Una tormenta descargaba en las alturas. Los anillos y estrellas habían desaparecido hacía tiempo y los relámpagos iluminaban las paredes verticales de agua a cada lado y el tajo obscenamente pálido de la Brecha se extendía tanto hacia el este y el oeste que los rayos no duraban lo suficiente para mostrar su inmensidad.
Sin embargo, los relámpagos se entrelazaban, los truenos explotaban y resonaban por el pasillo de agua contenida por la energía, y, acostado de espaldas en su saco de dormir fino como la seda y su termopiel, Harman veía las olas de cincuenta pisos de altura, alzándose y entrechocando a otros treinta metros por encima mientras el océano Atlántico se sumaba al frenesí de la tormenta. Las nubes se alzaban sólo a unas docenas de metros sobre las altas olas. Y mientras las oscuras profundidades a cada lado permanecían en calma a más de ciento cincuenta metros bajo la superficie, Harman veía las capas de agitación sobre él. También se agitaban los túneles puente: no tenía un buen nombre para los tubos transparentes y conos y túneles de agua de energía contenida que conectaban el Atlántico al sur de la Brecha con el Atlántico al norte, y Moira simplemente los llamaba «conductos». Había uno de aquellos túneles puentes a sesenta metros sobre el seco fondo de la Brecha, visible cuando los relámpagos destellaban, a menos de un kilómetro al oeste de donde habían acampado y otro a un par de kilómetros tras ellos, al este. Ambos túneles de agua rebullían de actividad, enormes cantidades de agua blanca pasaban de un lado de la Brecha al otro. Harman se preguntó si más agua era forzada a cruzar la Brecha durante las tormentas. Sin duda había más agua cayendo sobre ellos ahora: las cambiantes paredes de energía impedían que las altas olas cayeran y los ahogaran, pero las salpicaduras llovían como una bruma constante. La ropa de Harman estaba guardada en la mochila, que era completamente impermeable según había descubierto, igual que el saco de dormir de finopiel, pero se había dejado abierta la máscara de ósmosis de la termopiel y tenía la cara húmeda. Cada vez que se lamía los labios le sabían a sal.
Los relámpagos golpeaban el suelo de la Brecha a menos de cien metros de ellos. El estallido del trueno sacudió los molares de Harman.
—¿Deberíamos movernos? —le gritó a Moira, que llevaba su propia termopiel: se había desnudado y se la había puesto allí, delante de él, sin ninguna vergüenza, casi como si fueran amantes, cosa que, advirtió él ruborizándose, habían sido.
—¿Qué? —gritó Moira. La voz de Harman se había perdido en el estrépito de las olas y el rumor de los truenos.
—¿DEBERÍAMOS MOVERNOS?
Ella deslizó su saco de dormir para acercarse y hablarle al oído. Había dejado también la cara expuesta y estaba tendida en el saco. La bruma había empapado la capa exterior de la ajustada termopiel, mostrando cada costilla y la elevación de las caderas.
—El único lugar al que podemos movernos para estar a salvo —dijo con fuerza en su oído— es bajo el agua. Estaríamos a salvo de los relámpagos en el fondo del mar. ¿Quieres intentarlo?
Harman no quería. La idea de atravesar el campo de fuerza de la barrera y entrar en aquella oscuridad casi absoluta y aquella terrible presión (aunque la mágica termopiel impidiera que se ahogara o quedase aplastado) era más de lo que podía soportar esa noche. Además, la tormenta parecía estar remitiendo un poco. Las olas de arriba ya parecían de sólo veinte o veinticinco metros.
—No gracias —le gritó a Moira—. Me arriesgaré a seguir aquí.
Se secó la cara y se colocó la fina máscara de ósmosis. Sin la sal picoteándole en los ojos y la boca era más fácil concentrarse.
Y Harman tenía mucho en lo que concentrarse. Todavía estaba intentando descubrir sus nuevas funciones humanas.
Muchas de aquellas funciones recién adquiridas (aunque «identificadas» habría sido un término más ajustado) habían sido eliminadas junto con sus habilidades para librefaxear. Por ejemplo, Harman veía claramente cómo podía disparar el acceso a la logosfera para adquirir información o comunicarse con alguien en cualquier parte, pero esas funciones habían sido interrumpidas por quienquiera o lo que quiera que dirigía los anillos.
