta de palco, y desde que don Luis nos proporciona el suyo, no veo por qué razón no hemos de disfrutar de la noche por entero.

NICANOR

Y luego que no siempre se oye en Buenos Aires un barítono como Celestino.

LUIS

Y una cantatriz como la Briol.

D.ª DOLORES

Pobre Emilia, déjenla Vds. que goce, ya tendrá que sufrir y llorar cuando se case, sobre todo si tiene la desgracia de caer en manos de algún viejo regañón y avaro.

EL CORONEL

No son los viejos los que por lo común hacen desgraciadas a las mujeres.

D.ª DOLORES

Vd. no es voto coronel.

EMILIA

¿Por qué no mi tía?

D.ª DOLORES

Porque él no puede pensar en casarse.

NICANOR

Quién sabe señora.

LUIS

El coronel no es tan viejo.

EL CORONEL
(Aparte)

¡Necios!

NICANOR
(Aparte)

Esto va largo, esperaré a la noche.

LUIS
(Aparte)

Me parece que pierdo el tiempo, esperaré hasta la hora de la ópera.

NICANOR

¿Y acompañará Vd., coronel, a estas señoras al teatro, o quiere Vd. misia Dolores que venga yo en persona?

D.ª DOLORES
(Aparte)

¡Qué amable!

LUIS

Lo mismo digo yo, excuso repetirles a Vds. que estoy siempre a su disposición.

EL CORONEL
(Aparte)

¡Necios!

EMILIA

Sí, el coronel nos acompañará, no se incomoden Vds.

D.ª DOLORES
(Con aire de reproche y dirigiéndose a Emilia)

Calla niña por Dios, lo echarás todo a perder.

EL CORONEL

Como Vds. quieran, Emilia.

NICANOR

Entonces, me permitirán Vds. que me retire; misia Dolores, Emilia beso a Vds. los pies.

(Se va)
LUIS

Me parece que el tiempo se prepara, y que Vds. harían bien en aceptar mi carruaje.

EMILIA

Gracias Luis.

D.ª DOLORES
(Aparte)

¡Jesús, que niña!

LUIS

No lo ofrezco por cumplimiento sino con la mejor voluntad.

EMILIA

Así lo creo; pero ya tenemos uno de alquiler.

D.ª DOLORES
(Aparte)

¡Qué niña! ¡Qué niña!

LUIS
(Levantándose)

Como Vds. manden. Misia Dolores, hasta muy luego, Emilia no eche Vd. en olvido mi petición; recorra Vd. su memoria; coronel, beso la mano de Vd.

(Se va)
CARMEN
(Entrando)

Esta carta, que manda el Sr. don Nicanor.

D.ª DOLORES

Pues si acaba de salir de aquí.

EMILIA
(Tomándola)

Es para Vd. mi tía.

D.ª DOLORES

Lee Emilia, lee, a ver qué novedad es esa que le hace escribirme a mí.

EMILIA
(Abriendo la carta)

«Mi querida Sra. Dolores Quiñones».

D.ª DOLORES

¿Y qué, no pone de Salcedo?

EMILIA

Sí, mi tía, pero como es tan largo…

D.ª DOLORES

Bueno, prosigue, veamos qué dice al fin.

EMILIA
(Leyendo)

«Sería Vd. tan buena que aceptará mi carruaje para esta noche, diciéndome a qué hora debe ir, y quiere Vd. que la acompañe quien queda de Vd. con todo respeto y consideración atento y seguro servidor – Nicanor Ochagavia».

D.ª DOLORES

Pronto Emilia, contéstale que aceptamos el carruaje, y su compañía con él, añade que a las ocho saldremos de casa. No quiero perder el primer acto del Trovador. Cuando una gasta su dinero debe ser para disfrutarlo bien.

EL CORONEL

¿Usted acepta el carruaje, misia Dolores?

D.ª DOLORES

Pues ya se ve que sí, y también el brazo de don Nicanor para Emilia; si antes no acepté su amable ofrecimiento fue porque estando presente don Luis, cuyo palco vamos a ocupar, no me pareció decente, ni propio decirle en sus barbas que no. Pero desde que es tan fino que se incomoda en escribir, ¿cómo rehusar?

EL CORONEL

Sin embargo…

D.ª DOLORES

¡Qué! ¿Pretendería Vd. que entráramos al Colón solas nuestras almas? ¡Lúcido papel haríamos! Lo primero que dirían es que nadie nos visita, que nos falta quien nos proporcione coche, que tenemos tal furor de teatro que aunque se caiga el cielo nos largamos a pie por esos barriales de Dios sin más reclinatorio que el brazo de Vd.

