27

Ada despertó en la oscuridad y encontró a tres voynix en su habitación. Uno de ellos sostenía la cabeza cercenada de Harman en sus largos dedos-hoja.

Ada despertó en la difusa luz de antes del amanecer con el corazón desbocado. Tenía la boca abierta como si gritara.

—¡Harman!

Se levantó de la cama, se sentó en el borde, la cabeza entre las manos, el corazón todavía tan agitado que sentía vértigo. No podía creer que hubiera llegado a su dormitorio y se hubiera quedado dormida mientras Harman seguía despierto. «Este embarazo es un engorro», pensó. En ocasiones convertía su cuerpo en un traidor.

Se había dormido con la ropa puesta (túnica, chaleco, pantalones de lienzo, calcetines gruesos). Se recogió el pelo y se puso también una camisa larga. Para calmar en lo posible lo peor de la sensación pensó en usar un poco de la preciosa agua caliente para lavarse de pie en el lavabo (su pila bautismal, la llamaba siempre Harman), pero descartó la idea. Podían haber sucedido demasiadas cosas en las dos horas transcurridas desde que se había quedado dormida. Ada se puso las botas y corrió escaleras abajo.

Harman estaba en el salón frontal. Habían abierto los postigos de las amplias ventanas que permitían ver el jardín sur hasta la empalizada inferior. No había amanecer (la mañana era demasiado nublada) y había empezado a nevar. Ada ya había visto nieve antes, pero sólo una vez en Ardis Hall, cuando era muy joven. Una docena de hombres y mujeres, incluido Daeman (que parecía extrañamente acalorado), contemplaban la nieve caer a través de las ventanas y hablaban en voz baja.

Ada le dio a Daeman un rápido abrazo y se acercó a Harman, rodeándolo con el brazo.

—¿Cómo está Odi...? —empezó a decir.

—Nadie sigue vivo, pero a duras penas —dijo Harman—. Ha perdido demasiada sangre. Su respiración es cada vez más trabajosa. Loes piensa que morirá dentro de una hora más o menos. Estamos intentando decidir qué hacer. —Le acarició la espalda—. Ada, Daeman nos ha traído una noticia terrible sobre su madre.

Ada miró a su amigo, preguntándose si su madre simplemente se había negado a ir a Ardis. Daeman y ella habían visitado a Marina dos veces en los ocho meses anteriores, y en ninguna de las dos ocasiones habían conseguido convencer a la mujer.

—Está muerta —dijo Daeman—. Calibán la mató a ella y mató a todos los que vivían en la torre domi.

Ada se mordió los nudillos hasta que casi le sangraron.

—Oh, Daeman, lo siento... tanto —dijo, y entonces, dándose cuenta de lo que él acababa de decir, susurró—: ¿Calibán? —Se había convencido a sí misma, por las historias de Harman sobre la isla de Próspero, de que la criatura había muerto allí arriba—. ¿Calibán? —repitió estúpidamente. Su sueño aún la acompañaba como un peso al cuello—. ¿Estás seguro?

—Sí.

Ada lo abrazó, pero el cuerpo de Daeman estaba tan tenso y rígido como una roca. Él le palmeó el hombro, casi ausente. Ada se preguntó si no estaría en estado de conmoción.

El grupo continuó discutiendo la defensa de Ardis Hall de aquella noche.

Los voynix habían atacado justo antes de medianoche. Al menos un centenar, quizá ciento cincuenta: era difícil precisarlo con la oscuridad y la lluvia. Habían cubierto al menos tres de los cuatro lados del perímetro de la empalizada. Era el ataque más grande y desde luego el más coordinado que los voynix habían llevado jamás a cabo contra Ardis.

Los defensores se habían defendido de ellos hasta justo antes de amanecer: primero encendiendo los enormes braseros, quemando el precioso queroseno y la naftalina guardados para ese propósito, iluminando las murallas y los campos y luego disparando andanada tras andanada de flechas contra las veloces formas.

Las flechas no siempre atravesaban el caparazón o la capucha correosa de los voynix, más bien al contrario, así que los defensores habían gastado un gran porcentaje de flechas. Docenas de voynix habían caído: Loes contó que su equipo había contado cincuenta y tres cadáveres de voynix en los campos y bosques, al amanecer.