Otras funciones parecía que funcionaban bien, pero no aumentaban necesariamente la paz espiritual de Harman. Había una función de seguimiento médico que, cuando le preguntó, le dijo y le mostró a Harman que su dieta de barras alimenticias y agua provocaría ciertas deficiencias vitamínicas si continuaba con ella durante más de tres meses. También le comunicó que se estaba acumulando calcio en su riñón izquierdo (tendría una piedra dentro de un año o menos), que había dos pólipos en su colon desde su última visita a la fermería, que sus músculos se deterioraban a causa de la edad (después de todo, habían pasado diez años desde su última puesta a punto en la fermería), que un estreptococo no conseguía establecer una colonia en su garganta a causa de sus defensas genéticas implantadas, que su tensión sanguínea era demasiado alta y que había una levísima sombra en su pulmón izquierdo que requería atención inmediata por parte de los sensores de la fermería.
«Magnífico —pensó Harman, frotándose el pecho por encima de la termopiel como si la levísima sombra que estaba seguro de que era cáncer de pulmón empezara a dolerle ya—. ¿Qué hago con esta información? Las fermerías están un poco fuera de mi alcance ahora mismo.»
Otras funciones servían a propósitos más inmediatos. En los últimos días Harman había descubierto que tenía una función de repetición a través de la cual podía revivir con sorprendente claridad (más parecido a experimentar algo en la realidad que a través de la memoria) cualquier momento o acontecimiento de su vida, destacando el recuerdo en una memoria proteínica en vez de en su cerebro, descargándolo y repitiendo el hecho al segundo. Ya había repetido unos cuantos minutos de su primer encuentro con Ada nueve veces (su memoria no podía haberle dicho que ella llevaba la túnica celeste o la noche en que la conoció en una faxfiesta), y había repasado momentos de la última vez que hicieron el amor más de treinta veces. Moira incluso había hecho algún comentario sobre su mirada vidriosa y su caminar robótico cuando él estaba revisando. Ella sabía lo que estaba haciendo, sobre todo porque ni su termopiel ni su ropa habían ocultado su reacción.
Harman tenía suficiente sentido común para darse cuenta de que aquella función era adictiva y que debía usarla muy, muy cuidadosamente, sobre todo mientras caminaba por el fondo del océano, pero había vuelto a ciertos diálogos que había mantenido con Savi para extraer más datos de cosas que había dicho sobre el pasado o sobre los anillos o sobre el mundo... cosas que en su momento le habían parecido misteriosas o sin sentido, pero que ahora lo tenían después del armario de cristal. También advirtió, con mucha tristeza, que Savi había estado trabajando con información muy incompleta en los siglos durante los cuales había intentado llegar a los anillos para negociar con los posthumanos. No sabía nada, por ejemplo, de las naves espaciales de verdad almacenadas en la Cuenca Mediterránea o de la manera adecuada de contactar con Ariel a través de las conexiones privadas de la logosfera de Próspero.
Ver a Savi con tanta claridad a través de la visión repetida hizo que Harman se diera cuenta de lo mucho más jóvenes que eran la cara y el cuerpo de la Moirateración de Savi, pero también cuánto se parecían las dos mujeres.
Harman repasó las otras funciones. Cercanet, lejosnet y todonet habían caído con las funciones fax y logosfera... Evidentemente todo lo interno funcionaba; todo aquello que exigiera el uso del sistema planetario de satélites, acumuladores de masa orbitales, transmisiones de datos y fax y demás no funcionaba.
Pero ¿por qué le decían sus indicadores internos que la función sigl no funcionaba? Harman hubiese dicho que sigleer era tan dependiente de su cuerpo como su revisión médica, que funcionaba demasiado bien. ¿Dependía la función sigl de satélites relé de algún modo? Sus datos del armario de cristal no lo explicaban.
—¿Moira? —gritó. Sólo después de gritar se dio cuenta de que la tormenta ya había pasado y que, aparte del rugir de las olas en lo alto, el sonido había menguado. Además, llevaba la máscara de ósmosis con sus micrófonos insertados, de modo que la pobre Moira había oído su grito en los auriculares de la capucha.
Harman se quitó la máscara de ósmosis y respiró de nuevo el rico perfume del océano.
—¿Qué, oh, señor de los potentes pulmones? —replicó Moira en voz baja. Su saco de dormir estaba a un metro y medio de distancia.
