Aniquilación y propia aniquilación
La topografía narrativa de la historia del ser queda plasmada en los Cuadernos negros con nombres y conceptos que configuran el escenario de la Segunda Guerra Mundial, para elaborarla desde la perspectiva de la historia del ser. Al lado de los «alemanes», estos representantes del otro «comienzo», se pone «Rusia». Igual que los «alemanes» se distinguen del «nacionalsocialismo» desde la perspectiva de la historia del ser, también se establece una distinción entre los «rusos» y el «bolchevismo». Y luego aparece cada vez con más claridad el poder del «americanismo», la herencia de «Inglaterra» en el plano de la historia del ser. También aparece «Francia», la nación de Descartes, la nación de París, por la que Heidegger comienza a interesarse cada vez más a finales de los años cuarenta. El «cristianismo» queda marcado como un impedimento para el «comienzo». Es mencionado incluso lo «asiático», en tono neutral, junto a lo «chinesco», una difamación entonces en uso, que vio en China el país de la explotación masiva. Y, por supuesto, se menciona el «judaísmo», el «judaísmo mundial», o también la «judería».
Esta topografía es puesta en un orden específico, por no decir en un determinado orden de lucha (τάξισ): en un lado, los agentes de la «producción sistematizada», a saber, «Inglaterra», «el americanismo», «el bolchevismo», o, a la luz de la historia del ser, «el comunismo» y «el judaísmo» (también «el cristianismo»); en el otro lado, los lugares del comienzo: «Grecia», «Alemania» y «Rusia».
La topografía se halla bajo una doble determinación. Por una parte, podemos ver en ella el transcurso de los frentes de la guerra. En las Reflexiones, que surgen entre 1938 y 1941, Heidegger persigue con atención los acontecimientos bélicos. Se interesa por los «datos históricos».[1] Por otra parte, se muestra como una escenificación del drama de la historia del ser. Los transcursos de los frentes quedan insertos en un hilo narrativo donde el «comienzo» y el «final» constituyen dos elementos formales esenciales. El «comienzo» es atribuido al «alemán» «pensar y poetizar», recurriendo siempre a los «griegos» presocráticos, y el «final» se adjudica a los poderes de la «producción sistematizada». Según esto, la doble determinación de la topografía sigue la distinción entre ciencia histórica e historia del ser, que Heidegger acentúa con fuerza.
La doble determinación de la guerra oscila siempre entre la consideración histórica y la interpretación desde la perspectiva de la historia del ser, no solo en las Reflexiones, sino también en las Anotaciones, que comienzan en 1942. En el plano histórico, en la relación entre «comienzo» y «final», se trata de «decisiones», de una «destrucción», de una «devastación, cuyo dominio a través de catástrofes bélicas o guerras catastróficas ya no puede pararse», aunque «sí puede atestiguarse».[2] Por tanto, la guerra histórica es un «testimonio» de la historia del ser. Pero en ella misma ya no es cuestión de quién vence o sucumbe militarmente. Más bien, la guerra «atestigua» una «decisión», en la que «todos» se convierten en «esclavos de la historia del ŝer».[3]
La significación de la guerra a la luz de la historia del ser está en «purificar el ser de su más profunda desfiguración por causa del predominio del ente».[4] Eso es para Heidegger la «suprema consumación de la técnica». La «consumación» del «estadio supremo de la técnica se consigue cuando ella, como fuerza devoradora, no tiene otra cosa a consumir que a ella misma».[5] Y pregunta: ¿en qué forma se realiza esta destrucción propia? La «purificación del ser» es «la propia aniquilación» de la técnica que acontece en la guerra. Lo mismo que Heráclito, piensa en un fuego del mundo,[6] que ha de liberarlo del «predominio del ente». La historia desemboca en una reducción apocalíptica. ¿Hay todavía un «comienzo», o bien ya solo queda el «final»?
La reducción apocalíptica de la historia es otro aspecto narrativo que está implantado en la ya existente topografía narrativa de la historia del ser. Probablemente Heidegger pensó en la «propia aniquilación» de la «producción sistematizada» por primera vez en el momento en que la guerra tomaba un carácter total. Ahora la topografía tiene que poblarse con protagonistas. El frente queda inserto en la «propia aniquilación». Asume su función el «judaísmo mundial», lo mismo que el «americanismo» y el «nacionalsocialismo».
Esta función tiene muchos significados. Para entender tal pluralidad semántica, en la «decisión» entre «comienzo y final» hay que diferenciar diversas figuras del «desenlace»: «destrucción», el «sucumbir», la «devastación», la «aniquilación» y la «propia aniquilación». En las diferencias entre «aniquilación», «destrucción» y «aniquilación propia» es un factor esencial la función apocalíptico-reductiva del «judaísmo mundial». Quizá el judaísmo no es otra cosa que la reducción apocalíptica misma.
