La Reina Mab desaceleró hacia la Tierra en una columna de explosiones nucleares, lanzando una bomba de fisión del tamaño de una lata de refresco cada treinta segundos. Las bombas explotaban y empujaban la placa impulsora de popa de la nave, los enormes pistones y cilindros de la sala de máquinas giraban, la siguiente bomba-lata era expulsada...
Mahnmut estaba observando por el canal de vídeo de popa. Si alguien de la Tierra no sabía que venimos, ya debe saberlo, le dijo a Orphu por su canal de tensorrayo. Los dos habían sido invitados al puente por primera vez en el viaje y se encontraban en el ascensor más grande, subiendo hacia la proa de la nave... que, durante la desaceleración, naturalmente, apuntaba hacia el espacio en vez de hacia la Tierra, que crecía rápidamente.
No creo que la idea sea ser sutiles, tensorrayó Orphu.
Obviamente no. Pero esto es tan sutil como un puñetazo en el estómago, tan sutil como un retrete de pago en la sala de diarreicos, tan sutil como...
¿Tienes algo que decir?, bramó Orphu.
Es demasiado poco sutil, dijo Mahnmut. Demasiado obvio. Demasiado visible. Demasiado precioso... quiero decir, diseños de naves espaciales de mediados del siglo XX, por el amor de Dios. Bombas de fisión. Mecanismos eyectores de la planta embotelladora de Coca-Cola de Atlanta de hacia 1959...
¿Entonces cuál es tu idea?, interrumpió Orphu. En los viejos tiempos, sus ojos-tallo y videocámaras se habrían dirigido hacia Mahnmut (algunos de ellos, al menos), pero no habían sido sustituidos desde que sus nervios ópticos se habían quemado.
Supongo que naves moravec menos obvias, naves modernas con sus sistemas de invisibilidad activados nos están siguiendo, envió Mahnmut.
Ésa ha sido también mi deducción, dijo el moravec de durovac.
Nunca lo has comentado.
Ni tú, hasta ahora, dijo Orphu.
¿Por qué no nos lo han dicho Asteague/Che y los otros Integrantes Primeros?, preguntó Mahnmut. Si nos ponen por delante de la flota verdadera como blanco, tenemos derecho a saberlo.
Orphu envió un rumor subsónico que Mahnmut había aprendido a identificar como el equivalente a encogerse de hombros del ioniano. No habría ninguna diferencia, ¿no?, dijo el gran moravec. Si las defensas de la Tierra disparan sobre nosotros y rompen nuestros modestos campos de fuerza defensivos, estaremos muertos antes de tener tiempo de quejarnos.
Hablando de defensas terrestres, ¿ha dicho algo más la voz de la ciudad orbital desde el mensaje de hace dos semanas? La emisión máser había sido sucinta: la voz grabada, humana y femenina, había dicho simplemente «traedme a Odiseo», una y otra vez, durante veinticuatro horas y luego se había interrumpido tan súbitamente como había comenzado. No se trataba de un mensaje lanzado al azar: apuntaba directamente a la Reina Mab.
He estado monitorizando los canales de recepción, dijo Orphu, y no he oído nada nuevo.
El ascensor zumbó y se detuvo. Las amplias puertas se abrieron. Mahnmut salió al puente por primera vez desde el lanzamiento en Fobos y Orphu se impulsó tras él.
El puente era circular, con un diámetro de treinta metros, el techo en forma de cúpula y rodeado de gruesas ventanas y pantallas holográficas. Como nave espacial era casi completamente satisfactoria para Mahnmut. Aunque la nave sin nombre que habían llevado a Orphu los difuntos Koros III, Ri Po y él a Marte estaba siglos más avanzada (aceleraba a un quinto de la velocidad de la luz usando tijeras magnéticas, usaba una vela de luz de boro, motores de fusión y otros modernos artilugios moravec), esa nave atómica extrañamente retro parecía... adecuada. En vez de tener controles puramente virtuales y sencillos puertos de conexión, más de una docena de técnicos moravecs se sentaban en anticuados sillones de aceleración ante puestos de control de metal y cristal aún más anticuados. Había interruptores de verdad, mandos reales, diales físicos (¡diales!) y un centenar de otros detalles que complacían al ojo y la cámara vid. El suelo parecía de acero pulido, quizá sacado directamente del casco de algún barco de guerra de la época de la Segunda Guerra Mundial.
