(Viernes, 15 de mayo de 1840.)
Ahora trataremos del Gran Hombre como Sacerdote. Me he esforzado por mostrar que la esencia de todos los Héroes es idéntica; que cuando surge un alma grande que discierne la Divina Significación de la Vida, anima al hombre predispuesto a explicárnosla, a cantarla, a luchar y a laborar por ella de una manera grande, victoriosa, perdurable; que surge el Héroe, cuya forma exterior depende de la época y ambiente en que vive. También el Sacerdote, a mi entender, es una especie de Profeta; porque en él debe brillar la llama de la inspiración, pues así hay que denominarla. Él es quien preside la adoración de la gente, es el Lazo que une a los seres con la Invisible Santidad. Es el Capitán espiritual del pueblo, del mismo modo que el Profeta es su Rey espiritual con muchos capitanes; los guía en el camino del cielo en este mundo y en sus deberes. El Sacerdote ideal es también lo que llamamos voz originada en el Cielo invisible, que lo interpreta como el Profeta, pero de manera más familiar, haciéndolo comprender a los hombres: el Cielo invisible, el evidente secreto del Universo, que pocos pueden ver. Es el Profeta desprovisto de su más temible esplendor, que arde con suave y equilibrada llama, como esclarecedor de la vida ordinaria. Ése es, a mi entender, el Sacerdote ideal, en remotos tiempos, hoy y siempre. Todos sabemos que al reducir a práctica el ideal precisa grandísima tolerancia. El Sacerdote que dejare de ser lo que decimos, que no procurase serlo, es carácter que no merece figurar en nuestras Conferencias.
Lutero y Knox fueron Sacerdotes por vocación expresa, que cumplieron fielmente dicha función en su lato sentido. Sin embargo, sienta mejor ahora considerarlos principalmente en cuanto a su carácter histórico, antes como Reformadores que como Sacerdotes. Quizá hubo otros Sacerdotes tan notables como ellos en épocas de calma, que cumplieron fielmente el oficio de Director de Culto, proyectando luz Celeste en la vida ordinaria de la gente mediante fiel heroísmo, que condujeron al pueblo por el camino que tenía que seguir como guiado por Dios. Pero cuando el camino presenta asperezas, debido a luchas, confusión y peligro, el Capitán espiritual que sirve de caudillo, es para los que viven del fruto de su experiencia, más notable que cualquier otro. Es el Sacerdote guerrero y batallador que conduce a su pueblo, no al trabajo tranquilo y fiel como en tiempos de bonanza, sino al conflicto fiel y valeroso en tiempos de violencia, de disolución, servicio mucho más peligroso, más memorable, fuere o no más elevado. Éstos son los dos hombres que consideramos nuestros mejores Sacerdotes, ya que fueron nuestros mejores Reformadores. ¿No es el verdadero Reformador por naturaleza el Sacerdote ante todo? Él es quien apela a la invisible justicia del Cielo contra la fuerza visible de la Tierra, sabiendo que la invisible es la única fuerte; cree en la divina verdad de las cosas, clarividente cuya vista rasga las apariencias, adorador de la divina verdad de las cosas. Es Sacerdote, porque de no serlo ante todo, no valdría como Reformador.
Así como hemos considerado a los Grandes Hombres en varias actividades: como constructores de Religiones, Formas heroicas de la Existencia humana en este mundo, Teorías de la Vida dignas de ser cantadas por un Dante, Prácticas de Vida expuestas por un Shakespeare, ahora vamos a considerar el proceso inverso, que también es necesario, que debe llevarse a cabo de Heroica manera. Lo curioso es que sea necesario, y realmente lo es. El suave resplandor de la luz del Poeta tiene que dejar su lugar al fulgurante del Reformador; por desgracia también el Reformador es personaje que no puede faltar en la Historia. El Poeta, con su suavidad es el producto y última justificación de la Reforma, o de la Profecía, más con su impetuosidad. De no ser por los activos Santos Domingos y Ermitaños de Tebaida, no hubiere surgido el melodioso Dante, el rudo Esfuerzo Práctico escandinavo y otros, desde Odin hasta Walter Raleigh, desde Ulfilas a Cranmer, capacitaron a Shakespeare para que hablase. El refinado Poeta es síntoma de que su tiempo ha llegado a su perfección y tocado a su término, como dije, que pronto alboreará nueva época, que precisamos de nuevo Reformadores.
Sin duda mejor sería si pudiésemos avanzar siempre acompañados de la música, nos educasen y enseñasen nuestros Poetas, como lo hicieron en remotos tiempos los Orfeos con aquella sencilla gente y, de faltarnos este modo rítmico musical, ¡cuán agradable sería pudiéramos lograr nuestro anhelo de modo equilibrado, es decir, si apacibles Sacerdotes, reformándonos día tras día, nos bastasen! Pero no es así, pues ni aun esto último ha sido realizado hasta hoy. El batallador Reformador es fenómeno necesario e inevitable de vez en cuando. Nunca faltan obstáculos: las mismas cosas que antes fueron auxilios indispensables se truecan en obstáculos y debemos desprendernos de ellas, y apartarlas de nuestro camino, cosa dificilísima con frecuencia. Es ciertamente notable la manera como un Teorema o Representación espiritual, como pudiéramos llamarlo, que abarcó alguna vez el entero Universo, siendo satisfactorio en todas sus partes para el agudo intelecto de Dante, uno de los más grandes del mundo, fuera puesto en duda durante el curso de otra centuria por vulgares inteligencias y llegara a negarse, siendo hoy para todos absolutamente increíble, anticuado, como el Teorema de Odin. Para Dante, la Existencia humana, la conducta de Dios para con los hombres, estuvo bien representada por aquellos Malebolges, Purgatorios; para Lutero no. Y, ¿por qué? ¿Por qué no pudo continuarse el Catolicismo de Dante, siendo necesario fuera seguido del Protestantismo de Lutero? ¡Ay de mí, nada continúa!
No tengo gran fe en el Perfeccionamiento de las Especies, tal como se expone en nuestros días, ni creo pondríais gran interés en escuchar su relato, porque la discusión sobre la materia es con frecuencia extravagante, confusa. No obstante, puedo decir que el hecho en sí parece cierto; también podemos descubrir su inevitable necesidad en la naturaleza de las cosas. Como he dicho ya, todo hombre no sólo es aprendiz sino también actor, que aprende lo pasado mediante el entendimiento que posee, pero que con esta misma inteligencia descubre algo más, inventa e idea algo que le es propio, por no haber hombre sin originalidad. No hay hombre que crea, o pueda creer exactamente lo que creyera su abuelo; desarrolla de algún modo por nuevos descubrimientos sus opiniones sobre el Universo, y por lo tanto, su Teorema del Universo, que es infinito. No hay opinión ni Teorema alguno capaz de abarcarlo; lo desarrolla; que halla algo creíble para su abuelo, es increíble para él, falso, incompatible con alguna novedad que ha descubierto u observado. Ésa es la historia de todos los hombres, que vemos recopilada en la historia de la Humanidad en grandes valores históricos, revoluciones, nuevas épocas. No hay Montaña del Purgatorio dantesco en el océano del otro Hemisferio, una vez que lo ha surcado Colón. El hombre no lo halla en el otro Hemisferio, porque no está ahí. Otro tanto ocurre con todos los credos de este mundo, con todos los Sistemas de Creencia y de Prácticas que de ellos se derivan.
Si agregamos el hecho melancólico de que siempre que se entibia la Fe pierde vigor la Práctica y prevalecen los errores, las injusticias y las miserias, encontraremos materia bastante para la revolución. El hombre que quiere obrar fielmente en todo necesita siempre creer con firmeza; si tiene que consultar cada vez el sufragio del mundo, si no puede prescindir de él, haciendo valer su voto, no pasa de criado a quien su amo no puede quitar ojo, y la obra que se le encargue adolecerá de defecto, contribuyendo día tras día al desplome inevitable. Todo cuanto haga de mala fe, considerando la apariencia solamente, será nuevo agravio, enlazado con nueva desgracia para alguien. Los agravios se acumulan hasta hacerse insoportables, estallando entonces violentamente, resolviéndose en explosión. El sublime Catolicismo de Dante, increíble hoy teóricamente, deteriorado por la práctica infiel, desconfiada y falsa, tiene que ser destrozado por un Lutero; el noble feudalismo de Shakespeare, tan bello como parecía y lo era en su tiempo, tiene que finalizar en la Revolución Francesa. La acumulación de agravios se resuelve por explosión, como hemos dicho, por voladura volcánica, sucediendo largos períodos turbulentos antes que las cosas se encaucen nuevamente.