Heidegger habla de la «aniquilación» en el texto esotérico de la lección Sobre la esencia de la verdad, del semestre del invierno de 1933-1934. Él interpreta el famoso fragmento 53 de Heráclito, según el cual πόλεμος es el padre y el rey de todas las cosas, a unos los hace dioses, a los otros hombres; a unos esclavos, a los otros libres. En esa época Heidegger interpreta con frecuencia esta sentencia.
El πόλεμος es entendido como un «estar contra el enemigo».[7] El enemigo es «aquel y todo aquel del que sale una amenaza esencial del pueblo y de sus individuos». El «enemigo» no necesita ser el «exterior», es decir, no hace falta que se muestre en forma de una nación enemiga. Más bien, puede parecer «como si no hubiera allí ningún enemigo». Entonces es «una exigencia fundamental encontrar al enemigo, sacarlo a la luz o incluso crearlo por primera vez». Según esto, es indiferente si el «enemigo» existe realmente o no. El «Dasein» necesita un «enemigo».
El «enemigo» ha podido «incrustarse en la raíz más íntima del Dasein de un pueblo y oponerse a su propia esencia y actuar en contra de ella». Por tanto, el «enemigo» es un «enemigo» de la «esencia». Por eso la «lucha» se hace «tanto más aguda, dura y difícil». Pues «con frecuencia es mucho más difícil espiar al enemigo como tal, hacer que se desarrolle» «y entonces emprender el ataque a largo plazo con el fin de la aniquilación total».[8] Así pues, al «enemigo» de la «esencia» se le sale al paso con la «aniquilación completa». El discurso, que no tiene nada que ver con la sentencia de Heráclito, sin duda es brutal. Posiblemente Heidegger quiere congraciarse con quienes ahora, en su momento, ostentan el poder. En efecto, la semántica de esta formulación es actual. ¿No es el «parásito» que se ha establecido «en las raíces más íntimas de la existencia de un pueblo»? Por tanto, ¿no es necesario designar al «enemigo» con mayor precisión?
Heidegger calla. Pero en un pasaje posterior dice: «Por tanto, el marxismo solo puede liquidarse definitivamente si antes nos confrontamos con la doctrina de las ideas y su historia de dos mil años».[9] El considerado como «enemigo» de la «esencia» es el marxismo. En la conciencia de los años treinta Marx es el «judío Marx».[10] Sin duda el «marxismo» se presenta como figura de la metafísica, es decir, de la historia del ser. La «doctrina de las ideas» en Platón es presentada como presupuesto del «marxismo».
Tácitamente el «marxismo», es decir, el «judaísmo», es expuesto a la «aniquilación completa». Pero el «enemigo» de la «esencia» ha de ser activo él mismo. Tiene que atacar. Exige eso el πόλεμος, tal como Heidegger lo piensa. En la época de la guerra, él cambió lo narrativo de la historia del ser. Los sucesos históricos exigían una reelaboración constante del pensamiento relativo a la historia del ser. Los judíos ya no son simplemente el «enemigo» de la «existencia de un pueblo», sino que asumen una función «polémica» en el «occidente cristiano» en general:
En el espacio temporal del occidente cristiano, es decir, de la metafísica, la judería es el principio de la destrucción. Es lo destructivo en la inversión de la consumación de la metafísica, es decir, de la metafísica de Hegel por parte de Marx. El espíritu y la cultura se convierten en superestructura de la «vida», es decir, de la economía, es decir, de la organización —o sea, de lo biológico—, es decir, del «pueblo».[11]
La «judería» destruye la estructura metafísica del «occidente cristiano», mientras esta estructura se consuma en la filosofía de Hegel. Marx, que pretendió haber puesto a Hegel de pies a cabeza, pone los carriles que conducen directamente a la «producción sistematizada», y eso significa ahora al «Tercer Reich». Pues la secuencia de «superestructura de la “vida” —es decir, de la organización —es decir, de lo biológico —es decir, del “pueblo”», conduce al punto: Marx, el judío destructor, es quien prepara el nacionalsocialismo.
(Hitler, cuyo antisemitismo es brutalmente biologista, habla en Mi lucha del «principio destructivo de los judíos»,[12] haciendo referencia a Theodor Mommsen, que usó la fórmula tristemente célebre según la cual el judío es «el fermento activo del cosmopolitismo y de la descomposición nacional».[13] Y, sin duda, «el judío» es para Hitler también «el marxista».)
