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Saber que todo en el universo (todo en la historia, todo en la ciencia, todo en la poesía y el arte y la música, cada persona, lugar, cosa e idea) está conectado, es una cosa. Experimentar esa conexión, incluso de manera incompleta, es otra muy distinta.

Harman estuvo inconsciente casi nueve días. Cuando no estaba inconsciente, despertaba sólo brevemente y luego gritaba de dolor pues sufría un dolor de cabeza que superaba todas las capacidades de su cerebro y su cráneo para contenerlo. Vomitaba mucho. Luego volvía a hundirse en el coma.

Al noveno día, despertó. El dolor de cabeza lo abrumaba, era peor que ningún dolor de cabeza que hubiera experimentado, pero ya no le provocaba los gritos de sus nueve días de pesadilla. Más tarde se daría cuenta de que había perdido más de doce kilos. Estaba desnudo y yacía en una cama, en el segundo piso de la cabina de la eiffelbahn.

«La cabina está toda ella diseñada y decorada en Art Nouveau», pensó mientras se levantaba tambaleándose de la cama y se ponía una bata de seda que había visto en el brazo de un sillón tapizado estilo Imperio junto a la cama. Se preguntó dónde demonios estaría criando nadie gusanos para crear seda. ¿Había sido uno de los deberes de los servidores durante aquellos largos siglos de ociosidad humana? ¿Se creaba de manera artificial en alguna tina industrial en alguna parte, como los posthumanos habían creado (recreado, en realidad) su raza de ganado humano nanoalterado? A Harman le dolía demasiado la cabeza para reflexionar sobre eso ahora.

Se detuvo en el entresuelo, cerró los ojos y se concentró. Nada. Se quedó en la cabina. Lo intentó otra vez. Nada.

Tambaleándose levemente, mareado, bajó por la escalera de metal forjado hasta el primer piso y se desplomó en la única silla que había en la mesa, junto a la ventana. La mesa estaba cubierta de lino blanco.

Harman no dijo nada mientras Moira le traía zumo de naranja en un vaso de cristal, café solo en un termo blanco y un huevo escalfado acompañado de un poco de salmón. Le sirvió el café en una taza. Harman bajó levemente la cabeza para permitir que el calor del café se alzara hasta su cara.

—¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí? —le preguntó a Moira.

Próspero entró en la habitación y se detuvo a la brillante e inmisericorde luz de la mañana que entraba por las puertas de cristal.

—Ah, Harman... ¿o deberíamos llamarte Hombre Nuevo? Es un placer verte despierto y andando.

—Cállate —dijo Harman, ignorando la comida y sorbiendo torpemente el café. Sabía que Próspero era un holograma pero físico, un avatar de la logosfera que se formaba a sí mismo de un microsegundo a otro con materia transmitida desde uno de los acumuladores-faxmasa en órbita. También sabía que si intentaba golpear o atacar al viejo magus, la materia se convertiría en una proyección intocable más rápido que ningún reflejo humano.

»Sabías que mis posibilidades de sobrevivir al armario de cristal eran de una entre cien —dijo Harman, sin mirar siquiera a Próspero. La luz era demasiado brillante.

—Un poco mejores, creo —dijo el magus, corriendo piadosamente las pesadas cortinas.

Moira acercó una silla y se sentó a la mesa con Harman. Llevaba una túnica roja pero, aparte de eso, vestía las misma exigua ropa que llevaba en el Taj.

Harman la miró sin parpadear.

—Conociste a la joven Savi. Asististe a la Fiesta del Fax Final en el Archipiélago de Nueva York en el edificio Empire Estate inundado, y les dijiste a sus amigos que no la habías visto, pero la habías visitado en su casa de la Antártida dos días antes.

—¿Cómo demonios sabes eso? —preguntó Moira.

—Petra, la amiga de Savi, escribió un breve ensayo sobre su intento, principalmente suyo y de su amante Pinchas, de encontrar a Savi. Se imprimió y se encuadernó justo antes del Fax Final. De algún modo encontró el camino a la biblioteca de tu amigo Ferdinand Mark Alonzo.

—Pero ¿cómo supo Petra que visité a Savi antes de la fiesta del Archipiélago de Nueva York?