Los sospechosos habituales (el irreverente término que usaba Orphu) los esperaban cerca de la mesa de navegación central: Asteague/Che, su Integrante Primero de Europa; el general Beh bin Adee en representación de los moravecs guerreros del Cinturón; Cho Li, su navegante de Calisto (que se parecía y hablaba de manera demasiado parecida al difunto Ri Po para comodidad de Mahnmut); Suma IV, el ganimediano de concha de buckycarbono y ojos de insecto, y el arácnido Retrógrado Sinopessen.
Mahnmut se acercó a la mesa del mapa y se subió al saliente de metal que permitía a los moravecs más pequeños ver la brillante superficie de la mesa. Mahnmut se quedó flotando.
—Tenemos poco menos de catorce horas hasta la entrada en la órbita baja de la Tierra —dijo Asteague/Che sin saludos ni introducciones. Su voz (aquella voz que, a los oídos y receptores de audio entrenados en la historia de la Edad Perdida de Mahnmut, recordaba la de James Mason) era tranquila y profesional—. Tenemos que decidir qué hacer.
El Integrante Primero vocalizaba en vez de transmitir por la banda común. El puente estaba presurizado al nivel normal de la Tierra, un contenido atmosférico que gustaba a los moravecs europanos y que los otros toleraban, y el habla audible era más privada que la charla por la banda común y menos conspiradora que usar el tensorrayo.
—¿Ha habido alguna emisión más de esa mujer que nos pide que le entreguemos a Odiseo? —preguntó Orphu.
—No —respondió Cho Li, el gran navegante calistano. Su voz, como siempre, era muy, muy, muy baja—. Pero la construcción orbital que era la fuente de esa emisión es nuestro destino.
Cho Li pasó un tentáculo manipulador por la mesa y apareció un gran holograma de la Tierra. Los anillos polar y ecuatorial eran muy brillantes, incontables motas de luz se movían de oeste a este a lo largo del ecuador y de norte a sur alrededor de los polos.
—Es una transmisión de vídeo en vivo —dijo la diminuta caja plateada entre delgadas patitas plateadas que era el Retrógrado Sinopessen.
—Puedo leer las barras de datos a través del canal común —dijo Orphu de Io—. Y los puedo ver a todos en mi radar y mis escáneres infrarrojos. Pero puede que haya aspectos sutiles de las holoproyecciones que se me escapan... por eso de que estoy ciego y demás.
—Daré una descripción vía tensorrayo de todo lo que vea —dijo Mahnmut. Conectó por tensorrayo y envió una tanda de alta frecuencia al ioniano, describiendo la imagen holográfica de la Tierra azul y blanca que flotaba sobre el mapa, los brillantes anillos polar y ecuatorial cruzándose sobre los océanos y las nubes. Los anillos estaban tan cerca que podían verse incontables objetos brillando contra el negro del espacio.
—¿Ampliado? —preguntó Orphu.
—Sólo diez veces —dijo Sinopessen—. Nivel de binoculares pequeños. Nos estamos acercando a la órbita de la Luna terrestre... aunque ahora mismo la Luna está al otro lado del planeta. Dejaremos de usar las bombas de fisión y pasaremos a impulso iónico cuando entremos en su espacio cislunar... no hay ningún motivo para enfrentarnos a nadie allí. Nuestra velocidad se reduce a diez kilómetros por segundo y bajando. Puede que hayan advertido nuestra desaceleración a uno-punto-dos-cinco en los dos últimos días.
—¿Cómo se ha tomado Odiseo la carga-g añadida? —preguntó Mahnmut. No había visto a su único pasajero humano restante desde hacía una semana. Mahnmut esperaba que Hockenberry regresara a la Reina Mab, pero hasta el momento no lo había hecho.
—Bien —tronó Suma IV, el alto ganimediano—. Suele quedarse en su camastro y sus habitaciones más que de costumbre, pero ya lo hacía antes de que aumentáramos la carga-g decelerativa.
—¿Ha dicho algo sobre la voz femenina del máser... o del mensaje de «traedme a Odiseo»? —preguntó Orphu.
—No —respondió Asteague/Che—. Nos ha dicho que no reconoce la voz... que está seguro de que no pertenece a Atenea, ni a Afrodita ni a ninguno de los inmortales del Olimpo que conoce.