Algunos habían llegado a las murallas y habían saltado a los parapetos (los voynix podían saltar nueve metros y más, como si fueran enormes saltamontes), pero la masa de picas y luchadores de reserva con espadas les había impedido llegar hasta la casa. Ocho personas habían resultado heridas, pero sólo dos de gravedad: una mujer llamada Kirik tenía un brazo roto, y Laman, un amigo de Petyr, había perdido cuatro dedos, no por las hojas de los voynix, sino por el mandoble mal medido de un compañero defensor.

Había decidido la batalla el sonie.

Harman había lanzado el disco oval desde la antigua plataforma del jinker del tejado de Ardis Hall. Lo había pilotado desde su nicho central de proa. La máquina voladora tenía seis muescas poco profundas y acolchadas para que las personas se tumbaran, pero Petyr, Loes, Reman y Hannah se habían arrodillado en sus huecos y disparado desde el sonie, los tres hombres con todos los rifles de flechitas de Ardis y Hannah con la mejor ballesta que había forjado jamás.

Harman no podía bajar a más de dieciocho metros debido a las sorprendentes habilidades saltarinas de los voynix. Pero había sido suficiente. Incluso con la oscuridad y la lluvia, incluso con los voynix correteando como cucarachas y saltando como gigantescos saltamontes en un fogón, el fuego sostenido de flechitas de cristal y ballestas había detenido en seco a las criaturas. Harman había llevado el sonie entre los altos árboles situados al pie y en lo alto de la colina, mientras los defensores de los parapetos de la empalizada disparaban flechas incendiarias y activaban catapultas con bolas de fuego cuya naftalina siseante iluminaba la noche. Los voynix se habían dispersado, reagrupado y atacado seis veces más antes de desaparecer, algunos hacia el río situado más allá de la colina y el resto hacia las montañas, al norte.

—Pero ¿por qué han dejado de atacar? —preguntó la joven llamada Peaen—. ¿Por qué se han marchado?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Petyr—. Hemos matado a un tercio.

Harman se cruzó de brazos y contempló la nieve que caía lentamente.

—Entiendo lo que quiere decir Peaen. Es una buena pregunta. ¿Por qué han interrumpido el ataque? Nunca hemos visto a ningún voynix reaccionar al dolor. Se mueren... pero no se quejan. ¿Por qué no han seguido insistiendo hasta acabar con todos nosotros o morir?

—Porque algo o alguien los ha llamado —dijo Daeman.

Ada lo miró. Daeman estaba bastante abotargado, tenía la voz apagada y la mirada un tanto desenfocada. Durante los últimos nueve meses, la energía y determinación de Daeman habían aumentado visiblemente, día a día. En aquel momento estaba ausente, aparentemente ajeno a la conversación y a la gente que lo rodeaba. Ada estaba segura de que la muerte de su madre casi había podido con él... quizá terminara por hacerlo.

—Si es así, ¿quién los ha llamado? —preguntó Hannah.

Nadie habló.

—Daeman —dijo Harman—, por favor, vuelve a contar tu historia, para Ada. Y añade cualquier detalle que te hayas dejado la primera vez.

Más hombres y mujeres se habían congregado en la larga sala. Todos parecían cansados. Nadie habló ni hizo ninguna pregunta mientras Daeman volvía a contar su historia en voz monótona y sombría.

Contó la matanza en el domi de su madre, la pila de cráneos, la presencia del paño turín en la mesa (la única cosa que no estaba manchada de sangre) y cómo lo había activado luego cuando ya había faxeado a otro sitio: no especificó dónde exactamente. Contó la aparición del agujero sobre Cráter París y cómo había visto que algo enorme salía por él, algo que parecía avanzar sobre grupos imposibles de manos gigantescas.

Explicó cómo se había marchado faxeando para recuperar la compostura, por último al nódulo de Ardis, donde los guardias del pequeño fuerte que allí había le habían hablado de los movimientos de voynix que habían visto toda la noche. Las antorchas estaban encendidas y todos los hombres ocupaban las murallas. Habló de los sonidos de lucha y los destellos de antorcha y combustible que había visto en la dirección de Ardis Hall. Daeman se había sentido tentado de dirigirse a pie a Ardis, pero los hombres de las barricadas del faxpabellón estaban convencidos de que sería una muerte segura intentar esa caminata en la oscuridad: habían contando más de setenta voynix correteando por las praderas y los bosques, dirigiéndose hacia la mansión.