—Si uso la función de tocar-compartir con mi esposa... con Ada, cuando llegue a casa, ¿recibirá también la información mi hijo no nacido?
—¿Contando tus pollitos-fetos antes de que eclosionen, mi joven Prometeo?
—Contéstame a la maldita pregunta, ¿quieres?
—Tendrás que intentarlo —dijo Moira—. No recuerdo ahora mismo los parámetros del diseño, nunca he tocado-compartido con las preñadas y las posthumanas divinas no podemos quedarnos embarazadas, tampoco ayudó en ese aspecto que todas fuéramos hembras, así que inténtalo cuando llegues a casa... si lo haces. Pero sí, recuerdo que había redes de seguridad instaladas en la función de tocar-compartir. No puedes verter información lesiva en un feto o un niño pequeño... repetir su propio momento de concepción, por ejemplo. No queremos que el mocoso tenga que recibir terapia durante treinta años, ¿no?
Harman ignoró el sarcasmo. Se frotó las mejillas. Se había afeitado antes de iniciar aquel viaje (la capucha de la termopiel era menos cómoda con barba, lo había aprendido en la isla de Próspero hacía más de diez meses ya), pero dos días de barba incipiente rasparon su palma.
—¿Tenéis todas las funciones que nos disteis? —le dijo a Moira, añadiendo la inflexión propia de la interrogación sólo en el último instante.
—Querido mío —ronroneó Moira—. ¿Crees que somos tontos? ¿Vamos a darles a meros humanos antiguos alguna habilidad de la que carecemos?
—Entonces tenéis más que nosotros —dijo Harman—. ¿Más del centenar que nos habéis insertado?
Moira no contestó.
Harman había descubierto complejas nanocámaras y audiorreceptores insertados en las células de su piel. Algunos grupos de proteínas unidos al ADN podían almacenar datos visuales y auditivos. Otras células habían sido alteradas para convertirlas en transmisores bioelectrónicos... de corto alcance porque recibían su potencia de su propia energía celular, pero lo bastante fuertes para ser detectados y lanzados y retransmitidos.
—El drama turín —dijo en voz alta.
—¿Qué es eso? —preguntó Moira. La posthumana se había quedado adormilada.
—Ahora me doy cuenta de que transmitíais imágenes de Ilión... o lo hacían tus hermanas-diosas travestidas, y de cómo podíamos recibirlas a través de los paños turín.
—Bueno... vale —dijo Moira y volvió a dormirse.
Harman comprendió que ya no necesitaría un paño turín para recibir esas transmisiones. Entre los protocolos de voz de la logosfera y esa conexión multimedia podía compartir voz y datos sensoriales con cualquier otro ser humano que se ofreciera voluntario para enlazar con el flujo de datos.
«¿Cómo sería enlazar con Ada mientras hacemos el amor? —se preguntó Harman, y entonces se reprendió por ser un viejo verde—. Un viejo verde caliente se corrigió.»
Además de la función de la logosfera, había otra función que podía activar y que ofrecía un complicado interfaz sensorial con la biosfera. Como dependía de los satélites y estaba clausurada en este momento, Harman sólo podía imaginar cómo funcionaba y cómo era. ¿Era como charlar con Ariel o una persona se convertía de repente en uno de los dientes de león y uno de los ruiseñores? ¿Podía comunicar directamente y a distancia con los hombrecitos verdes de esa forma? Poniéndose serio de nuevo, Harman recordó que Próspero había dicho que Ariel usaba a los HV para contener a los miles y miles de calibani lanzados al ataque en la zona sur de la Vieja Europa, e inmediatamente vio cómo podía usar esa conexión para pedir ayuda a los zeks para combatir a los voynix.
Toda esta búsqueda de funciones estaba empeorando el dolor de cabeza de Harman. Casi por accidente comprobó su función de seguimiento médico y vio que, en efecto, sus niveles de adrenalina y su tensión sanguínea combinados eran lo bastante altos para provocarle un dolor de cabeza que llevaba ya dos semanas sufriendo. Activó otra función médica (ésta más activa que la mera observación) y tentativamente permitió que algunos componentes químicos fueran liberados en su sistema. Las venas de su cuello se dilataron y se relajaron. El calor volvió a fluir en las heladas yemas de sus dedos. El dolor de cabeza remitió.
