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Estaban sucediendo muchas cosas a la vez.

Los trescientos metros de eslora de la Reina Mab iniciaron la maniobra de aerofrenado para el encuentro, la placa impulsora curva de la nave envolviendo su popa, nave y platillo rodeados de llamas y surcos de plasma.

A la altura de la tormenta de iones alrededor de la nave, Suma IV podía soltar la nave de contacto.

Como había sucedido con la que había llevado a Mahnmut y Orphu a Marte, a nadie se le había ocurrido bautizar aquella nave de contacto: era sólo la «nave de contacto» en sus conversaciones por máser y tensorrayo. Pero La Dama Oscura estaba segura en la bodega y, en su cubículo de control medioambiental, Mahnmut describía las señales de vídeo (tanto de la cámara propia como de la de la Reina Mab) mientras el ovoide camuflado se apartaba de la nave mayor, envuelta en llamas, giraba atravesando la atmósfera superior a cinco veces la velocidad del sonido y, finalmente, desplegaba sus gruesas alas de alta velocidad cuando su velocidad se redujo a un simple Mach 3.

En un principio el general Beh bin Adee tenía planeado bajar en la misión de reconocimiento, pero la amenaza más inminente del encuentro en el asteroide de la Voz hizo que todos los Integrantes Primeros votaran para que el general se quedara a bordo de la Mab. El centurión líder Mep Ahoo iba en el asiento eyector del compartimento de pasajeros/carga tras el cuadro de mandos principal de la parte superior de la nave. Tras él (atados en sus asientos de red, las pesadas armas de energía sujetas entre las rodillas de negros picos aserrados) viajaba su equipo: veinticinco soldados rocavec del Cinturón recién descongelados y puestos al corriente sobre la misión en la Reina Mab.

Suma IV era un piloto excelente. Mahnmut admiraba la forma en que el ganimediano guiaba la nave por la atmósfera, usando los impulsores tan brevemente que la nave parecía volar sola, y tuvo que sonreír cuando recordó su propia desastrosa inmersión con Orphu a través de la atmósfera de Marte. Naturalmente, su nave estaba chamuscada y estropeada, pero sabía reconocer el mérito de un piloto de verdad cuando volaba con uno.

Los datos y el perfil de radar son impresionantes, tensorrayó Orphu de Io desde la bodega. ¿Cómo es la visual?

Azul y blanco, envió Mahnmut. Todo azul y blanco. Más hermoso aún que en las fotografías. Toda la Tierra es océano bajo nosotros.

¿Toda?, preguntó Orphu, y Mahnmut pensó que era una de las pocas ocasiones en que su amigo parecía sorprendido.

Toda. Un mundo acuático: océano azul, un millón de ondas de luz reflejada, nubes blancas: cirros, altos nimbos, una masa de estratocúmulos que viene por el horizonte sobre nosotros... no, espera. Es un huracán, de mil kilómetros de diámetro, como mínimo. Veo el ojo. Blanco, girando, poderoso, sorprendente.

Nuestra ruta es nominal, envió Orphu. Salimos por la Antártida y cruzamos el Atlántico Sur hacia el noreste.

La Mab ha salido de la atmósfera y ahora está al otro lado de la Tierra, envió Mahnmut. Los satélites de comunicación que plantamos funcionan bien. La velocidad de la Mab es de quince kilómetros por segundo y cayendo. Vuelve a subir a las coordenadas del anillo polar y decelera en un impulso iónico. La trayectoria es buena. Se dirige al punto de encuentro que nos dio la Voz. Nadie le ha disparado todavía.

Aún mejor, envió Orphu, es que nadie nos ha disparado a nosotros tampoco.

Suma IV permitió que la resistencia atmosférica redujera su velocidad a algo menos de la del sonido justo cuando cruzaban la masa de África. Su plan de vuelo exigía que volaran sobre el seco mar Mediterráneo, para grabar en vídeo y registrar datos de las extrañas criaturas que había allí, pero los instrumentos les indicaban que había una especie de campo succionador de energía que se extendía en una cúpula a cuarenta mil metros sobre ese mar seco. La nave de contacto podría entrar volando en él y dejar de volar de inmediato. De hecho, según Suma IV, si entraban todos los moravecs que iban a bordo podían dejar de funcionar. El ganimediano hizo virar la nave al este, sobre el desierto del Sáhara, y trazó una amplia curva al sur y el este del Mediterráneo, carente de agua.

Los datos continuaban llegando desde la Reina Mab, transmitidos alrededor de la masa bloqueadora del planeta por una docena de satélites repetidores del tamaño de un copo de nieve.