El «principio de la destrucción» es el mismo que el «cometido» del «desarraigo del ente respecto del ser»[14] como « “tarea” de la historia del mundo» atribuida por Heidegger en 1940 al «judaísmo mundial». La «judería» destruye el orden de la diferencia entre ente y ser. Marx, que en su tesis doctoral se ocupó de Demócrito y Epicuro, con la fundamentación materialista de su pensamiento es identificado como judío.[15]
[Digresión: Emmanuel Levinas, en su artículo publicado en 1961 con el título Heidegger, Gagarin y nosotros, intenta interpretar la diferencia más importante entre el judaísmo, Heidegger y los heideggerianos, que son mencionados explícitamente. En lo esencial se trata allí del orden topográfico del mundo, acentuado por Heidegger, y la destrucción de este orden en la técnica afirmada por el judaísmo.
El «estar implantado en un paisaje, la unión con el lugar», es la «escisión de la humanidad en autóctonos y extraños». Desde esta perspectiva «la técnica es menos peligrosa que los espíritus del lugar». Ella vence «el privilegio de esta radicación y del exilio», que apela a eso. La «técnica» nos arranca «de este mundo heideggeriano y de la superstición del lugar».[16]
En cambio, Gagarin nos ha mostrado cómo podemos abandonar el lugar. Y así leemos: «Durante una hora ha existido un hombre fuera de todo horizonte; a su alrededor todo era cielo o, más exactamente, todo era espacio geométrico. Existía un hombre en lo absoluto del espacio homogéneo».[17] En 1961 Yuri Gagarin había orbitado la tierra durante 106 minutos en la cápsula espacial Vostok I. Pero lo decisivo es que Levinas reivindica el «judaísmo» para la idea de sustituir el «lugar» por el espacio homogéneo. Él no «sublimó la idolatría, ha fomentado su destrucción». «Lo mismo que la técnica ha desmitizado el universo». Con su «universalidad abstracta» hiere «fantasías y pasiones». Pero ha «descubierto al hombre en la desnudez de su rostro».[18]
Levinas también habla de una «destrucción». Desde el punto de vista de Heidegger se trata de la «destrucción» que parte del universalismo, de la destrucción de la «producción sistematizada», que todavía no es ninguna «aniquilación». Es en cierto modo terrible ver en qué medida Levinas afirma la reducción apocalíptica de la historia del ser. Él es el que, procediendo de la otra parte, inserta en la reducción apocalíptica la disputa del judaísmo «universalista» con Heidegger.
Heidegger pone todo esto en la cuenta de la historia de la metafísica. En cierta ocasión a principio de los años cuarenta anota lo siguiente sobre el platonismo:
El establecimiento del άγαθόν como τελευταία ἰδέα sobre la ἀλήθεια y del ἀληθέϛ como γιγωκόμενον es el primer paso, es decir, el paso con más amplias consecuencias, para la producción en serie de aviones de guerra teledirigidos y para la invención de las noticias radiotécnicas, con cuya ayuda estos se emplean al servicio de la mecanización incondicional de la órbita terrestre y del hombre prediseñada por aquel paso.[19]
Heidegger aplica su interpretación de la metafísica a problemas y fenómenos agudos de la actualidad. Los «aviones de guerra teledirigidos» destruyen y aniquilan ciudades.
La doctrina de las ideas de Platón, que para Heidegger va unida a una denigración de la ἀλήθεια, es el origen de toda «producción en serie». Todo lo que es producido exige un modelo, que nos lo proporciona Platón en las ideas. Ese también es el argumento por el que Heidegger concibe el «marxismo» como una especie de platonismo. El marxismo es para él una filosofía de la «producción».
Pero lo que aquí se produce en serie son tanto los «aviones de guerra teledirigidos» como las noticias radiotécnicas. Al respecto Heidegger capta con acierto que los aviones presuponen la radio. También en este sentido el platonismo es el «paso de mayor alcance», pues este, en el sentido de la técnica, lleva a los aviones de guerra teledirigidos hasta muy adentro de los territorios enemigos.
¿Es una casualidad que Levinas hable de Vostok I, la cápsula de Gagarin, y Heidegger de «aviones de guerra teledirigidos»? Según Heidegger, ambas cosas sirven a la «destrucción», ambas han abandonado la tierra y se mueven en el espacio universal. Se insinúa que para Heidegger entre la idea platónica y el judaísmo hay una conexión. Por lo demás, Agustín, en el libro octavo de la Ciudad de Dios, se pregunta si Platón habría podido conocer a los profetas y, entre ellos, sobre todo a Jeremías. Llega a un juicio negativo, pero añade, no obstante, que casi querría asentir a la afirmación de que Platón hubo de conocer esos libros. El judaísmo, el platonismo y el cristianismo son tres formas de universalismo que Heidegger ataca en los Cuadernos negros.]