«Un chaval adolescente podría usar esta función para reprimir cualquier erección indeseada», pensó Harman. Advirtió que, en efecto, era un viejo verde y caliente.
«No tan viejo, en realidad», pensó. El monitor médico le había dicho que tenía el cuerpo físico de un hombre medio de treinta y un años ligeramente en baja forma.
Otras funciones flotaron en su lista mental: ampliación del terreno, empatía aumentada, otra que consideraba la función salvaje, una subida temporal de adrenalina y otras habilidades multiplicadoras de fuerza física, probablemente para ser utilizadas como último recurso en una pelea o si había que levantar una tonelada o dos. Además del uso y abuso de la función de repetición, Harman vio que los datos repetidos entraban a través de la función compartidora de otra persona. Había una función que le permitiría poner su cuerpo en una especie de hibernación, una desaceleración temporal de todo hasta el punto de estasis. Advirtió que no era una forma rápida de dar una cabezada, sino que estaba diseñado para ser utilizado con algo parecido al ataúd de cristal del Taj Moira si uno necesitaba seguir vivo pero inerte durante largos períodos de tiempo (en el caso de Moira, períodos de tiempo muy largos), sin sufrir llagas de inmovilidad, atrofia muscular, mal aliento y los otros efectos secundarios de la inconciencia humana normal. Harman comprendió de inmediato que la verdadera Savi había usado esta función muchas veces en su nicho temporal en la Puerta Dorada de Machu Picchu y en otras partes para sobrevivir durante los catorce siglos que había permanecido escondida de los voynix y los posthumanos.
Había muchas más funciones (algunas de ellas intrigantes), pero la concentración necesaria para explorarlas estaba haciendo que el dolor de cabeza regresara. Desconectó esa parte de su cerebro para la noche.
Inmediatamente llegó una información sensorial más poderosa. El estrépito de las olas muy por encima. El brillo fotoluminiscente del fitoplancton de las capas superiores del Atlántico que, a sus ojos cansados, parecía una aurora boreal submarina.
El cielo sobre el océano estaba también lleno de luz. Esta vez no se trataba de relámpagos que caían del aire al mar, sino que pasaban entre las nubes. Explosiones silenciosas mostraban la complejidad fractal de las inquietas nubes encendiéndolas desde dentro. Esos pulsos y explosiones de luz eran silenciosos (ni el atisbo de un trueno llegaba a su pequeño saco de dormir, en el fondo de la Brecha Atlántica), así que Harman cruzó los brazos tras la cabeza y disfrutó del espectáculo de luz, apreciando también el efecto de los relámpagos sobre la superficie todavía revuelta del océano.
Pautas. Pautas por todas partes. Toda la naturaleza y el universo danzando al borde del caos, contenidos por un billón de protocolos algorítmicos ocultos insertados en todo y en cada interacción, pero hermoso de todas formas... oh, tan hermoso. Harman advirtió que había al menos una función que aún no había explorado realmente y que podría resolver la mayoría de esas pautas mucho mejor que los meros sentidos humanos evolucionados, pero probablemente sería una función cerrada que requeriría conexiones con los anillos y además... Harman no necesitaba una función ampliada genéticamente para apreciar la pura belleza de aquel silencioso espectáculo en mitad del Atlántico que se representaba sólo para él.
Permaneció acostado en el suelo de la Brecha, con las manos detrás de la cabeza, y rezó una oración por Ada y su posible hijo o hija (las funciones de Ada, cuando fueran activadas, le dirían qué era). Deseó poder estar con ella en aquel momento. Rezó al Dios en quien realmente nunca había pensado, al Dios Silente a quien Setebos y su lacayo Calibán temían por encima de todas las cosas según lo que había farfullado el monstruo en la isla de Próspero, y rezó sólo para que su amada Ada estuviera bien y viva y tan feliz como lo permitieran las terribles circunstancias de aquellos tiempos y de su separación en el espacio.
Mientras se quedaba dormido, Harman oyó los entrecortados ronquidos de Moira. Sonrió mientras se hundía en el sueño. Mil años de reestructuración de ADN y de nanocitos posthumanos no los habían curado de los ronquidos. Pero, naturalmente, era el cuerpo de Savi el que...
Harman se quedó dormido a mitad del pensamiento.