Sería ciertamente triste considerar sólo este aspecto de las cosas, hallando en toda opinión y disposición humana el hecho de que sean inciertas, temporales, sujetas a la ley de la muerte. En el fondo no es así, porque la muerte es únicamente corporal, no de la esencia o espíritu; toda destrucción por revolución violenta, u otro modo, es creación en mayor escala. El Odinismo fue Valor, el Cristianismo Humildad, valor de calidad más noble. Todo pensamiento que el corazón humano abriga sinceramente como cierto, es sincera penetración en la verdad Divina, y contiene verdad esencial para el hombre, resistiendo todos los cambios, siendo posesión eterna para todos. Por otra parte, ¡cuán amarga es la reflexión que supone que todos los hombres, en todas las latitudes, en todas las épocas, excepto en la nuestra, vivieron en el error ciego y condenable: Paganos, Escandinavos, Mahometanos, sólo para que nosotros pudiéremos llegar al último y verdadero conocimiento. Todas las generaciones de hombres vivieron en la oscuridad y el error, para que la viviente fracción actual pudiere salvarse y gozar certidumbre. Todas las anteriores generaciones, a partir de su origen, avanzaron como los soldados rusos hasta caer en el foso del Fuerte Schweidniz, para rellenarlo con sus yertos cuerpos, para que pasásemos sobre sus cadáveres y nos apoderásemos de la fortaleza. Esto es hipótesis increíble, que hemos visto sustentar con terco énfasis; consideremos al individuo que pisotea los restos de todos los anteriores seguido de su secta en busca de la victoria; ¿qué diremos si cae también en el foso muriendo él con los suyos aferrado a su hipótesis y a su infalible credo? Con todo, que el hombre tienda a reconocer su discernimiento como final, dirigiéndose hacia su objeto, es hecho importante en la naturaleza humana. Creo que de todos modos siempre obrará así, pero precisa lo haga de manera más amplia y prudente. ¿No creéis que cuantos hombres sinceros viven y vivieron son soldados del mismo ejército, reclutados a las órdenes del Celeste caudillo para luchar contra el mismo enemigo: el Imperio del Error y las Tinieblas? ¿Por qué desconocernos unos a otros y no batallar contra el enemigo, sino contra nosotros mismos, debido a la mera diferencia de uniforme? Todos los uniformes son buenos y contienen un valiente. Todas las armas, el turbante árabe y la rápida cimitarra, el fuerte martillo de Thor que derriba a los Jötuns, deben ser bienvenidas. El grito de batalla de Lutero, la marcha melódica de Dante, todo lo que encierra sinceridad está de nuestra parte, no contra nosotros. A todos los manda el mismo Capitán; somos soldados de un mismo ejército. Ahora vamos a considerar la lucha de Lutero, la índole de sus batallas, cómo se portó en ellas. También Lutero fue nuestro Héroe espiritual, Profeta de su época y de su pueblo.
No está fuera de lugar cierta observación concerniente a la Idolatría. Una de las características de Mahoma, que por cierto lo es de todos los Profetas, es el furor ilimitado e implacable contra la Idolatría, siendo el gran tema de los Profetas: la adoración de los Ídolos muertos como Divinidades, cosa que no pueden desterrar, que tuvieron que denunciar continuamente y estigmatizar con inexpiable reprobación, considerándolo como el más horrendo de los errores cometidos; no lo olvidemos. No vamos a entrar en la cuestión teológica sobre la Idolatría. Ídolo es Eidolon, cosa vista, símbolo, no es Dios, sino Símbolo de Dios, pudiendo quizá preguntarnos si hubo algún ignorante que lo considerase como algo más que Símbolo. Supongo que nadie habrá creído que la tosca imagen debida a sus manos fuese Dios, sino emblema de Dios, que estaba en ella de algún modo. Ahora, en este sentido, podemos preguntarnos: ¿no es todo culto un culto de Símbolo, de eidola, o cosas vistas? Si lo visto se hace visible mediante imagen o pintura a nuestros ojos corporales o sólo a la visión interna, a la imaginación, al intelecto, la diferencia será superficial, mas nunca esencial. Continúa siendo Cosa Vista, significativa de Divinidad, ídolo. El Puritano más riguroso tiene su Confesión de Fe, Representación intelectual de las cosas Divinas, que adora, que hacen posible la adoración. Todos los credos, liturgias, formas religiosas, conceptos que encierran sentimientos religiosos, son eidola en este sentido, es decir, cosas vistas. Toda adoración debe proceder por Símbolos, por Ídolos, pudiendo decir que toda Idolatría es comparativa, y la peor Idolatría exagerada.
¿Dónde está su daño? En ella, debe haber algún daño fatal, pues de no ser así, los más celosos profetas no la hubieran reprobado tan unánimemente. ¿Por qué sienten los Profetas tal odio por la Idolatría? Paréceme que en la adoración de esos simples símbolos de madera lo que más provocó al Profeta, llenando su espíritu de indignación y aversión, no fue precisamente lo que sugirió a su propio pensamiento y expuso a los demás, sino la cosa en sí. El más rudo pagano que adoraba a Canope o la Piedra Negra del Caabah, era superior al caballo que nada veneraba. En aquel simple acto había cierto mérito duradero, análogo al mérito que hay en el Poeta: el reconocimiento de cierta belleza divina infinita y significativa en las estrellas y en todo lo natural; y ¿por qué podría condenarla el Profeta con tal crueldad? El más sencillo mortal que adora a su Fetiche, cuyo corazón satura por completo, puede ser objeto de lástima, desprecio, repulsión, pero nunca de odio. Dejemos que llene sinceramente su corazón, iluminando la lóbrega estrechez de su entendimiento; dejémoslo creer en su Fetiche, pues entonces, si no es para él lo que debe ser, es tan bueno como pudiera serlo; dejémoslo tranquilo.
Pero surge la fatal circunstancia de la Idolatría: que en la era de los Profetas el entendimiento humano no estaba sinceramente saturado de su ídolo o Símbolo. Antes de que surja el Profeta, que sabe mirar a su través considerando es mera madera, fueron muchos los que tuvieron sus dudas, considerándolo poco más. La Idolatría condenable es la falta de sinceridad. La duda ha carcomido sus entrañas; el espíritu humano se agarra espasmódicamente a un Arca de Alianza, que casi cree se ha trocado en Fantasma. Éste es uno de los más funestos espectáculos. Los espíritus no albergan ya a sus Fetiches, sino que lo pretenden, esforzándose por fingir lo contrario. No crees, exclama Coleridge, sólo crees que crees. Es la escena final de toda clase de Adoración y Simbolismo; síntomas seguros de muerte próxima, equivalente a lo que llamamos Formulismo y Adoración de Fórmulas. El hombre no puede cometer acto más inmoral que ése, por ser iniciación de toda inmoralidad, más bien dicho, imposibilidad de moralidad de allí en adelante, quedando paralizado el espíritu más intensamente moral, sumido en fatal sueño hipnótico, dejando el hombre de ser sincero. No me maravilla que el hombre celoso la denuncie, la estigmatice, la persiga con implacable aversión; él y esa cosa, todo el bien y esa cosa libran un duelo a muerte. La Idolatría censurable es Hipocresía, lo que pudiéramos llamar Hipocresía Sincera, cosa que merece reflexión. Toda Adoración llega a esta fase terminal.
Considero a Lutero tan Iconoclasta como los demás Profetas; tanto odiaba Mahoma los dioses de los Koras, de madera y cera, como Lutero las Indulgencias de pergamino y tinta de Tetzel. Lo que caracteriza al Héroe en toda época, latitud y situación es la consideración de la realidad, lo que son las cosas y no sus apariencias, pues su hueca manifestación es intolerable y detestable para él, por muy regular y decorosa que fuera, a pesar del crédito que merezca a los Koras o Cónclaves, si ama y venera la temible realidad de las cosas, ya oralmente, ya con el pensamiento profundo y silencioso. También el Protestantismo es obra de Profeta, del siglo XVI; el primer golpe de la sincera demolición de una cosa vieja, falseada e idólatra, precursora de otra nueva, que tiene que ser cierta y auténticamente divina.
A primera vista pudiere parecer que el Protestantismo fue destructor de lo que llamamos Culto de los Héroes, que representa la base de todo bien posible para la humanidad, religioso o social. Con frecuencia oímos que el Protestantismo introdujo una nueva era, radicalmente diferente de las conocidas: la del "libre examen", como se le llama. Al rebelarse Contra el Papa, el hombre se trocaba en su propio Papa, sabiendo, entre otras cosas, no debía fiarse de ningún Papa o Héroe-caudillo espiritual de allí en adelante. Se afirma que esto hacía imposible toda unión espiritual, toda jerarquía y subordinación entre los hombres. Así se dice. No niego que el Protestantismo fuere rebelión contra las soberanías espirituales, Papas y demás; que el Puritanismo Inglés, rebelión contra las soberanías terrenales fue la segunda; que la enorme Revolución Francesa fue la tercera, por la cual todas las soberanías, tanto terrenas como espirituales, quedaban abolidas o camino de ello. El Protestantismo es la raíz madre que alimentó las ramas de la Historia Europea sucesiva. Porque lo espiritual se encarna siempre en la historia temporal de los hombres; lo espiritual es el comienzo de lo temporal. Hoy se oye en todas partes el grito de Libertad, Igualdad, Independencia, etc.: Las urnas electorales y los votos reemplazan a los Reyes; parece que cualquier Héroe-soberano, o leal obediencia de los hombres a un hombre, en lo temporal o espiritual, haya pasado para siempre. Si así fuese, el mundo para mí no tendría esperanza. Una de mis más profundas convicciones es que no es así, porque sin soberanos, verdaderos soberanos, temporales y espirituales, sólo veo posible la anarquía: lo más odioso. Pero creo que el Protestantismo, aunque haya producido la democracia anárquica es iniciación de nueva y genuina soberanía y orden. Lo considero rebelión contra los falsos soberanos, dolorosa, pero indispensable preparación para que los verdaderos ocupen su lugar entre nosotros. Bueno será explicarme.
