ÁNGELA BAUDRIX
(1797-1871)
LA COMPAÑERA DE DORREGO
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Ángela vivía con su familia en una lujosa quinta en Buenos Aires y tenía 16 años cuando conoció al flamante coronel Manuel Dorrego, de 28. El temperamental joven había abrazado los ideales revolucionarios desde muy temprano: primero, abandonando sus estudios de Derecho para hacerse militar y luego, con el estallido de la Revolución de Mayo, yéndose desde Chile hacia Buenos Aires para sumarse a las luchas por la independencia.
Ángela y Manuel se casaron en 1815. Por aquellos días, la muchacha apoyaba a su esposo corrigiendo los textos que Dorrego escribía para La Crónica Argentina, un diario de tendencia federal y opositor al Directorio y sus políticas centralistas.
En 1817, esta oposición le costó a Dorrego ser licenciado del Ejército Libertador por indisciplina y más tarde, cuando estaba próximo a ir a Cuyo al frente de su regimiento, ser arrestado y luego, desterrado en Estados Unidos.
La decisión era por demás arbitraria y Ángela tuvo el coraje suficiente para escribirle una carta al Directorio y protestar por la suerte de su marido, “uno de los más ardientes celosos, y defensores de la patria”.
Fue inútil: cuatro años estuvo Dorrego en Baltimore, durante los cuales, Ángela solo contó con el apoyo de su familia. El regreso, sin embargo, fue con gloria: el coronel se transformó en uno de los hombres más relevantes del joven Partido Federal porteño y en alguien querido por el pueblo, que lo apodó “Padrecito de los pobres”. En 1827, tras la renuncia de Rivadavia, Dorrego fue electo gobernador de la provincia de Buenos Aires. Desde su cargo, impulsó una política popular que incluyó los precios máximos, el fin de la leva forzosa que obligaba a los pobres a incorporarse a la milicia de fronteras y la suspensión de la deuda externa contratada por su antecesor, el unitario Rivadavia, con la casa Baring de Londres y que implicaba el pago de intereses usurarios.
En la vida de Ángela y Manuel, esos fueron los mejores años porque pudieron compartir sus días y noches, y criar juntos a sus dos hijas.
Sin embargo, las diferencias y conflictos entre el “Coronel del pueblo” y los unitarios eran irreconciliables. Algo que se hizo más que evidente cuando el general Juan Lavalle, al frente de un grupo de hombres, lo derrocó y luego, en diciembre de 1828, lo mandó a fusilar.
Hay muchos testimonios de uno de los hechos más trágicos de la historia argentina. Uno de los más conmovedores es la carta que le permitieron escribir apresuradamente a Dorrego para su esposa, poco antes de ser fusilado. En ella le dice: “Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; mas la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida: educa a esas amables criaturas: sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado”.
Tras el asesinato de su esposo y pese a que le correspondían ayudas del Estado como viuda de un coronel del Ejército y como esposa de un gobernador, a Ángela le negaron los dos beneficios. La mujer tampoco tenía ya los bienes heredados, así que para ella y sus hijas no vinieron días felices sino, por el contrario, tiempos de apremios y miserias.
Pero esto no iba a doblegar a la valerosa Ángela, quien no dudó en aceptar el trabajo como costurera que le consiguió Rosas. Ignorando las murmuraciones de las señoras, durante muchos años, la mujer se ganó la vida cosiendo uniformes para el ejército en la Ropería de Simón Pereyra. Recién en 1845, el gobierno de Rosas comenzó a pagarle la pensión que le correspondía como viuda de un jefe militar.
ISABEL, LA HIJA MAYOR DEL MATRIMONIO DORREGO, SOBREVIVIÓ A SU MADRE Y A SU HERMANA. DICEN QUE SIEMPRE VISTIÓ DE LUTO, QUE SALÍA MUY POCO Y QUE NUNCA SE CASÓ, POR LO CUAL LA LLAMABAN “LA SOLITARIA”. SUS PARIENTES Y AMIGOS SOLÍAN VISITARLA CADA 13 DE DICIEMBRE, ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE SU PADRE, OCASIÓN EN LA QUE ISABEL SERVÍA REFRESCOS Y LUEGO ORDENABA A UN CRIADO QUE TRAJESE UNA BANDEJA SOBRE LA CUAL YACÍA LA CABEZA DE UN GALLO RECIÉN DEGOLLADO. ISABEL DORREGO AFIRMABA ENTONCES: “ES LA CABEZA DE LAVALLE”.