—¿De dónde procedía la emisión? —preguntó Mahnmut.
Cho Li activó un puntero láser insertado en uno de sus manipuladores y marcó el anillo polar, que se acercaba ahora al polo sur, al otro lado del holo transparente de la Tierra.
—Amplía —ordenó el navegante a la IA principal de la Mab.
La mota de luz pareció saltar hacia delante hasta que sustituyó todo el holograma de la Tierra. Era una ciudad de vigas de metal, cristal naranja opaco y luz: altas torres de cristal, burbujas de cristal, cúpulas de cristal, retorcidas agujas y arcos de cristal. Mahnmut lo resumió todo en sus descripciones por tensorrayo para Orphu.
—Es uno de los objetos artificiales en órbita más grandes —dijo el Retrógrado Sinopessen—. Mide unos veinte kilómetros de largo, aproximadamente como la ciudad de Manhattan de la Edad Perdida antes de que se inundara. Parece construido alrededor de un núcleo de piedra y metal pesado, probablemente un asteroide capturado, que proporciona, o proporcionaba, un poco de gravedad a sus habitantes.
—¿Cuánta? —preguntó Orphu de Io.
—Unos diez centímetros por segundo —dijo el amalteo—. Suficiente para que un humano, o un posthumano sin modificar, no salga volando o pueda conseguir velocidad de escape saltando, pero lo bastante tenue para que vaya flotando a donde quiera.
—Muy parecido al tamaño y la gravedad de Fobos —dijo Mahnmut—. ¿Alguna pista acerca de a quién pertenece la voz o quién vive allí?
—Los posthumanos construyeron estos entornos orbitales hace más de dos mil años estándar —dijo el Integrante Primero Asteague/ Che—. Sabéis que suponíamos que los posthumanos habían muerto: sus señales de radio cesaron hace más de un milenio mientras el flujo cuántico entre la Tierra y Marte empezaba a acumularse; no hemos visto sus naves en el espacio cislunar con nuestros telescopios; no ha habido ningún signo de ellos en la Tierra... Pero no podemos descartar la posibilidad de que hayan sobrevivido unos pocos. O evolucionado.
—¿A qué? —preguntó Orphu.
Asteague/Che realizó el más arcaico y expresivo de los movimientos humanos: se encogió de hombros. Mahnmut empezó a describir el gesto del otro europano a su amigo, pero Orphu tensorrayó que lo había captado en los sensores infrarrojos y el radar.
—Dejadme que os muestre alguna actividad reciente antes de que decidamos si vais a bajar con La Dama Oscura a la atmósfera de la Tierra —continuó Asteague/Che. Colocó una mano muy humanoide sobre la mesa.
El holograma de la isla orbital fue sustituido por holos que mostraban la Tierra y Marte, a escala por lo que a tamaño se refería pero no a distancia, con una miríada de hilillos azules, verdes y blancos conectando la Órbita-Cercana-a-la-Tierra y la superficie de Marte. Columnas de datos holográficos cobraron vida. Los dos planetas parecían haber sido entretejidos en una frenética telaraña, excepto que en este caso la tela en sí latía y crecía; los hilos se contraían y expandían produciendo nuevos hilos y nódulos como por propia voluntad. Mahnmut se apresuró a describirlo todo en el canal de tensorrayo.
No hay problema, transmitió Orphu. Estoy leyendo los datos. Es casi tan bueno como leer los gráficos.
—Es la actividad cuántica de los últimos diez días estándar —dijo Cho Li—. Advertiréis que es casi un diez por ciento más volátil y activa que cuando despegamos de Fobos. La inestabilidad está alcanzando un estado crítico...
—¿Hasta qué punto? —preguntó Orphu de Io.
Asteague/Che volvió el visor de su rostro hacia el gran ioniano.
—Lo bastante crítico como para que tengamos que tomar una decisión en la próxima semana o así. Menos tiempo si la volatilidad continúa creciendo. Este grado de inestabilidad cuántica amenaza todo el sistema solar.
—¿Qué decisión? —preguntó Mahnmut.
—Si destruir los anillos polar y ecuatorial de la Tierra donde se originó el flujo cuántico y si cauterizar el monte Olimpo y los otros nódulos cuánticos de Marte —dijo el general Beh bin Adee—. Y esterilizar la Tierra misma si es necesario.