Observemos primeramente que el libre examen, en el fondo, no es novedad en el mundo, sino sólo en aquella época. Nada hay genéricamente nuevo o peculiar en la Reforma; fue un regreso a la Verdad y a la Realidad en oposición a la Falsedad y Apariencia, como todos los perfeccionamientos y Enseñanzas genuinas. La libertad de opinión, si la consideramos, debe haber existido en todo tiempo. Dante no se sacó los ojos ni se encadenó, encontrándose bien en su Catolicismo, aunque más de un pobre, Hogstraten, Tetzel y el doctor Eck fueron esclavos de esa fe. ¿Libertad de juicio? Ni férreas cadenas ni fuerza exterior alguna pudieron obligar al alma de un hombre a creer o a descreer; pues se trata de su propio entendimiento inquebrantable, de su criterio que reina y cree sólo por la gracia de Dios. El más sofístico Belarmino, predicando la fe ciega y la obediencia pasiva, tiene primero que renunciar a su derecho de ser convencido, debido a alguna especie de convicción. Su libre examen le indicó que ése era el paso más prudente que podía dar. El derecho al criterio propio subsistirá vigoroso allí donde exista el hombre sincero. El sincero cree con su entero juicio, con toda la claridad y discernimiento que hay en él, y siempre creyó así. El falso, el que se esfuerza por creer que cree, procede de otro modo. El Protestantismo gritó a este último, ¡Ay de ti!, mientras decía al otro: ¡haces bien! En su fondo no era cosa nueva, sino vuelta a todo lo dicho anteriormente. Sé puro, sé sincero; ése era el significado que se repetía. Mahoma creyó con todo su ánimo; Odin con todo su ánimo también, como todos los sinceros adeptos del Odinismo, porque así lo juzgaron por su propio criterio.
Ahora me aventuro a asegurar que el ejercicio del libre examen, fielmente ejecutado no acaba necesariamente en la independencia egoísta, el aislamiento, sino antes en lo opuesto. La indagación sincera no produce la anarquía; lo que la origina es el error, la hipocresía, la fe a medias y la falsedad. El que protesta del error está camino de unirse a todos los hombres creyentes en la verdad. No hay comunión posible entre los que sólo creen en la ficción. El corazón está muerto, no tiene poder de simpatía ni para las cosas, de otro modo creería en ellas y no en la ficción. Si no siente simpatía por las cosas, mucho menos la sentirá por sus congéneres. No puede unirse a los hombres; es anárquico. La unidad sólo es posible en un mundo de hombres sinceros y, a la larga, es tan buena como cierta.
Fijémonos en una cosa, que hemos olvidado, mejor dicho, que hemos perdido de vista en esta controversia: no es necesario que el hombre haya descubierto la verdad en que tiene que creer para creer en ella con sinceridad. El Gran Hombre es siempre sincero; ésta es la primera condición; mas no es necesario sea grande el hombre para que sea sincero, porque no es necesidad de la Naturaleza y todo Tiempo, sino sólo de ciertas desdichadas épocas corrompidas. El hombre puede tener fe en lo que haya recibido de otro, y del modo más legítimo, testimoniando ilimitada gratitud. El mérito de la originalidad no es cosa nueva, es sinceridad. El creyente es el original y todo lo que cree lo cree por sí, no por otro. Todo hijo de Adán puede ser sincero, original, en este sentido, pues ningún mortal está condenado a ser sincero. Enteros períodos, lo que llamamos períodos de Fe, son originales y todos los que viven en ellos, o los más de ellos son sinceros. Son éstos los períodos de grandeza y fecundidad: todos los activos, en todas las esferas, laboran, no en la apariencia, sino en la esencia, y toda actividad tiene su resultado; la suma total de tal labor es grande, porque todo tiende hacia un bien, por ser sincero, siendo todo ello suma y nunca sustracción. Hay verdadera unión, realeza, lealtad: todas las cosas verdaderas y benditas que la humilde Tierra puede ofrecer al hombre.
¡El Culto al héroe! Si el hombre se basta a sí mismo, es original, sincero, o como queramos llamarle, eso es lo que menos le indispondrá a reverenciar y creer en la verdad de otro, pues lo que hace es disponerlo, acuciarlo invenciblemente a no creer en fórmulas muertas de otros, en supercherías y ficciones. El hombre abraza la verdad con los ojos abiertos, porque están abiertos; ¿necesita acaso cerrarlos para amar a su Maestro? El Héroe-Maestro únicamente puede ser amado con inmensa gratitud y genuina lealtad de espíritu por aquél a quien ha librado de la tiniebla haciéndole gozar de la luz. Ése es el verdadero Héroe y domador de Serpientes digno de toda reverencia. El monstruo negro, la Falsedad, nuestro enemigo en este mundo, es subyugado por su valor, siendo él quien conquistó el mundo para nosotros. ¿No fue Lutero reverenciado como verdadero Papa o Padre Espiritual, siéndolo ciertamente? Napoleón se hizo Rey surgiendo de la irreductible rebelión de los descamisados. El Culto al Héroe no perece, no puede perecer, pues la Lealtad y la Soberanía son eternas, porque se basan en realidades y sinceridades, no en imitaciones y apariencias. Nada se obtiene cerrando los ojos, acallando el libre examen, sino abriéndolos y teniendo algo que ver. El mensaje de Lutero depuso y abolió todos los falsos Papas y Potentados, mas dio vida y vigor a los nuevos y sinceros, aunque no inmediatamente.
Todo lo concerniente a la Libertad, Igualdad, Sufragio Electoral, Independencia, y cosas parecidas, debe considerarse fenómeno temporal, nunca final. Aunque es probable dure bastante tiempo, produciendo tristes confusiones, debemos aceptarlo de buen grado, como castigo de pasados errores, como prenda de estimables beneficios futuros. De todos modos, lo procedente era que el hombre abandonase los simulacros, volviendo a los hechos a todo evento. ¿Qué puede alcanzarse con Papas espúreos y Fieles sin libre examen, con simuladores que pretenden dirigir a incautos? Sólo desdichas y perjuicios. La sociedad con los hipócritas es imposible; el edificio no puede construirse sin plomada ni nivel, de manera que forme ángulos rectos. En toda esta labor revolucionaria, desde el Protestantismo hasta hoy, veo el beneficioso resultado que se abre paso, no la abolición del Culto de los Héroes, sino lo que llamo un Mundo entero de Héroes. Si Héroe significa sincero, ¿qué impide seamos Héroes todos? Un mundo sincero, un mundo fiel; así fue, así será, porque no puede dejar de serlo. Ésa fue la verdadera especie de Adoradores de los Héroes; nunca pudo ser tan reverenciado el sinceramente Mejor, como cuando todos eran Sinceros y Buenos. Hablemos de Lutero y su Vida.
Nació Lutero en Eisleben (Sajonia), el 10 de noviembre de 1483, accidentalmente; sus padres, pobres mineros de Mohra, pueblecito de aquella región, fueron a Eisleben con ocasión de la Feria de Invierno; sintiendo su madre los dolores precursores del parto, viose obligada a entrar en una pobre casa para dar a luz a Martín Lutero. Tal vez fuera a la feria con su marido con el fin de vender la hilaza y comprar lo necesario para su humilde hogar aquel invierno; quizás en todo el mundo no hubiera aquel día seres que menos llamasen la atención que aquel matrimonio de mineros. Sin embargo, ¿qué eran todos los Emperadores, Papas y Potentados comparados con ellos? En aquellos momentos venía al mundo un Hombre Poderoso, cuya luz tenía que brillar como faro que sirviese de guía a muchos siglos; el mundo y su historia esperaba a este hombre. Cosa extraña y grande, que nos conduce a otra hora Natal, en ambiente más humilde, hace dieciocho siglos, sobre la cual sienta bien no digamos nada, pensemos en silencio, porque, ¿de qué palabras disponemos para ello? ¿Pasó la Época de los Milagros? No; esa época no pasa nunca.
Dada la función de Lutero en este Mundo, creo debía nacer pobre; que la Providencia, que preside sobre él y todos nosotros, hizo que así fuese, sabiamente, desde luego, que viviese pobre entre los más pobres, teniendo que pedir limosna como los escolares de aquella época, cantando de puerta en puerta, acompañado de la estrechez y de la rigurosa Necesidad; no hubo hombre ni cosa que presentase buen aspecto para Lutero, creciendo entre las cosas y no sus apariencias. Sufrió mucho aquel niño de tosca figura, débil en su salud, alma grande y ávida, rebosante de talento y sensibilidad; mas su destino fue familiarizarse con las realidades, continuar su conocimiento a toda costa, siendo su tarea conducir al mundo a la realidad, puesto que había vivido excesivo tiempo contentándose con la apariencia. Aquel joven, que se había criado en borrascosos torbellinos, en las desoladas tinieblas y dificultades, tenía que salir finalmente de su tormentosa Escandinavia, fuerte como el sincero, como un dios, un Odin cristiano, un justiciero Thor, con su martillo de trueno, para anonadar a los horribles Jötuns y Gigantes monstruosos.
Quizá fuere la pérdida de su amigo Alexis, muerto por el rayo a las puertas de Erfurt, lo que encauzó su vida. Durante su niñez luchó como pudo, demostrando su avidez por aprender, manifestando su ingenio, a pesar de todos los obstáculos; sin duda su padre, para que se abriera paso en la vida, lo dedicó al estudio de las Leyes, por ser el camino más indicado; y Lutero, que entonces contaba diecinueve años, siguió el consejo de su genitor. Él y Alexis se dirigieron a Mansfeldt con el fin de visitar a la vieja familia del primero; y de vuelta, al llegar cerca de Erfurt, se desencadenó la tormenta, cayendo Alexis muerto por un rayo a los pies de su amigo. ¿Qué es nuestra vida? Se pierde en un instante, consumida como un papel, desapareciendo en la vacua Eternidad. ¿Qué son las preeminencias terrenas, los Cancillerazgos y Cetros? Todo ello desaparece tragado por la Tierra, que se abre anonadándolo; lo único que prevalece es la Eternidad. El corazón de Lutero se estremeció, determinando consagrarse a Dios, a su servicio exclusivo, y sin escuchar las exhortaciones de su padre y amigos, tomó el hábito agustino en el convento de Erfurt.