La historia del ser alcanza la consumada reducción apocalíptica allí donde ya no existe ningún enemigo que amenace «la existencia del pueblo». La historia misma tiene que realizar la «decisión». Y ahora la «aniquilación» se convertirá en la «aniquilación propia». Pero, según Heidegger, la «propia aniquilación» puede afectar a todos y a cada uno. La «producción sistematizada es total», no hace ninguna excepción. Una vez, antes de la guerra, Heidegger habla de la «propia destrucción» del «comunismo», es decir, del «comunismo» que él piensa según la «historia del ser», de tal manera que no ve ninguna diferencia entre «bolchevismo» y «comunismo», con sus respectivas promesas de mediocridad universal. Y luego, después de la guerra, habla de la «propia aniquilación» de los «alemanes», e incluso antes de acabar la guerra, de la «propia aniquilación» de lo «judío»:
Cuando lo esencialmente «judío» en el sentido metafísico lucha contra lo judío, se ha alcanzado en la historia el punto culminante de la propia aniquilación; y esto es así en el supuesto de que lo «judío» se ha hecho en todas partes con el dominio, de tal manera que también la impugnación de lo «judío», y ella ante todo, cae bajo su señorío.[20]
La «propia aniquilación» no tiene por qué entenderse en todas partes como aniquilación física. Más bien, según Heidegger, hay también «una aniquilación propia de la humanidad»,[21] la cual consiste en que el sujeto moderno como «último hombre» (Nietzsche) pasa a la «terminación». Por otra parte, hay también una «aniquilación propia» del «adversario», para la que la «política» en su «esencia moderna» no ha de hacer otra cosa que «poner al adversario en una situación» en la que lo único posible es la «propia aniquilación».[22] En este pasaje Heidegger piensa probablemente en el «americanismo», pues en el mismo lugar dice: «Por primera vez ahora, bastante tarde y a la vez de nuevo a medias, se descubre el “americanismo” como un adversario político».
Pero nada justifica pensar que la oscilación del concepto de la «propia aniquilación» tenga como consecuencia una indiferencia de la significación. Más bien ha de tenerse en cuenta cada matiz particular de la significación. Además, hemos de tomar en consideración cuándo habla Heidegger, por ejemplo, de la «propia aniquilación» de los «judíos» y de la «propia aniquilación» de los «alemanes». En este lugar es relevante el carácter de testimonio de los Cuadernos negros. Lo mismo que en las lecciones, es importante ver qué cambio emprende en la dimensión narrativa de la historia del ser y cuándo lo hace.
La reducción apocalíptica se muestra como la «propia aniquilación» de la «técnica». En la topografía narrativa del pensamiento de Heidegger se muestra, en el plano de la historia del ser, una unidad de «americanismo», «Inglaterra», «bolchevismo», «comunismo», «nacionalsocialismo» y «judaísmo mundial». Todos estos protagonistas de la historia del ser están determinados por una «dotación acentuadamente calculadora», «dotación» que Heidegger atribuye explícitamente a los judíos. Se mueven en un espacio sin mundo en «aviones de guerra teledirigidos» y cápsulas espaciales: ellos son quizá los agentes inauténticos de la «producción sistematizada».
Antes de acabar la guerra, antes del «final», la «propia aniquilación» afecta a estos agentes de la «producción sistematizada». Lo que está en juego es el «otro comienzo». La «decisión» exige que este «comienzo» se produzca sin vencedores ni vencidos, pues la diferencia entre vencedores y vencidos de nuevo recae inmediatamente en la técnica. Esta tiene que aniquilarse a sí misma arrastrando consigo a sus agentes.
Pero el final de la guerra muestra que los agentes de la «producción sistematizada» se han impuesto. Y ahora esta empuja a los «alemanes» a la «propia aniquilación». Heidegger habla de una «maquinaria de matar», que ha transformado «el país y el pueblo alemán en un único campo de concentración».[23] No se produce la «propia aniquilación» de la «producción sistematizada», eso solo puede tener la consecuencia de la «propia aniquilación» de los «alemanes».
Queda ahora la pregunta de cómo ha de entenderse la «propia aniquilación» de «lo judío» y lo «judío» (¿tuvieron en Heidegger las comillas alguna vez una significación sombría, terrible?). Sin duda «lo judío» es ahora la «producción sistematizada». En este sentido, son representantes de lo «judío»[24] los nacionalsocialistas, y con ellos los americanos, los ingleses y los bolcheviques todos juntos. Lo que se dirige contra esto cae bajo su «dominio», piensa según sus reglas. Pero lo «judío» es el carácter de los judíos fácticos; ¿qué otra cosa podría ser? La «propia destrucción» de la «producción sistematizada» sucede en forma de aniquilación de lo «judío» por «lo judío». ¿Es Auschwitz la «propia aniquilación» del judaísmo? El pensamiento aniquila una vez más a los aniquilados.