—Creo que Pinchas y ella encontraron algo que Savi había escrito cuando fueron a sus apartamentos del monte Erebo —dijo Harman. El café no le satisfacía ni tampoco le aliviaba mucho el dolor de cabeza.

—Entonces ahora lo sabes todo sobre todo, ¿no? —preguntó Moira.

Harman se echó a reír y lo lamentó casi inmediatamente. Soltó la taza de café y se frotó la sien derecha.

—No —dijo por fin—. Sé lo suficiente para saber que no sé mucho de nada. Además, hay otras cuarenta y una bibliotecas repartidas por la Tierra cuyos armarios de cristal no he visitado todavía.

—Eso te mataría —dijo Próspero.

A Harman no le hubiese importado en ese momento que alguien lo matara. El dolor de cabeza ponía una corona latiente alrededor de todo y de todos a quienes intentaba mirar. Bebió más café y esperó que la náusea no volviera. La cabina crujió, aunque sabía que viajaba a más de trescientos kilómetros por hora. Su leve oscilación adelante y atrás no contribuía precisamente a mantener su estómago quieto.

—¿Os gustaría saber algo de Alexandre-Gustave Eiffel? Nacido en Dijon el 15 de diciembre de 1832 después de Cristo. Se graduó en la École Centrale des Arts et Manufactures en 1855. Antes de que se le ocurriera la idea de su torre para la Exposición del Centenario de 1889 ya había diseñado la cúpula móvil del observatorio de Niza y el armazón de la Estatua de la Libertad. Le...

—Basta —replicó Moira—. A nadie le gustan los pedantes.

—¿Dónde demonios estamos? —preguntó Harman. Consiguió ponerse en pie y descorrió las cortinas. Estaban atravesando un hermoso valle boscoso y la cabina se movía a más de doscientos metros de altura sobre un río serpenteante. Antiguas ruinas, de una especie de castillo, eran visibles a lo largo de una montaña.

—Acabamos de pasar Cahors —dijo Próspero—. Deberíamos dirigirnos hacia Lourdes en el cambio de la siguiente torre.

Harman se frotó los ojos pero abrió la puerta de cristal y salió. El campo de fuerza desplegado a lo largo del costado de la cabina impidió que saliera volando del balcón.

—¿Qué ocurre? —preguntó a través de la puerta abierta—. ¿No queréis dirigiros al norte y visitar la catedral de hielo azul de vuestro amigo?

Moira pareció sobresaltada.

—¿Cómo puedes saber eso? No había ningún libro en el Taj con esa...

—No —reconoció Harman—, pero mi amigo Daeman vio el comienzo de eso... la llegada de Setebos. Sé por los libros lo que el de las Muchas Manos haría después de llegar a Cráter París. ¿Así que todavía está aquí... en la Tierra, quiero decir?

—Sí —dijo Próspero—. Y no es amigo nuestro.

Harman se encogió de hombros.

—Vosotros lo trajisteis aquí la primera vez. A él y a los otros.

—No era nuestra intención —dijo Moira.

Harman se rió a pesar del dolor de cabeza.

—No, cierto. Abrís una puerta interdimensional a la oscuridad, la dejáis abierta, y luego decís «no era nuestra intención» cuando algo realmente vil la atraviesa.

—Has aprendido mucho —dijo Próspero—, pero sigues sin comprender todo lo que tendrás que saber si...

—Sí, sí —dijo Harman—. Te prestaría más atención, Próspero, si no supiera que eres sobre todo una de esas cosas que atravesaron la puerta. Los posthumanos pasaron mil años intentando contactar con Otros Alienígenas, cambiando el trazado cuántico de todo el sistema solar y, a cambio, obtuvieron un cerebro con muchas manos y un cibervirus de una obra de Shakespeare.

El viejo magus sonrió al oír esto. Moira sacudió irritada la cabeza, sirvió más café en una segunda taza y bebió sin hacer ningún comentario.

—Aunque quisiéramos pasarnos a decirle hola a Setebos —dijo Próspero—, no podríamos. Cráter París no tiene ninguna torre... no la ha tenido desde antes del virus rubicón.

—Sí —dijo Harman. Volvió a entrar, pero siguió contemplando el exterior mientras recogía su taza y bebía café—. ¿Por qué no puedo librefaxear? —preguntó bruscamente.