Orphu silbó, un sonido extraño que resonó en todo el puente.
—¿Tiene la Reina Mab esa capacidad militar? —preguntó el ioniano en voz baja.
—No —respondió el general.
«Supongo que tenía razón en lo de las naves moravec invisibles que nos siguen», pensó Mahnmut.
Supongo que teníamos razón en lo de las naves moravec invisibles que nos siguen, envió Orphu por tensorrayo. Si Mahnmut hubiera tenido párpados, habría parpadeado por la similitud de sus pautas de pensamiento.
Se produjo un breve silencio. Ninguno de los seis moravecs que había alrededor de la mesa habló ni transmitió de nuevo durante casi un minuto.
—Hay más acontecimientos que compartir con vosotros —dijo Suma IV por fin. El ganimediano revestido de buckycarbono tocó unos controles y una vista telescópica ampliada y distinta de la Tierra cobró vida. Mahnmut reconoció lo que una vez habían sido las Islas Británicas (¡Shakespeare!), y entonces la imagen se centró en el continente de Europa. Dos imágenes llenaron el holocubo: una extraña ciudad que se extendía a partir de un cráter negro y lo que podría haber sido dicha ciudad envuelto en una telaraña azul no muy distinta a la imagen del desplazamiento cuántico entre la Tierra y Marte. Le describió la masa azul a su amigo.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Orphu.
—No lo sabemos —contestó Suma IV—, pero ha aparecido en los últimos siete días estándar. Estas coordenadas encajan con las de la antigua ciudad de París en la nación de Francia, pero donde nuestros astrónomos de Fobos y Deimos y el espacio marciano habían estado observando actividad de humanos antiguos (primitiva pero visible) ahora no hay más que esta cúpula azul, telarañas azules, agujas azules que rodean lo que obviamente era un antiguo cráter producido por un agujero negro.
—¿Qué podría estar tejiendo esa red? —preguntó Mahnmut.
—Una vez más, no lo sabemos —dijo Suma IV—. Pero mirad las medidas que proceden del interior.
Orphu no silbó esta vez, pero Mahnmut tuvo ganas de hacerlo. La temperatura de las partes de París cubiertas por la telaraña habían caído a menos cien grados Celsius cuando, apenas a unos metros de distancia, la temperatura todavía se mantenía dentro de lo normal en la Tierra para la región y la época del año y, unos pocos metros más allá, se elevaba al punto de fusión del plomo.
—¿Podría tratarse de un fenómeno natural? —preguntó Mahnmut—. ¿Algo que los posthumanos hubiesen causado durante los Tiempos Dementes, cuando jugaban con la ecología y las formas de vida de la Tierra?
—Nunca habíamos visto ni registrado algo parecido a esto —dijo Asteague/Che—. Y no hemos dejado de observar la Tierra desde el espacio del Consorcio. Pero mirad esto.
Una docena de localizaciones marcadas de azul aparecieron en el mapa holocúbico, que se alejó hasta que formó una gran esfera terrestre de nuevo. Los sitios con telarañas azules estaban indicados en otras partes de Europa, en Asia, en lo que había sido América del Sur, el sur de África... una docena en total. Junto a los círculos azules había cubos de datos que registraban medidas similares al fenómeno de París, con notas sobre el día, la hora, el minuto y el segundo en que la telaraña azul había aparecido en los sensores moravec. Mahnmut corrió a tensorrayar la descripción de las imágenes para Orphu.
—Y esto —dijo Asteague/Che.
Otra esfera de la Tierra apareció mostrando líneas azules rectas que surgían de París y los otros nódulos azules, incluida una ciudad indicada como Jerusalén. Las finas lanzadas azules continuaban directamente hasta el espacio y desaparecían más allá del sistema solar.
—Bueno, ya habíamos visto eso —dijo Orphu de Io después de que Mahnmut se lo describiera—. Es el mismo tipo de rayo de taquiones que apareció en Delfos, en la otra Tierra, la antigua Tierra de Ilión, cuando desapareció la población.
—Sí —respondió el Integrante Primero Asteague/Che.
—Aquel rayo no parecía apuntar a nada en el espacio profundo —dijo Mahnmut—. ¿Y éstos?
—No, a menos que contemos las Nubes Magallánicas Menores —dijo Cho Li—. Además, hay un componente cuántico en esos rayos de taquiones.
