AGUSTINA LÓPEZ DE OSORNIO
(1769-1845)
GOBERNANDO AL GOBERNADOR
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Todo lo hacía rápido y con total determinación: caminar, actuar y registrar con su mirada vivaz lo que pasaba a su alrededor. Esa, que le permitía controlar lo que hacían sus veinte hijos. Entre todos ellos, uno, Juan Manuel de Rosas, iba a tener un lugar muy destacado en la historia argentina.
Doña Agustina López de Osornio, tal el nombre de quien fuera madre del futuro gobernador de la provincia de Buenos Aires, había nacido en 1769 en cuna noble y rica. Cuando tenía 14 años, su padre murió y ella se hizo cargo de la estancia “Rincón de López”, al sur del río Salado, que a fines del siglo XVIII, era el límite con los territorios de los indígenas. La muchacha se ocupaba de dirigir las tareas rurales y recorrer el campo luchando contra las dificultades que imponía el entorno y la bravura de los gauchos, lo que forjó su carácter y la hizo ser bien aguerrida, también autoritaria.
Alrededor de los 20 años se casó con León Ortiz de Rozas, un oficial del ejército, y comenzaron los nacimientos de la prole. Si Agustina mandaba en el campo, mucho más en su casa, que transformó en su feudo. Dicen que se hacía cebar mates por una esclava, a la que le permitía acercarse solo de rodillas. Su nieto Lucio V. Mansilla nos cuenta que: “De todo se ocupaba: de su casa, de sus parientes, de sus relaciones, de sus intereses, comprando y vendiendo casas, reedificando, descontando dinero y siempre constantemente haciendo obras de caridad y amparando a cuantos podía, a los perseguidos con o sin razón por opiniones políticas”.
Respecto de sus caridades, el mismo Mansilla refiere que doña Agustina se iba todos los viernes a distribuir limosna y que en la casa tenía una sala-hospital donde solía alojar a algunas enfermas que recogía en sus recorridos, exigiéndole a alguna de sus hijas que se ocupara de su cuidado.
Así educó a su descendencia: con extrema dureza y sin permitirles veleidades de niños ricos. Fue gracias a eso, seguramente, que Juan Manuel aprendió a trabajar sin descanso, a mandar y a hacerse respetar.
Pero madre e hijo tenían tremendo carácter y los choques entre ambos fueron varios. El primero: cuando Agustina se opuso a que Juan Manual se casara con Encarnación Ezcurra, por lo que este la engañó diciéndole que la chica estaba embarazada y logró la autorización para la boda. El segundo enfrentamiento fue más bravo, ya que el futuro Restaurador no solo se fue de la casa familiar, sino que cambió su apellido Ortiz de Rozas por Rosas.
Sin embargo, esto no iba a romper los lazos familiares, tal como lo demostró Agustina en 1828. En diciembre de ese año, Lavalle derrocó a Manuel Dorrego y luego mandó requisar todos los caballos y mulas de la ciudad para montar a sus tropas, que debían ir tras los federales comandados por Juan Manuel de Rosas. Fue así como llegaron a la casa de don León y doña Agustina, dispuestos a llevarse los animales que tenían en los fondos. La madre del Restaurador se negó a entregarlos y prefirió degollarlos antes que dárselos al “enemigo”.
El carácter materno se impuso siempre sobre sus hijos, y también sobre varios de sus nietos, algunos de los cuales crio cuando quedaron huérfanos. De hecho, cuando hizo su testamento, favoreció más a esos nietos que a sus descendientes directos. Testar de ese modo significaba transgredir la ley, y su abogado se lo advirtió, pero Agustina le indicó: “Ya verás si se puede; escribí, nomás, escribí [...] Sé que he criado hijos obedientes y subordinados que sabrán cumplir mi voluntad después de mis días: lo ordeno”.
Anciana y postrada, la señora siguió manejando su casa y también a sus hijos, quienes luego de su muerte, en 1845, y tal como ella había previsto, cumplieron sus designios.
“UNA TARDE, (DOÑA AGUSTINA) COMPRÓ EN UNA TIENDA ALGUNOS OBJETOS, QUE DEJÓ APARTADOS PARA LLEVARLOS CUANDO REGRESARA A SU CASA. MOMENTOS DESPUÉS, AL VOLVER POR ELLOS, DESCUBRIÓ QUE EL TENDERO LOS HABÍA VENDIDO.
–LOS HE VENDIDO –LE DIJO ESTE–, VIENDO QUE USTED NO VOLVÍA.
–SOY SORDA –LE RESPONDIÓ LA SEÑORA, COLOCANDO EN EL OÍDO LA MANO DERECHA A GUISA DE PABELLÓN–, TENGA USTED LA BONDAD DE ACERCARSE MÁS.
EL TENDERO ACERCÓ SU CABEZA, Y ANTES QUE HUBIERA ARTICULADO LA PALABRA, UNA FEROZ BOFETADA LE HIZO PURGAR SU INSOLENCIA”.
EPISODIO ACERCA DE AGUSTINA LÓPEZ DE OSORNIO NARRADO POR RAMOS MEJÍA.