Daeman explicó que había dejado el paño turín a Casman y Greogi, los dos capitanes de la guardia, y les había ordenado que faxearan a Chom o a algún lugar seguro con el turín si los voynix se apoderaban del faxpabellón antes de que regresara.

—Tenemos previsto faxearnos si estos hijos de puta nos atacan —dijo Greogi—. Hemos hecho planes sobre quién se va y en qué orden, mientras otros lo cubren hasta que sea su turno. No pensamos morir protegiendo este pabellón.

Daeman había asentido y faxeado de vuelta a Cráter París.

Les contó a los demás que si hubiera elegido el nódulo de hotel Inválidos más cercano, en vez del León Protegido, más lejano, hubiese muerto. Todo el centro de Cráter París se había transformado. El agujero en el espacio seguía allí, una débil luz solar fluía de él, pero el centro de la ciudad estaba cubierto por un glaciar reticular de hielo azul.

—¿Hielo azul? —intervino Ada—. ¿Tanto frío hacía?

—Mucho frío cerca de esa cosa —dijo Daeman—. Pero no tanto a unos cuantos metros de distancia. Sólo frío y lluvia. No era hielo de verdad, no creo. Sólo algo gélido y cristalino... frío pero orgánico, como telarañas surgiendo de icebergs... Y los bloques y telarañas de ese material cubrían las antiguas torres domi y los bulevares que circundan el cráter central de Cráter París.

—¿Has visto a esa... cosa... salir del agujero? —preguntó Emme.

—No. No pude acercarme lo suficiente. Había más voynix de los que haya visto jamás. El edificio del León Protegido, era una especie de centro de transporte, ya sabes, con raíles de entrada y salida y plataformas de aterrizaje en el techo, estaba lleno de voynix. —Daeman miró a Harman—. Me recordó la Jerusalén del año pasado.

—¿Tantos? —dijo Harman.

—Tantos. Y había algo más. Dos cosas de las que no he hablado todavía.

Todos esperaron. Fuera caía la nieve. Sonó un gemido en la enfermería y Harman fue a ver de nuevo a Odiseo-Nadie.

—Ahora hay una luz azul que brilla en Cráter París —dijo Daeman.

—¿Una luz azul? —preguntó la mujer llamada Loes.

Sólo Harman, Ada y Petyr lo comprendieron. Harman porque había estado en Jerusalén con Daeman y Savi nueve meses antes; Ada y Petyr porque habían escuchado las historias.

—¿Se proyecta hacia el cielo como la que vimos en Jerusalén? —preguntó Harman.

—Sí.

—¿De qué demonios estáis hablando? —preguntó la mujer pelirroja llamada Oelleo.

—Vimos un rayo similar en Jerusalén, el año pasado —respondió Harman—, una ciudad de la cuenca seca del Mediterráneo. Savi, la anciana que venía con nosotros, dijo que el rayo estaba compuesto de... ¿cómo era, Daeman? ¿Taquiones?

—Creo que sí.

—Taquiones —continuó Harman—. Y que contenía los códigos capturados de toda su raza de antes del Fax Final. Ese rayo era el Fax Final.

—No lo entiendo —dijo Reman. Parecía muy cansado.

Daeman sacudió la cabeza.

—Ni yo. No sé si el rayo apareció con la criatura que vi atravesar el agujero o si el rayo de algún modo llevó a esa cosa a Cráter París. Pero hay otra noticia... y es peor.

—¿Cómo va a ser peor? —preguntó Paean con una carcajada.

Daeman no sonrió.

—Tuve que salir de Cráter París a toda prisa: el nódulo del León Protegido era la muerte, con voynix por todas partes... y sabía que aquí no sería de día aún, así que faxeé a Bellinbad, luego a Ulanbat, después a Chom y a Drid y a Lomam’s Place, y luego a Kiev y a Fuego y a Devi y a Satle Heights, y después a Mantua y, por fin, a Torre de Ciudad del Cabo.

—Para advertírselo a todos —dijo Ada.

—Sí.

—¿Y cuál es la mala noticia? —preguntó Harman.

—Se han abierto agujeros en Chom y Ulanbat —dijo Daeman—. Los núcleos de las comunidades de allí están cubiertos de hielo azul. Los rayos azules brotan de esas dos colonias supervivientes. Setebos ha estado en ellas.