—¿Qué significa eso de... «componente cuántico»? —preguntó Orphu.
—Los rayos cambian de fase a nivel cuántico, existiendo más en el espacio Calabi-Yau que en el espacio-tiempo cuadrimensional einsteniano —dijo el navegante calistano.
—Quieres decir, que pasan a un universo diferente —dijo Mahnmut.
—Sí.
—¿El universo Tierra-Ilión? —preguntó Mahnmut. Su tono era esperanzado. Cuando el último Agujero Brana que conectaba los universos del Marte-actual y la Tierra-Ilión había colapsado semanas antes, los moravecs habían perdido toda comunicación con aquella antigua Tierra de Troya y Agamenón, pero Hockenberry había podido teletransportarse cuánticamente a través del universo-membrana Calabi-Yau hasta la Reina Mab... y presumiblemente de vuelta, aunque nadie sabía adónde había ido al marcharse de la nave atómica. Mahnmut, que conocía a muchos de los griegos y troyanos, tenía la esperanza de volver a conectarse con ese universo una vez más.
—No lo creemos —dijo Cho Li—. Los motivos son tan complicados como las matemáticas del espacio de membrana-múltiple del espacio Calabi-Yau en las que basamos nuestras suposiciones. Se guían por lo que supimos del Artilugio que activasteis con éxito en Marte hace ocho meses, pero creemos que el rayo de taquiones que cambia de fase se dirige a uno o más universos diferentes, no al de la Tierra-Ilión.
Mahnmut extendió las manos.
—Entonces, ¿qué tiene que ver esto con nuestra misión a la Tierra? Se suponía que yo iba a pilotar La Dama Oscura en los mares u océanos de la Tierra y que llevaría a Suma IV para su misión... igual que se suponía que debía llevar al difunto Ri Po al monte Olympus el año pasado. ¿Cambian ese plan esa telaraña azul y los rayos de taquiones?
Se produjo otro silencio.
—Los peligros desconocidos de una penetración atmosférica proliferan —dijo Suma IV.
—¿Podrías traducir eso, por favor? —pidió Orphu de Io.
—Observad, por favor —dijo el alto ganimediano.
Una grabación holográfica astronómica empezó a reproducirse sobre la mesa. Mahnmut describió las imágenes a Orphu por tensorrayo.
—Por favor, fijaos en la fecha —dijo el Integrante Primero Asteague/Che.
—Es de hace más de ocho meses —dijo Mahnmut.
—Sí —contestó el Integrante europano—. Poco después de que usáramos los Agujeros Brana para viajar al espacio de Marte-Ilión. Advertiréis que la resolución es relativamente pobre comparada con las observaciones de hoy de los anillos orbitales. Se debe a que estábamos observando desde la base de Fobos.
Las imágenes mostraban un objeto orbital similar al que había enviado el mensaje a la Reina Mab, pero no el mismo. Ese asteroide era visible como una roca que rotaba lentamente, con brillantes torres de cristal, cúpulas y estructuras. Era más pequeño: medía menos de dos kilómetros de largo. De repente otro objeto entró en el campo visual de la grabación: una construcción metálica de tres kilómetros de longitud parecida a una larga vara plateada, repleta de rieles, tanques de almacenamiento y cilindros de combustible. La columna terminaba en una esfera bulbosa y titilante. Había impulsores en funcionamiento, pero Mahnmut no creía que la cosa fuera solamente una nave espacial.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Orphu después de oír la descripción de Mahnmut y leer los datos.
—Un acelerador lineal orbital con un recolector de agujero de gusano en el morro —dijo Asteague/Che—. Advertid que alguien, o algo, de la ciudad asteroidal ha enviado órdenes vía máser a este acelerador no tripulado, eliminando incontables protocolos de seguridad, y lo dirige hacia el asteroide.
—¿Por qué? —preguntó Orphu.
Nadie respondió. Los cinco moravecs se quedaron mirando y Orphu escuchaba mientras la larga máquina orbital continuaba acelerando hasta que chocó con la isla asteroidal. Asteague/Che redujo el ritmo de la grabación. Las brillantes torres y agujas explotaron y volaron hechas pedazos a cámara lenta y, luego, el propio asteroide se rompió mientras el acumulador de agujero negro situado en el extremo del acelerador lineal explotaba con la fuerza de incontables bombas de hidrógeno. Hubo una serie de explosiones finales a cámara lenta mientras los tanques de combustible, los impulsores y los motores principales del acelerador estallaban también.