Éste fue tal vez el primer destello en la historia de Lutero, exteriorizándose decisivamente su pura voluntad que, por entonces, no pasó de punto luminoso en las tenebrosidades. Afirma que fue un piadoso monje ich bin ein frommer Mönch gewesen, que luchaba paciente y dolorosamente por evidenciar la verdad de su empresa, mas con poco éxito. Su infortunio no había sido mitigado, sino más bien aumentado hasta el infinito. Las penalidades a que tuvo que someterse como novicio, toda clase de trabajo de esclavo, no fueron motivo de quejas; la profundidad de su anhelante alma quedó sumida en toda suerte de negros escrúpulos y dudas, creyendo morir pronto, temiendo algo mucho peor que la muerte. Leemos que el pobre Lutero vivía entregado al terror de inexplicable pesadilla, creyéndose condenado a eterna reprobación. ¿No era esto la humilde y sincera naturaleza de aquel hombre? ¿Qué era él para disfrutar del Cielo? Él, que únicamente conocía la desgracia, la dura esclavitud, no podía creer en tan hermoso destino, no comprendiendo cómo era posible salvar el alma mediante ayunos, vigilias, formalismos y misas, cayendo en la mayor de las desgracias, vagando vacilante, bordeando insondable Desesperación.
Precioso debió ser para él el descubrimiento de una antigua Biblia Latina en la biblioteca de Erfurt, libro que nunca había visto, que le enseñó lección diferente a las de los ayunos y vigilias; un monje piadoso vino en su ayuda. Supo entonces Lutero que el hombre no se salva a fuerza de misas cantadas, sino por la infinita gracia de Dios: hipótesis más verosímil. Su veneración sentida por la Biblia es natural; ella era la que aportó tan preciosa ayuda, estimándola como Palabra del Altísimo y determinó atenerse a ella, como lo hizo hasta su muerte.
Así se libró de las tinieblas, venciendo finalmente a la oscuridad; a eso llamamos su conversión, siendo para él la más importante época de su vida. De allí en adelante podía vivir en paz y en la claridad, desplegar sus talentos y virtudes, adquiriendo relieve en su convento, en su país, reconocida su utilidad en todas las cuestiones delicadas de la vida. La orden Agustina le confió misiones, como hombre de talento y fiel, apto para llevar bien sus asuntos; el Elector de Sajonia, Federico el Sabio, príncipe verdaderamente prudente y justo, puso sus ojos en él como persona de valía, nombrándolo Profesor en la nueva Universidad de Wittenberg, y Predicador; tanto en esto como en todas sus funciones, en la apacible esfera de la vida ordinaria, iba ganando Lutero el aprecio de todos los hombres buenos.
Visitó Roma a la edad de veintisiete años, enviado en misión por su convento, viendo su estado bajo el Pontificado de Julio II y causándole gran estupefacción, creyendo era la Ciudad Sagrada, trono del Sumo Representante de Dios en la Tierra. Padeció amarga desilusión, y abrigó muchos pensamientos que nunca conoceremos, porque quizá no supo expresarlos. Roma, la ostentación de los sacerdotes falsos, desprovistos de la belleza de la santidad, era falseamiento para Lutero. Un hombre humilde como él no podía reformar el mundo, estando esto muy lejos de su pensamiento. ¿Cómo podía aquel insignificante solitario ponerse frente al mundo? Por eso creía que la tarea correspondía a hombre superior a él, que su deber era no abandonar la senda del bien. Dejemos que cumpla con su ignorado deber, pues todo lo demás, horrible y triste al parecer, depende de Dios.
No sabemos cómo se habría resuelto el conflicto si el Papado hubiera ignorado a Lutero, persistiendo en su ruinosa ostentación, no saliéndole al encuentro y forzándole a que se rebelase. Quizás en este caso hubiese cerrado los ojos ante los abusos de Roma, dejando en manos de la Providencia, del Altísimo, la resolución, pues era modesto, pacífico, tardó en atacar irreverentemente a la autoridad, limitándose su tarea a cumplir su deber, no saliéndose de la senda del bien en este mundo de confusa maldad, salvando su alma. Pero el alto Clero Romano mostró su oposición, no dejando vivir tranquilo a Lutero en Wittenberg, que protestó, resistiéndose, excediéndose, viéndose zaherido, castigado hasta que se entabló la lucha entre ellos, siendo uno de los puntos culminantes en la historia del Reformador. Tal vez no hubo hombre tan humilde, tan pacífico, que encendiese tal pugna en el mundo. Creemos que su deseo era vivir aislado, laborando tranquilamente en la sombra; que si figuró de modo notable, fue contra su voluntad. ¿Qué era la notoriedad para él? Su punto de mira en este mundo era el Cielo Infinito, indudablemente, pensando que dentro de pocos años lo habría alcanzado o perdido para siempre. Nada diremos de la lastimosa teoría que supone origen de la Reforma Protestante rivalidades de codicioso tendero entre los Agustinos y Dominicos, que encendieron la ira de Lutero. Si hay alguien que la sustente podemos decirle: ante todo situémonos en la esfera del pensamiento, que es donde es posible juzgar a Lutero, a los hombres como él, sin distraernos, y entonces discutiremos con vosotros.
León X, que deseaba reunir algún dinero, envió irreflexivamente al monje Tetzel a Wittenberg con motivos mercantiles, desarrollando escandaloso negocio. Parece que este Papa fue más pagano que cristiano, si era algo. Los que confesaban con Lutero compraron indulgencias diciéndole que sus pecados habían sido perdonados. Lutero no quiso desertar de su puesto, mostrándose hipócrita, holgazán y cobarde en el reducido espacio que le estaba confiado, teniendo que salir al paso de las Indulgencias, declarando eran futilidad, triste ficción, que no podían perdonar pecado alguno. Esto fue la iniciación de la Reforma. Todos sabemos cómo avanzó tras la primera controversia pública de Tetzel el último día de octubre de 1517, entre argumentos y refutaciones, extendiéndose cada vez más, ganando en intensidad, hasta que no pudiendo acallarla, arrastró a todo el mundo. El sincero deseo de Lutero era enmendar este y otros agravios, pues nunca pensó ser causa de escisión de la Iglesia, ni rebelarse contra el Papa, Padre del Cristianismo. El elegante Papa pagano hizo poco caso del Monje y sus doctrinas; no obstante, su deseo era acallar el ruido producido por él; intentó varios métodos más suaves durante tres años, acabando por creer acabarlo con el fuego, condenando a los escritos del Monje a ser quemados por el verdugo, que su cuerpo fuera llevado a Roma atado, quizá para hacer otro tanto con él; así acabaron con Huss y Jerónimo un siglo antes. El fuego es breve argumento. El pobre Huss llegó al Concilio de Constanza tranquilizado, con toda clase de promesas y salvoconductos; era hombre impetuoso, mas no rebelde; a su llegada lo encerraron en un calabozo de piedra de tres pies de anchura, seis de alto y siete de largo, quemando su sincera voz para que no la oyere el mundo, ahogándola en humo y fuego. Eso no estaba bien.
Perdono a Lutero que no se rebelase por completo contra el Papa. El elegante Pagano encendió en noble y justa ira el corazón más bravo, más humilde y más pacífico existente por entonces en el mundo con su ígneo decreto. A mis palabras, dictadas por la verdad y la sobriedad, que tienden fielmente a propagar la verdad de Dios en la Tierra, salvando a los hombres, que es lo único que nos permite la incapacidad humana, tú, el representante de Dios en la Tierra, respondes enviando al verdugo con la tea encendida. Quieres quemarme a mí y a mis palabras como respuesta al mensaje de Dios que se esfuerzan por hacer llegar hasta ti. No eres representante de Dios en el mundo, sino otra cosa. Tomo tu Bula como Falsedad y la quemo. Ya harás luego lo que mejor te parezca; esto es lo que hago yo ahora. El 16 de diciembre de 1520, tres años después del comienzo de la contienda, Lutero, rodeado de gran gentío, dio este indignado paso de quemar el decreto papal a la puerta Eister de Wittenberg. El pueblo de Wittenberg asistía gritando; todo el mundo tenía sus ojos en ello. El Papa no debió provocar aquellos gritos, que fueron los que despertaron a las naciones. El tranquilo corazón alemán, modesto, paciente, no pudo sobrellevar la carga que finalmente se le impuso. El Formulismo, el Papa Pagano y otras Falsedades y Apariencias corrompidas, llegaron al término de su dominación, surgiendo de nuevo un hombre que se atreviese a declarar que el mundo de Dios no se basaba en apariencias, sino en realidades, que la Vida es verdad y no superchería.
En el fondo hay que considerar a Lutero como Profeta Iconoclasta, hombre que condujo de nuevo al hombre a la realidad, función de grandes hombres y maestros. Mahoma dijo: Vuestros ídolos son madera negra; les aplicáis cera y aceite, se les pegan las moscas. Lutero dijo al Papa: Eso que llamas Perdón de los Pecados, es un trozo de papel y tinta, y nada más; eso y cosas parecidas no pasan de ser eso. Sólo Dios puede perdonar los pecados. ¿Es el Papado, la Paternidad espiritual de la Iglesia de Dios vana apariencia de tela y pergamino? Es horrendo; la Iglesia de Dios no es apariencia, como no lo son el Cielo y el Infierno. Me opongo a ello, pues a esto me obligas; al oponerme, yo, pobre monje alemán, soy más fuerte que todos vosotros. Solo estoy, sin amigos, acompañado de la Verdad Divina; tú con tus tiaras, triples sombreros y escudos, rayos espirituales y temporales, estás junto a la Mentira del Diablo, y no eres tan fuerte.