La enorme nave espacial había alcanzado las coordenadas que le había transmitido la Voz, un pequeño espacio vacío justo en el extrarradio del anillo orbital, a unos dos mil kilómetros de la ciudad asteroidal desde donde la Voz emitía sus mensajes. Obviamente la Voz no quería que una nave impulsada por bombas atómicas se acercara demasiado a su hogar orbital.

Además de los datos en tiempo real que recibía la nave de contacto, también le llegaban veinte tensorrayos de banda ancha: información de las muchas cámaras de la Reina Mab y sus sensores externos, bandas de comunicación del puente de la Mab, datos del terreno de los diversos satélites que habían plantado y múltiples datos de Odiseo. Los moravecs no sólo habían llenado la ropa del humano de nanocámaras y transmisores moleculares, sino que habían sedado levemente a Odiseo durante su último sueño y habían empezado a pintar receptores de imágenes del tamaño de células en la piel de su frente y sus manos, pero se habían llevado una sorpresa porque Odiseo ya tenía nanocámaras en la piel. Sus canales auriculares también habían sido modificados con receptores de nanocitos... mucho antes de su llegada a la Reina Mab. Los moravecs lo habían ajustado todo para que imagen y sonido fueran transmitidos a las grabadoras de la nave. Instalaron otros sensores en su cuerpo para que incluso en el caso de que Odiseo muriera durante el inminente encuentro, los datos sobre sus inmediaciones continuaran fluyendo hacia los moravecs.

En ese momento Odiseo se encontraba en el puente con el Integrante Primero Asteague/Che, el Retrógrado Sinopessen, el navegante Cho Li, el general Beh bin Adee y los otros mandos moravecs.

De repente Orphu y Mahnmut se sobresaltaron cuando la Reina Mab transmitió datos de radio en tiempo real de los comunicadores de la nave.

—Llega un mensaje máser —dijo Cho Li.

ENVIAD A ODISEO SOLO —dijo la hosca voz femenina desde la ciudad asteroidal—. USAD UNA LANZADERA DESARMADA. SI DETECTO ARMAS A BORDO DE ESA NAVE O SI ALGUIEN ORGÁNICO O ROBÓTICO ACOMPAÑA A ODISEO, DESTRUIRÉ VUESTRA NAVE.

—La trama se complica —dijo Orphu de Io por la banda común de la nave de contacto.

Los moravecs observaron sólo con un segundo de retraso cómo el Retrógrado Sinopessen escoltaba a Odiseo hasta la bodega de lanzamiento número seis. Como todos los moscardones estaban armados, sólo una de las tres lanzaderas de construcción de Fobos que aún había a bordo de la Reina Mab cumplía los requisitos de la Voz.

La lanzadera de construcción era diminuta, un ovoide de mando remoto donde apenas cabía un humano adulto sin otro sistema de mantenimiento que el de aire y temperatura. Mientras el Retrógrado Sinopessen ayudaba al guerrero aqueo a introducirse en el espacio repleto de cables y tableros de circuitos, dijo:

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

Odiseo miró al arácnido moravec de Amaltea largamente. Finalmente, dijo en griego:

—No encuentro descanso si no viajo: quiero apurar la vida hasta las heces. Siempre he gozado mucho, he sufrido mucho, con quienes me amaban o en soledad; en la costa y cuando con veloces corrientes las constelaciones de la lluvia irritaban el mar oscuro; he llegado a ser famoso. He visto y conocido mucho: las ciudades de los hombres y sus costumbres, climas, consejos y gobiernos, no siendo en ellas ignorado, sino siempre honrado en todas. Y he bebido el placer del combate con mis iguales, allá lejos, en las vibrantes llanuras de la lluviosa Troya... ¡Qué fastidio es detenerse, terminar, oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio! Como si respirar fuera la vida. Una vida sobre otra sería del todo insuficiente, y de la única que tengo me queda poco: pero cada hora me rescata del silencio eterno, añade algo, trae algo nuevo, y sería despreciable guardarme y criarme el tiempo de tres soles... cierra la maldita puerta, cosa-araña.

—Pero eso es... —empezó a decir Orphu de Io.

—Ha estado en la biblioteca de la Mab —respondió Mahnmut. [3]

—¡Silencio! —ordenó Suma IV.

Vieron cómo la lanzadera se sellaba. El Retrógrado Sinopessen se quedó en la bodega de lanzamiento, agarrado a un cable para no ser lanzado al espacio cuando la bodega se quedara sin atmósfera, y luego la nave en forma de huevo salió al espacio con sus silenciosos impulsores, giró, se estabilizó, apuntó su morro hacia la ciudad asteroide orbital (sólo una chispa brillante entre miles de otras chispas del anillo-p a esa distancia) y se lanzó hacia la Voz.

