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ROSARIO VERA PEÑALOZA

(1873-1950)

CORAZÓN DE MAESTRA

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Con apenas 15 años, Rosarito ya era maestra. Estudió en La Rioja, donde había nacido en 1873, pero ella quería más y se fue a perfeccionar a la Escuela Normal de Paraná, que en materia de educación, era un lugar de avanzada.

Allí, a los 20 años, se recibió de profesora superior de Enseñanza y también estudió dibujo y pintura, modelado, trabajo manual, telar, corte y confección, grabado, ejercicios físicos y artes decorativas.

Con todos esos saberes a cuestas, regresó a su provincia natal y se transformó ella misma en una mujer de avanzada fundando, en 1900, el primer jardín de infantes del país. Este fue el primero de los muchos jardines de infantes que Rosario Vera Peñaloza –ese era su nombre completo– iba a crear en Buenos Aires, Córdoba y Paraná.

Tanto esfuerzo tuvo su recompensa porque en 1912, la nombraron directora de la Escuela Normal N° 1 de la ciudad de Buenos Aires, donde empezó a utilizar métodos de enseñanza mucho más modernos que los que se utilizaban en otras instituciones, y donde en cinco años, logró que las alumnas pasaran de 500 a 1500.

Tantas mujeres-alumnas y tanta modernidad fueron demasiado para el presidente Yrigoyen, que mostró su perfil más conservador y en 1917, decidió apartar a la directora de su puesto.

A Rosario le encantaba lo que hacía. Quería crear jardines de infantes en todo el país y formar docentes; promover una educación centrada en la actividad creativa, la incorporación del conocimiento a través del juego y la exploración, el uso de los sentidos y las manos como herramientas. Por eso, aceptó enseguida el ofrecimiento de Carlos María Biedma de dirigir la Escuela Argentina Modelo, un moderno emprendimiento privado. En esta escuela, la flamante directora se propuso superar la educación “exclusivamente intelectualista” e incorporar el “aprendizaje práctico” con el fin de lograr, según sus propias palabras, “una escuela donde fuera realidad el principio de educar deleitando”.

Cuando Alvear asumió la presidencia del país, Rosarito fue invitada a sumarse nuevamente a las filas de la educación pública, esta vez como inspectora de enseñanza secundaria, normal y especial. Hasta que en 1928, Yrigoyen fue nombrado presidente por segunda vez, y también por segunda vez, decidió echarla.

“Siempre es lenta la marcha de las ideas nuevas. Hay siempre lucha hasta que el público las acepta y todos los que llegan a ser discípulos de tal innovación tienen que soportar críticas y advertencias injustas”, escribió Rosarito, acostumbrada como estaba a los reveses y las resistencias que generaban sus propuestas. Pero nada la iba a hacer abandonar ni sus ideas ni su lucha, por lo que en 1945, creó y dirigió el Museo Argentino para la Escuela Primaria y Kindergarten, dedicado a la investigación y formulación de propuestas educativas; institución a la que se mantuvo vinculada hasta que murió, en 1950, a los 77 años.

De Rosario dicen que hablaba poco y hacía mucho. Queda claro cuando vemos que escribió 25 libros (en su mayoría inéditos), dictó cátedras de Pedagogía y Matemática en el profesorado y recorrió el país siendo maestra, fundando jardines de infantes, museos y bibliotecas, impulsando la enseñanza popular y dictando conferencias y cursos para transmitir las nuevas técnicas educativas.

Pero lo que más claro queda, es que fue una verdadera y tenaz militante de una educación creativa y más libre, y soñó y luchó para convertir al país en una gran aula.

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“CREO EN EL MAGISTERIO ARGENTINO Y EN SU OBRA; A ELLOS, LOS MAESTROS, CORRESPONDE FORMAR LAS GENERACIONES CAPACES DE MANTENER SIEMPRE ENCENDIDA LA LÁMPARA VOTIVA QUE DEJARON A NUESTRO CUIDADO LOS QUE NOS DIERON PATRIA PARA QUE JAMÁS SE APAGUE EN EL ALMA ARGENTINA Y PARA QUE SEA EL FARO QUE ILUMINE LOS SENDEROS”.

ROSARIO VERA PEÑALOZA