—Ahora observad —dijo Suma IV.
Una segunda visión telescópica, luego una lectura radar, se unieron a las explosiones holográficas. Mahnmut tensorrayó una descripción de la llamarada de los impulsores que se extendía desde el plano del anillo orbital ecuatorial mientras docenas y luego centenares de pequeñas naves espaciales corrían hacia el asteroide orbital que explotaba.
—¿Cuál es la escala? —preguntó Orphu.
—Miden unos seis metros de largo por tres de ancho —respondió Cho Li.
—Sin tripulación humana —dijo Orphu—. ¿Moravecs?
—Más bien los servidores que los humanos emplearon hace siglos —dijo Asteague/Che—. IAs sencillas con un propósito, como veis.
Mahnmut miró y luego describió lo que veía a Orphu. Los cientos, luego miles de diminutos aparatos que corrían hacia el asteroide y los restos del acelerador eran poco más que láseres de alta potencia, cada uno con un cerebro y un aparato director. La grabación avanzó unas cuantas horas y mostró a los láseres-servidores rebuscando a través, por debajo y por encima de los escombros, eliminando cada pieza de asteroide o acelerador que suponía una amenaza si sobrevivía a la reentrada en la atmósfera de la Tierra.
—Los posthumanos no eran tontos —dijo Asteague/Che—. Al menos en lo referido a ingeniería. La masa que acumularon en los dos anillos que construyeron alrededor de la Tierra equivalía a una fracción considerable de otra luna: más de un millón de objetos independientes, algunos, como el que nos llamó, casi tan grandes como Fobos. Pero tenían salvaguardas casi absolutas para mantenerlos en órbita y defensas por si amenazaban caer: esos moscardones impulsados por láser que eliminan cualquier residuo son la última línea de esa defensa. Los meteoritos siguen cayendo a la Tierra más de ocho meses estándar después, pero no ha habido ningún impacto catastrófico.
—Leucocitos orbitales —dijo Orphu de Io.
—Exactamente —comentó el Integrante Primero del Consorcio de las Cinco Lunas.
—Comprendo —dijo Mahnmut por fin—. Tenéis miedo de que si lanzamos La Dama Oscura, como pretendíamos, estos pequeños leucocitos robóticos aparezcan y nos disparen también.
—La masa combinada de la nave de lanzamiento y vuestro sumergible sería una amenaza para la Tierra —reconoció Asteague/Che—. Vimos cómo los... leucocitos, como los llama Orphu, destruyeron piezas del asteroide destruido mucho más pequeñas.
Mahnmut sacudió su cabeza de metal y plástico.
—No lo entiendo. Hace más de ocho meses que tenéis estas grabaciones y estos datos y, sin embargo, habéis traído a la Dama... ¿qué ha cambiado?
El general Beh bin Adee señaló algo al volver a poner la holograbación de la explosión del asteroide.
La imagen se centró. Los ordenadores ampliaron la imagen granulosa y pixelada.
¿Qué?, tensorrayó Orphu.
Mahnmut describió la imagen ampliada. Allí, en medio de todas las explosiones y residuos destruidos había una pequeña nave con tres figuras humanas tendidas en lo que parecía ser una cabina abierta. Sólo el leve titilar de un campo de fuerza indicaba por qué los tres no morían en el vacío.
—¿Qué es esa cosa? —preguntó Mahnmut después de describírselo a Orphu.
Fue Orphu quien contestó.
—Un antiguo aparato volador usado por los humanos antiguos y los posthumanos hace milenios. Se llamaba VFT: Vehículo de Función Total. A veces lo llamaban simplemente sonie. Los posthumanos los utilizaban para ir a los anillos y volver de ellos.
La grabación aceleró, se detuvo, volvió a acelerar. Mahnmut describió a Orphu la imagen del sonie retorciéndose y girando mientras segmentos del asteroide explotaban (desintegrados por láser) a su alrededor.
El holo mostró la trayectoria del sonie mientras entraba en la atmósfera, trazaba una espiral en el centro de América del Norte, y aterrizaba en una región situada bajo uno de los Grandes Lagos.