—Nos acercamos a Jerusalén —dijo Suma IV por el intercomunicador.

Mahnmut devolvió su atención a los diversos monitores de vídeo y sensores de la nave de contacto.

Dime qué ves, viejo amigo, tensorrayó Orphu.

Todo bien... todavía estamos a más de veinte kilómetros de altura. En la imagen sin amplificar veo el Mediterráneo seco a sesenta u ochenta kilómetros al oeste, una mancha de roca roja de suelo oscuro, y lo que parecen campos verdes. A lo largo de la costa está el enorme cráter de lo que antes era la Franja de Gaza, una especie de cráter de impacto, una cala en forma de media luna incrustada en el mar seco... y luego la tierra se alza con montañas y Jerusalén está ahí, en las alturas, en una colina propia.

¿Cómo es?

Déjame que haga un zoom... sí. Suma IV está haciendo una superposición con las fotografías satélite históricas, y está claro que los suburbios y las partes más nuevas de la ciudad han desaparecido... pero la Ciudad Vieja, la ciudad amurallada, sigue ahí. Veo la Puerta de Damasco... la Muralla Oeste... el Montículo del Templo y la Cúpula de la Roca... y hay una nueva estructura que no aparece en las viejas fotos satélite, alta y de cristal multifacetado y piedra pulida. El rayo azul surge de ahí.

Estoy revisando los datos sobre el rayo azul, envió Orphu. Definitivamente, es un rayo de neutrinos envuelto en taquiones. No tengo ni idea de qué función podría tener y apuesto a que nuestros mejores científicos tampoco.

Oh, espera un momento... envió Mahnmut. He enfocado la Ciudad Vieja y está... rebosante de vida.

¿Gente? ¿Humanos?

No...

¿Esos seres organicorrobóticos sin cabeza y jorobados?

No, tensorrayó Mahnmut. ¿Quieres dejarme describir estas cosas a mi propia velocidad?

Lo siento.

Hay miles... más de miles, de esos seres anfibios con pies palmípedos y garras que dices que se parecen al Calibán de La Tempestad.

¿Qué están haciendo?

Deambulan, más que nada, tensorrayó Mahnmut. No, espera, hay cuerpos en la calle de David cerca de la Puerta de Jaffa... más cuerpos en el Tariq el-Wad del viejo barrio judío, cerca de la plaza de la Muralla Oeste...

¿Cuerpos humanos?, envió Orphu.

No... de esos seres organicorrobóticos sin cabeza y jorobados. Están bastante destrozados... muchos parecen destripados.

¿Comida para los monstruos Calibán?, preguntó Orphu.

No tengo ni idea.

—Vamos a sobrevolar el rayo azul —transmitió Suma IV por el intercomunicador—. Que todo el mundo se sujete bien, voy a tener que introducir algunos de nuestros sensores en el rayo mismo.

¿Es eso sensato?, le preguntó Mahnmut a Orphu.

Nada en esta expedición a la Tierra es sensato, viejo amigo. No tenemos un maggid a bordo.

¿Un qué?, tensorrayó Mahnmut.

Maggid. En los viejos tiempos, los antiguos judíos... mucho antes de las guerras del califato y el rubicón, quiero decir, cuando los humanos llevaban pieles de oso y camisetas, los antiguos judíos decían que una persona sabia tenía un maggid, una especie de consejero espiritual de un mundo distinto.

Tal vez nosotros seamos los maggid, envió Mahnmut. Todos somos de otro mundo.

Cierto, envió Orphu. Pero no muy sabios. Mahnmut, ¿te he dicho alguna vez que soy gnóstico?

Deletrea eso, envió Mahnmut.

Orphu de Io así lo hizo.

¿Qué demonios es un gnóstico?, preguntó Mahnmut. Se había enterado hacía poco de varias cosas sobre su viejo amigo (incluido el hecho de que Orphu era experto en James Joyce y otros escritores de la Edad Perdida, aparte de Proust), y no estaba seguro de estar preparado para más.

No importa lo que es un gnóstico, envió Orphu, pero un centenar de años antes de que los cristianos quemaran a Giordano Bruno en una hoguera en Venecia, quemaron a un gnóstico, el mago sufí llamado Salomón Molko de Mantua. Salomón Molko enseñaba que cuando ocurriera el cambio, el Dragón sería destruido sin armas y todo en la Tierra y en los cielos cambiaría.

—¿Dragones? ¿Magos? —dijo Mahnmut en voz alta.

—¿Qué? —preguntó Suma IV desde la burbuja de la cabina.