La escena de mayor grandeza en la Historia Moderna Europea es la Dieta de Worms, en la que se presentó Lutero el 17 de abril de 1521, originándose en ella la subsiguiente historia de la civilización. Tras múltiples negociaciones y discusiones llegaron a convocar la asamblea. El joven Emperador, Carlos V, con todos los Príncipes alemanes, nuncios papales, dignatarios espirituales y temporales reuniéronse allí para escuchar a Lutero, ver si se retractaba o no. A un lado sentáronse el poder y la pompa del mundo; al otro un hombre que defendía la Divina Verdad, el humilde hijo del minero Hans Lutero. Los amigos le recordaron a Huss, aconsejándole no asistiese; él no admitió consejos. Un gran grupo de amigos salió a su encuentro para disuadirle, respondiendo él: Aunque hubiera en Worms tantos Diablos como tejas, iría. Al siguiente día, al encaminarse a la Dieta se agolpaba la gente en ventanas y terrados, gritándole algunos solemnemente no se retractase. ¿Quién me negará ante los hombres?, le decían como solemne ruego y conjuro. ¿No era realmente nuestro ruego, el del mundo entero, postrado en oscura esclavitud espiritual, paralizado por tenebrosa Pesadilla espectral, Quimera con triple corona, que se llamaba Padre en Dios? ¿Por qué no decirle?: Líbranos; en ti está, ¡no nos abandones!
Lutero no nos abandonó. Su discurso, que duró dos horas, distinguióse por el tono de respeto, prudencia y sinceridad, dispuesto a someterse a lo que requiere sumisión legal, no sometiéndose a nada más que a ello. Declaró que sus escritos eran suyos en parte, en parte derivados de la Palabra de Dios. En cuanto a los suyos, débiles como humanos, podía arrepentirse de su ira, su ceguera, muchas cosas que consideraba beneficiosas, mas en cuanto a lo basado en la sana verdad y la Palabra de Dios, no podía efectuarlo. Refutadme con pruebas de la Escritura, con argumentos claros y justos, pues de otro modo no puedo retractarme, porque no es leal ni prudente contrariar a la conciencia. Aquí estoy; no puedo hablar de otra suerte. ¡Que Dios me ayude! Éste fue el momento de culminante grandeza en la Historia Moderna del Hombre. De haber obrado Lutero de otro modo en aquel instante, el Puritanismo inglés, Inglaterra y sus Parlamentos, las Américas y la labor de dos siglos, la Revolución Francesa, Europa y lo hecho por ella hasta hoy en todo el mundo, se hubiere desarrollado de otra manera, porque el germen de todo eso estaba en su proceder en aquella hora. Europa preguntaba: ¿Me hundiré cada vez más en el engaño y la estancada putrefacción hasta morir asquerosa y execrablemente o llegaré al paroxismo que me purifique de falsedades, curándome y vivificándome?
La Reforma trajo consigo grandes guerras, largas discusiones y desunión, que aun hoy perduran estando lejos de su término; mucho se habló de todo eso vituperándolo; no niego sea lamentable, mas ¿qué tuvo que ver Lutero o su causa con ello? Lo extraño es se achaque eso a la Reforma. Grande sería la confusión cuando Hércules encauzó el río purificador hacia las cuadras del Rey Atugias, pero no creo sea él a quien hay que lanzar el reproche. Cierto es que la Reforma tenía que producir sus resultados cuando llegase, pero no pudo evitar su aparición. El mundo contesta a todos los Papas, sus defensores que reconvienen, se lamentan y acusan: Habéis falseado el Papado y, a pesar de su pretérita bondad y la pretendida actualmente, no podemos creer en él, pues la luz concedida por el Cielo a nuestro entendimiento para guiarnos en este mundo nos dice que es increíble. Ni queremos ni intentamos creer en él: no nos atrevemos. Como es falso traicionaríamos al Poseedor de toda Verdad si pretendiéramos que es cierto. Rechacémoslo aceptando lo que venga a reemplazarlo, pues no podemos depender ya de él. Ni Lutero ni su Protestantismo son responsables de esas guerras, siéndolo los falsos Simulacros que lo forzaron a protestar. Lutero hizo lo que cualquier hombre creado por Dios, no sólo tiene derecho a hacer, sino que debe hacer por sagrado deber; es decir, responder con un ¡No! cuando la superchería le pregunta: ¿Crees en mí? Hay que considerar lo que costó tal decisión. Indudablemente se iniciaba una unión y organización espiritual y material en el mundo, mucho más noble que el Papado o el Feudalismo en sus días de mayor sinceridad, basada en los Hechos, no en las Apariencias y Simulaciones, única manera de que se produjese y afianzase, porque rechazamos la unión basada en el engaño, que nos manda expresarnos y obrar hipócritamente. Diréis que es preferible la paz; pero, ¿no es paz el letargo animal? ¿No hay paz en el silencio sepulcral? Lo que queremos es paz vital, no la paz de la muerte.
No obstante, al apreciar con justicia los indispensables beneficios de lo Nuevo, no hemos de mostrarnos injustos con lo Viejo, pues lo Viejo fue sincero, aunque no lo fuera después. En tiempos de Dante no fue precisa la mistificación, la ceguera voluntaria u otro fraude para reconocer la verdad; aquello era bueno, había en su espíritu imperecedera bondad. El grito de ¡Abajo el Papismo! es necio en estos tiempos. Inútil es argumentar, gana terreno el Papismo aduciendo que edifica nuevos templos y otras razones por este estilo; curioso es contar unas cuantas iglesias, prestar oídos a los que desacreditan al Protestantismo, tomar en serio ciertas tonterías caídas en el letargo que todavía se le atribuyen y afirmar: El Protestantismo está muerto; el Papismo tiene más vida que él y lo sobrevivirá. Muchas de las necedades aletargadas que se consideran Protestantes, han muerto, pero no el Protestantismo, porque si bien miramos, él es el productor de su Goethe y su Napoleón, de la Literatura alemana y de la Revolución Francesa, importantes signos de vida. En el fondo, ¿qué hay de más vivo que el Protestantismo? La vida que anima todo lo demás es meramente galvánica, que ni place ni es duradera.
Por más capillas que edifique, el Papismo no podrá volver ya, como tampoco el Paganismo, aunque exista aún en algunos pueblos. En esto ocurre lo mismo que con la marea: vemos que las aguas avanzan y retroceden, habiendo momentos de indecisión; esperemos media hora, esperemos medio siglo para ver la situación del Papado. ¡Ojalá no hubiere mayor peligro para Europa que la resurrección del viejo y abatido Papa! Es como si Thor intentara resucitar. Estas oscilaciones encierran su significado. El rancio y decaído Papado no morirá por completo como Thor; vivirá algún tiempo; no debe morir. Pudiéramos decir que lo Viejo no muere nunca hasta que todo lo bueno existente en él ha sido infundido en lo práctico Nuevo. Mientras sea posible hacer bien de acuerdo con Roma, o lo que es lo mismo, mientras podamos llevar una vida piadosa, guiándonos por ella, la adoptará el alma humana, siendo su testimonio viviente. Se nos impondrá a los que lo rechazamos, hasta que nuestra práctica haya asimilado la verdad que encierra. Entonces, sólo entonces, perderá el encanto para el hombre. Si dura, responde a cierto fin. No nos preocupemos; que viva mientras pueda.
En cuanto a esas guerras y derramamiento de sangre, he de manifestar que ninguna de ellas se inició durante la vida de Lutero, pues la controversia nunca se trocó en lucha, siendo para mí prueba de su grandeza en todos sus aspectos, pues fueron pocas las veces que un hombre productor de inmensa conmoción dejase de perecer en ella, pues éste es el destino de los revolucionarios. Lutero continuó siendo soberano en esta gran revolución; los Protestantes de toda jerarquía pusieron sus ojos en él como guía, jefe que no perdía la serenidad, que continuaba firme y pacífico en su puesto. Quien así se conducía, debió gozar de real facultad, poseer el don de discernir dónde estaba la entraña de las cosas, afianzarse valerosamente en ella, como hombre fuerte y sincero, para que otros sinceros como él, se le uniesen, pues de no ser así carecería de adeptos. En aquellas circunstancias, fue ciertamente notable la clara y profunda fuerza de juicio de Lutero, vigoroso en todo, en silencio, tolerancia y moderación.
Su tolerancia fue típica, distinguiendo lo esencial y lo que no lo es, atendiendo sólo a lo primero. Una vez le dijeron que un predicador reformado se negaba a predicar sin sotana; que se la ponga, respondió, ¿qué mal hay en que la lleve? ¡Póngase tres si cree que eso le beneficia! Su proceder en la cuestión de los iconoclastas de Karlstadt, los Anabaptistas, la guerra de los Campesinos, indica nobleza de fuerza, muy distinta a la espasmódica violencia. Era hombre que discernía la realidad de las cosas, fuerte y justo, que indicaba sabiamente lo que había que hacer, aceptándolo los demás. Sus escritos testimonian cuanto decimos. Aunque el dialecto de esas especulaciones se haya anticuado, las leemos con gusto. Su estilo gramatical es tolerable todavía; el mérito de Lutero en la historia literaria es grande, pues su modo de escribir fue el adoptado en todas las obras. Cierto es que sus veinticuatro volúmenes en cuarto no están bien redactados, mas hay que tener en cuenta que los escribió apresuradamente, sin propósito literario. Debo declarar que en ningún libro hallé facultad más robusta, genuina y noble, que en los suyos, escritos con ruda sinceridad, familiaridad, sencillez, sentido y vigor. Irradia luz; sus mortíferas frases penetran el secreto de lo que trata; muestra gracejo, tierno afecto, nobleza y profundidad; en él hay un Poeta; mas su tarea era elaborar un poema épico, no escribirlo. Lo considero un gran Pensador, porque su grandeza de corazón lo proclama.