EL CORONEL

No señora, no digo eso; pero tomaremos más bien un coche de alquiler, y así no deberán Vds. favores a nadie.

EMILIA

Dice bien el coronel, para qué deber favores a nadie.

D.ª DOLORES

Calla sobrina, te lo pido por última vez, déjame manejar estos títeres y verás que no nos pesa ni ahora, ni después. ¡Qué idea! Las personas de pro no van al teatro acompañadas por amigos de confianza. Eso se queda para modistas y jornaleros. Toda señora casada debe tener siempre algún caballero a la moda, que reemplace a su marido, que, ocupado en sus negocios, no puede estar constantemente a las órdenes de su esposa. Lo mismo digo de las jóvenes. La que va al teatro sola, dicen que no tiene mérito, que no es elegante, ni bonita, y es desprestigiándose, adiós oportunidades, se queda para vestir santos. Sobre todo, esa es la moda francesa, y como ella da tono no hay que replicar. Por eso he aceptado el palco de don Nicanor; para que vean que Emilia tiene lo principal de Buenos Aires a su alrededor, que los jóvenes más guapos y acaudalados la siguen y obsequian a porfía; no por economizar cien pesos que los tira una en cualquiera cosa.

EL CORONEL

Pero Vd. no piensa en la murmuración, misia Dolores.

D.ª DOLORES

¡La murmuración! ¿Y de quién no se murmura? ¿Conoce Vd. alguna familia tan afortunada que no haya sido mordida hasta ahora por el diente maligno de la sociedad?

EMILIA

Además, teniendo una su conciencia tranquila.

D.ª DOLORES

Dices bien, hija mía, la conciencia tranquila, he ahí lo que se necesita; lo demás son vejeces, preocupaciones de gente rancia, que no ha frecuentado la sociedad. Sea virtuosa la joven, cumpla sus deberes la madre de familia, y no hay que tener miedo de las apariencias, que, como dice el proverbio con mucha sabiduría, engañan.

EL CORONEL

Me parece misia Dolores que Vd. interpreta el adagio a medias. No son solo las malas apariencias las que engañan. También engañan las que no lo son; engañan las buenas.

D.ª DOLORES

¡Es Vd. incorregible coronel!

EL CORONEL

Así será; pero soy de opinión que a la madre de familia, a la viuda, a la joven solterona celosa de su reputación y de su honor, no les basta la conciencia de su pureza y rectitud.

EMILIA

¿Y qué más quiere Vd. coronel?

D.ª DOLORES

Eso es, ¿qué más quiere Vd.?

EL CORONEL

La sociedad es ligera en sus juicios misia Dolores; cruel e implacable a veces, Emilia, en sus persecuciones contra la virtud. Así, la mujer que no quiera exponerse a enojosas y amargas censuras, es menester que junto con su recato salve las apariencias también. La virtud es un tesoro; pero tesoro que se empeña con mucha facilidad. Afortunada es sin duda la mujer que lo posee. Pero no basta ser virtuosa, en este pícaro mundo, es menester parecerlo así a los ojos de la sociedad.

D.ª DOLORES

¿De manera que Vd. quisiera que las damas anduvieran solas como hermanas de caridad?

EL CORONEL

No digo eso precisamente señora. Pero pienso que una señora casada, lo mismo que una joven soltera da menos pábulo a la crítica yendo sola, que acompañada por personas que solo tienen en ello el placer menguado de lisonjear su vanidad, llamando sobre sí las miradas de los que están en los balcones de los clubs o en las puertas de los cafés, murmurando del prójimo, sumando y restando, cómo es que fulana tiene palco y coche, cómo es que zutana no sale de la joyería de Favre y tiene cuenta en lo de Amoreti e Iturriaga.

D.ª DOLORES

¡Acabe Vd. por Dios coronel! Y tú Emilia, ponle ese billete a don Luis.

EL CORONEL

¿Y qué, de veras va Emilia a escribirle a don Luis?

D.ª DOLORES

Claro está que sí coronel. ¿Es acaso también alguna mala acción?

EL CORONEL

Parece, misia Dolores, que no conociera Vd. su tierra, la sociedad en que vive.

EMILIA

Pero coronel, ¿qué mal hay en que yo escriba cuatro líneas inocentes, que en nada me comprometen?

D.ª DOLORES

Tienes razón, hija mía, ninguno.