—Ése era uno de nuestros destinos —dijo Asteague/Che. Pulsó algunos iconos e imágenes telescópicas fijas de una gran casa humana en una colina. La enorme casa estaba rodeada por otros edificios y lo que parecía ser una muralla de madera defensiva. Cerca de las murallas y la casa había seres humanos, o lo que parecían seres humanos. En la fotografía aparecían varias docenas.
—Eso fue hace una semana, cuando empezamos a desacelerar —dijo el general Beh bin Adee—. Éstas se tomaron ayer.
La misma vista telescópica, pero ahora la casa y la muralla estaban en ruinas, quemadas. Había cadáveres visibles en el paisaje chamuscado.
—No comprendo —dijo Mahnmut—. Parece como si los humanos hubieran sido masacrados en el lugar donde aterrizó el sonie hace ocho meses. ¿Quién o qué los ha matado?
Beh bin Adee recuperó otra imagen telescópica, luego la amplió. Había docenas de bípedos no humanos entre las ramas peladas de los árboles. Eran de un color gris opaco, prácticamente sin cabeza, con una oscura joroba. Los brazos y piernas se articulaban de forma extraña para ser humanos o moravecs conocidos.
—¿Qué es lo que son? —preguntó Mahnmut—. ¿Algún tipo de servidores? ¿Robots?
—No lo sabemos —dijo Asteague/Che—. Pero esas criaturas están matando a los humanos antiguos en sus pequeñas comunidades repartidas por toda la Tierra.
—Eso es terrible, pero ¿qué tiene que ver con cancelar nuestra misión? —preguntó Mahnmut.
—Comprendo —dijo Orphu de Io—. El tema es cómo llegar a la superficie para ver lo que está sucediendo. Y la pregunta es: ¿por qué no dispararon los leucocitos láser al sonie, para empezar? Era lo bastante grande para poder haber sobrevivido a la reentrada y suponer una amenaza para los que estaban en tierra. ¿Por qué no le dispararon?
Mahnmut pensó durante varios segundos.
—Había humanos a bordo —dijo por fin.
—O posthumanos —reconoció Asteague/Che—. La resolución no es lo bastante buena para aclararlo.
—Los leucocitos permiten que una nave con vida humana o posthumana a bordo entre en la atmósfera —dijo Mahnmut lentamente—. Sabéis esto desde hace más de ocho meses. Por eso me hicisteis secuestrar a Odiseo para esta misión.
—Sí —contestó Suma IV—. El humano iba a bajar a la Tierra con nosotros. Su ADN humano iba a ser nuestro salvoconducto.
—Pero ahora la voz de la otra isla orbital exige que le entreguemos a Odiseo —dijo Orphu con un profundo rumor que podría haber significado humor o indigestión.
—Sí —dijo Asteague/Che—. No tenemos ni idea de si nuestra nave lanzadera y vuestro sumergible tendrán acceso a la atmósfera terrestre si no hay ninguna vida humana a bordo.
—Siempre podemos ignorar la invitación de la ciudad-asteroide del anillo polar —dijo Mahnmut—. Llevar a Odiseo a la Tierra con nosotros, tal vez enviarlo de vuelta en la nave lanzadera... —Pensó unos segundos más—. No, eso no saldrá bien. Cabe la posibilidad de que la ciudad-asteroide nos dispare si la Reina Mab no se presenta a la cita.
—Sí, parece una posibilidad real —dijo Asteague/Che—. Es imperativo llevar a Odiseo a la ciudad orbital y las imágenes de una masacre de humanos en la Tierra por parte de criaturas no humanas son un factor añadido ya que planeamos vuestra incursión.
—Lástima que el doctor Hockenberry se marchara —dijo Mahnmut—. Su ADN puede que haya sido reconstruido por los dioses del Olimpo o por quien sea, pero probablemente nos habría permitido pasar entre los leucocitos orbitales.
—Tenemos poco menos de once horas para decidir —dijo Asteague/Che—. En ese punto, entraremos en contacto con la ciudad orbital del anillo polar y será demasiado tarde para desplegar la nave lanzadera y el sumergible. Sugiero que volvamos a reunirnos aquí dentro de dos horas y tomemos una decisión definitiva.
Mientras los dos volvían al ascensor de carga, Orphu de Io colocó uno de sus grandes manipuladores en el hombro de Mahnmut.
Bueno, Stanley, envió el ioniano, nos has metido en otro buen lío.