Government House. En la Ciudad de los Palacios, era uno de los más grandes: cuatro alas enormes alrededor de un cuerpo central, una sinfonía de columnas y cornisas, y, para rematarlo, una cúpula plateada. Todo muy imponente. Si no te quedabas sin aliento al verlo, casi seguro que subir por la escalera tendría el mismo efecto.
Su inquilino era la personalidad más importante a este lado de Delhi, más que cualquier marajá. También era funcionario.
En la escalinata me recibió un hombre de aspecto pálido, con chaqué y chalina. Supuse que sería un funcionario de nivel medio, o incluso alto, vista la chalina. No me dijo su nombre. Mejor, porque se me habría olvidado.
Lo que hizo fue llevarme al ala administrativa, pasando al lado de la sala del trono, donde antaño se sentaba el rey emperador rodeado de sus sátrapas locales. Ahora que la capital se había trasladado a Delhi, no era probable que el trono tuviera algún uso, al menos como asiento de un trasero regio.
—Su señoría lo recibirá en el Salón Azul —dijo el funcionario cuando cruzamos una de las muchas puertas dobles que nos franquearon otras tantas parejas de lacayos con librea roja y dorada.
Asentí como si estuviera muy versado en los colores de las salas del sanctasanctórum del vicegobernador.
El salón era el doble de grande que el despacho de lord Taggart en Lal Bazar, pero más pequeño de lo que me esperaba. Al otro lado de una mesa del tamaño de un bote de remos estaba sir Stewart Campbell, vicegobernador de la presidencia de Bengala, escrutando, pluma en mano, diversos documentos. Junto a él había otro funcionario con chaqué y chalina, que le susurró algo en el momento en que efectuamos nuestra entrada. El vicegobernador alzó la vista. Sus facciones eran duras; no brutales, aunque sí severas. Las de un hombre acostumbrado al poder, y a gobernar a ingentes masas por su propio bien. La nariz de gancho, los rasgos enjutos y la mirada decidida y seria le conferían cierto aire irritado, como si en la sala flotara algún olor molesto y sólo lo notara él.
—Capitán Wyndham —dijo, delatando un curioso acento nasal—, llega tarde.
Recorrí toda una hectárea de suelo pulido hasta la mesa y me senté enfrente de él. Parecía levemente sorprendido.
—Me había hecho a la idea de que vendría alguien más.
—Lo siento, pero es que mi compañero tenía que estar en otro sitio —respondí.
—Muy bien —dijo él—. Tengo entendido que acaba de llegar a Calcuta. —No era tanto una pregunta como una afirmación—. Dadas las características del caso, me habría esperado a un veterano, pero Taggart me ha dicho que ha trabajado usted en Scotland Yard, y que es el hombre adecuado para esta tarea.
Tampoco esta vez dije nada; mejor, porque el virrey no parecía interesado en mi respuesta.
—El lamentable incidente de hace dos noches ha llegado a oídos del virrey —prosiguió—, que considera de importancia capital que se capture cuanto antes a los criminales, sin alterar el funcionamiento de los organismos del Estado. Cuente usted con todo lo que necesite.
Le di las gracias.
—Con su permiso, señoría, me gustaría hacerle unas preguntas acerca de MacAuley y su labor en la administración.
El vicegobernador sonrió.
—No faltaba más. MacAuley era indispensable para el gobierno de estas tierras. —Hizo una pausa y se corrigió—. No, eso no es del todo cierto; nadie es «indispensable», pero era una parte importante y consustancial de la maquinaria del gobierno en Bengala.
—¿Cuál era su función exactamente?
—De forma oficial estaba a cargo de las finanzas del gobierno, pero en realidad sus competencias se extendían mucho más allá, abarcando desde la planificación hasta la aplicación de las políticas.
—Me imagino que su cargo estaba sometido a grandes presiones.
—Ni que lo diga, pero MacAuley estaba acostumbrado.
—¿Sabe si en los últimos tiempos pasó por una fase de especial tensión?
—Dígame una cosa, capitán —preguntó el vicegobernador—: ¿durante la guerra, por casualidad, estuvo en algún campo de prisioneros alemán?
Me pregunté adónde quería llegar.
—Tuve la suerte de ahorrarme la experiencia, señor.