—¿Qué? —dijo Moira.

—¿Por qué no puedo librefaxear? Ahora sé cómo convocar la función sin los símbolos disparadores de entrenamiento, pero no funcionó cuando me levanté. Quiero volver a Ardis.

—Setebos desconectó el sistema de fax planetario —dijo Próspero—. Eso incluye el librefaxear además de los pabellones de faxnódulos.

Harman asintió y se frotó la mejilla y la barbilla. Una semana y media de barba casi cerrada le raspó los dedos.

—¿Así que vosotros dos, y presumiblemente Ariel, podéis teletransportaros cuánticamente todavía, pero yo estoy atrapado en esta estúpida cabina hasta que lleguemos a la Brecha Atlántica? ¿De verdad esperáis que cruce caminando el suelo oceánico hasta América del Norte? Ada se habrá muerto de vieja antes de que llegue a Ardis.

—La nanotecnología que permite las funciones de tu pueblo —dijo Próspero con voz sorprendentemente triste—, no os preparó para el teletransporte cuántico.

—No, pero vosotros podéis TCearme de vuelta a casa —respondió Harman, alzándose sobre el anciano, ahora sentado en el sofá—. Tócame y TCéame. Es así de sencillo.

—No, no tan sencillo —dijo Próspero—. Y ahora eres lo bastante listo para saber que no puedes obligarnos ni a Moira ni a mí a someternos con amenazas e intimidaciones.

Harman había accedido a los relojes orbitales al despertar y sabía que había estado inconsciente casi nueve días. Tenía ganas de romper a puñetazos la cafetera, las tazas y la mesa.

—Estamos en la Ruta Once de la eiffelbahn —dijo—. Después de dejar el monte Everest, debemos de haber seguido la ruta Hah Xil Shan dejando atrás la Burbuja de Tarim Pendi. Podría haber encontrado sonies allí, armas, reptadores, arneses de levitación, armaduras de impacto... todo lo que Ada y nuestra gente necesita para su supervivencia.

—Tomamos... desvíos —dijo Próspero—. No habrías estado a salvo si hubieras salido de la torre para explorar la Burbuja de Tarim Pendi.

—¡A salvo! —bufó Harman—. Sí, tenemos que vivir en un mundo seguro, ¿verdad, magus y Moira?

—Eras más maduro antes del armario de cristal —dijo Moira con desprecio.

Harman no discutió. Soltó su taza, apoyó ambas manos sobre la mesa, miró a Moira a los ojos y dijo:

—Sé que los voynix fueron enviados a través del tiempo por el Califato Global para matar judíos, pero ¿por qué los posts almacenasteis los nueve mil ciento catorce y los enviasteis al espacio? ¿Por qué no los llevasteis a los Anillos con vosotros... o a algún otro lugar seguro? Quiero decir, ya habíais encontrado el Marte otradimensional y lo habíais terraformado. ¿Por qué convertir a las personas en neutrinos?

Harman esperó a que respondieran a su pregunta.

Moira soltó su taza de café. Sus ojos, iguales a los de Savi, mostraban toda la furia que sentía.

—Les dijimos a los del pueblo de Savi que iban a ser almacenados en un bucle de neutrinos durante unos cuantos miles de años mientras limpiábamos la suciedad de la Tierra —dijo en voz baja—. Ellos interpretaron que eso se refería a las creaciones ADN que quedaban por todas partes de los Tiempos Dementes, dinosaurios y aves terroríficos y bosques de coníferas... Pero también nos referíamos a otras cosas como los voynix, Setebos, la bruja en su ciudad en órbita...

—Pero no eliminasteis a los voynix —interrumpió Harman—. Esas cosas fueron activadas y construyeron su Tercer Templo en la Mezquita de la Cúpula...

—No pudimos eliminarlos —dijo Moira—, pero los reprogramamos. Tu pueblo los ha conocido como sirvientes durante mil cuatrocientos años.

—Hasta que empezaron a masacrarnos —dijo Harman. Volvió la mirada hacia Próspero—. Cosa que empezó a suceder después de que nos indicaras a Daeman y a mí cómo destruir tu ciudad orbital donde Calibán y tú estabais... prisioneros. ¿Todo esto para reclamar un solo holograma de ti mismo, Próspero?