—¿Repítelo? —transmitió el centurión líder Mep Ahoo desde su asiento eyector en el módulo de transporte de tropas.

—Por favor, repite eso —dijo la voz con acento británico del Integrante Primero Asteague/Che desde la Reina Mab, lo cual le dijo a Mahnmut que la nave madre estaba siguiendo su charla intercomunicada además de sus transmisiones oficiales. Pero no, deseó fervientemente, sus conversaciones por tensorrayo.

No importa, envió Mahnmut. Preguntaré por los dragones y los magos en otro momento.

—Lo siento... nada... —dijo Mahnmut por el intercomunicador—. Estaba pensando en voz alta.

—Mantengamos la disciplina de radio —replicó Suma IV.

—Sí... uh... señor —respondió Mahnmut.

En la bodega, Orphu de Io bramó en el subsónico.

La lanzadera de Odiseo se acercó muy despacio a la ciudad de cristal vivamente iluminada que rodeaba el asteroide. Los sensores confirmaron que el asteroide tenía forma de patata y unos veinte kilómetros de largo por once de diámetro. Cada metro cuadrado de la superficie de níquel y hierro del asteroide estaba cubierto por la ciudad de cristal. Las torres y burbujas de acero, cristal y buckycarbono se alzaban hasta una altura máxima de medio kilómetro. Los sensores indicaban que toda la estructura tenía la presión normal de la Tierra al nivel del mar, que las moléculas de aire que inevitablemente se filtraban por el cristal sugerían una atmósfera terrestre mixta compuesta de oxígeno, nitrógeno y dióxido de carbono, y que la temperatura en el interior sería cómoda para un humano que hubiera vivido junto al mar Mediterráneo antes de los cambios climáticos de la Edad Perdida... alguien de la época de Odiseo, por ejemplo.

En el puente de la Reina Mab, a mil kilómetros de distancia, todos los mandos vecs seguían sus sensores y pantallas con atención cuando un tentáculo energético de campo de fuerza invisible salió de la ciudad asteroidal de cristal, agarró la lanzadera y la introdujo por una abertura parecida a una compuerta en una de las torres de cristal más altas.

—Desconectad los impulsores y el piloto automático de la lanzadera —ordenó Cho Li.

El Retrógrado Sinopessen siguió los datos biotelemétricos de Odiseo y dijo:

—Nuestro amigo humano está bien. Nervioso... los latidos del corazón han aumentado un poco y los niveles de adrenalina suben... puede ver por esa ventanita... por lo demás está bien.

Sobre las consolas y la mesa de mapas fluctuaron imágenes holográficas mientras la lanzadera era atraída hacia el oscuro rectángulo de la compuerta. Una puerta de cristal se abrió deslizándose. Los sensores de la lanzadera registraron un diferencial de campo de fuerza «bajando» (sustituyendo la gravedad a 0,68 del estándar terrestre) y luego registraron la atmósfera entrando en la gran cámara estanca. Era tan respirable como el aire de Ilión.

—Los datos de radio, máser y telemetría cuántica son bastante claros —informó Cho Li—. El cristal de la muralla de la ciudad no los bloquea.

—Todavía no está en la ciudad —gruñó el general Beh bin Adee—. Sólo en la compuerta. No os sorprendáis si la Voz interrumpe las transmisiones en cuanto Odiseo esté dentro.

Vieron por las cámaras subjetivas de la piel (y lo mismo hicieron todos los que estaban a bordo de la nave de contacto, a cincuenta mil kilómetros de distancia) cómo Odiseo salía del pequeño espacio, se desperezaba y empezaba a caminar hacia una puerta interior. Aunque llevaba suave ropa espacial, el humano había insistido pese a las protestas de todos los moravecs en llevar su escudo redondo y su espada corta. Ahora sostenía el escudo alzado y la espada preparada mientras se acercaba a la puerta iluminada.

—A menos que alguien siga necesitando estudiar Jerusalén o el rayo de neutrinos, ahora me dirigiré a Europa —dijo Suma IV por el intercomunicador.

Nadie protestó, aunque Mahnmut estaba ocupado describiendo los colores de la Ciudad Vieja de Jerusalén a Orphu: los rojos de las últimas horas del sol de la tarde sobre los antiguos edificios, el brillo dorado de la mezquita, las calles de color de barro y las sombras gris oscuro de los callejones, los sorprendentes y súbitos verdes de los olivares aquí y allá y, por todas partes, el verde brillante, resbaladizo y húmedo de las criaturas anfibias.