—No importa —dijo él—. Yo conocí al comandante de uno de esos campos, y me explicó que los perros guardianes que preferían los alemanes eran los alsacianos. No era su caso. Él se decantaba por los rottweilers. No se fiaba de los alsacianos. No cabe duda de que son buenos perros, pero tienen mejor carácter. Si alguien los trata con bondad, tarde o temprano ellos le corresponderán de la misma forma. Ese buen carácter no lo tienen los rottweilers, cuya fidelidad es inquebrantable: obedecen todas las órdenes de sus amos, sean cuales sean. MacAuley era el rottweiler de esta administración. Las tensiones no le afectaban, ni siquiera las imprevistas.
—Supongo que ese rasgo le granjearía más de un enemigo.
—Claro, claro —dijo el vicegobernador—, zamindars y babus, pero no son el tipo de gente capaz de algo así. ¿Conoce la palabra «bhadralok»?
—No, señor.
—Es bengalí, y significa «la gente civilizada», lo que nosotros llamaríamos «caballeros». Designa sobre todo a los hindúes de casta elevada, los que gozan de especial consideración entre los nativos. Son todos gordos y fofos. Y, por naturaleza, serían incapaces de cometer un acto semejante.
—¿Y qué me dice de los blancos? ¿Alguien resentido con MacAuley por motivos personales?
—¿Lo pregunta en serio? —contestó mientras sus labios grises esbozaban una sonrisa—. No estamos a mediados del siglo XVIII, cuando los sahibs se batían en duelo en el Maidan. Le aseguro que nuestras diferencias no las resolvemos dejándonos tiesos a golpes los unos a los otros. No, es inconcebible. Han sido terroristas, no le quepa duda. Tengo entendido que a MacAuley le encontraron encima un mensaje que así lo confirma. Ahí es donde debe concentrar usted sus esfuerzos.
—¿Tiene alguna idea de por qué estaba en Cossipore la noche en que fue asesinado?
El vicegobernador se rascó una oreja, absorto.
—Ninguna. Jamás se me habría ocurrido que un europeo pudiera atreverse a pisar esa zona después de anochecer.
—Entonces ¿no fue allí en el ejercicio de su cargo?
—Que yo sepa no. —Se encogió de hombros—. Imposible no es, pero sí muy improbable. De todos modos, corrobórelo con sus colegas de Writers’ Building.
—Lo haré, aunque es un asunto un poco delicado.
—¿A qué se refiere?
Vacilé.
—Sabe que el cadáver fue encontrado detrás de un burdel, ¿verdad? Tal vez sea pura coincidencia, pero...
No acabé la frase.
—¿Iba a preguntar algo más, capitán?
—No, señor —dije—, me limitaba a pensar en voz alta.
—Me alegro. Recuerde, capitán, que el hombre al que han asesinado esos terroristas era un funcionario británico, no un degenerado. Especular con lo contrario nos dejaría a todos en un lugar pésimo.
Podría haberle señalado que ambas cosas no eran incompatibles, pero preferí cambiar de estrategia.
—¿Asistió usted a la recepción que ofreció el señor Buchan el martes por la noche en el Bengal Club?
—¿Perdón?
—Me preguntaba si estuvo usted entre los asistentes de la recepción del señor Buchan. MacAuley sí. Creemos que fue a Cossipore directamente desde el club.
El vicegobernador juntó las yemas de sus dedos huesudos y se las acercó a los labios.
—No, no estuve. Aunque el señor Buchan sea uno de los grandes capitanes de nuestra industria, para los intereses de la administración de Su Majestad hay temas más urgentes que ayudarlo a cerrar su enésimo contrato.
Llamaron a la puerta y entró otro secretario. El vicegobernador se levantó de la silla.
—Por desgracia, tenemos que poner fin a nuestra conversación. Humphries lo acompañará hasta la salida.
Le di las gracias por haberme recibido.
—Este caso es de máxima prioridad, capitán —dijo él—. Resuélvalo deprisa.
• • •
Mientras seguía al secretario por el pasillo, miré el reloj: exactamente quince minutos desde que había entrado en el salón. Era lo que Taggart me había dicho que podía esperar, pero me impresionó la precisión.
Una vez fuera, encendí un cigarrillo y reflexioné sobre lo que acababa de escuchar. Así que MacAuley era de una fidelidad absoluta, un rottweiler... Pues había algo en lo que el vicegobernador se equivocaba: los rottweilers tienen su lado bueno, y, si Annie Grant estaba en lo cierto sobre su conversión, MacAuley también. Esto último sólo podía confirmármelo una persona. Tenía que hablar con el reverendo Gunn.