Dice Richter que las palabras de Lutero son semibatallas, y así pueden calificarse. Su cualidad esencial era poder luchar y vencer; fue modelo exacto de Valor viril. En esa raza de teutones, cuya característica es el valor, no hubo hombre más valiente, ni corazón más animoso que el suyo. Su reto a los Diablos en Worms, no fue mera jactancia, como pudiere creerse, de producirse hoy. Creía Lutero que los diablos, ciudadanos espirituales de las Tinieblas, asediaban continuamente al hombre, cosa a que alude repetidas veces en sus escritos, sirviendo de base para que algunos se le burlasen. Cuando visitamos su estancia en el Wartburg, donde traducía la Biblia, nos señalan una mancha negra que hay en la pared; extraño recordatorio de una de sus luchas. Estaba traduciendo un salmo, fatigado de su largo trabajo, débil a causa de la abstinencia, cuando vio ante sus ojos una odiosa e indefinible Imagen, que tomó por el Malo, que le molestaba en su tarea; levantóse retador, lanzando el tintero contra el espectro, que desapareció. Allí está la mancha de tinta, curioso monumento de muchas cosas. Cualquier practicante de farmacia puede hoy decirnos qué hay que pensar sobre tal aparición y de modo científico, mas el corazón del hombre que se atreve a levantarse y desafiar frente a frente al Infierno, no puede dar mayor prueba de intrepidez. Ni en el mundo, ni bajo de él, había cosa que lo acobardase. En uno de sus escritos, dice: Bien sabe el Diablo que esto no tiene su origen en el miedo, pues he visto y desafiado innumerables Demonios. El Duque Jorge (de Leipzig, uno de sus grandes enemigos) no iguala a un solo Diablo (ni mucho menos). Si tuviere algo que hacer en Leipzig, allí iría, aunque lloviesen Duques Jorges nueve días seguidos. ¡Qué diluvio de Duques!
Grandemente se equivocan los que imaginan que el valor de este hombre fue ferocidad, terca y vulgar obstinación, crueldad, como muchos creen: muy lejos de eso. Puede haber ausencia de temor, debido a ausencia de preocupación o afecto, presencia de odio y de estúpida ira. No apreciamos en mucho el valor del tigre. En Lutero se daba cosa muy diferente, no hay acusación más injusta que la de mera violencia feroz. Su corazón estaba henchido de bondad, piedad y amor, como todo corazón valiente de veras. El tigre huye ante enemigo más fuerte que él, por eso no lo creemos valiente, sino fiero y cruel. Pocas cosas conozco más conmovedoras que los suaves latidos de afecto, suaves como los del hijo o de la madre, que animaban el impetuoso corazón de Lutero, tan verídico, puro, sin hipocresía, familiar, rudo en sus expresiones, claro como el agua que surge de la roca. ¿Qué fue aquella actitud abatida por la desesperación y reprobación que vemos en su juventud, sino producto de noble y reflexiva mansedumbre, sutilidad y finura de afecto? Ése es el estado en que están sumidos hombres como el desdichado Cowper. Para el observador superficial, Lutero podría pasar por tímido, débil; la modestia y la ternura afectiva son sus principales características. El valor despertado en corazón como el suyo, es noble; al verse hostigado y desafiado, se inflamó con celeste llama.
En la Sobremesa de Lutero, libro póstumo de anécdotas y frases recopiladas por sus amigos, ahora el más interesante entre todos los suyos, hallamos bellas manifestaciones inconscientes de su verdadera naturaleza. Su modo de proceder ante el lecho de muerte de su hija, grande y admirable todavía, figura entre los más emocionantes. Se resignó a que muriese su pequeña Magdalena, anhelando al mismo tiempo conservase la vida, siguiendo su pensamiento empavorecido la ascensión de su almita a través del reino desconocido, con el corazón desgarrado, encogido, sincero, pues a pesar de todos los credos y dogmas comprendía que nada sabemos ni podemos saber: su pequeña Magdalena iba a reunirse con Dios, porque Dios lo quiso así; también eso era todo para Lutero; Islam es todo.
Una noche asomóse a una de las ventanas del Castillo de Coburgo, su Patmos solitario, contemplando la gran bóveda de la Inmensidad, surcada por largas y veloces nubes, muda, gigantesca, preguntándose: ¿Quién sostiene todo eso? Nadie vio nunca las columnas que lo soportan; no obstante, se sostiene. Dios lo sostiene; hay que reconocer que Dios es grande, bueno, tener fe en lo invisible. De vuelta de Leipzig le sorprendió la belleza de los campos a punto de segar, diciéndose: ¿Cómo se sostiene el amarillo trigo sobre su esbelto tallo?; su dorada espiga se inclina y balancea; la humilde tierra lo ha producido al mandato de Dios: es el pan del hombre. Contemplando un crepúsculo en el jardín de Wittenberg vio un pajarillo que se posaba en una rama, exclamando: Sobre ese pajarito lucen las estrellas, está el profundo Cielo de los mundos; ha plegado sus alitas y se posa confiadamente para pasar la noche; su Creador le ha procurado cobijo. No falta la alegría en este libro; en este hombre había un gran corazón humano. Su lenguaje posee áspera nobleza, abunda en modismos, es expresivo, sincero, brillando en él de vez en cuando los matices poéticos. En Lutero vemos un hermano. Su afición a la música es resumen de todos sus afectos; muchas de las cosas que no pudo expresar con la palabra las confió a los tonos de la flauta, afirmando escapaban los Diablos cuando oían sus notas. Por una parte desafiaba a la muerte, por otra amaba la música. Para mí estos eran los dos polos opuestos de su grande alma; entre ellos había lugar para todo lo grande.
En el rostro de Lutero veo la expresión de su personalidad, creyendo que los mejores retratos de Kranach son su fiel efigie, rostro de plebeya dureza, con sus grandes cejas y huesuda cara, emblema de tosca energía, faz casi repulsiva a primera vista. No obstante, en sus ojos brilla indómita y silenciosa pena, melancolía sin nombre, elemento de suaves y finos afectos, imprimiendo al resto el sello de la verdadera nobleza. Lutero reía, pero también lloraba; el llanto y el duro trabajo le acompañaban, siendo la Tristeza y la actividad base de su vida. En sus últimos días, tras los triunfos y victorias, expresa su cansancio de vivir, considerando que sólo Dios puede y quiere regular el curso de las cosas, que tal vez no esté lejano el Día del Juicio. Únicamente desea una cosa: que Dios lo libre de su labor, lo llame y lo deje gozar de reposo. No lo comprenden los que señalan ese deseo para desacreditarlo. Para mí Lutero es el verdadero Gran Hombre, grande intelectualmente, en valor, afecto e integridad, uno de los más amables y valiosos, no de la grandeza del esculpido obelisco, sino de la montaña alpina, tan sencillo, honrado, espontáneo que no piensa en la grandeza. Es el picacho granítico que rasga las nubes adentrándose en el Cielo; el monte en cuyas resquebrajaduras brotan las fuentes que vivifican bellos valles floridos. Es Héroe Espiritual y Profeta, verdadero Hijo de la Naturaleza y de los Hechos, cuya aparición agradecerán al Cielo los siglos pasados y venideros.
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La fase más interesante asumida por la Reforma es el Puritanismo, para los ingleses especialmente.
El Protestantismo trocóse prontamente en aridez en el país de Lutero, no en materia de religión, de fe, sino antes en contienda dialéctica teológica, no originada en el corazón, siendo su esencia la discordia escéptica, que se encendió cada día más hasta llegar al Volterianismo, pasando por los debates de Gustavo-Adolfo y desembocando en los de la Revolución Francesa. En nuestra isla originó un Puritanismo que logró establecerse como Iglesia Presbiteriana y Nacional en Escocia, surgiendo como cordial realidad, produciendo sus frutos. En cierto sentido pudiéramos decir fue la sola fase del Protestantismo que gozó de la jerarquía de Fe, verdadera comunión cordial con el Cielo, considerándolo la Historia como tal. Hablemos de Knox, hombre bravo y notable, que descolló sobre todo como Jerarca y Fundador de la Fe que abrazaron Escocia, Nueva Inglaterra y Oliverio Cromwell; la Historia nos hablará de ello.
El Puritanismo puede ser objeto de censura, si se quiere; supongo que nadie lo considera perfecto, mas hay que tener presente que fue producto de sinceridad, puesto que la Naturaleza lo adoptó, extendiéndose y desarrollándose. Dije alguna vez que en este mundo todo progresa al calor de la lucha; que la fuerza, bien entendida, es medida de toda valía. Si la cosa es justa alcanzará éxito por el tiempo. Considerad América Sajona, el simple Hecho de la salida del Mayflower del puerto de Delft (en Holanda) hace doscientos años. Si nuestro sentido estuviese tan despierto como el de los griegos, veríamos en ello un Poema, Poema de la Naturaleza, como el que compone amplios hechos sobre los grandes continentes. Aquello fue ciertamente el comienzo de América, en la que había dispersos colonos, algo así como un cuerpo, al que infundió alma aquella expedición. Aquellos infortunados, desterrados de su país, que tampoco pudieron vivir en Holanda, determinaron establecerse en el Nuevo Mundo, tierra de negros bosques vírgenes, poblada de salvajes, no tan crueles para ellos como el verdugo oficial. Creían que la Tierra les proporcionaría alimento, si la trabajaban con cuidado; que el eterno cielo se extendería sobre sus cabezas como en su país, que gozarían de paz, preparándose para la Eternidad viviendo como es debido en este mundo del tiempo, adorando lo que creyeren cierto, sin idolatría. Reunieron lo que poseían, fletaron un buque, el pequeño Mayflower, y se hicieron a la vela.