—Más bien el equivalente de un lóbulo frontal —dijo el magus—. Y los voynix habrían sido activados aunque no hubierais destruido los elementos controladores de mi ciudad en el anillo-e.

—¿Por qué?

—Setebos. Su milenio y medio de ser negado... de ser contenido y alimentado en Tierras alternativas y el Marte terraformado, ha llegado a su fin. Cuando el de las Muchas Manos abrió el primer Agujero Brana para olisquear el aire de esta Tierra los voynix reaccionaron según lo programado.

—Lo programado hace tres mil años —dijo Harman—. Los antiguos de mi pueblo no son todos de ascendencia judía como el pueblo de Savi.

Próspero se encogió de hombros.

—Los voynix no saben eso. Todos los humanos en tiempos de Savi eran judíos, ergo... para la débil mente de todos los voynix, todos los humanos son judíos. Si A es igual a B y B es igual a C, entonces A es igual a C. Si Creta es una isla e Inglaterra es una isla, entonces...

—Creta es Inglaterra —terminó Harman—. Pero el virus rubicón no procedía de un laboratorio de Israel. Eso es sólo otro maldito libelo.

—No, tienes toda la razón —dijo Próspero—. El rubicón fue en efecto la única gran contribución a la ciencia que el mundo islámico dio al resto del mundo en dos mil años de oscuridad.

—Once mil millones de muertos —dijo Harman, la voz temblorosa—. El noventa y siete por ciento de la población de la Tierra aniquilado.

Próspero se encogió de nuevo de hombros.

—Fue una guerra larga.

Harman volvió a echarse a reír.

—Y el virus acabó con casi todos menos con el grupo al que tenía que matar.

—Los científicos israelíes tenían una larga historia de manipulación genética nanotécnica para entonces —dijo el magus—. Sabían que si no inoculaban el ADN de su población rápidamente, no podrían hacer nada.

—Podrían haberlo compartido —dijo Harman.

—Lo intentaron. No hubo tiempo. Pero el ADN de vuestro grupo fue... almacenado.

—Pero el Califato Global no inventó el viaje en el tiempo —dijo Harman, inseguro de si era una pregunta o una declaración.

—No —reconoció Próspero—. Un científico francés desarrolló la primera burbuja temporal...

—Henri Rees Delacourte —murmuró Harman, recordando.

—... para viajar al año 1478, investigar un extraño e interesante manuscrito adquirido por Rodolfo II, el sacro emperador romano, en 1586 —continuó Próspero sin pausa—. Parecía un viaje sencillo. Pero sabemos ahora que el manuscrito mismo, en un extraño lenguaje en código y con maravillosos dibujos de plantas no terrestres, sistemas estelares y gente desnuda, era una falsificación. Y el doctor Delacourte y su ciudad natal pagaron un precio por el viaje cuando el agujero negro que su equipo estaba usando como fuente de energía escapó a su campo de fuerza restrictor.

—Pero los franceses y la Nueva Unión Europea le dieron los diseños al Califato —dijo Harman—. ¿Por qué?

Próspero alzó su mano, vieja y moteada, casi como si estuviera dando una bendición.

—Los científicos palestinos eran sus amigos.

—Me pregunto si ese tratante de libros raros de principios del siglo XX, Wilfrid Voynich, podría haber soñado que tendría una raza de monstruos llamados como él en su honor.

—Pocos de nosotros podemos soñar cuál será nuestro verdadero legado —dijo Próspero, las manos todavía alzadas como en gesto de bendición.

Moira suspiró.

—¿Habéis terminado los dos vuestro viaje por el baúl de los recuerdos?

Harman la miró.

—Y tú, mi posible Prometeo... el pajarito te está colgando. Si esto es una competición a ver quién aguanta más la mirada, tú ganas. Yo he parpadeado primero.

Harman bajó la mirada. La túnica se le había abierto durante la charla. La cerró rápidamente.

—Cruzaremos los Pirineos dentro de una hora —dijo Moira—. Ahora que Harman tiene en el cráneo algo más que un termómetro de placer, tenemos cosas que discutir... cosas que decidir. Sugiero que Prometeo suba y se duche y se vista. El abuelo puede echarse una siesta. Yo retiraré los platos del desayuno.