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AZUCENA VILLAFLOR

(1924-1977)

LA MADRE DE LAS MADRES

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Hasta el 30 de noviembre de 1976, la vida de Azucena Villaflor de De Vincenti era la de un ama de casa como tantas otras. Pero ese día, su hijo Néstor fue secuestrado por un grupo de tareas de la última dictadura y ella decidió abandonar el delantal y las cacerolas para comenzar con su búsqueda. En el camino, se encontró con muchas madres que, al igual que ella, no sabían adónde se habían llevado ni qué habían hecho con todos esos hijos e hijas que les habían arrebatado y que todavía nadie se atrevía a llamar “desaparecidos”. Entonces, Azucena se puso al frente de esas madres y las unió para reclamar por la aparición con vida de sus hijos.

Azucena nació al sur del gran Buenos Aires, en 1924. Su familia era humilde, así que a los 16 años ya estaba trabajando como telefonista en la fábrica Siam Di Tella. Allí conoció a Pedro De Vincenti, obrero y delegado gremial, con quien se casó y tuvo cuatro hijos: Pedro, Néstor, Adrián y Cecilia.

En los convulsionados años 70, su hijo Néstor empezó a estudiar Arquitectura y se sumó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, una organización político-militar que agrupó a marxistas y peronistas.

Cuando el 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe cívico-militar que instaló en el poder a la peor dictadura que padeció nuestro país, se inició también el plan para aniquilar a estas organizaciones y a sus militantes. Algunos de sus ejecutores fueron los “grupos de tareas”, como los que secuestraron a Néstor y Raquel Mangin, su novia.

Azucena buscó a su hijo en cárceles, comisarías, regimientos y morgues. Por la vía legal, presentó un recurso de habeas corpus, para pedir información sobre el paradero de Néstor y saber si pesaba sobre él alguna acusación o pedido de detención. En su dramático peregrinar, se encontró con muchas otras madres que estaban en su misma situación.

“Vayamos a la Plaza de Mayo y llevémosle una carta al presidente”, les dijo un día Azucena Villaflor a sus compañeras de búsqueda. Así fue como el 30 de abril de 1977, ella y otras trece valientes se reunieron en la Plaza de Mayo. Cuando los policías les dijeron que el estado de sitio vigente les prohibía estar ahí, quietas, y que tenían que circular, ellas lo hicieron: empezaron a caminar en círculo en torno al monumento de Manuel Belgrano. Como de ahí también las echaron, se fueron a dar vueltas alrededor de la Pirámide de Mayo.

Unos meses más tarde, las madres lograron publicar una solicitada en el diario La Prensa que decía: “Solo pedimos la verdad…”. Después se pusieron pañuelos blancos para reconocerse con otras madres. Pero lo que terminó de irritar a la dictadura fue que en la visita del secretario de Estado norteamericano se pusieran a gritar: “¡Que aparezcan nuestros hijos! ¡Que liberen a los secuestrados!”. Había que silenciarlas.

El método elegido fue infiltrarlas, trabajo que encomendaron a Alfredo Astiz, un joven rubio que era oficial de la Marina. Astiz se presentó ante las madres como Gustavo Niño, las engañó diciéndoles que tenía un hermano desaparecido y empezó a participar de las reuniones.

El 8 de diciembre, las madres y otros familiares se reunieron en la Iglesia de la Santa Cruz. Cuando llegó “el Ángel Rubio”, como también lo llamaban, saludó a todos con un beso.

A la salida, un grupo de tareas interceptó a las ocho personas que Astiz había marcado y las secuestró. Como Azucena no estaba, se salvó, pero solo por cuarenta y ocho horas: el 10 de diciembre, un grupo armado la esperó en la esquina de su casa y la secuestró.

La llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde la torturaron brutalmente y después la arrojaron viva al mar desde un avión de la Marina. Cuando su cuerpo apareció en la costa cercana a San Clemente, lo enterraron sin nombre en el cementerio de General Lavalle, hasta que en 2005, fue identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Las cenizas de Azucena fueron esparcidas en la base de la Pirámide de Mayo.

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CUANDO LOS CUERPOS DE AZUCENA Y OTRAS MADRES FUERON IDENTIFICADOS, SUS HIJOS DIJERON: “NUESTRAS MADRES, INCANSABLES LUCHADORAS QUE DIERON LA VIDA POR SUS HIJOS, NO PUDIERON VENCER A LA MUERTE, PERO ERAN TAN OBSTINADAS QUE SÍ PUDIERON VENCER AL OLVIDO. Y VOLVIERON. VOLVIERON CON EL MAR [...]. VOLVIERON CON ESE AMOR INCONDICIONAL QUE SOLO LAS MADRES TIENEN POR SUS HIJOS, PARA SEGUIR LUCHANDO POR ELLOS, POR NOSOTROS”.