La nave de contacto aceleró a Mach 3 y se dirigió al noroeste, hacia la antigua capital de Dismashq, en lo que una vez se llamó Siria o la provincia del Khan Ho Tep de Nyianqêntanglha Shan Oeste, mientras Suma IV mantenía la distancia entre la nave y la cúpula de energía nulificadora sobre el seco Mediterráneo. Mientras recorrían la antigua Siria y viraban bruscamente a la izquierda para seguir por la península de Anatolia sobre los huesos de la antigua Turquía, con la nave completamente camuflada y haciendo un silencioso Mach 2,8 a una altitud de cuarenta y cuatro mil metros, Mahnmut dijo de repente:

—¿Podemos reducir velocidad y orbitar cerca de la costa egea, al sur del Helesponto?

—Podemos —replicó Suma IV por el comunicador—, pero llevamos retraso para nuestra exploración de la ciudad de hielo azul de Francia. ¿Hay algo en la costa para que merezca la pena que nos desviemos?

—El sitio de Troya —dijo Mahnmut—. Ilión.

La nave empezó a desacelerar y perder altura. Cuando alcanzó el lento ritmo de trescientos kilómetros por hora, y con el marrón y verde del Mediterráneo vacío acercándose rápido y el agua del Helesponto al norte, Suma IV plegó las gruesas alas delta y desplegó las alas gosámero multipaneladas de cien metros de longitud con sus lentas hélices.

Mahnmut cantó en voz baja por el intercomunicador:

Dicen que Aquiles se agitó en la oscuridad

y Príamo y sus cincuenta hijos

despertaron sorprendidos y oyeron los cañones

y Príamo y sus cincuenta hijos

y temblaron de nuevo por Troya.

¿De quién es eso?, envió Orphu. No reconozco el verso.

Rupert Brooke, respondió Mahnmut por el tensorrayo. Poeta de la época de la Primera Guerra Mundial. Lo escribió camino de Gallipoli... pero nunca llegó a Gallipoli. Murió de enfermedad en el camino.

—Vaya —tronó el general Beh bin Adee en la banda común—, no puedo alabar tu disciplina radial, pequeño europano, pero es un poema jodidamente bueno.

En la ciudad de cristal de la órbita polar, la compuerta se abrió y Odiseo entró en la ciudad propiamente dicha. Estaba llena de luz, árboles, enredaderas, pájaros tropicales, arroyos, una cascada que caía desde un alto macizo de piedra cubierto de líquenes, viejas ruinas y pequeños animales salvajes. Odiseo vio un ciervo rojo que mordisqueaba la hierba alzar la cabeza, mirar al humano que se le acercaba tras el escudo con la espada alzada y marcharse tranquilamente.

—Los sensores indican que se acerca una forma humanoide... todavía no es visible a través del follaje —radió Cho Li desde la nave de contacto.

Odiseo oyó los pasos antes de verla: pies descalzos sobre el duro suelo y la roca lisa. Bajó el escudo y deslizó la espada en el lazo de su ancho cinturón cuando la vio.

La mujer era hermosa más allá de las palabras. Incluso los moravecs inhumanos de conchas de plástico y acero, con corazones orgánicos latiendo junto a corazones hidráulicos, cerebros orgánicos y glándulas junto a bombas de plástico y servomecanismos de nanocitos, incluso los moravecs que se encontraban a veinte mil kilómetros de distancia mirando sus hologramas reconocieron lo increíblemente hermosa que era la mujer.

Su piel era bronceada, tenía el pelo largo y oscuro pero veteado de rubio, los rizos caían sobre sus hombros desnudos. Llevaba sólo un sucinto vestido de dos piezas de brillante pero débil seda que enfatizaba sus pechos redondos y abundantes y sus anchas caderas. Iba con los pies descalzos pero llevaba aros de oro en los finos tobillos y un puñado de brazaletes en cada muñeca, y aros de oro y plata en sus suaves brazos.

Cuando se acercó, Odiseo y los moravecs del espacio y los moravecs que revoloteaban sobre la antigua Troya vieron las cejas de la mujer alzarse en una sensual curva sobre sus ojos sorprendentemente verdes. Sus pestañas eran largas y oscuras, y lo que parecía maquillaje alrededor de aquellos sorprendentes ojos desde tres metros de distancia eran las sombras normales y los tonos naturales de su piel cuando se acercó a un metro del aturdido Odiseo. Sus labios eran suaves, carnosos y muy rojos.

En perfecto griego de la época de Odiseo, con una voz tan suave como la brisa a través de las palmeras o el rumor perfectamente sintonizado de cascabeles, la hermosa mujer dijo:

—Bienvenido, Odiseo. Llevo muchos años esperándote. Me llamo Sycórax.