En la Historia de los Puritanos, de Neal, se relata la ceremonia de la salida, solemnidad pudiéramos llamarla, puesto que fue acto de verdadera adoración. Su capellán los acompañó hasta el embarcadero, juntamente con los hermanos que dejaban en tierra, reuniéndose todos en ferviente plegaria, deseándoles que Dios se apiadase de sus desdichados Hijos, los encaminase por aquellas vastas soledades, pues Él era el Creador de todo aquello, residiendo en ellas como en la tierra que dejaban. A mi entender los expedicionarios cumplían una misión. La cosa más endeble, más débil que un niño, se vigoriza un día si es veraz. Por aquellos días el Puritanismo era despreciable, irrisorio, pero hoy nadie lo toma a broma. Dispone de armas y fortalezas, cañones y buques de guerra, destreza en sus diez dedos, fuerza en su brazo derecho, puede gobernar navíos, talar bosques, hacer saltar montañas, es una de las cosas más fuertes bajo el sol.
En la historia de Escocia no hallo más que una época, pudiendo afirmar no contiene nada de mundial interés, excepto la Reforma de Knox. Pobre tierra estéril, turbada por continuos tumultos, disensiones y matanzas; pueblo que vive en estado de rudeza e indigencia, apenas mejor que Irlanda en nuestros días. Los codiciosos y fieros señores, incapaces de convenir entre sí cómo habían de repartirse lo que quitaban a los miserables ganapanes, obligados como las Repúblicas sudamericanas de nuestros días a convertir en revolución cualquier alteración; que no sabían cambiar un ministerio si no era ahorcando a los ministros; espectáculo histórico de no muy singular significación. No dudo fueren bravos; luchaban feroz y continuamente, pero no con más valor o ferocidad que sus antecesores, los piratas escandinavos, cuyas hazañas no hemos creído dignas de resucitar. Era país casi sin alma, en el que todo estaba en cierne, excepto lo rudo, externo, semianimal, encendiéndose la vida interior al sobrevenir la Reforma bajo aquellas costillas inanimadas. La causa, la más noble entre las causas, brilla con luz propia en las alturas del Firmamento como un fanal visible desde la Tierra, con lo cual el más humilde de los hombres truécase en Ciudadano, en Miembro de la Iglesia visible de Cristo, en verdadero Héroe, si es sincero.
Cuando digo pueblo de héroes, hay que entender nación que tiene fe. No es el alma grande lo que hace al héroe, sino el alma divina fiel a su origen; ésa es la grande. Ya vimos cosas parecidas y volveremos a verlas, bajo formas más amplias que la Presbiteriana; hasta entonces no podrá producirse bien duradero, cosa imposible según algunos. ¿Imposible? ¿No existió ya como hecho practicado? ¿Falló el Culto de los Héroes en el caso de Knox? ¿Somos hoy los hombres de barro diferentes a los del pasado? ¿Confirió la Confesión de Fe de Westminster alguna nueva propiedad al alma del hombre? Dios creó el alma del hombre sin condenar a ninguna a vivir como Hipótesis y ficción en un mundo infestado por ellas, su influencia y su fruto.
Continuemos; lo que hizo Knox por su pueblo puede llamarse realmente resurrección; ardua era la empresa, pero aceptada de buen grado, considerando ventajoso el precio que costara, aunque hubiera sido más aventurada; ventajosa en conjunto a cualquier precio, como lo es la vida. Entonces comenzaron a vivir, mediante la condición de realizar lo que se habían propuesto y a toda costa. Opino que Knox y la Reforma influyeron sobre la Literatura escocesa, y el Pensamiento, sobre la Industria. James Watt, David Hume, Walter Scott, Robert Burns, actuando en el corazón de todos ellos y los fenómenos; creo que sin la Reforma no habría surgido ninguno de ellos y ¿qué hubiera sido de Escocia? El Puritanismo escocés hízolo suyo Inglaterra, Nueva Inglaterra. El tumulto producido en la Parroquial de Edimburgo se transformó en pugna universal, en batalla en todos los terrenos, resultando, tras cincuenta años de lucha, lo que llamamos Revolución Gloriosa, una Ley de Habeas Corpus, los Parlamentos Libres y muchas otras cosas. Cierto es lo que dijimos: que muchos de los que figuran en la vanguardia caen en el foso de Schweidnitz, como los soldados rusos, llenándolo con sus cadáveres, para que pase sobre ellos la retaguardia y se apodere de la plaza. ¡Cuántos fueron los graves Cromwells, Knoxes, humildes Campesinos escoceses que contendieron defendiendo la vida en ásperos cenagales, luchando, sufriendo, muriendo, calumniados, enlodados, antes que la bella Revolución del 88 avanzase sobre sus cuerpos, con escarpines de seda, entre universal aplauso.
Paréceme increíble que aquel escocés tenga que defenderse tres siglos después ante el tribunal del mundo de haber sido el más bravo entre los escoceses en aquellos tiempos. Bien pudo agazaparse en un rincón como otros muchos; mas su pureza se lo vedó; él hubiera escapado a las censuras, pero Escocia continuaría esclava. Todos los escoceses, todo el mundo está en deuda con este hombre. Lo único que podría pedir a Escocia es le absolviese de haberla dignificado más que cualquier millón de escoceses intachables que nada tengan que perdonar. Luchó a pecho descubierto, bogó en las galeras francesas, vagó desamparado en el destierro, entre las nieblas y tormentas, fue censurado, tiroteado a través de la ventana de su casa; su vida fue continua y triste lucha. Muy aventurada era su empresa para esperar recompensa en este mundo. No puedo pedir excusa en su nombre, porque se muestra indiferente a cuanto se haya dicho sobre él durante los doscientos cincuenta años últimos. Pero nosotros, olvidando los detalles de su lucha, disfrutando de la luz originada en el fruto de su victoria, debemos ver únicamente al hombre a través de los rumores y controversias que lo rodean, por respeto a nosotros mismos.
Knox no quiso erigirse en Profeta de su Pueblo, viviendo en la sombra cuarenta años antes de alcanzar celebridad; pobres eran sus padres; se educó en un colegio, abrazando la carrera eclesiástica, adoptando la Reforma, contentándose con que le sirviese de guía en la vida, sin forzar a nadie a que la reconociese. Era preceptor de distinguidas familias; cuando algún grupo lo requería para que expusiese su doctrina, Knox predicaba, resuelto a no separarse de la verdad, a declararla cuando se le requería para ello, sin ambicionar nada, sin creerse llamado a otra cosa; así llegó a los cuarenta años. Figuraba en el grupo de los Reformadores sitiado en el Castillo de San Andrés; estaban en la capilla escuchando la exhortación del predicador cuando súbitamente, al acabar su prédica, dijo que tenían que hablar otros; que todos los que tuviesen corazón y dotes de predicador debían exponer su opinión; que entre ellos había uno llamado John Knox que gozaba de ambas cosas, como sabían todos, preguntando finalmente si le creían obligado a ello. La respuesta fue afirmativa, añadiendo era un crimen desertar del puesto, callar lo que tuviese que manifestar. El humilde Knox se vio forzado a ponerse de pie; intentó decir algo; no pudo articular palabra, rompió a llorar y huyó. No hay que olvidar la escena. Durante unos días sufrió graves trastornos, comprendiendo la debilidad de sus facultades para tan grande empresa, sabiendo el bautismo a que tenía que someterse; por eso estalló en llanto.
La sinceridad, característica principal del Héroe, se aplica enfáticamente a Knox. Nadie ha negado que fue uno de los hombres más francos, fueren cuales fueren sus otras cualidades o defectos; se atenía a la verdad y a la realidad por instinto singular, siendo la verdad lo único existente para él, despreciando todo lo demás como mera sombra y vacío. Por muy débil y desesperada que pudiere parecer la realidad, ella era lo único que le servía de base. En las galeras del Loire, donde fueron conducidos como galeotes Knox y sus compañeros tras la toma del Castillo de San Andrés, un funcionario o sacerdote les mostró una imagen de la Virgen Madre, requiriendo a los blasfemos herejes para que la reverenciaran. ¿Madre de Dios?, preguntó Knox cuando le llegó la vez, añadiendo: No es la madre de Dios, sino un trozo de leño pintado, más propio para flotar que para ser adorado, y cogiéndolo lo lanzó al río. En su situación era peligrosísimo bromear, mas eso era la verdad para Knox y continuaba siéndolo: madera pintada que no quería adorar, sin pensar en las consecuencias.