EL CORONEL

Misia Dolores…

D.ª DOLORES

Por favor coronel, deje Vd. sus suspicacias para otra cosa de más entidad; siéntese Vd. un momento mientras tomo mi tapado, que tengo que salir, y si Vd. no tiene algún quehacer me hará el favor de venir conmigo.

(Dirigiéndose a Emilia)

Y tú, sobrina mía, despacha y escribe.

(Se va)
EL CORONEL

Como Vd. mande señora.

(Aparte)

¡Qué falta de sentido común, qué ceguedad!

ESCENA X

Los mismos menos doña DOLORES.
EMILIA
(Que se habrá puesto a escribir, leyendo)

. «Nicanor: Mi tía me encarga diga a Vd. que aceptamos el carruaje y el brazo de Vd. a las ocho. Emilia Lerma y Pereda».

EL CORONEL

¿Emilia?

EMILIA

Coronel.

EL CORONEL

¿Quiere Vd. concederme un favor?

EMILIA

Con mucho gusto coronel.

EL CORONEL

No envíe Vd. esa carta, rómpala Vd.

EMILIA

¿Por qué coronel?

EL CORONEL

Porque no es propio que una joven hermosa, cuyas pisadas siguen anhelosos veinte adoradores le escriba un billete, por inocente que sea, a un hombre soltero, joven, buen mozo, que si no es rico gasta lujo.

EMILIA

¿Qué mal hay en ello? Es un billete insignificante.

EL CORONEL

Insignificante en sí mismo, es verdad. Pero no insignificante por el uso de que de él puedan hacer.

EMILIA

Es Vd. muy desconfiado coronel, y de veras que no se me ocurre qué mal uso podrían hacer de un billete en el que hablo a nombre de mi tía. Además, ¡don Nicanor es un caballero!

EL CORONEL

No digo que no. Pero suponga Vd. un momento que don Nicanor mostrara ese billete.

EMILIA

Que lo muestre, quien lo lea verá desde luego que es un papel sin valor. ¡He escrito tantos así!

EL CORONEL

Y si no lo da a leer; ¿si sólo muestra la letra a la distancia o la firma, el nombre de Vd.?

EMILIA

¿No se me ocurre qué objeto pudiera tener en ello?

EL CORONEL

Ay Emilia, ¡qué ingenua y candorosa es Vd.! Vd. no comprende que allí donde el engaño y la malicia no alcanzan, alcanzan el orgullo impío, la infame y villana presunción de hacer aparecer lo que no existe en realidad.

EMILIA

Mi conciencia está tranquila coronel. Vd. me ofende con sus sospechas; es Vd. un escéptico, que todo lo ve al través de un prisma de perfidia e iniquidad.

EL CORONEL
(Con amargura)

No confunda Vd. la experiencia, el conocimiento del mundo con el escepticismo. ¿Cree Vd. que si yo no creyera en la virtud le hubiera hablado a Vd. el lenguaje del amigo leal, del soldado de corazón, solicitando su mano, para depositar en Vd. mi reposo y mi honor?

EMILIA
(Con pena)

¡Mi mano!

(Aparte)

¡Pobre coronel!

EL CORONEL

Emilia, en nombre de la palabra empeñada anoche por Vd. no envíe Vd. ese billete. Algo más, no vaya Vd. con don Nicanor al Colón. Vaya Vd. sola con su tía. Se lo suplico a Vd. de rodillas a sus pies.

(Se hinca)

ESCENA XI

Los mismos, doña DOLORES entrando.
D.ª DOLORES

¡Qué veo! ¡Estoy soñando! ¡Vd. coronel a los pies de mi sobrina!

EL CORONEL
(Levantándose)

Misia Dolores, protesto a Vd. que…

EMILIA

Mi tía, el coronel…

D.ª DOLORES

¡Qué desengaño!, qué desengaño, señor coronel. ¡Ay! A mí me va a dar algo.

(Cae en un sillón)

¡Qué sofocación! ¡Quién lo hubiera sospechado!

EL CORONEL

Tranquilícese Vd. señora; juro por mi honor que…

D.ª DOLORES

¡Quite Vd. coronel! ¡Emilia! ¡Emilia!

EMILIA

¡Mi tía!

D.ª DOLORES

¡Jesús! ¡Jesús!

EMILIA

¡Carmen! ¡Carmen! ¡Agua!, agua fría.

(Al coronel)

Retírese Vd. coronel, yo explicaré a mi tía lo ocurrido, y la tranquilizaré.

(Telón rápido)
FIN DEL ACTO PRIMERO