Animaba a sus compañeros de cárcel en aquellas amarguras, afirmando que su Causa era la verdadera; que prosperaría, que todo el mundo junto no podía vencerla: que la Realidad es creación de Dios; que es lo único firme. ¡Cuántos trozos de leño pintado pretenden ser realidad, más propios para flotar que para ser adorados! Knox no podía vivir fuera de la realidad, agarrándose a ella como náufrago a la escollera; si fue héroe lo debió a la sinceridad, su don principal, capacidad intelectual, digna y leal, aunque no superior sino muy inferior a la de Lutero; pero en lo tocante a su adherencia instintiva y cordial a la verdad, en franqueza, ni tiene superior ni igual; su corazón estaba forjado como el de verdadero Profeta. Una vez exclamó el Conde de Morton ante su tumba: Ahí yace quien nunca volvió el rostro ante ningún hombre; no hay moderno que se parezca tanto al Profeta Hebreo como Knox, por haber en él la misma inflexibilidad, intolerancia, rígida lealtad a la verdad Divina, severo reproche en nombre de Dios para el que reniega de la verdad; era un antiguo Profeta Hebreo con hábitos de sacerdote de Edimburgo del siglo XVI. Así debemos considerarlo, no de otro modo.
La conducta de Knox para con la Reina María, sus violentas entrevistas en palacio para reprenderla, se comentaron mucho. Su crueldad y rigidez nos llena de indignación, pero si leemos el fiel relato de lo que dijo, de lo que quiso decir, confesaremos no hay en él nada trágico, pues sus palabras no fueron tan duras, pareciéndome estaban a tenor de las circunstancias; porque no iba a palacio como cortesano, sino con carácter muy distinto y, quienquiera leyere sus coloquios con la reina y los tomara por vulgares insolencias de cura plebeyo ante una señora educada y delicada, se equivoca en cuanto a su alcance y esencia. Desgraciadamente era imposible ser cortés con la Reina de Escocia, de no ser desleal para con la Nación y Causa escocesa. Él, que no quería ver convertida su tierra natal en coto de caza de los intrigantes y ambiciosos Guisa, que la Superchería, Formulismos y Causa del Diablo imperasen sobre la de Dios, no podía hacerse agradable. Morton dijo: Es preferible lloren las mujeres a que los hombres barbudos se vean forzados a llorar. Knox fue el partido constitucional de oposición en Escocia, pues los nobles del país llamados a integrarlo por su posición no figuraban en él; por eso tuvo que serlo Knox. La reina era infeliz; más lo hubiere sido la Nación de haber sido feliz su reina. No carecía María de astucia, entre otras cosas, preguntando una vez: "¿Quién eres tú para pretender instruir a los nobles y a la soberana de este reino?" "Señora, un súbdito nacido en él", respondió Knox. Respuesta razonable, porque si el súbdito tiene una verdad que decir, no será la condición de súbdito lo que se lo vede.
Se censuró a Knox por su intolerancia. Bien está seamos todo lo tolerantes posible; no obstante, en el fondo, tras todo lo dicho sobre ella, ¿qué es la tolerancia? La tolerancia tiene que tolerar lo accidental, discerniéndolo claramente: tiene que ser noble, mesurada, justa en su iracundia, cuando no puede ya tolerar, mas en conjunto no sólo vivimos para tolerar, sino para resistir, refrenar y vencer. No toleramos las Falsedades, Latrocinios, Iniquidades, cuando nos agarrotan; entonces les decimos: Eres falsedad; no puedo tolerarte. Vivimos para extinguir las Falsedades aniquilándolas prudentemente. No discutiré sobre el modo de lograrlo, pues lo importante es conseguirlo. En este aspecto Knox fue ciertamente intolerante.
Es imposible que el condenado a bogar en las galeras francesas por propagar la Verdad en su tierra nativa pudiera estar siempre de buen humor, no queriendo decir esto que no fuere dócil por temperamento, ni agrio de carácter; lo que sí puedo afirmar es que no era malo por naturaleza, porque en aquel hombre sufrido, maltratado y luchador moraban los amables y leales afectos. Que se atreviese a regañar a la reina, que dominase a los turbulentos nobles, orgullosos como eran, conservando hasta el fin una especie de Presidencia y Soberanía virtuales en aquel indomable reino, él, que no pasó de súbdito nacido en el mismo, nos prueba no se le tenía por ruin y mordaz, sino por hombre de corazón sano, fuerte y sagaz. Ésos son los que pueden imponerse. Se le acusa de demoledor por demoler catedrales, como si se tratara de un demagogo sedicioso y tumultuario; pero si nos fijamos, lo cierto es precisamente lo contrario, tanto en cuanto a las catedrales como en lo demás. No era demoler edificios de piedra lo que se proponía Knox, lo que quería era curar la lepra e ignorancia que minaban la vida del hombre. El motín no era su elemento, y, si se vio envuelto en él fue forzado por el trágico matiz de su vida, porque los hombres de su temple son enemigos natos del Desorden, al que aborrecen: mas la insinuante Perfidia no es Orden, sino suma total de Desorden. El Orden es Verdad, fundada en la base que le es propia: el Orden y la Falsía no pueden ir de consuno.
En Knox se manifiesta inesperadamente propensión al gracejo, combinado con otros rasgos, cosa que me agrada; veía claramente la parte ridícula de las cosas, siendo esto lo que da vida al brusco y grave estilo de su Historia. Grande es su regocijo al ver a la puerta de la Catedral de Glasgow a dos Prelados, disputándose el derecho de precedencia, dando zancadas, propinándose empujones, agarrándose y estrujándose los roquetes, blandiendo sus báculos como garrotes. No fue burla ni escarnio, sino amargor, aunque haya bastante de aquello. Lo que ilumina el grave rostro es una franca y suave sonrisa, no la carcajada; lo que ríe ante todo son los ojos. Knox era sincero y fraterno: hermano de los altos y de los humildes, franco en su simpatía para con todos. En su vieja casa de Edimburgo guardaba su tonelito de Burdeos; era jovial, sociable, simpático, equivocándose en gran manera los que le creen melancólico, espasmódico, fanático; nada de eso: fue hombre de una pieza, práctico, cauteloso, esperado, paciente, sagaz, observador, perspicaz, teniendo en efecto mucho del carácter típico escocés actual: cierta melancolía sardónica, suficiente discernimiento, solidez de corazón que no ignoraba, sin preocuparse de lo que no le atañía vitalmente, sin callar lo que vitalmente le concernía, expresándolo de modo que todos tenían que escuchar, poniendo en ello todo el énfasis acumulado durante su silencio.
No me es odioso el profeta de los escoceses. Su existencia fue triste lucha, contendiendo con Papas y Principados, viviendo en continua pugna, derrotado, bogando como esclavo en las galeras, vagabundo en el destierro. Triste fue su lucha, pero venció. ¿Abrigas esperanza?, le preguntaron en sus últimos momentos cuando ya no podía articular palabra; levantó el índice y expiró. Honrémosle. Su labor no ha muerto; perece la letra, pero no el espíritu, como ocurre con todos los hombres.
Añadamos algo en cuanto a la letra de la labor de Knox. Su agravio imperdonable fue el deseo de que los Sacerdotes sustituyesen a los Reyes, pues se esforzó en establecer el gobierno Teocrático en Escocia, siendo ésta la suma de sus agravios, su pecado esencial. ¿Qué perdón hay para él? Lo indudable es que en el fondo quería la Teocracia, o Gobierno de Dios, consciente e inconscientemente. Lo que deseaba es que los Reyes, los Presidentes de Consejo, todos los personajes, en público y en privado, ya diplomáticamente o de otro modo, se condujesen de acuerdo con el Evangelio de Cristo, comprendiesen que ésa era su suprema Ley, esperando llegase a ser realidad que el ruego: Venga a nos el Tu reino no fuera meras palabras. Mucho le apenaba que los ávidos Barones se adueñasen de las propiedades de la Iglesia, y, cuando alegó no eran propiedad secular, sino espiritual, que debían dedicarse a usos verdaderamente sagrados, a la educación, escuelas, lugares de adoración, contestóle el Regente Murray encogiéndose de hombros: Eso es fantasía de devoto. Eso era lo que Knox tenía por justo y acertado, lo que se esforzó más tarde en realizar con celo. Si creemos que esta idea de la verdad pecaba de estrechez, que no era franca, habremos de felicitarnos no lo pudiere realizar; de que tras dos siglos de esfuerzo continuara siendo irrealizable, de que todavía sea fantasía de devoto. Pero, ¿por qué censurarle si se esforzó por llevarla a cabo? La Teocracia, el Gobierno de Dios, es precisamente por lo que puede lucharse. Todos los Profetas, celosos Sacerdotes, se muestran partidarios de ello. Hildebrando deseó la Teocracia; Cromwell también, luchando por ello, lográndolo Mahoma. ¿No es eso lo que todos los hombres celosos, ya sean Profetas, Sacerdotes, o como se les llame, desean esencialmente y deben desear? El Ideal Celeste es que la justicia y la verdad, o Ley de Dios, reinen sobre todo entre los hombres; eso es lo que en tiempo de Knox denominaban Voluntad de Dios revelada, pudiendo aplicársele ese nombre en toda época. El Reformador insiste en que a eso debemos tender día tras día. Todos los verdaderos Reformadores son Sacerdotes por naturaleza y se esfuerzan por la Teocracia.
Hasta dónde podemos introducir tales ideales en la Práctica, y cuándo debe iniciarse nuestra impaciencia al ver que no ganan terreno, siempre será cuestión sobre la que puede decirse: dejemos que penetren hasta donde puedan. Si son la verdadera fe del hombre, mostraremos todos impaciencia de que no hayan penetrado aún. Siempre habrá Regentes Murray que, encogiéndose de hombros, digan: Fantasía de devoto. Lo que debemos hacer es alabar al Héroe-sacerdote que hace lo posible para establecerlos, dedicando su noble vida a convertir este Mundo en Reino de Dios, a cambio de penalidades, calumnias y sinsabores. ¡Nunca la Tierra será demasiado divina!